– Pero no es un periodico comunista. Eso es lo que me han dicho.

– Entonces ?de quien es?

– De los GL, dicen que es su diario. -Dejo un seis de copas con cautela.

– ?Estas seguro de que quieres hacer eso? -se cercioro el camarero.

Gennaro asintio, y el camarero hizo baza con una sota de espadas.

– ?Quien sabe? -aventuro el revisor-. Para mi esos politicos son todos iguales. Lo unico que hacen es discutir, no les gusta esto, no les gusta lo otro. Va Napoli, es lo que yo les digo. -Marchaos a Napoles, o sea, id a tomar por el culo.

El camarero dio cartas.

– A lo mejor esta en el equipaje -conjeturo el camarero-. Podriamos estar jugando encima de esos periodicos.

Gennaro echo un vistazo a su alrededor, a los baules y maletas que habia amontonados.

– Los registran en la frontera -contesto.

– Cierto -aseguro el revisor-. Ese no es tu trabajo. No pueden esperar que tu lo hagas todo.

– La verdad, nos habriamos fijado en un fardo de periodicos atado con una cuerda -comento el mozo-. Seguro.

– Y nunca lo habeis visto, ?no? Estais seguros.

– Hemos visto un monton de cosas en este tren, pero eso nunca.

– ?Y tu? -le dijo Gennaro al revisor.

– No recuerdo haberlo visto. Una vez vi un cerdo en una caja, ?os acordais?

El camarero se echo a reir, se tapo la nariz con el pulgar y el indice y contesto:

– ?Aghh!

– Y a veces suben un muerto, en un ataud -anadio el revisor-. Quiza debieras buscar ahi.

– Si, un muerto leyendo un periodico, Gennaro -observo el camarero-. Te darian una medalla.

Todos rompieron a reir y siguieron jugando a las cartas.

El 19 de mayo un informador en Berlin, un telefonista del Hotel Kaiserhof, le conto a Eric Wolf, de la agencia Reuters, que se estaban llevando a cabo preparativos para que el conde Ciano, el ministro de Asuntos Exteriores de Italia, visitara Berlin. Se habian reservado habitaciones para funcionarios extranjeros y cronistas de la agencia Stefany, la agencia de noticias italiana. Un agente de viajes de Roma, que esperaba para hablar con alguien en recepcion, le habia contado al telefonista lo que pasaba.

A las once de la manana Delahanty llamo a Weisz a su despacho.

– ?Que tienes entre manos? -quiso saber.

– Bobo, el perro que habla en St. Denis. Acabo de volver.

– Y ?habla?

– Dice -Weisz ahueco la voz hasta emitir un grave grunido y ladro-: «Bonjour» y «ca va».

– ?De veras?

– Mas o menos, si escuchas con atencion. El dueno trabajaba en el circo. Es un perro muy mono, de raza mil leches, mugriento, quedara estupendamente en la foto.

Delahanty meneo la cabeza fingiendo desesperacion.

– Puede que haya noticias mas importantes. Eric Wolf ha cablegrafiado a la central de Londres y nos han llamado: Ciano va a ir a Berlin con un gran sequito, y la agencia Stefany estara presente. Una visita oficial, no solo negociaciones, y, a juzgar por lo que hemos oido, un acontecimiento de suma importancia, un tratado llamado el Pacto de Acero.

Tras unos instantes Weisz repuso:

– Asi que es eso.

– Si, al parecer han terminado de hablar. Mussolini va a firmar con Hitler. -La guerra, mientras Weisz estaba sentado en el sucio despacho, habia avanzado un paso-. Tendras que ir a casa a hacer la maleta, luego iras a Le Bourget, desde donde saldras en avion. El billete te llegara al hotel por un correo. El vuelo es a la una y media.

– ?Nos olvidamos de Bobo?

Delahanty parecia en un aprieto.

– No, dejale el puto perro a Woodley, que use tus notas. Lo que Londres quiere de ti es la opinion italiana, el punto de vista de la oposicion. En otras palabras, monta el circo si se trata de lo que creemos, arma un follon de dos pares de narices, lo que sea. Son malas noticias para Gran Bretana y para todos nuestros suscriptores, y asi lo tienes que decir.

