– Hola, soy Elena.

– ?Donde estas?

– En un cafe. En las galerias no nos dejan hacer llamadas personales.

– Bueno, los llame y, hagan lo que hagan, no venden fotografias ni creo que acepten encargos.

– Bien, aclarado. Lo siguiente que hemos de hacer es ver a Salamone.

– Elena, solo hace unos dias que salio del hospital.

– Es verdad, pero imagina lo que pensara cuando se entere de lo que estamos haciendo.

– Si, supongo que tienes razon.

– Sabes que si. Sigue siendo el jefe, Carlo, no puedes avergonzarlo.

– De acuerdo. ?Podemos vernos esta noche? ?A las once? No puedo faltar otro dia al otro… al otro trabajo que tengo.

– ?Donde quedamos?

– No se. Llamare a Arturo y le preguntare como quiere hacerlo. ?Puedes llamarme luego? ?Te llamo yo?

– No, no me llames. Te llamare yo despues del trabajo. Salgo a las seis.

Weisz se despidio, colgo y marco el numero de Salamone.

En el Hotel Tournon el coronel Ferrara era un hombre nuevo. Sonriente y relajado, vivia en un mundo mejor y disfrutaba de su existencia en el. El libro habia llegado a Espana, y Weisz le insistia al coronel para que le facilitara detalles del combate. Lo que era normal y corriente para Ferrara -emboscadas nocturnas, disparos al amparo de una tapia de piedra, duelos de ametralladoras- seria emocionante para el lector. Se podia invocar la lucha por la democracia, pero las balas y las bombas, el jugarse la vida, eran el no va mas del idealismo.

– Entonces ?tomasteis el colegio? -quiso saber Weisz.

– Tomamos los dos primeros pisos, pero los nacionales mantenian el control de la ultima planta y la azotea, y no tenian intencion de rendirse. Subimos las escaleras y lanzamos granadas de mano al descansillo. Nos cayo encima el enlucido y un soldado muerto. Se oian gritos, ordenes, los proyectiles rebotaban en todas partes…

– Las balas silbaban…

– Si, claro. Es una situacion muy peligrosa, a nadie le gusta.

Weisz le daba a la maquina de escribir con ganas.

Una sesion muy provechosa: la mayor parte de lo que contaba Ferrara podia ir directa a la imprenta. Cuando casi habian terminado, Ferrara, que seguia contando detalles de aquel combate, se cambio de camisa y se peino el cabello cuidadosamente ante el espejo.

– ?Vas a salir? -se intereso Weisz.

– Si, lo de siempre. Iremos a tomar algo y luego a su habitacion.

– ?Aun esta en el club?

– Ah, no. Ha encontrado otra cosa, en un restaurante ruso. Musica gitana y un portero cosaco. ?Por que no te vienes? Puede que Irina tenga una amiga.

– No, esta noche no -rehuso Weisz.

Kolb llego casi al final y, cuando Ferrara salio corriendo, le pidio a Weisz que se quedara unos minutos.

– ?Como va eso? -quiso saber.

– Como puede comprobar -replico Weisz, senalando las paginas que habian completado esa noche-. Ahora estamos con las escenas belicas de Espana.

– Bien -aprobo Kolb-. El senor Brown y sus colegas han ido leyendo lo que hay escrito y estan encantados con como avanza, pero me han pedido que le sugiera que haga hincapie, incluso en lo que lleva escrito, en el papel que desempeno Alemania en Espana. La Legion Condor: pilotos bombardeando Guernica por la manana y jugando al golf por la tarde. Creo que usted sabe lo que quieren.

«Asi que -penso Weisz- el Pacto de Acero ha surtido efecto.»

– Lo se. E imagino que querran mas sobre los italianos.

– Les esta leyendo el pensamiento -respondio Kolb-. Mas sobre esa alianza, lo que ocurre cuando uno se acuesta con los nazis. Pobres chiquillos italianos asesinados, Camisas Negras pavoneandose en los bares. Todo lo que recuerde Ferrara. Y lo que no recuerde lo inventa usted.

