– Hay formas de decirlo.

– En este despacho, no, amigo mio. Sospecho que los britanicos han echado una mano, el principe Pablo es intimo suyo.

– Entonces me limitare a decir que se espera una consolidacion de la alianza francoyugoslava.

– Asi sera. Nuestro amor es mas profundo con el tiempo.

Weisz fingio escribir.

– Eso me gusta.

– A decir verdad, a quien amamos es a los serbios. Con los croatas no hay quien haga negocios. Van directos al redil de Mussolini.

– Esos de ahi abajo se caen fatal, lo llevan en la sangre.

– Vaya que si. Y, a proposito, si llega a tus oidos algo de eso, de la independencia croata, agradeceriamos mucho tener noticias.

– Seras el primero en saberlo. En cualquier caso, ?te importaria ampliar el comunicado oficial? Sin atribuirtelo a ti, claro. «Un alto cargo asegura…»

– Weisz, por favor, tengo las manos atadas. Francia apoya el cambio, y cada palabra de ese comunicado ha sido duramente negociada. ?Te apetece un cafe? Hare que nos lo traigan.

– No, gracias. Utilizare los antecedentes nazis sin emplear la palabra.

– Yo no he dicho nada.

– Naturalmente -prometio Weisz.

Devoisin cambio de tema: en breve se iba a St. Moritz una semana a esquiar; ?habia visto Weisz la nueva exposicion de Picasso en la galeria Rosenberg?; ?que opinaba? El reloj interno de Weisz fue eficaz: quince minutos, luego tenia «que volver a la oficina».

– Pasate mas a menudo -invito Devoisin-. Siempre es un placer verte.

Tenia una sonrisa estupenda, penso Weisz.

12 de febrero. La peticion -era una orden, por supuesto- llego en forma de mensaje telefonico en su casillero de la oficina. La secretaria que lo tomo lo miro con expresion de extraneza cuando el llego esa manana. ?De que va todo esto? El no iba a decirselo, ni era asunto de ella, y no fue mas que una mirada momentanea, aunque muy significativa. Y lo estuvo observando mientras el lo leia: se requeria su presencia en la sala 10 de la Surete Nationale a las ocho de la manana del dia siguiente. ?Que pensaba la chica, que se iba a poner a temblar?, ?que lo empaparia un sudor frio?

No hizo ninguna de las dos cosas, pero sintio que el estomago le daba un vuelco. La Surete era la policia de seguridad: ?que querian? Se metio el papel en el bolsillo y poco a poco fue pasando el dia. Esa misma manana busco un motivo para asomarse al despacho de Delahanty. ?Se lo habria contado la secretaria? Pero Delahanty no dijo nada y actuo como de costumbre. ?O no? ?Habia algo raro? Salio temprano a almorzar y llamo a Salamone desde el telefono de un cafe, pero Salamone se encontraba en el trabajo y aparte de un «Bueno, ten cuidado», no pudo decir gran cosa. Esa noche llevo a Veronique al ballet -en el gallinero, pero se veia- y despues a cenar. Veronique era atenta, animada y locuaz, y una chica no le preguntaba a un hombre que pasaba. No habrian hablado con ella, ?verdad? Weisz se planteo preguntarselo, pero no encontro el momento. De camino a casa la idea lo estuvo martirizando: inventaba preguntas, trataba de responderlas, y luego otra vez.

A las ocho menos diez de la manana siguiente enfilo la avenida Marignan, camino del ministerio del Interior, que se hallaba en la rue des Saussaies. Enorme y gris, el edificio se extendia hasta el horizonte y se alzaba por encima de el: alli habitaban los diosecillos en pequenas habitaciones, los dioses que regian el destino de los emigrados, que podian ponerlo a uno en un tren de vuelta a dondequiera que fuese, a lo que quiera que aguardase.

Un empleado lo llevo hasta la sala 10: una mesa alargada, unas cuantas sillas, un radiador que despedia un vapor sibilante, una alta ventana tras una reja. La sala 10 tenia algo: el olor a pintura y humo de cigarrillo rancio, pero, sobre todo, el olor a sudor, como en un gimnasio. Lo hicieron esperar, claro. Cuando aparecieron, expedientes en mano, ya habian dado las nueve y veinte. Habia algo en el joven, que rondaria la veintena, penso Weisz, que sugeria la expresion «a prueba». El de mayor edad era un policia, entrecano y encorvado, con ojos de haberlo visto todo.

Formales y correctos, se presentaron y abrieron los expedientes. El inspector Pompon, el mas joven, su almidonada camisa blanca resplandeciente como el sol, llevo el interrogatorio y anoto las respuestas de Weisz en un formulario impreso. Tras analizar cuidadosamente los datos personales: fecha de nacimiento, domicilio, ocupacion, llegada a Francia -todo ello del expediente-, le pregunto a Weisz si conocia a Enrico Bottini.

– Nos conociamos, si.

– ?Eran buenos amigos?

– Amigos, diria yo.

– ?Conocia a su querida, madame LaCroix?

– No.

– ?Hablaba el de ella, quiza?

– Conmigo no.

– Monsieur Weisz, ?sabe por que esta usted aqui hoy?

– La verdad es que no.

– En condiciones normales esta investigacion la realizaria la Prefecture, pero nosotros nos hemos interesado por ella porque se ha visto involucrada la familia de un individuo que trabaja para nuestro gobierno. Asi que nos preocupan las repercusiones politicas. Del asesinato y el suicidio. ?Esta claro?

Weisz dijo que si. Y asi era, aunque el frances no era su lengua materna y responder preguntas en la Surete no era como charlar con Devoisin o comentarle a Veronique que le gustaba su perfume. Por suerte, a Pompon le encantaba escuchar su propia voz, melodiosa y precisa, lo cual le restaba tanta rapidez que Weisz, haciendo un gran esfuerzo, era capaz de entender practicamente cada palabra.

Pompon aparto el expediente de Weisz, abrio otro y se puso a buscar lo que queria. Weisz alcanzo a ver un sello oficial estampado en rojo, en la esquina superior de cada pagina.

– ?Su amigo Bottini era zurdo, monsieur Weisz?

Weisz se lo penso.

– No lo se -contesto-. Nunca adverti que lo fuera.

– Y ?como describiria su filiacion politica?

– Era un refugiado politico italiano, asi que describiria su filiacion como antifascista.

Pompon anoto la respuesta, su primorosa letra era el resultado de un sistema escolar que invertia un sinfin de horas en caligrafia.

– ?De izquierdas, diria usted?

– De centro.

– ?Hablaban de politica?

– De un modo general, cuando surgia el tema.

– ?Ha oido hablar de un periodico, una publicacion clandestina, llamado Liberazione?

– Si. Un diario de la oposicion que se distribuye en Italia.

– ?Lo ha leido?

– No, he visto otros, los que se publican en Paris.

– Pero no el Liberazione.

– No.

– ?Que relacion tenia Bottini con ese periodico?

– No sabria decirle. El nunca lo menciono.

– ?Le importaria describir a Bottini? ?Que clase de hombre era?

– Muy orgulloso, seguro de si mismo. Sensible a los desaires, diria yo, y consciente de su ?posicion, se dice?, de su lugar en el mundo. Habia sido un importante abogado en Turin y seguia siendo abogado, aun siendo amigo.

?Que significa eso exactamente?

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