Camino del metro, Weisz se paso por la American Express y le envio un mensaje a Christa a su oficina de Berlin. «Salgo de Paris hoy envia correo tia Magda espero verla esta noche Hans.» Magda era uno de los lebreles, Christa lo entenderia.

Weisz llego al Dauphine a los veinte minutos y pregunto en recepcion, pero su billete aun no estaba. Se sentia muy agitado cuando subio las escaleras deprisa y corriendo, la cabeza en mil cosas, que si aqui, que si alla. Se dio cuenta de que, en el club nocturno, Kolb habia pecado de optimista: los diplomaticos britanicos habian fallado y habian perdido a Mussolini como aliado, lo cual, en opinion de Weisz, era una pena, pues ahora su pais se encontraba en verdadero peligro y sufriria. Y, si los acontecimientos se desarrollaban como el pensaba, Italia se veria obligada a entrar en guerra, una guerra que acabaria mal. Con todo, por extrano que fuera el discurrir de la vida, la explosion politica que se avecinaba significaba que el Liberazione, su guerra, tal vez pudiera salvarse. Una visita a Pompon y la maquinaria de la Surete se pondria en marcha, ya que una operacion italiana, pronto una operacion enemiga, seria vista desde un prisma completamente distinto, y lo que ocurriera a continuacion escaparia con mucho a los esfuerzos de un detective adormilado de la Prefecture.

Pero para Weisz tambien significaba mucho mas que todo eso. Mientras subia la escalera los asuntos de Estado se iban desvaneciendo como el humo, sustituidos por visiones de lo que pasaria cuando Christa entrara en su habitacion. Tenia la imaginacion desbordada, primero esto y luego lo otro. No, al reves. Era cruel sentirse feliz esa manana, pero no podia evitarlo. Si el mundo insistia en irse al diablo, por mucho que el, que otro, intentara hacer, esa noche el y Christa robarian unas cuantas horas a la vida en su mundo privado. La ultima oportunidad, quiza, pues el otro mundo no tardaria en ir en su busca, y Weisz lo sabia.

Sin aliento debido a los cuatro pisos, Weisz se detuvo en la puerta al oir unos pasos por la escalera. ?Seria el portero del hotel, con su billete de avion? No, los pasos eran firmes y resueltos. Weisz espero y vio que no se equivocaba, no era el portero, sino el nuevo inquilino, que venia por el pasillo.

Weisz ya lo habia visto dos dias antes, pero no reparo mucho en el, no sabria decir exactamente por que. Era un tipo corpulento, alto y gordo, que llevaba un impermeable y un sombrero de fieltro negro. Su rostro, moreno, tosco, reservado, le recordo a Weisz el sur de Italia. Era la clase de rostro que se veia alli. ?Seria italiano? Weisz lo ignoraba. Lo saludo la primera vez que coincidieron en el vestibulo, pero su respuesta fue solo un brusco movimiento de cabeza. No dijo nada. Y ahora, curiosamente, hizo lo mismo.

En fin, hay gente para todo. Una vez en la habitacion, Weisz saco la maleta del armario y, con la facilidad propia del viajero experimentado, se puso a doblar y hacer el equipaje. Ropa interior y calcetines, una camisa de mas… ?un viaje de dos dias? Mejor tres, penso. ?Jersey? No. Pantalones de franela gris, lo cual convertia la chaqueta del traje en una americana de sport, o al menos eso le gustaba creer. En un neceser de piel, cepillo de dientes, dentifrico… ?habia bastante? Si. Navaja de afeitar pasada de moda, la llamada verduguillo, que en su dia fue de su padre y que el habia conservado durante todos esos anos. Jabon de afeitar. La colonia Chipre, con aroma a cipres. Christa dijo que era agradable. ?Se echaba algo para el viaje? No, ella no estaria en el aeropuerto, asi que ?por que oler bien para el Kontrol de la aduana?

Llamaron a la puerta. Ah, el billete. Salio al descansillo, pero no se encontro con el portero, sino con el nuevo inquilino, el sombrero puesto, una mano en el bolsillo del impermeable. Se quedo mirando a Weisz fijamente y despues echo un vistazo al cuarto. A Weisz se le paro el corazon. Retrocedio medio paso y dijo sin resuello: «Disculpe.» Dejo pasar al hombre y fue hacia la escalera mientras decia:

– ?Bertrand?

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