– En fin, esperamos ver muchos numeros mas.

– ?Ah, si?

– Si. Auguramos un futuro brillante al Liberazione.

La voz de Lane acaricio la palabra como si fuera el titulo de una opera.

– Tal como andan las cosas en este momento, la verdad es que no existe, ya no.

Si algo hacia bien el rostro de Lane era reflejar «decepcion».

– No, no, no; no diga esas cosas, debe continuar.

El debe servia para expresar una idea doble: es necesario y es imprescindible… si no…

– Nos han estado acosando -explico Weisz-. Creemos que la OVRA, y hemos tenido que suspender su publicacion.

Lane dio un sorbo a su whisky.

– Pues tendran que reanudarla, ahora que Mussolini se ha pasado al otro bando. ?A que se refiere con acosando?

– Un asesinato, ataques a miembros del comite, problemas en el trabajo, un incendio posiblemente intencionado, un robo.

– ?Han acudido a la policia?

– Aun no, pero puede que lo hagamos, lo estamos sopesando.

Lane asintio categoricamente: «Buen muchacho.»

– No lo pueden dejar morir sin mas, senor Weisz, sencillamente es demasiado bueno. Y tenemos razones para pensar que tambien es eficaz. En Italia la gente habla de el. Nos consta. Bueno, nosotros podriamos echarles una mano, con la policia, pero deberian intentarlo por su cuenta. A tenor de la experiencia es lo mejor. De hecho, su Liberazione deberia ser mas amplio y tener mas lectores, y a ese respecto si podemos hacer algo. Digame, ?cuales son sus canales de distribucion?

Weisz se paro a pensar un instante en la manera de describirlo.

– Desde 1933, cuando el comite de redaccion del Giustizia e Liberta trabajaba en Italia, nunca ha habido una estructura como tal. Es… en fin, crecio por si solo. Primero habia un unico camionero en Genova, luego otro, un amigo del primero, que iba a Milan. No se trata de una piramide con un emigrado parisino en el vertice, es solo gente que se conoce entre si y desea tomar parte, hacer algo, lo que puede, para enfrentarse al regimen fascista. No somos comunistas, no estamos organizados en celulas, con disciplina. Contamos con un impresor en Milan que entrega paquetes de periodicos a tres o cuatro amigos, y estos los distribuyen entre sus amigos. Uno coge diez, otro veinte. Y se va distribuyendo.

Lane estaba encantado y lo demostro:

– ?Bendito caos! -exclamo-. Bendita anarquia italiana. Espero que no le importe que se lo diga.

Weisz se encogio de hombros.

– No me importa, la verdad. En mi pais no nos gustan los jefes, es nuestra forma de ser.»

– ?Y su tirada…?

– Unos dos mil.

– Los comunistas sacan veinte mil.

– Desconocia la cifra, suponia que era mayor, pero a ellos los arrestan mas que a nosotros.

– Comprendo. No podemos dejar que eso pase en exceso. ?Lectores?

– Quien sabe. A veces uno por periodico, otras veces veinte. Seria imposible hacer una conjetura, pero se comparten, no se tiran: lo pedimos en la misma cabecera.

– ?Podria decirse que veinte mil?

– ?Por que no? Es posible. El periodico se deja en los bancos de las salas de espera de las estaciones de ferrocarril y en los trenes. En infinidad de lugares publicos.

– ?Y la informacion? Si me permite la pregunta.

– Del correo, de boca de nuevos emigrados, de chismes y rumores.

– Naturalmente. La informacion posee vida propia, lo sabemos de sobra, para bien y, en ocasiones, para mal.

Weisz asintio comprensivo.

– ?Que tal su whisky?

Weisz bajo la mirada y vio que casi se lo habia terminado.

– Deje que le ponga otro. -Lane se puso en pie, se dirigio hacia un mueble bar que habia junto a la puerta y sirvio otras dos copas. Cuando volvio dijo-: Me alegro de que hayamos tenido oportunidad de charlar. Tenemos planes para usted, en Londres, pero queria ver con quien estabamos trabajando.

– ?Que clase de planes, senor Lane?

