que se ofrecia a las hordas de turistas, salpicadas de marineros, matones y chulos. El Gay Paree. El famoso Moulin Rouge y las faldas levantadas de sus bailarinas de cancan. La Boheme, en Impasse Blanche. Eros. Enfants de la Chance. El Monico. El Romance Bar. Y Chez les Nudistes, la eleccion de Kolb, y probablemente la del senor Brown, para esa velada.

El adjetivo nudista del nombre del local describia a las mujeres, vestidas unicamente con tacones de aguja y pulverulenta luz azulada, pero no a los hombres, que bailaban con ellas al lento compas de Momo Tsipler y sus Wienerwald Companions, segun decia un letrero situado en el rincon de una plataforma. Eran cinco, incluyendo al violoncelista en activo mas anciano del mundo; un violinista menudo, el cigarrillo en la comisura de la boca, ondas de pelo blanco sobre las orejas; Rex, el bateria; Hoffy, al clarinete; y el propio Momo, con un esmoquin verde metalico, sobre el taburete del piano. Una orquesta cansina, a la deriva en el mar del club, lejos de su Viena natal, que tocaba una version sensiblera de Let’s fall in love mientras las parejas daban vueltas en circulos arrastrando los pies, ejecutando los pasos de baile que los clientes supieran.

Weisz se sentia como un idiota. Ferrara le leyo el pensamiento y miro al techo: «?Que hemos hecho?» Los condujeron a una mesa. Kolb pidio champan, la unica bebida disponible, que les sirvio una camarera ataviada con una rinonera que pendia de un fajin rojo.

– No querra el cambio, ?verdad? -pregunto.

– No -respondio Kolb, aceptando lo inevitable-, supongo que no.

– Muy bien -contesto ella, la retaguardia azul bamboleandose mientras se alejaba parsimoniosa.

– ?Que sera, griega? -aventuro Kolb.

– Por ahi le va -conjeturo Weisz-. Tal vez turca.

– ?Prefieren ir a otro sitio?

– ?Tu que dices? -le pregunto Weisz a Ferrara.

– Bueno, vamos a bebemos esto, seguro que luego lo vemos con otros ojos.

Les costo lo suyo. El champan era espantoso y apenas estaba frio, pero acabo levantandoles la moral, y evito que Weisz se quedara dormido sobre la mesa. Momo Tsipler entonaba una cancion de amor vienesa, y Kolb se puso a hablar de la Viena de los viejos tiempos, antes de la anexion -de cuando el retaco de Dollfuss, canciller de Austria hasta que los nazis lo mataron en 1934- y de la curiosisima personalidad de la ciudad: la mucha cultura y poca vida amorosa.

– Todas esas Fraus pechugonas en las pastelerias, mirando por encima del hombro, recatadas en todo momento, en fin… Conoci a un tipo llamado Wolfi, vendedor de ropa interior femenina, y me dijo…

Ferrara pidio que lo disculparan y desaparecio entre la multitud. Kolb siguio contando su historia durante un rato y guardo silencio cuando el coronel aparecio con una pareja de baile. Kolb se los quedo mirando un instante y dijo:

– Esto dice mucho de el: sin duda ha elegido la mejor.

Era cierto. Tenia el cabello rubio dorado recogido a la francesa y unos morritos acentuados por el grueso labio inferior, y un cuerpo agil y excesivo a un tiempo que a todas luces gustaba de exhibir, todo el vivo y animado cuando bailaba. A decir verdad hacian buena pareja. Momo Tsipler, los dedos corriendo por el teclado, volvio la cabeza en el taburete para ver mejor y despues les hizo un grandilocuente guino, cargado de intencion.

– Me gustaria preguntarle algo -comenzo Weisz.

Kolb no estaba muy seguro de querer que le preguntaran nada. Habia percibido sin lugar a dudas cierto tonillo en la voz de Weisz, lo habia oido antes, y siempre precedia a preguntas que tenian que ver con su profesion.

– ?Ah, si? ?De que se trata?

Weisz le expuso una version reducida del ataque de la OVRA al comite del Liberazione: el asesinato de Bottini, el interrogatorio a Veronique, la perdida del empleo de Salamone, su propia experiencia en la plaza de la Concordia.

Kolb sabia de sobra de que le estaba hablando.

– ?Que quiere? -repuso.

– ?Puede ayudarnos?

– Yo no -nego Kolb-. No tomo esa clase de decisiones, tendria que preguntarselo al senor Brown, que a su vez tendria que preguntarselo a otro, y creo que la respuesta final seria «no».

