Weisz encendio un cigarrillo y se retrepo en la silla. Ferrara se situo a su espalda y leyo el texto.

– Me gusta -aseguro-. Entonces ?hemos terminado?

– Querran hacer cambios -respondio Weisz-. Pero han estado leyendo las paginas regularmente, asi que yo diria que es mas o menos lo que quieren.

Ferrara le dio unas palmaditas en el hombro.

– Jamas pense que escribiria un libro.

– Pues ya lo has hecho.

– Deberiamos tomar una copa para celebrarlo.

– Tal vez lo hagamos, cuando aparezca Kolb.

Ferrara consulto el reloj, nuevo, de oro y muy lujoso.

– Suele venir a las once.

Bajaron al cafe, situado por debajo del nivel de la calle, en su dia el sotano del Tournon. Estaba oscuro y casi vacio, tan solo un cliente con media copa de vino junto al codo que escribia en unas hojas de papel amarillo.

– Siempre esta aqui -comento Ferrara.

Pidieron dos conacs en la barra y se sentaron a una de las maltrechas mesas, la madera manchada y marcada por quemaduras de cigarrillo.

– ?Que haras ahora que el libro esta terminado? -se intereso Weisz.

– Quien sabe. Quieren que vaya por ahi a dar charlas, despues de que se publique el libro. A Inglaterra, quiza a America.

– Es algo habitual para un libro como este.

– ?Quieres que te diga la verdad, Carlo? ?Guardaras el secreto?

– Adelante. No se lo cuento todo.

– No voy a hacerlo.

– ?No?

– No quiero ser… su soldadito de juguete. No va conmigo.

– No, pero se trata de una buena causa.

– Lo es, pero no para mi. No me veo dando un discurso ante algun grupo religioso…

– ?Entonces?

– Irina y yo nos vamos. Sus padres son emigrados, viven en Belgrado, ella dice que podemos ir alli.

– A Brown no le cae bien, supongo que lo sabes.

– Ella es mi vida. Hacemos el amor toda la noche.

– Bueno, no les gustara.

– Nos vamos a escabullir sin mas. No voy a ir a Inglaterra. Si estalla la guerra, ire a Italia, luchare alli, en las montanas.

Weisz le prometio no contarselo a Kolb ni a Brown, y cuando le deseo buena suerte lo dijo de corazon. Estuvieron bebiendo un rato y luego, justo antes de las once, volvieron a la habitacion que aun seguia llena de humo. Esa noche Kolb fue puntual. Tras releer el final, comento:

– Bonitas palabras. Muy inspiradoras.

– Hagame saber si va a haber algun cambio -comento Weisz.

– La verdad es que tienen mucha prisa, no se que les pasa, pero dudo que vayan a robarle mucho mas tiempo. -Luego su voz se torno confidencial y agrego-: ?Le importaria salir un momento?

En el pasillo, Kolb dijo:

– El senor Brown me ha pedido que le cuente que tenemos noticias sobre su amiga, de nuestra gente en Berlin. No ha sido detenida, aun. Por el momento la estan vigilando. Estrechamente. Me da la impresion de que los nuestros han mantenido las distancias, pero la estan vigilando, los nuestros saben como va. Asi que mantengase alejado de ella y no intente usar el telefono. -Hizo una pausa y continuo, la voz tenida de preocupacion-: Espero que la chica sepa lo que hace.

Por un instante Weisz se quedo sin habla. Por fin logro contestar:

– Gracias.

– Se encuentra en peligro, Weisz, es mejor que lo sepa. Y no estara a salvo hasta que salga de alli.

Durante los dias siguientes, silencio. Fue hasta Le Havre para ocuparse de un trabajo de Reuters, hizo lo que tenia que hacer y regreso. Cada vez que sonaba el telefono de la oficina, cada tarde que se pasaba por la recepcion del Dauphine, concebia unas esperanzas que no tardaban en esfumarse. Lo unico que podia hacer era esperar, y hasta ese momento no se habia dado cuenta de lo mal que se le daba. Pasaba los dias, y sobre todo las noches, preocupado por Christa, por Brown, por su viaje a Italia… y sin poder hacer nada al respecto.