– Bueno, lo que le he comentado. Mas amplio, mejor distribucion, mas lectores, muchos mas. Y creo que podriamos ayudarlos, de vez en cuando, con la informacion. Se nos da bien. Ah, por cierto, ?que hay del papel?

– Imprimimos en un diario de Genova y nuestro impresor, ya sabe, mas de lo mismo, se las arregla, un amigo en la oficina, o tal vez la cuenta de las resmas de papel no se llevan debidamente.

De nuevo Lane se mostro encantado y rompio a reir:

– Italia fascista -dijo, meneando la cabeza ante lo absurdo de la idea-. ?Como diablos…?

Al igual que el resto del mundo, Weisz tenia sus noches malas: que si un amor frustrado, el estado del mundo, el dinero… pero esta era, con mucho, la peor: horas lentas, mirando el techo de la habitacion de un hotel. El dia anterior se habria sentido entusiasmado con aquella reunion con el senor Lane: un giro de la fortuna en la guerra que libraba. ?Buenas noticias! ?Un inversor! Su pequena empresa le interesaba a uno de los grandes. Pero era posible que al final la noticia no fuese tan buena, y Weisz lo sabia. Sin embargo ?en que punto se hallaban? No cabia duda de que aquello era un acontecimiento, un repentino golpe de suerte, y Weisz era de los que aceptaban los desafios, aunque ahora lo unico en lo que podia pensar era en Christa. En Berlin. En una celda. Siendo interrogada.

El miedo y la rabia se apoderaron de el, primero el uno y luego la otra. Odiaba a los captores de Christa, se lo haria pagar caro, pero ?como localizarla? ?Como averiguar que habia sido de ella? ?Que podia hacer para salvarla? ?Estaba aun a tiempo? No, era demasiado tarde. ?Podia ir a Berlin? ?Podia ayudarlo Delahanty? ?La direccion de Reuters? Necesitaba desesperadamente echar mano de los poderosos, pero solo se le ocurria una fuente: el senor Lane. ?Lo ayudaria? No si se trataba de un favor. Lane venia a ser un alto ejecutivo, y compartia con los de su mundo un tremendo talento para gafarse de los problemas, Weisz lo habia notado. Su objetivo en el mar en que nadaba eran los logros, los exitos. No se le podia rogar, solo se le podia obligar, obligar a negociar para conseguir lo que queria, ?Negociaria?

Weisz se planteo tocar el tema, pero se contuvo. Necesitaba tiempo para pensar, para dar con la forma de hacerlo. Sabia perfectamente con quien estaba tratando: un hombre cuyo trabajo era, esa semana, difundir periodicos clandestinos en un pais enemigo. ?Se lo pediria unicamente a Weisz? ?Solo al Liberazione? ?A quien mas habria visto esa noche? ?A que otros diarios de emigrados se habria dirigido? No, penso Weisz, mejor dejarlo ganar, dejar que se fuera a casa satisfecho. Y luego atacar. Sabia que solo podria lanzar una ofensiva, asi que tenia que funcionar. Y, como buen ejecutivo, lo cierto es que Lane no le habia planteado la pregunta crucial: ?Querra usted hacerlo? Evitando asi la embarazosa respuesta que no deseaba oir. No, se lo pediria a Brown. Si, al senor Brown.

Esa noche Weisz no durmio, no se quito la ropa, tan solo dio alguna que otra cabezada hacia el amanecer, finalmente exhausto. Luego, otra manana de junio como llovida del cielo, fue a trabajar temprano y llamo a Pompon, que no estaba, pero le devolvio la llamada una hora mas tarde. Quedaron en verse despues del trabajo, en el ministerio del Interior.

Aun no habia oscurecido del todo cuando Weisz llego a la rue des Saussaies. El vasto edificio llenaba el cielo, los hombres con maletines entrando y saliendo por su sombra sin parar. Igual que la vez anterior, lo condujeron a la sala 10: una mesa alargada, unas cuantas sillas, una alta ventana tras una reja, el aire viciado, con un fuerte olor a pintura y humo de cigarrillo. El inspector Pompon lo estaba esperando, acompanado de su colega de mayor

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