– ?Esta seguro?

– Bastante. Nuestro cometido siempre se lleva a cabo discretamente, uno hace lo que tiene que hacer y luego se desvanece en la noche. No estamos en Paris para enzarzarnos en una pelea con otro servicio. Mal asunto, Weisz, no es la forma de hacer este trabajo.

– Pero ustedes luchan contra Mussolini. Sin duda el gobierno britanico esta en contra de el.

– ?Que le hace suponer eso?

– Por ustedes se esta escribiendo un libro antifascista. Han creado un heroe de la oposicion, y eso no va a desvanecerse en la noche.

A Kolb le divertia aquello.

– Escrito, si. Publicado, ya veremos. No poseo informacion detallada, pero le apostaria diez francos a que los diplomaticos se estan esforzando por poner de nuestro lado a Mussolini, como la ultima vez, como en 1915. Si eso no funciona, tal vez lo ataquemos, y ese sera el momento en que aparecera el libro.

– De todas formas, pase lo que pase politicamente, querran contar con el apoyo de los emigrados.

– Siempre es bueno tener amigos, pero no constituyen el elemento crucial, ni por asomo. El nuestro es un servicio tradicional, y operamos basandonos en supuestos clasicos, lo que quiere decir que nos centramos en las tres «ces»: corona, capital y clero. Ahi es donde reside la influencia. Un Estado cambia de bando cuando el dirigente, el rey, el primer ministro, o comoquiera que guste de llamarse, lo decide. Cuando el dinero, los magnates de la industria y los lideres religiosos -independientemente del dios al que recen- quieren una politica nueva, es cuando cambian las cosas. Los emigrados pueden echar una mano, pero es sabido que son un conazo, cada dia causan un problema distinto. Perdoneme, Weisz, por ser franco, pero lo mismo ocurre con los periodistas. Los periodistas trabajan para otros, para el capital, que es quien les dicta lo que tienen que escribir. Las naciones estan gobernadas por oligarquias, por quienquiera que sea poderoso, y ahi es donde volcara sus recursos cualquier servicio, y eso es lo que estamos haciendo en Italia.

A Weisz no se le daba muy bien ocultar sus reacciones, y Kolb vio lo que sentia.

– ?Acaso le estoy contando algo que no supiera ya?

– No, todo tiene sentido, pero no sabemos adonde acudir, y vamos a perder el periodico.

La musica ceso, era hora de que los Wienerwald Companions se tomaran un respiro. El bateria se enjugo el rostro con un panuelo, el violinista encendio otro cigarrillo. Ferrara y su pareja se dirigieron al bar y esperaron a que les sirvieran.

– Mire -repuso Kolb-, esta trabajando de firme para nosotros, despreocupese del dinero. Brown aprecia lo que esta haciendo, por eso se le ha invitado a pasar una noche en grande. Naturalmente esto no significa que vaya a meternos en una guerra con los italianos, por cierto, esta conversacion nunca ha tenido lugar, pero tal vez, si nos ofrece algo a cambio, podamos hablar con alguno de los servicios franceses.

Ferrara y su nueva amiga se acercaron a la mesa, en la mano un coctel de champan. Weisz se puso en pie para ofrecerle su silla, pero ella rehuso y se sento en las rodillas de Ferrara.

– Hola a todos -saludo-. Soy Irina. -Tenia un fuerte acento ruso.

Despues hizo caso omiso de ellos y empezo a moverse en el regazo de Ferrara, jugueteando con su cabello, soltando risitas y dando la nota, susurrandole al oido en respuesta a lo que quiera que el le estuviese diciendo. Al cabo Ferrara le dijo a Kolb:

– No se preocupe por mi. -Y a Weisz-: Te veo manana por la noche.

– Podemos llevarlo en taxi donde nos diga -ofrecio Kolb.

Ferrara sonrio.

– No se preocupe. Sabre llegar solo a casa.

A los pocos minutos se fueron, Irina colgada de su brazo. Kolb les dio las buenas noches y les concedio unos minutos, los suficientes para que ella se vistiera. Consulto el reloj y se levanto dispuesto a marcharse.

– Hay noches que… -observo, lanzando un suspiro, y se detuvo ahi.

Weisz se percato de que aquello no le agradaba: ahora tendria que pasarse horas, probablemente hasta el alba, sentado en el asiento trasero del taxi vigilando un portal solo Dios sabia donde.

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