Luego, a ultima hora de la manana del dia catorce, Pompon llamo. Weisz tenia que acudir a la Surete a las tres y media de esa tarde. Asi que de nuevo en la sala 10. Pero esa vez no estaba Pompon, solo Guerin.

– El inspector Pompon ha ido por los expedientes -explico este-. Pero mientras esperamos hay algo que me gustaria dejar claro. Usted no menciono los nombres de su comite de redaccion, y lo respetamos, muy noble por su parte, pero si queremos seguir con la investigacion, tendremos que entrevistarlos para que nos ayuden con las identificaciones. Es por su propio bien, monsieur Weisz, por la seguridad de todos ellos, al igual que por la suya propia. -Le paso a Weisz un bloc y un lapiz-. Por favor -anadio.

Weisz anoto los nombres de Veronique y Elena, y agrego las direcciones de la galeria y de la casa de esta ultima.

– Es con ellas con quienes han establecido contacto -observo Weisz, que ademas preciso que Veronique no tenia nada que ver con el Liberazione.

Pompon aparecio a los pocos minutos con unos expedientes y un abultado sobre de papel manila.

– No lo entretendremos demasiado hoy, solo queremos que eche un vistazo a unas fotografias. Tomese su tiempo, mire bien los rostros y diganos si reconoce a alguno.

Saco del sobre una fotografia de veinte por veinticinco y se la entrego a Weisz. No lo conocia. Un tipo palido, de unos cuarenta anos, complexion robusta, cabello rapado, fotografiado de perfil cuando bajaba por una calle, la instantanea tomada desde cierta distancia. Mientras analizaba la foto vio, en el extremo izquierdo, el portal 62, bulevar Estrasburgo.

– ?Lo reconoce? -pregunto Pompon.

– No, no lo he visto nunca.

– Tal vez de pasada -apunto Guerin-. Por la calle, en alguna parte. ?En el metro?

Weisz se esforzo, pero no recordaba haberlo visto. ?Seria el hombre en el que estaban especialmente interesados?

– Creo que no lo he visto en mi vida -se reafirmo Weisz.

– ?Y a esta?

Una mujer atractiva que pasaba por un puesto en un mercado callejero. Llevaba un traje elegante y un sombrero con ala que ocultaba un lado de su rostro. La habian cogido caminando, probablemente a buen paso, su expresion absorta y resuelta. En la mano izquierda una alianza. El rostro del enemigo. Pero parecia normal y corriente, inmersa en la vida que llevara, la cual, daba la casualidad, incluia trabajar para la policia secreta italiana, cuyo cometido era acabar con determinadas personas.

– No la reconozco -aseguro Weisz.

– ?Y a este tipo?

Esa vez no se trataba de ninguna fotografia clandestina, sino de una foto de archivo: de frente y de perfil, con un numero de identificacion en el pecho, debajo el nombre, «Jozef Vadic». «Joven y brutal», penso Weisz. Un asesino. En sus ojos un gesto desafiante: los policias podian sacarle todas las fotos que quisieran, el haria lo que le diera la gana, lo que tenia que hacer.

– Nunca lo he visto -contesto Weisz-. Y diria que me alegro.

– Cierto -convino Guerin.

A la espera de la siguiente instantanea, Weisz penso: «?Donde esta el tipo que intento entrar en mi habitacion del Dauphine?»

– ?Este? -le pregunto Pompon.

Ese si sabia quien era. Cara picada, bigote a lo Errol Flynn, si bien desde ese angulo no se veia la pluma en la cinta del sombrero. Lo habian fotografiado sentado en una silla en un parque, las piernas cruzadas, perfectamente

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