tranquilo, las manos unidas en el regazo. Esperando, penso Weisz, a que alguien saliera de un edificio o un restaurante. Se le daba bien lo de esperar, sonando despierto, tal vez, con algo de su agrado. Y -recordo las palabras de Veronique- habia algo extrano en su rostro, que bien podia describirse como «petulante y ladino».
– Creo que es el hombre que interrogo a mi amiga, la de la galeria de arte -respondio Weisz.
– Tendra ocasion de identificarlo -aseguro Guerin.
Weisz tambien conocia al siguiente. De nuevo, en la foto aparecia el 62 del bulevar Estrasburgo. Era Zerba, el historiador del arte de Siena. Cabello rubio, bastante apuesto, seguro de si, no excesivamente preocupado por el mundo. Weisz se aseguro. No, no se habia equivocado.
– Este hombre es Michele Zerba -conto Weisz-. Era profesor de Historia del Arte en la Universidad de Siena y emigro a Paris hace unos anos. Forma parte del comite de redaccion del
A Guerin aquello le divertia.
– Deberia ver la cara que ha puesto -comento.
Weisz encendio un cigarrillo y se acerco un cenicero. Era el de un cafe, probablemente del que habia al lado.
– Un espia de la OVRA -apunto Pompon, la voz saboreando la victoria-. ?Como dicen ustedes? ?Un confidente?
Aja.
– «Jamas habria sospechado…» -empezo a decir Guerin como si fuese Weisz.
– No.
– Asi es la vida. -Guerin se encogio de hombros-. Cree que no tiene la pinta.
– ?Es que hay una pinta concreta?
– Para mi, si: con el tiempo uno acaba desarrollando un sexto sentido. Pero, dada su experiencia, para usted diria que no.
– ?Que sera de el?
Guerin se paro a pensar la pregunta.
– Si lo unico que ha hecho es informar sobre los pasos del comite, no gran cosa. La ley que ha infringido, no traicionar a los amigos, no aparece en el codigo penal. No ha hecho mas que ayudar al gobierno de su pais. Tal vez hacerlo en Francia no sea tecnicamente legal, pero no se puede relacionar con el asesinato de madame LaCroix, a menos que alguien hable. Y, creame, esa gente no hablara. En el peor de los casos, lo mandaremos de vuelta a Italia. Con sus amigos. Y ellos le daran una medalla.
– ?Es zeta, e, erre, be, a? -quiso saber Pompon.
– Si.
– ?Siena lleva dos enes? Nunca me acuerdo.
– Una -corrigio Weisz.
Habia otras tres fotografias: una mujer robusta con trenzas rubias a ambos lados de la cabeza, y dos hombres, uno de ellos de aspecto eslavo, el otro mayor, con un bigote blanco y gacho. Weisz no los conocia. Cuando Pompon devolvio las fotografias al sobre, Weisz pregunto:
– ?Que les van a hacer?
– Vigilarlos -aclaro Guerin-. Registrar la oficina de noche. Si los pillamos con documentos, si estan espiando a Francia, iran a la carcel. Pero enviaran a otros, con otra tapadera, en otro distrito. El que se hizo pasar por inspector de la Surete acabara yendo a la carcel, le caeran un ano o dos.
– ?Y Zerba? ?Que hacemos con el?
– ?Nada! -respondio Guerin-. No le digan nada. Acudira a sus reuniones y elaborara sus informes hasta que hayamos terminado con la investigacion. Y, Weisz, hagame un favor: no le peguen un tiro, ?de acuerdo?
– No vamos a pegarle un tiro.
– ?De veras? -se sorprendio Guerin-. Yo lo haria.
Ese mismo dia quedo con Salamone en los jardines del Palais Royal. Era una tarde calida y nublada que amenazaba lluvia. Se encontraban solos, recorriendo los senderos festoneados de parterres y arriates de flores. A Weisz, Salamone se le antojo viejo y cansado. El cuello de la camisa le venia demasiado grande, tenia ojeras y al caminar hundia la punta del paraguas en la gravilla.
Weisz le conto que ese dia le habian pedido que fuera a la Surete.
– Han estado sacando fotos -comento-. Disimuladamente. De la gente que esta relacionada con la Agence Photo-Mondiale. Unas en distintas partes de la ciudad, otras de gente entrando o saliendo del edificio.
– ?Pudiste identificar a alguno?
– Si, a uno. A Zerba.
Salamone se detuvo y se volvio para mirar a Weisz, su expresion una mezcla de asco e incredulidad.
– ?Estas seguro?
– Si, por desgracia.
Salamone se paso una mano por la cara, y Weisz penso que iba a llorar. Luego respiro hondo y espeto:
– Lo sabia.
Weisz no se lo creyo.
– Lo sabia pero no lo sabia. Cuando empezamos a quedar con Elena y con nadie mas fue porque empece a sospechar que uno de nosotros trabajaba para la OVRA. Ocurre en todos los grupos de emigrados.
– No podemos hacer nada -advirtio Weisz-. Eso me han dicho. No podemos decir que lo sabemos. Quiza lo envien de vuelta a Italia.
Reanudaron la marcha, Salamone clavando el paraguas en el sendero.
– Deberia aparecer flotando en el Sena.
– ?Estas dispuesto a hacer eso, Arturo?
– Puede. No se. Probablemente no.
– Si esto termina algun dia y los fascistas se largan, nos ocuparemos de el, en Italia. De todas formas deberiamos celebrarlo, porque esto significa que el
– Tal vez otros.
– Es muy probable. No van a rendirse, pero nosotros tampoco, y ahora nuestras tiradas seran mayores, y la distribucion mas amplia. Tal vez no lo parezca, pero esto es una victoria.
– Conseguida con dinero britanico y sujeta a su presunta ayuda.
Weisz asintio.
– Era inevitable. Somos apatridas, Arturo, eso es lo que pasa. -Durante un rato estuvieron andando en silencio, luego Weisz dijo-: Y me han pedido que vaya a Italia, a organizar la expansion.
– ?Cuando fue eso?
– Hace unos dias.
– Y dijiste que si.
– Si. Tu no puedes ir, asi que tendre que ser yo, y necesitare todo lo que tengas: nombres, direcciones.
– Lo que tengo es un punado de personas en Genova, gente a la que conocia cuando vivia alli, dos o tres consignatarios de buques, trabajabamos en lo mismo, el numero de telefono de Matteo, en el departamento de Impresion de
– Lo se. Solo tendre que hacerlo lo mejor que pueda. Y los britanicos cuentan con sus propios recursos.
– ?Te fias de ellos, Carlo?
– En absoluto.
– Y sin embargo te vas a meter en esto, en un asunto tan peligroso.
– Si.
– Hay confidentes por todas partes, Carlo. Por todas partes.
– Lo se.