– En tu fuero interno, ?crees que vas a volver?
– Lo intentare, pero si no vuelvo, pues no vuelvo.
Salamone fue a responder, pero no lo hizo. Como de costumbre, su rostro era un espeja de lo que sentia: perder a un amigo era la cosa mas triste del mundo. Al poco, pregunto con un suspiro:
– ?Cuando te vas?
– No me diran ni cuando ni como, pero necesitare tu informacion lo antes posible. En el hotel. Hoy, si puedes.
Continuaron hasta la galeria que rodeaba el jardin y se metieron por otro camino. Estuvieron un rato sin decir nada, el silencio interrumpido unicamente por los gorriones y por el sonido de los pasos en la gravilla. Salamone parecia sumido en sus pensamientos, pero, al final, se limito a menear la cabeza muy despacio y musitar, mas para si y para el mundo que para Weisz:
– Esto es una mierda -repuso Weisz-. Sera un buen epitafio.
Se estrecharon la mano y se despidieron. Salamone le deseo buena suerte y echo a andar hacia el metro. Weisz se quedo mirandolo hasta que desaparecio bajo el arco que asomaba a la calle. Tal vez no volviera a ver a Salamone, penso. Permanecio en el jardin un rato, recorriendo los senderos, las manos en los bolsillos de la gabardina. Cuando oyo el golpeteo de las primeras gotas de lluvia penso: «Ya esta», y se resguardo bajo los soportales, ante el escaparate de una sombrereria. Docenas de modelos de lo mas curioso trepando por los percheros: plumas de pavos reales y lentejuelas rojas, lazos de raso, medallones dorados. Las nubes cubrieron el jardin y se fueron dispersando, pero no llovio mas. Y le sorprendio, le sucedia a menudo, lo mucho que le gustaba esa ciudad.
17 de junio, 10:40.
Una ultima reunion con el senor Brown, en el bar de un callejon perdido de Le Marais.
– Se acerca el momento -anuncio Brown-, asi que necesitaremos algunas fotografias de carnet. Dejelas en el Hotel Bristol, manana. -A continuacion le leyo una lista de nombres, numeros y direcciones que Weisz apunto en una libreta. Cuando hubo terminado, le recordo-: Se aprendera todo esto de memoria, naturalmente, y destruira las notas.
Weisz le aseguro que lo haria.
– No llevara encima nada personal, y si tiene ropa comprada en Italia, pongasela. De lo contrario, corte las etiquetas francesas.
Weisz se mostro conforme.
– Lo importante es que lo vean alli, que este en escena en todo momento. Significara mucho para quienes han de realizar el trabajo, poniendose en peligro, que usted tenga el coraje de volver a Italia. En las mismisimas narices del viejo Mussolini, esa clase de cosas. ?Alguna pregunta?
– ?Ha sabido algo mas sobre mi amiga en Berlin?
Esa no era la pregunta que Brown tenia en mente, y se lo dio a entender.
– No se preocupe por eso, se estan ocupando de ello, solo concentrese en lo que tiene que hacer ahora.
– Lo hare.
– La concentracion es importante. Si no es consciente en todo momento de donde esta y con quien, algo podria salir mal. Y no queremos que eso pase, ?verdad?
20 de junio. Hotel Dauphine.
Al amanecer llamaron a la puerta. Weisz grito:
– ?Un minuto!
Se puso unos calzoncillos. Al abrir vio la sonrisa de S. Kolb, que se llevo la mano al sombrero y dijo:
– Bonita manana. Un dia perfecto para viajar.
?Como demonios habia subido?
– Pase -lo invito Weisz, frotandose los ojos.
Kolb deposito un maletin en la cama, solto las hebillas y desplego la parte de arriba. Luego echo un vistazo al interior y comento:
– ?Que tenemos aqui? ?Una persona nueva! Veamos, ?quien puede ser? Aqui esta el pasaporte, un pasaporte italiano. Por cierto, tiene que saberse su nombre. Resulta bastante embarazoso en los puestos fronterizos no saberse el propio nombre. Puede despertar sospechas, aunque debo decir que hay quien ha sobrevivido. Anda, mira, si son papeles. De toda clase, hasta -Kolb sostuvo el documento a cierta distancia, el gesto tipico de los hipermetropes-
– Ninguna pregunta. -Weisz se aliso el cabello hacia atras con la mano y se puso a buscar las gafas-. Usted ya ha hecho esto antes, ?no?
Kolb esbozo una sonrisa melancolica.
– Muchas veces. Muchas, muchas veces.
– Le agradezco que le haya quitado hierro.
Kolb hizo una mueca. «Es lo que hay que hacer.»
22 de junio. Porto Vecchio, Genova.
El carguero griego
–
Nunzio hizo un gesto senalando la zona de la entrepierna, lo que significaba que si.
–
El segundo maquinista podia haber nacido en cualquier parte, pero hablaba un ingles de marino mercante, lo bastante para decir:
– Nosotros nos ocupamos de Nunzio. No tendremos problemas en el puerto.
Luego Weisz se quedo alli plantado, solo en el muelle, mientras la tripulacion desaparecia por un tramo de escalones de piedra. Cuando se hubieron ido reino el silencio, tan solo se oia el zumbido de una farola, una nube de polillas revoloteando alrededor de la cabeza metalica y el batir del mar en el muelle. El aire nocturno era calido, de una calidez familiar, una caricia para la piel, y exhalaba aromas decadentes: piedras humedas y sumideros, lodazales en marea baja.