– Conozco bien el pano -afirmo Weisz-. De cuando estuve alli.

– Estupendo. No sea parco en detalles. Cuanto peor, mejor, ?comprendido?

Weisz se levanto y se puso la chaqueta: aun tenia por delante su propia reunion, bastante menos atractiva.

– Una cosa mas antes de que se vaya -comento Kolb-. Les preocupa esta aventura de Ferrara con la chica rusa.

– ?Y?

– No estan muy seguros de quien es. Ya sabe lo que se cuece ahi fuera, hay femmes galantes -la expresion francesa para las espias- detras de cada cortina. El senor Brown y sus amigos estan muy preocupados, no quieren que entre en contacto con los servicios de espionaje sovieticos. Ya sabe como son estas chicas -Kolb puso voz de pito para imitar a una mujer-: «Ah, este es mi amigo Igor, es muy divertido.»

Weisz miro a Kolb como diciendo: «?Quien engana a quien?»

– No va a dejarlo por si ha conocido a la rusa que no debia. Podria perfectamente estar enamorado o a punto de estarlo.

– ?Enamorado? Claro, ?por que no? Todos necesitamos a alguien. Pero tal vez ella no sea el alguien adecuado, y usted es quien puede hablar con el del tema.

– Lo unico que conseguira es cabrearlo, Kolb. Y no la dejara.

– Naturalmente que no. Puede que ella le guste, quien sabe, pero sin duda lo que le gusta es tirarsela. De todas formas, lo unico que piden es que saque el tema, sin mas, por que no. No me deje mal, permitame hacer mi trabajo.

– Si le hace feliz…

– Les hara felices a ellos… Al menos, si algo sale mal, lo habran intentado. Y hacerlos felices justo ahora no le vendra nada mal a ninguno de ustedes. Se estan planteando el futuro, el futuro de Ferrara y el suyo. Y sera mejor si piensan cosas buenas. Creame, Weisz, se lo que me digo.

La reunion de las once de la noche con Salamone y Elena se celebro en el Renault de Salamone. Este paso a recoger a Weisz por su hotel y se detuvo frente al edificio -no muy lejos de las galerias- donde Elena tenia alquilada una habitacion en un piso. Luego reanudo la marcha, sin rumbo, callejeando por el noveno, pero, como Weisz pudo observar, siempre hacia el este.

Weisz, en el asiento de atras, se inclino y dijo:

– Deja que te de algo de dinero para gasolina.

– Eres muy amable, pero no, gracias. Sergio esta siendo mas generoso que nunca, envio un correo a casa con un sobre.

– ?A tu mujer no le importa que salgas a estas horas? -Weisz conocia a la signora Salamone.

– Vaya si le importa. Pero sabe lo que le pasa a la gente como yo: si te quedas en casa, si abandonas el mundo, te mueres. Asi que me lanzo una mirada asesina, me dijo que mas me valia tener cuidado y me obligo a ponerme este sombrero.

– Es tan emigrada como nosotros -tercio Elena.

– Cierto, pero… En fin, queria deciros que he llamado a todo el comite. A todos salvo al abogado, no he podido dar con el. De todas formas fui bastante cauteloso. Lo unico que dije es que tenemos nueva informacion sobre los ataques, y que puede que necesitemos ayuda los proximos dias. No te mencione a ti, Elena, ni tampoco lo sucedido. A saber quien anda escuchando los telefonos.

– Mejor -aprobo Weisz.

– Solo estaba siendo cuidadoso, eso es todo.

Salamone enfilo la rue La Fayette, hacia el bulevar Magenta, luego torcio a la derecha y se metio por el bulevar Estrasburgo. Oscuro y casi desierto; persianas metalicas delante de los escaparates, un grupo de hombres merodeando en una esquina, y un cafe abarrotado y lleno de humo, iluminado unicamente por una luz azul que colgaba sobre la barra.

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