del senor Brown, «nuestro hombre en el mercado negro de Genova».
– Y bien ?que va a ser? -pregunto, las rosadas manos sobre la mesa.
– Puede conseguir papel? ?Papel de periodico, en grandes rollos?
Aquello le resulto divertido.
– Le sorprenderia la cantidad de cosas que puedo conseguir. -Y acto seguido-: ?Papel de periodico? Claro, ?por que no? -«?Es todo?»
– Querriamos un suministro constante.
– No sera ningun problema. Siempre que paguen. ?Van a sacar un periodico?
– Podemos pagar. ?Cuanto costaria?
– No sabria decirle, pero manana por la noche lo sabre. -Se echo hacia atras en la silla, que no se lo tomo muy bien y gimio-. ?Ha probado esto alguna vez? -Metio la mano en un cajon e hizo rodar por la mesa una bola negra-. Opio. Recien llegado de China.
Weisz le dio vueltas entre los dedos a aquella pelotilla pegajosa y se la devolvio, aunque siempre habia sentido curiosidad.
– No, gracias, hoy no.
– ?No quiere tener dulces suenos? -repuso Grassone, devolviendo la bola al cajon-. Entonces ?que?
– Papel, un suministro fiable.
– Ah, yo soy fiable, senor X. Pregunte por ahi. Todos le diran que se puede contar con Grassone. La regla aqui, en los muelles, es que lo que sube a un camion baja. Solo pensaba que, ya que habia hecho el viaje, tal vez quisiera algo mas. ?Jamones de Parma? ?Lucky Strike? ?No? ?Que le parece un arma? Corren tiempos dificiles, todo el mundo esta nervioso. Usted esta un poco nervioso, senor X, si me permite que se lo diga. Quiza lo que necesita sea una automatica, una Beretta, le cabra en el bolsillo, y el precio es bueno, el mejor de toda Genova.
– Dice que manana por la noche sabra el precio del papel, ?no es eso?
Grassone asintio.
– Venga a verme. Si quiere los rollos grandes, tal vez necesite un camion.
– Tal vez -replico Weisz, poniendose en pie para irse-. Le vere manana por la noche.
– Aqui estare -prometio Grassone.
De vuelta en la via Corvino, Weisz tuvo demasiado tiempo para pensar, atormentado por los fantasmas del piso, inquieto al imaginar a Christa en Berlin. E inquieto, ademas, por una llamada telefonica que tendria que hacer por la manana. Pero si querian que el
Intranquilo, Weisz iba de habitacion en habitacion: armarios llenos de ropa, cajones vacios en el escritorio. Ni fotos ni nada personal en ningun sitio. No podia leer, no podia dormir; lo que queria era salir fuera, alejarse del apartamento, aunque fuera pasada la medianoche. Al menos en la calle habia vida, una vida que, se le antojo a Weisz, seguia mas o menos como siempre. El fascismo era poderoso, y estaba por doquier, pero la gente aguantaba, se acomodaba al viento, improvisaba, se defendia y esperaba a que llegaran tiempos mejores. Bah, otro gobierno corrupto, y que. No todos eran asi: Matteo no lo era, las chicas que repartian los periodicos no lo eran, y tampoco lo era Weisz. Pero tenia la impresion de que nada habia cambiado realmente en la ciudad. El lema nacional seguia rezando: «Haz lo que tengas que hacer, manten la boca cerrada, guarda tus secretos.» Asi era la vida alli, gobernara quien gobernase. La gente hablaba con los ojos, con pequenos gestos. Dos amigos coinciden con un tercero, y uno de ellos le hace una sena al otro: los ojos cerrados, un rapido y sutil meneo de cabeza. «No te fies de el.»
Weisz fue a la cocina, al despacho y, por ultimo, al dormitorio. Apago la luz, se tumbo encima del cubrecama y espero a que pasara la noche.
A mediodia llamo de nuevo a su casa, y esa vez lo cogio su madre.
– Soy yo -dijo, y ella solto un grito ahogado.
Pero no pregunto donde estaba y tampoco utilizo su nombre. Una conversacion breve, tensa: su padre se habia jubilado, sin hacer ruido, sin prestarse a firmar el juramento de lealtad del profesorado, pero sin poner mucho empeno en oponerse. Ahora vivian de su pension y del dinero de la familia de su madre, gracias a Dios.
– Ultimamente no hablamos por telefono -le dijo su madre, una advertencia. Y al minuto anadio que lo echaba mucho de menos y se despidio.
En el cafe tomo un Strega y luego otro. Quiza no debiera haber llamado, penso, pero probablemente no pasara nada. Creia que no, esperaba que no. Una vez terminado el segundo Strega, recordo el numero de Emil y volvio al telefono. Una mujer joven, extranjera, pero que hablaba con fluidez el italiano de Genova, descolgo en el acto y le pregunto quien era.
– Un amigo de Cesare -contesto, tal y como le habia indicado el senor Brown.
– Un momento -dijo ella.
Segun el reloj de Weisz tardo mas de tres minutos en volver al telefono. Se reuniria con el signor Emil en la estacion de ferrocarril Brignole, en el anden de la via doce, a las cinco y diez de esa tarde.
– Lleve un libro -le dijo-. ?Que corbata se pondra?
Weisz bajo la vista.
– Una azul con listas plateadas -repuso. Y ella colgo.
A las cinco, la Stazione Brignole estaba atestada de viajeros: toda Roma habia acudido a Genova, donde empujaban y propinaban codazos a los genoveses que intentaban subirse al tren de las 17:10 con destino a Roma. Weisz, con un ejemplar de
– ?Como esta Cesare? -se intereso Emil-. ?Lo ha visto ultimamente?
– No lo he visto en mi vida.
– Ah -respondio Emil-. Vamos a dar un paseo.
De modales muy suaves, Weisz no sabria decir que edad tenia. Lucia el rostro rubicundo del recien afeitado - era de los que siempre parecen recien afeitados, penso Weisz-, un rostro sin expresion bajo un cabello castano claro que llevaba peinado hacia atras desde una frente ancha. ?Seria checo? ?Serbio? ?Ruso? Hacia tiempo que hablaba en italiano y le resultaba natural, pero no era su lengua materna, un leve acento extranjero tenia sus palabras, de algun lugar al este del Oder, pero Weisz no sabia decir mas. Y habia algo en el -sus modales suaves y su rostro inexpresivo, con la eterna sonrisa- que le recordo a S. Kolb. Weisz sospechaba que eran del mismo gremio.
– ?En que puedo ayudarlo? -pregunto Emil;
Se detuvieron delante de una enorme pizarra donde un ferroviario uniformado, subido a una escalera, escribia horarios y destinos con una tiza.
– Necesito un lugar tranquilo para instalar maquinaria.
– Comprendo. ?Para una noche? ?Una semana?
– Para el mayor tiempo posible.
En una mesa proxima a la escalera sono un telefono, y el empleado anoto la hora de salida de un tren que se dirigia a Pavia, lo cual arranco un quedo murmullo de aprobacion, una ovacion casi, entre los que esperaban.
– En el campo, quiza -contesto Emil-. Una granja, recogida, aislada. O un cobertizo en alguna parte, en algun barrio periferico, ni en la ciudad ni en el campo campo. Porque estamos hablando de Genova, ?no?
– Si.
– ?A que se refiere con maquinaria?