– ?Tu juegas al bridge?
– Aprendere.
– Pensaba que estabas enfadado.
Suspiro.
– No.
La boca de Christa era severa. Su mirada, resuelta, casi desafiante.
– Espero que no. -Era evidente que habia pasado algun tiempo, dondequiera que hubiese ido antes, preparandose para responder al enfado de Weisz con el suyo, y no estaba del todo dispuesta a darse por vencida-. ?Prefieres que me vaya?
– Christa.
– ?Lo prefieres?
– No. Quiero que te quedes. Por favor.
Se sento en el borde de una
– Te pedi que nos ayudaras porque estabas aqui. Y porque pense que lo harias. Que querrias hacerlo.
– Es verdad. He echado una ojeada a los papeles y son importantes.
– Y sospecho, carino, que tu no eres ningun angelito en Paris.
El rompio a reir.
– Bueno, igual un angel caido, pero Paris no es Berlin, todavia no, y no hablo de ello porque es mejor no hacerlo. ?No te parece?
– Si, supongo que si.
– Es lo mejor, creeme.
Ella se relajo; una nube cruzo su rostro y meneo la cabeza. «Que mundo este.»
El entendio el gesto.
– A mi me pasa lo mismo, carino -dijo en aleman, a excepcion de la ultima palabra: «
– ?Que te parecio mi amigo?
Weisz hizo una pausa y repuso:
– Un idealista, sin duda.
– Un santo.
– Casi. Lleva a cabo aquello en lo que cree.
– Solo los mejores pasan a la accion, aqui, en esta monstruosidad.
– Me preocupa, las vidas de los santos por lo general acaban en martirio. Y tu me preocupas mas, Christa.
– Si -contesto ella-. Lo se. -Y anadio con suavidad-: A mi me ocurre lo mismo. Tu me preocupas mas.
– Y creo que deberia mencionar que las habitaciones de hotel donde se hospedan periodistas a veces son… - Ahueco la mano tras la oreja-. ?No?
Aquello la turbo un tanto.
– No habia pensado en ello -replico.
– Ni yo, en un primer momento.
Guardaron silencio un rato. Ninguno de los dos consulto el reloj, pero Christa dijo:
– Pase lo que pase en esta habitacion, hace mucho calor.
Se puso en pie y se quito la chaqueta y la falda, luego la blusa, las medias y el liguero; lo doblo todo y lo dejo encima de la
– Muy tentador -elogio, en los ojos una mirada especial.
– ?Te gusta? -Se volvio a un lado y a otro.
– Mucho.
Fue hasta la mesa, abrio el bolso y saco un cigarrillo. Su caminar era el de siempre, como ella, calmo y directo, solo una forma de trasladarse de un lado a otro, pero, asi y todo, las braguitas color ciruela cambiaban la cosa, y quiza en ese instante tardara un poco mas en ir de un lado a otro. Cuando volvio a la
– Ven a sentarte conmigo -pidio.
– Prefiero quedarme aqui -repuso ella-. Este mueble invita a la languidez. -Se recosto, cruzo los pies, se agarro un codo con una mano mientras la otra, con el cigarrillo, se le quedo a la altura de la oreja: la pose de una sirena de pelicula-. ?Que te parece si vienes tu? -anadio con una voz y una sonrisa acordes con la pose.
Al dia siguiente, 13 de marzo, la situacion en Checoslovaquia empeoro. Llamaron al padre Tiso a Berlin para que se reuniera personalmente con Hitler y, antes de las doce, Eslovaquia se disponia a declarar su independencia. Asi pues la nacion, creada en Versalles y disgregada en Munich, apuraba sus ultimas horas. En la oficina de Reuters Carlo Weisz estaba muy ocupado: los telefonos no paraban de sonar y el pitido del teletipo no dejaba de anunciar comunicados de los ministerios del Reich. Una vez mas, Europa central estaba a punto de explotar.
En medio de todo ello Gerda, con cierta ternura complice, anuncio:
– Herr Weisz, es Fraulein Schmidt.
La conversacion con Christa tuvo otro cariz, estuvo ensombrecida por la separacion. El domingo, dia diecisiete, era el ultimo dia de Weisz en Berlin. Eric Wolf estaria de vuelta en la oficina el lunes, y a el lo esperaban en Paris, lo cual significaba que el viernes quince seria el ultimo dia que pasarian juntos.
– Puedo verte esta tarde -propuso ella-. Manana no puedo, y el viernes no se, no quiero pensar en ello, quiza podamos vernos, pero no quiero, no quiero decirte adios. ?Carlo? ?Hola? ?Estas ahi?
– Si. Las lineas llevan mal todo el dia -aclaro. Y anadio-: Nos veremos a las cuatro, ?puedes a las cuatro?
Ella contesto afirmativamente.
Weisz salio del despacho a las tres y media. Fuera, la sombra de la guerra se cernia sobre la ciudad: la gente caminaba deprisa, el rostro reservado, la mirada baja, mientras los coches del Estado Mayor de la Wehrmacht pasaban a toda velocidad y Grosser Mercedes con banderines ondeantes en el parachoques delantero se alineaban a la puerta del Adlon. Al pasar junto a los corrillos de huespedes que se habian formado en el vestibulo, volvio a oir la palabra dos veces. Y, a los pocos minutos, la sombra se hallaba en su habitacion.
– Esto se nos viene encima -dijo Christa.
– Eso creo. -Estaban sentados en el borde de la cama-. Christa.
– ?Si?
– Cuando me vaya el domingo quiero que vengas conmigo. Coge lo que puedas, traete a los perros, en Paris hay perros, y reunete conmigo en el expreso de las 22:40, en el anden, junto a los coches cama de primera. -No puedo -rehuso ella-. Ahora no. No puedo marcharme. -Echo un vistazo a la habitacion como si hubiera alguien escondido alli, como si hubiera algo que ella pudiera ver-. No es por Von Schirren -explico-. Son mis amigos, no puedo abandonarlos. -Sus ojos se clavaron en los de el, asegurandose de que la entendia-. Me necesitan.
Weisz titubeo y repuso:
– Perdoname, Christa, pero lo que haces, lo que haceis tu y tus amigos, ?realmente cambiara algo?
– Quien sabe? Pero lo que si se es que si no hago algo sere yo quien cambie.
El empezo a rebatir su justificacion, pero se dio cuenta de que daba igual, de que no habia modo de convencerla. Cuanto mas acechara el peligro, comprendio, menos escaparia ella de el.
– Vale -admitio, dandose por vencido-, nos veremos el viernes.
– Si -convino ella-, pero no para decirnos adios, sino para hacer planes, porque ire a Paris, si tu quieres. Tal vez dentro de unos meses, solo es cuestion de tiempo. Esto no puede seguir asi.
Weisz asintio. Si. No podia.
– No me gusta decir esto, pero si por algun motivo no estoy aqui el viernes, pasate por recepcion. Te dejare una carta.
– ?Crees que no estaras?