Tras limpiarse los dedos en una servilleta de hilo blanca, Weisz hojeo el dossier.
– Trata del corredor que necesitamos a traves de Polonia, desde Alemania hasta Prusia Oriental. Tambien de la situacion en Danzig. El trato que recibe la minoria alemana alli es espantoso, cada dia peor. Los polacos se niegan a dar su brazo a torcer, y nadie cuenta nuestra version de la historia. Nuestras preocupaciones estan justificadas, nadie puede decir lo contrario, tienen que dejarnos proteger nuestros intereses nacionales, ?no?
Si, naturalmente.
– Eso es lo unico que pedimos, Herr Weisz, juego limpio. Y queremos ayudarle: cualquier noticia que desee cubrir, no tiene mas que decirlo y le proporcionaremos los datos, las publicaciones periodicas pertinentes, un listado de fuentes, y organizaremos las entrevistas, los viajes, lo que quiera. Recorra Alemania, compruebe por si mismo lo que hemos logrado a base de trabajo duro e ingenio.
El camarero se aproximo para ofrecer mas cafe, una jarrita de plata con crema de leche, azucarero de plata… Martz saco del maletin una ultima hoja de papel: la programacion de las conferencias de prensa, dos cada dia, una en el ministerio de Propaganda y la otra en el ministerio de Asuntos Exteriores.
– Y ahora -anadio-, dejeme que le comente lo de los cocteles.
Weisz soportaba a duras penas las horas del dia, deseoso de que anocheciera.
Christa se las arreglaba para acudir al hotel casi todas las tardes, a veces a las cuatro, cuando podia, o como muy tarde a las seis. Con la espera, a Weisz los dias se le hacian muy largos, se los pasaba sonando despierto, pensando en esto o aquello, faltando a cocteles oficiales, haciendo planes, planes detallados para mas tarde.
Ella hacia lo mismo. No lo decia, pero el lo sabia. Dos golpecitos a la puerta. Era Christa. Tranquila y educada, sin melodramas. Tan solo un beso fugaz y se sentaba en una silla como si pasara por el barrio por casualidad y se hubiera dejado caer, y quiza en esa ocasion se limitaban a conversar. Luego, mas tarde, el se sorprendia dejandose llevar por la imaginacion de ella hasta algo novedoso, una variante. La elegancia de sus modales permanecia intacta, pero hacer lo que ella queria la excitaba, transformaba su voz, le agilizaba las manos, y a el se le aceleraba el pulso. Luego le tocaba a Weisz. Nada del otro jueves, claro, pero para ellos el jueves daba mucho de si. Una noche Von Schirren se fue a una propiedad que la familia tenia en el Baltico, y Christa se quedo a pasar la noche. Se metieron juntos en la banera con despreocupacion, sus pechos mojados brillantes bajo la luz, y charlaron de todo y nada. Luego el alargo la mano por debajo del agua hasta que ella cerro los ojos, se mordio el labio con delicadeza y se recosto en la superficie de porcelana.
El trabajo se hacia cada dia mas duro. Weisz era de lo mas cumplidor: informaba tal como Delahanty le habia indicado y planteaba preguntas en las conferencias de prensa a coroneles y funcionarios. Vaya matraca. Los alemanes solo deseaban el progreso economico -«no tiene mas que ver lo que ha ocurrido en nuestras lecherias de Pomerania»- y justicia y seguridad en Europa. «Les ruego que tomen nota, senoras y senores, esta en nuestro comunicado, del caso de Hermann Zimmer, un librero de la ciudad de Danzig que fue apaleado por unos matones polacos en plena calle, justo delante de su casa, mientras su esposa, que estaba mirando por la ventana, pedia ayuda a gritos. Y luego mataron a su perrito.»
Entretanto, en los pequenos restaurantes de los alrededores de Berlin uno abria la carta y encontraba un papelito rojo con una inscripcion en negro: «
12 de marzo. El martes por la manana, a las 11:20, llamada telefonica en Reuters.
– ?Herr Weisz? -llamo Gerda desde recepcion-. Es para usted, Fraulein Schmidt.
– ?Hola?
– Hola, soy yo. Tengo que verte, amor mio.
– ?Ocurre algo?
– Nada, una tonteria familiar, pero tenemos que hablar.
Pausa.
– Lo siento -se lamento el.
– No es culpa tuya, no lo sientas.
– ?Donde estas? ?Hay por ahi algun bar? ?Un cafe?
– Estoy en Eberswald, por trabajo.
– Ya…
– Hay un parque, en el centro de la ciudad. Tal vez puedas coger el tren; son unos cuarenta y cinco minutos.
– Puedo coger un taxi.
– No. Perdoname, es mejor el tren. La verdad es que es mas facil, salen a todas horas desde la Nordbahnhof.
– De acuerdo. Ire ahora mismo.
– En el parque hay unas atracciones. Ya te buscare yo.
– Alli estare.
– Tengo que hablar contigo, solucionar esto. Juntos, tal vez sea lo mejor, no se, ya veremos.
?Que era aquello? Sonaba a crisis de amante, pero el presentia que era teatro.
– Sea lo que sea, juntos… -repuso, metido en su papel.
– Si, lo se. Yo tambien lo creo.
– Salgo para alla.
– No tardes, amor mio, estoy impaciente por verte.
Estaba en Eberswald antes de las 13:30. En el parque habia varias atracciones, y por un altavoz con ruido de parasitos sonaba musica de gramola. Fue hasta el tiovivo y se planto alli, las manos en los bolsillos, hasta que a los cinco minutos aparecio ella. Debia de haber estado observando desde algun lugar estrategico. El dia era gelido, con un viento cortante, y ella vestia una boina y un elegante abrigo gris hasta los tobillos con un cuello alto abotonado en la garganta. De una larga correa llevaba a dos lebreles, en torno al fino cuello un ancho collar de piel.
Le dio un beso en la mejilla.
– Siento hacerte esto.
– ?Que pasa? ?Von Schirren?
– No, no tiene nada que ver. Los telefonos no son seguros, asi que esto tenia que ser una… una cita.
– Ah. -Se sintio aliviado, luego no.
– Quiero que conozcas a alguien. Solo sera un momento. No hace falta decir nombres.
– De acuerdo. -Sus ojos se movieron en busca de posibles observadores.
– No actues de manera furtiva -aconsejo ella-. Solo somos una pareja de amantes desventurados.
Lo agarro del brazo y echaron a andar, los perros tirando de la correa.
– Son preciosos -alabo el.
Lo eran: color canela, esbeltos y de pelo suave, el vientre metido y el pecho fuerte, hechos para correr.
–
Uno de los perros volvio la cabeza al oir la palabra «correr».
Dejaron atras el tiovivo y se dirigieron a una atraccion sobre cuya taquilla habia un letrero pintado con vivos colores: «El