11 de mayo. Salamone convoco una reunion del comite de redaccion a mediodia. Cuando Weisz llego, subiendo la calle a la carrera, vio a Salamone y a otros cuantos giellisti en silencio ante el Cafe Europa. ?Por que? ?Estaba cerrado? Cuando se acerco a ellos vio la razon. Unas tablas claveteadas en la puerta obstruian la entrada. Dentro, estantes de botellas rotas se alzaban por encima de la barra, frente a una pared carbonizada. El techo estaba negro, al igual que las mesas y las sillas, tiradas de cualquier modo por el suelo de baldosas, entre charcos de agua negra. El olor amargo a fuego extinguido, a yeso y pintura quemados, flotaba en el aire de la calle.

Salamone no hizo comentario alguno. Su rostro lo decia todo. El resto, las manos en los bolsillos, recibio a Weisz con un saludo apagado. Al cabo Salamone dijo:

– Supongo que tendremos que reunimos en otra parte.

Pero su voz sono baja y tenia un deje de frustracion.

– Quiza en la cafeteria de la estacion, en la Gare du Nord -propuso el benefactor.

– Buena idea -alabo Weisz-. Solo esta a unos minutos andando.

Pusieron rumbo a la estacion y entraron en la abarrotada cafeteria. El camarero era servicial, les asigno una mesa para cinco, pero habia gente alrededor y muchos miraron cuando el triste grupito se acomodo y pidio cafe.

– No es un sitio muy tranquilo para hablar -comento Salamone-. Aunque tampoco creo que haya mucho que decir.

– ?Estas seguro, Arturo? -pregunto el profesor de Siena-. Es decir, impresiona ver algo asi. No creo que fuera un accidente.

– No, no fue un accidente -corroboro Elena.

– Quiza no sea el momento apropiado para tomar decisiones -apunto el benefactor-. ?Por que no esperamos un dia o dos a ver?

– Me gustaria mostrarme conforme -contesto Salamone-, pero esto ya se ha prolongado bastante.

– ?Donde esta todo el mundo? -quiso saber Elena.

– Ese es el problema, Elena -replico Salamone-. Ayer hable con el abogado. No renuncio, oficialmente, pero cuando llame por telefono me dijo que habian entrado a robar en su apartamento. Un lio de narices. Se pasaron toda la noche intentando limpiarlo, lo habian tirado todo por el suelo, habia vasos y platos rotos.

– ?Llamo a la policia? -se intereso el profesor sienes.

– Si. Dijeron que esas cosas pasan a todas horas. Le pidieron una lista de los objetos robados.

– ?Y nuestro amigo de Venecia?

– No se -reconocio Salamone-. Dijo que vendria, pero no se ha presentado, asi que ahora solo quedamos nosotros cinco.

– Con eso basta -aseguro Elena.

– Creo que hemos de posponer el proximo numero -afirmo Weisz para evitar que tuviera que decirlo Salamone.

– Y darles lo que quieren -observo Elena.

– La verdad es que no podemos seguir hasta que demos con la manera de contraatacar, y hasta ahora a nadie se le ha ocurrido como hacerlo -opino Salamone-. Suponiendo que algun detective de la Prefecture accediera a encargarse del caso, ?que pasaria? ?Asignaria a veinte hombres para vigilarnos a todos nosotros? ?Dia y noche? ?Hasta que cogieran a alguien? Eso no va a pasar, y la OVRA lo sabe perfectamente.

– Entonces ?es el fin? -pregunto el profesor de Siena.

– Es un aplazamiento -corrigio Salamone-. Que tal vez sea una palabra mas agradable que «fin». Sugiero que dejemos pasar un mes, que esperemos hasta junio, antes de reunirnos de nuevo. Elena, ?estas de acuerdo?

Esta se encogio de hombros para no tener que pronunciar las palabras.

– ?Sergio?

– Conforme -repuso el benefactor.

