refinado bigote se asomo e hizo el saludo zogista: la mano extendida, con la palma hacia abajo, y luego al corazon. ?El rey Zog! Por detras de la cortina alguien alargo una mano, y de pronto el rey lucia una gorra de general, cargada de galones de oro, sobre el batin de Sulka. La multitud prorrumpio en vitores, la reina Geraldine aparecio junto al rey, y ambos saludaron con la mano.

Despues un idiota -«elementos antizogistas entre la multitud», escribio Weisz- lanzo una botella que se rompio en pedazos delante de un botones, el cual perdio la gorrita al apartarse de un salto. A continuacion el rey y la reina se alejaron de la ventana, y la luz se apago. Al lado de Weisz un gigante barbado hizo bocina con las manos y chillo en frances: «Eso, tu huye, miedica», comentario que arranco una risita a su menuda amiga y un airado grito en albanes desde algun lugar de la muchedumbre. En la planta superior se abrio otra ventana, y a ella se asomo un oficial con uniforme del ejercito.

La policia comenzo a avanzar esgrimiendo las porras y obligando a la gente a despejar la entrada del hotel. La pelea se inicio casi de inmediato. En la aglomeracion se formaron violentos corrillos, otros empujaban y se abrian paso a empellones con la intencion de quitarse de en medio. «Ah -dijo el gigante con cierta satisfaccion-, les chevaux.» Los caballos. Habia llegado la caballeria; la policia montada, con sus largas porras, bajaba por la rue Gabriel.

– ?No le cae bien el rey? -le pregunto Weisz al gigante.

Necesitaba alguna cita de alguien, anotar unas frases, conseguir un telefono, enviar la noticia e irse a cenar.

– No le cae bien nadie -contesto la amiga del gigante.

?Que seria?, se pregunto Weisz. ?Comunista? ?Fascista? ?Anarquista?

Pero no llego a saberlo.

Porque lo siguiente que supo fue que estaba en el suelo. Alguien a sus espaldas le habia golpeado en la cabeza con algo, desconocia que, lo bastante fuerte para derribarlo. No habia sido una buena idea estar alli. Se le nublo la vista, un bosque de zapatos se aparto, y unas palabrotas indignadas imprecaron a alguien, al agresor, mientras este sorteaba el gentio.

– Esta sangrando -dijo el gigante.

Weisz se toco el rostro y vio su mano roja. Tal vez se hubiera cortado con la afilada arista de un adoquin. Acto seguido empezo a palpar el suelo en busca de las gafas.

– Tome -ofrecio alguien, un cristal roto, una sola patilla.

Otro metio las manos bajo las axilas de Weisz y lo levanto. Fue el gigante, que apunto:

– Sera mejor que nos larguemos de aqui.

Weisz oyo los caballos, trotando veloces hacia el. Saco un panuelo del bolsillo de atras y se lo aplico a la cabeza, dio un paso y estuvo a punto de caerse. Reparo en que solo veia bien con un ojo, con el otro lo percibia todo desenfocado. Se apoyo en una rodilla. «Quiza este herido», penso.

La muchedumbre se disperso a su alrededor, corriendo, perseguida por la policia montada y el balanceo de sus porras. Luego un poli parisino, viejo y duro, aparecio a su lado. Weisz se habia quedado solo.

– ?Puede ponerse en pie? -pregunto el poli.

– Creo que si.

– Porque, si no puede, tendre que meterlo en una ambulancia.

– No, estoy bien. Soy periodista.

– Intente levantarse.

Le temblaban las piernas, pero lo consiguio.

– Quiza un taxi -sugirio.

– Cuando pasan estas cosas nunca andan cerca. ?Que le parece un cafe?

– Si, buena idea.

– ?Vio quien lo golpeo?

– No.

– ?Tiene idea de por que?

– Ni la mas minima.

El poli meneo la cabeza, veia demasiadas manifestaciones de la naturaleza humana y no le gustaba.

– Tal vez por pura diversion. De todas formas vamos a intentar llegar al cafe.

Sostuvo a Weisz por un lado y lo condujo despacio hasta la rue de Rivoli, donde un cafe para turistas se habia vaciado nada mas comenzar la trifulca. Weisz se desplomo en una silla, y un camarero le llevo un vaso de agua y un pano.

– No puede irse a casa asi -comento.

Weisz invito a Salamone a cenar la noche siguiente con el objeto de animar a un amigo que tenia problemas. Quedaron en un pequeno restaurante italiano del decimotercer distrito, el segundo mejor de Paris, el primero propiedad de un conocido partidario de Mussolini, razon por la cual no podian ir.

– ?Que te ha pasado? -pregunto Salamone cuando llego Weisz.

Este habia ido a ver a su medico esa misma manana y ahora lucia un vendaje en el lado izquierdo del rostro, que habia acabado con serias contusiones al darse contra el aspero adoquin, y una hinchada marca roja bajo la sien del otro lado. Las gafas nuevas estarian listas en un dia o dos.

– Una manifestacion callejera la otra noche -repuso-. Alguien me golpeo.

– Ya lo creo. ?Quien fue?

– No tengo ni idea.

– ?No hubo enfrentamiento?

– Estaba detras de mi, huyo y no llegue a verlo.

– ?Como? ?Que alguien te siguio? ?Alguien… esto, a quien conozcamos?

– Me pase la noche entera pensando en ello. Con un panuelo en la cabeza.

– ?Y?

– Ninguna otra cosa tiene sentido. La gente no hace eso porque si.

Salamone solto una imprecacion con mas pena que enojo. Sirvio vino tinto de una gran frasca en dos vasos y, a continuacion, le paso a Weisz un bastoncillo de pan.

– Esto tiene que terminar -afirmo, el equivalente italiano de il faut en finir-. Y podria haber sido peor.

– Si -convino Weisz-. Tambien pense en eso.

– ?Que vamos a hacer, Carlo?

– No lo se.

Le entrego a Salamone una carta y abrio la suya. Jamon curado, cordero con alcachofas tiernas y patatitas, verduras tempranas (del sur de Francia, supuso) y, para terminar, higos en almibar.

– Un festin -alabo Salamone.

– Eso pretendia -contesto Weisz-. Para animarnos. -Alzo el vaso-. Salute.

Salamone bebio un segundo sorbo.

– Esto no es Chianti -aseguro-. Quiza sea Barolo.

– Es muy bueno -aprobo Weisz.

Miraron al dueno, que se hallaba junto a la caja registradora y cuya inclinacion de cabeza, acompanada de una sonrisa, confirmo lo que habia hecho: «Disfrutadlo, muchachos, se quienes sois.» A modo de agradecimiento, Weisz y Salamone levantaron sus vasos hacia el.

Weisz llamo al camarero y pidio la opipara cena.

– ?Te las arreglas? -le pregunto a Salamone.

– Mas o menos. Mi mujer esta enfadada conmigo, dice que basta de politiqueo. Y detesta la idea de vivir de la caridad.

– ?Y tus hijas?

– No dicen gran cosa, han crecido y tienen su vida. Tenian veintitantos cuando llegamos aqui, en el treinta y dos, y empiezan a ser mas francesas que italianas. -Salamone hizo una pausa y anadio-: Por cierto, nuestro farmaceutico se ha ido. Va a tomarse unos meses libres, segun dijo, hasta que las cosas se calmen. Y el ingeniero tambien. Dejo una nota. Lo lamenta, pero adios.

– ?Alguien mas?

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