Finalmente la operadora le dijo:

– Lo siento, signore, no lo cogen.

23 de junio, 18:50.

El bar de la via Caffaro era muy popular: habia clientes en las mesas y en la barra, el resto ocupaban todos los huecos disponibles, y un punado estaba fuera, en la calle. Sin embargo, al poco a Weisz se le presento la oportunidad y tomo una mesa vacia, pidio una botella de Chianti y dos copas y se instalo con su revista. La leyo dos veces, e iba por la tercera cuando aparecio Matteo diciendo:

– ?Es usted el que llamo?

Cuarenton, alto y huesudo, cabello rubio y orejas de soplillo.

Weisz repuso que si. Matteo asintio, echo una ojeada al lugar y se sento. Mientras le servia un poco de Chianti, Weisz se presento:

– Me llamo Carlo, y llevo dirigiendo el Liberazione desde que asesinaron a Bottini.

Matteo lo observaba.

– Escribo con el seudonimo de Palestrina.

– ?Es usted Palestrina?

– Si.

– Me gusta lo que escribe. -Matteo encendio un cigarrillo y sacudio la cerilla hasta apagarla-. Algunos de los otros…

– Salute.

– Salute.

– Le agradecemos mucho lo que esta haciendo por el periodico -dijo Weisz-, en primer lugar. El comite queria que le diera las gracias.

Matteo se encogio de hombros, la gratitud le daba igual.

– Debo hacer algo -aseguro. Y al punto anadio-: ?Que es lo que le pasa? Es decir, si es quien dice ser, ?que demonios esta haciendo aqui?

– He venido en secreto y no me quedare mucho, pero tenia que hablar con usted en persona, y tambien con algunos otros.

Matteo no se fiaba y se lo dio a entender.

– Estamos cambiando. Queremos imprimir mas ejemplares, ahora que Mussolini se acuesta con sus amigos nazis…

– Eso no es cosa de ayer, ?sabe? Hay un sitio en el que solemos almorzar, cerca de Il Secolo, subiendo por esta misma calle. Hace unos meses se presentaron tres alemanes de repente. Con el uniforme de las SS, la calavera y todo. Unos arrogantes hijos de puta, parecian los duenos de todo.

– Asi podria ser en un futuro, Matteo.

– Supongo que si. Los cazzi de aqui ya son lo bastante malos, pero esto…

Siguiendo la mirada de Matteo, Weisz reparo en dos hombres vestidos de negro que se encontraban no muy lejos de ellos, con insignias fascistas en la solapa, y que reian. Habia algo veladamente agresivo en su forma de ocupar el espacio, en su forma de moverse, en su voz. Aquel era un bar mayoritariamente de obreros, pero les daba igual, beberian donde les placiera.

– ?Cree que es posible sacar una tirada mayor? -pregunto Weisz.

– Mayor. ?De cuantos?

– Unos veinte mil.

– Porca miseria! -Lo que queria decir que eran demasiados ejemplares-. En Il Secolo, no. Tengo un amigo arriba que no lleva debidamente la cuenta del papel de periodico, pero semejante cifra…

– ?Y si nosotros nos encargaramos del papel?

Matteo meneo la cabeza.

– Demasiado tiempo, demasiada tinta. Imposible.

– ?Tiene algun otro amigo? ?Otros tipografos?

– Naturalmente conozco a algunos muchachos. Del sindicato. De lo que era el sindicato. -Mussolini habia acabado con los sindicatos, y Weisz vio que Matteo lo odiaba por ello. A sus ojos y a los de casi todo el mundo, los impresores eran la elite de los oficios, y no les gustaba que los mangonearan-. Pero no se, veinte mil…

– ?Podria hacerse en otras imprentas?

– Quiza en Roma o Milan, pero aqui no. Tengo un colega en el Giornale di Genova, el diario del Partido Fascista, que podria ocuparse de otros dos mil, y creame que lo haria, pero eso es todo lo que podriamos hacer en Genova.

– Tendremos que encontrar otra forma -razono Weisz.

– Siempre la hay. -Matteo dejo de hablar cuando uno de los hombres con insignias en la solapa paso rozandolos para ir por mas bebida a la barra-. Siempre hay manera de hacer cualquier cosa. Mire los rojos, estan en los muelles y en los astilleros. La Questura, la policia local, no se mete con ellos: alguien podria acabar con la cabeza abierta. Su periodico esta por todas partes, reparten panfletos, pegan carteles. Y todo el mundo sabe quienes son. Por supuesto que cuando entre en accion la policia secreta, la OVRA, se termino, pero al mes siguiente lo tendran todo en marcha otra vez.

– ?No podriamos montar nuestro propio taller?

Matteo se quedo impresionado.

– ?Se refiere a prensas, papel, todo?

– ?Por que no?

– No abiertamente.

– No.

– Tendria que andarse con ojo. No podria tener los camiones a la puerta.

– Tal vez uno, de noche, de vez en cuando. El periodico sale cada dos semanas aproximadamente: un camion se detiene, recoge dos mil ejemplares, los lleva a Roma. Luego, dos noches despues, a Milan o Venecia o donde sea. Imprimimos de noche: usted podria hacer parte del trabajo y sus amigos, los companeros del sindicato, podrian encargarse del resto.

– Asi se hacia en el treinta y cinco. Pero ahora todos estan en la carcel o los han enviado a los campos de las islas.

– Pienselo -pidio Weisz-. Como hacerlo, como evitar que nos pillen. Le llamare dentro de uno o dos dias. ?Podemos volver a vernos aqui?

Matteo repuso que si.

24 de junio, 22:15.

Habia que ver a Grassone en sus horas de oficina. Por la noche. Y las oscuras calles que salian de la Piazza Caricamento hacian que el decimo distrito pareciera un colegio de monjas. Al pasar por delante de los hampones que se amparaban en los portales, Weisz deseo, lo deseo con todas sus fuerzas, llevar un arma en el bolsillo. Desde la piazza habia alcanzado a ver los barcos del puerto, incluido el Hydraios, iluminado por focos mientras subian la carga. Tenia previsto zarpar a Marsella dentro de cuatro noches, con Weisz a bordo. Eso si conseguia llegar hasta la oficina de Grassone y volver.

La oficina de Grassone era una habitacion de tres por tres. Spedzionare Genovese -Transportes genoveses- en la puerta, un calendario subido de tono en la pared, una ventana con barrotes que daba a un respiradero, dos telefonos en una mesa y Grassone en una silla giratoria. Grassone era un apodo, significaba «gordo», y ciertamente le hacia justicia: cuando cerro la puerta y volvio a su mesa, Weisz recordo la vieja frase: «Caminaba como dos cerdos que estuvieran follando debajo de una manta.» Mas joven de lo que este esperaba, tenia cara de angelito malevolo, con unos ojos brillantes y vivaces que miraban un mundo al que el nunca habia agradado. Tras fijarse con mas detenimiento vio que era ancho ademas de gordo, ancho de espaldas y grueso de brazos. Un luchador, penso Weisz. Y si alguien lo dudaba, no tardaria en percatarse, bajo la papada, de la cicatriz blanca que le cruzaba el cuello de parte a parte. Al parecer alguien le habia rajado la garganta, pero ahi seguia. En palabras

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