– ?Zerba?

– Yo lo que diga el comite -contesto el profesor de Siena.

– ?Carlo?

– Esperaremos a junio -fue la respuesta de Weisz.

– Muy bien, por unanimidad.

En un informe destinado a la OVRA que entrego en Paris al dia siguiente, el agente 207 informo puntualmente de la decision y el voto del comite. Lo cual significaba, para la direccion de la Pubblica Sicurezza en Roma, que la operacion aun no estaba concluida. Su objetivo era acabar con el Liberazione -no posponer su publicacion- y dar ejemplo, hacer que los otros, comunistas, socialistas, catolicos, vieran lo que les ocurria a quienes osaban enfrentarse al fascismo. Ademas, creian firmemente en el proverbio ingles del siglo XVII, acunado en la guerra civil, que decia: «El que desenfunda su espada contra el principe no puede devolverla a la vaina.» Ateniendose a tal criterio, decidieron que la operacion de Paris, tal como estaba prevista, con fechas, objetivos y acciones, seguiria en marcha.

El revisor del expreso de las 7:15 Paris-Genova fue contactado el 14 de mayo. Despues de que el tren saliera de la estacion de Lyon, los pasajeros dormian o leian o veian pasar por la ventanilla los campos en primavera, y el revisor se dirigio al furgon de equipajes, donde se topo con dos amigos, un camarero del vagon restaurante y un mozo del coche cama, que jugaban mano a mano a la scopa, con un pequeno baul a modo de mesa. «?Juegas?», le pregunto el camarero. El revisor dijo que si y dieron cartas.

Estuvieron jugando un rato, chismorreando y bromeando, hasta que el sonido del tren, el ritmo de la locomotora y de las ruedas aumentaron bruscamente cuando se abrio la puerta del vagon. Alzaron la vista y vieron a un inspector uniformado de la Milizia Ferroviaria, la policia del ferrocarril, llamado Gennaro, un tipo al que conocian desde hacia anos.

La policia ferroviaria era la manera que tenia Mussolini de mantener su logro mas destacado: que los trenes fueran puntuales. Era el resultado de un energico esfuerzo realizado a principios de los anos veinte, despues de que un tren que se dirigia a Turin llegara con cuatrocientas horas de retraso. Un poco demasiado tarde. Pero de eso hacia mucho, eran los tiempos en que Italia parecia seguir a Rusia en el camino del bolchevismo, y los trenes se detenian durante largos periodos para que los trabajadores del ferrocarril pudieran participar en mitines politicos. Aquellos dias habian terminado, pero la Milizia Ferroviaria continuaba en los trenes, ahora para investigar delitos contra el regimen.

– Gennaro, ven a jugar a la scopa -le propuso el camarero, y el inspector arrimo una maleta al baul.

Repartieron de nuevo y comenzaron otra partida.

– Dime -le espeto Gennaro al revisor-, ?has visto alguna vez a alguien en este tren con uno de esos periodicos clandestinos?

– ?Periodicos clandestinos?

– Venga, sabes de sobra a que me refiero.

– ?En este tren? ?Quieres decir a un pasajero leyendolo?

– No. A alguien que los lleva a Genova. En un fardo, quiza.

– Yo no. ?Tu has visto algo? -le pregunto al camarero.

– No, nunca.

– ?Y tu? -le dijo al mozo.

– No, yo tampoco. Claro que si son los comunistas jamas te enterarias, lo harian de alguna forma secreta.

– Cierto -admitio el revisor-. Tal vez debieras buscar a los comunistas.

– ?Estan en este tren?

– ?En este tren? No, no, para nada. Con esa gente no hay forma de hablar.

– Entonces crees que son los comunistas -insistio Gennaro.

El camarero jugo un tres de copas, el revisor respondio con un seis de oros y el mozo exclamo:

– ?Aja!

Gennaro clavo la vista en sus cartas un instante y luego repuso:

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