sordos.

Se conocieron en Trieste en el verano de 1933, en una fiesta muy etilica y ruidosa. Ella iba con unos amigos en un yate, navegando por el Adriatico. Cuando empezaron su romance tenia treinta y siete anos y un estilo propio de los anos veinte berlineses. Era una mujer muy erotica vestida como un hombre muy austero. Traje negro de raya diplomatica, camisa blanca, sobria corbata, cabello castano corto salvo por delante, donde caia al bies, asimetrico. A veces, llevando ese estilo al extremo, se engominaba el pelo y se lo peinaba hacia atras. Tenia una tez suave y blanca, la frente alta, no se maquillaba, salvo por un leve toque de carmin aparentemente incoloro. Un rostro mas atractivo que bello, con toda la personalidad en los ojos: verdes y pensativos, concentrados, valientes y penetrantes.

Al Adlon se entraba salvando tres escalones de marmol, por unas puertas revestidas de cuero con ojos de buey; cuando estas se abrieron y Weisz se volvio para ver quien entraba, el corazon estuvo a punto de salirsele por la boca. No mucho despues, unos quince minutos quiza, un camarero se acerco a la mesa y recogio una generosa propina, medio conac y medio coctel de champan.

No era solo el corazon el que se habia encarinado mas de ella con la ausencia.

Al otro lado de la ventana, Berlin en la penumbra del crepusculo invernal. En la habitacion, entre el revoltijo de la ropa de cama, Weisz y Christa yacian recostados en las almohadas, recuperando el aliento. El se incorporo, apoyandose en un codo, puso tres dedos en el hoyuelo de la base del cuello de ella y, acto seguido, siguio bajando hasta recorrer todo su cuerpo. Por un momento ella cerro los ojos, en los labios una levisima sonrisa.

– Tienes las rodillas rojas -le dijo.

Ella se las miro.

– Pues si. ?Te sorprende?

– La verdad es que no.

Weisz movio la mano un tanto y luego la dejo descansar.

Ella puso su mano sobre la de el, y Weisz se quedo mirandola un buen rato.

– Y bien, ?que ves?

– Lo mejor que he visto en mi vida.

Christa esbozo una sonrisa dubitativa.

– Que no, que te lo digo de verdad.

– Son tus ojos, carino. Pero me encanta ser eso que ves.

El se tumbo, las manos entrelazadas tras la cabeza, y Christa se tendio de costado y le puso un brazo y una pierna por encima, el rostro acomodado en el pecho de Weisz. Permanecieron algun tiempo en silencio, y luego el se percato de que su piel, alli donde descansaba el rostro de ella, estaba humeda y le escocia. Comenzo a hablar, a preguntar, pero ella poso suavemente un dedo en sus labios.

Delante de la mesa, de espaldas a el, Christa espero a que la operadora del hotel cogiera el telefono y le dio un numero. Sin ropa era mas delgada de lo que el creia -eso siempre le habia llamado la atencion- y enigmaticamente atractiva. ?Que tenia esa mujer que tan honda impresion le causaba? El misterio, el misterio del amante, un campo magnetico para el que no habia palabras. Espero mientras sonaba el telefono, apoyandose ora en un pie, ora en el otro, alisandose el pelo de manera inconsciente con una mano. Contemplarla lo excitaba. Su nuca, con el cabello corto y abultado, la larga y firme espalda, la suave curva de la cadera, la profunda hendidura, las torneadas piernas, las rozaduras de los talones.

– ?Helma? -dijo-. Soy yo. ?Querria decirle a Herr Von Schirren que llegare tarde? Ah, que no esta en casa. Bueno, pues cuando llegue digaselo. Si, eso es. Adios.

Dejo el telefono en la horquilla superior, se volvio, leyo sus ojos, se puso de puntillas sobre un pie, las manos en alto, los dedos como si estuviera tocando unas castanuelas, y dio una vuelta propia de una bailaora.

– ?Ole! -exclamo el.

Ella regreso a la cama, cogio una punta de la colcha y echo esta sobre ambos. Weisz estiro el brazo por encima de ella y apago la lamparita, dejando la habitacion sumida en la oscuridad. Durante una hora fingieron pasar la noche juntos.

Despues ella se vistio con la luz de la farola que entraba por la ventana y fue al cuarto de bano a peinarse. Weisz la siguio y permanecio en la puerta.

– ?Cuanto vas a quedarte? -quiso saber ella.

– Dos semanas.

– Te llamare -prometio Christa.

– ?Manana?

– Si, manana. -Mirandose en el espejo, volvio la cabeza a un lado y luego al otro-. Puedo llamarte a la hora de comer.

– ?Trabajas?

– En este Reich milenario todos tenemos que trabajar. Soy una especie de directiva de la Bund Deutscher Madchen, la Asociacion de Muchachas Alemanas, la seccion femenina de las Juventudes Hitlerianas. Un amigo de Von Schirren me consiguio el puesto.

Weisz asintio.

– En Italia los cogen a los seis anos, se trata de hacer ninos fascistas, de cogerlos cuando aun son pequenos. Es horrible.

– Si. Pero yo me referia a que hay que participar, de lo contrario van por ti.

– ?Que haces?

– Organizar cosas, planificarlas: desfiles o exhibiciones gimnasticas multitudinarias o lo que toque esa semana. A veces tengo que llevarme treinta adolescentes al campo, durante la cosecha, o simplemente a respirar el aire de los bosques alemanes. Encendemos una hoguera y cantamos, luego algunas se internan en el bosque cogidas de la mano. Todo muy ario.

– ?Ario?

Ella se echo a reir.

– Eso creen ellos. Salud, fortaleza fisica y Freiheit, libertad del cuerpo. Se supone que debemos alentarlo, porque los nazis quieren que se reproduzcan. Si no desean casarse, deberian buscarse un soldado solitario y quedarse embarazadas. Para hacer mas soldados. Herr Hitler necesitara al mayor numero posible cuando entremos en guerra.

– Y ?cuando va a ser eso?

– Bueno, eso no nos lo dicen. Pronto, diria yo. Si un hombre busca pelea, antes o despues la encuentra. Creiamos que serian los checos, pero a Hitler le entregaron lo que queria, asi que ahora tal vez sean los polacos. Ultimamente les lanza diatribas por la radio, y el ministerio de Propaganda incluye articulos en los periodicos, ya sabes: los pobres alemanes de Danzig, apaleados por bandas polacas. No es muy sutil.

– Si va por ellos, los britanicos y los franceses le declararan la guerra.

– Si, eso me temo.

– Cerraran la frontera, Christa.

Ella se volvio y, por un instante, lo miro a los ojos. Al cabo dijo:

– Si, lo se. -Tras mirarse por ultima vez en el espejo, se metio el peine en el bolso, se puso a rebuscar y saco una joya que sostuvo en alto para que Weisz la viera-. Mi Hakenkreuz, donde vivo todas las mujeres la llevan.

Una esvastica de plata vieja con un diamante en cada uno de los cuatros brazos, en una cadena de plata.

– Muy bonita -observo Weisz.

– Me la dio Von Schirren.

– ?Esta en el Partido?

– ?Cielo santo, no! Es de la vieja y rica Prusia, ?odian a Hitler!

– Pero sigue aqui.

– Pues claro que sigue, Carlo. Podria haberse marchado hace tres anos, pero aun habia la esperanza de que alguien viera la luz y se deshiciera de los nazis. Desde el principio, en el treinta y tres, nadie aqui podia creer lo

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