aprehender es el momento de esa mirada, una mirada de saludo y despedida al mismo tiempo, mas alla de las discusiones y las suplicas «Hola, viejo amigo. Adios, viejo amigo.» Los ojos secos. Las lagrimas hechas cristal.

Te sostengo la cabeza entre mis manos. Te beso la frente. Te beso los labios.

La regla: una mirada, solamente una; no vale mirar de nuevo. Pero yo vuelvo a mirar.

Estas junto al pozo, el viento te alborota el cabello, no un alma, sino un cuerpo rarificado, elevado a su primera, segunda, tercera, cuarta, quinta esencia, mirandome con los ojos de cristal, sonriendo con labios dorados.

Siempre vuelvo a mirar. Quedo absorto para siempre en tu mirada. Un campo de puntos de cristal que bailan y parpadean, y yo soy uno de ellos. Las estrellas del cielo, las hogueras que les responden desde la llanura. Dos dominios que se hacen senales uno al otro.

Se duerme sobre la mesa, y pasa durmiendo el resto de la tarde. A la hora de cenar, Matryona llama a la puerta, pero el no despierta. Las dos cenan sin el.

Mucho mas tarde, despues de que la nina se haya acostado, aparece vestido para salir a la calle. Anna Sergeyevna, sentada de espaldas a el, se vuelve ligeramente.

– Entonces, ?va a salir? -dice ?no tomara un poco de te antes de irse?

Hay en ella cierto nerviosismo, pero la mano que le ofrece la taza es firme.

No lo invita a sentarse. Se toma el te en silencio, de pie ante ella.

Hay algo que el desea decir, pero le da miedo no ser capaz de sacarselo de dentro, e incluso le da miedo venirse abajo otra vez delante de ella. No tiene ningun dominio de si mismo.

Deja la taza vacia sobre la mesa y le apoya una mano sobre el hombro.

– No -dice ella sacudiendo la cabeza, apartandose de su mano- Yo no hago asi las cosas.

Lleva el cabello recogido en la nuca con un pesado pasador de esmalte. El suelta el pasador y lo deja sobre la mesa. Ahora ella ya no se resiste; menea el cabello hasta que le cae suelto sobre los hombros.

– Todo lo demas vendra despues, lo prometo dice el. Es consciente de su edad; en su voz ni siquiera nota esa mordiente de tono erotico ante la cual las mujeres en otros tiempos respondian en el acto. En cambio, hay algo a lo cual no se preocupa de dar nombre. Un instrumento resquebrajado, una voz que ha vuelto a cambiar por segunda vez-. Todo -repite.

Ella lo mira a la cara con una atencion y una honradez que no dejan margen al error. Luego pone su labor a un lado. Escurriendose entre las manos de el, desaparece tras la cortina de la alcoba.

El espera, sin saber que hacer. No ocurre nada. Decide seguirla atravesando las cortinas.

Matryona esta profundamente dormida, con los labios entreabiertos y el cabello rubio extendido sobre la almohada como un nimbo. Anna Sergeyevna tiene el vestido a medio desabrochar. Con un gesto y una mirada atravesada, en la que sin embargo hay un toque de picardia, le ordena que salga.

El se sienta a esperar. Ella sale con la combinacion, descalza. Se le marcan las venas azuladas de los pies. No es una mujer joven; no es una inocente en el acto de entregarse. Pese a todo, cuando el le toma las manos, las siente frias y temblorosas. No esta dispuesta a mirarle a los ojos.

– Fiodor Mijailovich -susurra-, quiero que sepa que esto es algo que no habia hecho nunca.

Lleva una cadena de plata al cuello. Con el dedo, el sigue el trazo de la cadena hasta llegar al pequeno crucifijo. Lo toma y se lo acerca a ella a los labios; calidamente y sin titubear ella lo besa. Pero cuando el intenta besarla, ella aparta la cabeza.

– No, ahora no -susurra.

Pasan la noche juntos en el cuarto de su hijo. Lo que sucede entre ellos sucede a oscuras de principio a fin. Cuando hacen el amor, a el le asombra sobre todo el calor que desprende el cuerpo de ella. No es en modo alguno como lo habia imaginado. Es como si tuviera las entranas en llamas. A el le excita intensamente, y le excita tambien estar haciendo con ella algo tan fervido y tan arriesgado con la nina dormida en la habitacion contigua.

Se queda dormido. En mitad de la noche, despierta junto a ella, en la estrecha cama de su hijo. Aunque esta exhausto, intenta despertar en ella el deseo. Ella no le responde. Cuando se le impone, se ha convertido en algo inerte entre sus brazos.

En el acto no hay nada que el pueda llamar placer, sensacion siquiera. Es como si estuvieran haciendo el amor a traves de una sabana, a traves de la sabana grisacea y desgarrada de su pena. En el momento del climax, el se arroja de vuelta al sueno como si se hubiese arrojado a un lago. Al hundirse, Pavel asciende para encontrarse con el. La cara de su hijo esta deformada de pura desesperacion: le estallan los pulmones, sabe que se esta muriendo, sabe que ya no hay ninguna esperanza, llama a su padre porque eso es lo ultimo que puede hacer, lo ultimo que le queda en este mundo. Esa es la vision que en su fealdad extrema se abalanza sobre el, que sale desde el vortice de las tinieblas hacia el cual desciende desde dentro del cuerpo de la mujer. Le estalla en la cara, le posee, se acelera.

Cuando despierta ya es de dia. La vivienda esta desierta.

Pasa el dia sumido en una febril impaciencia. Al pensar en ella se estremece de deseo igual que un joven. Pero lo que le posee no es esa douceur que sentia como un nudo en la garganta veinte anos atras. Se siente mas bien como una hoja o una semilla a merced de una fuerza brutal, como una semilla alada y arrastrada por un vendaval desacordado, zarandeada hasta la nausea por encima del oceano.

A la hora de la cena, Anna Sergeyevna esta serena, muy duena de si misma, distante; limita sus atenciones a la nina, escucha con todos los sentidos la dispersa narracion del dia en la escuela. Cuando tiene que dirigirse a el, es cortes, pero reservada y fria. Esa frialdad no hace mas que inflamarlo. ?Como puede ser que las avidas miradas que hurta al cuello de su madre, a sus labios y a sus brazos, pasen del todo inadvertidas para la nina?

Aguarda el silencio que le indique que Matryona se ha ido a la cama. En cambio, a las nueve en punto se apaga la luz de al lado. Espera otra media hora, y luego media hora mas. Luego, con la vela protegida por la mano, descalzo, sale sigilosamente. La vela proyecta enormes sombras oscilantes. La deposita en el suelo y cruza hacia la alcoba.

En la penumbra adivina a Anna Sergeyevna en el lado mas lejano de la cama, de espaldas a el, con los brazos graciosamente por encima de la cabeza, como los de una bailarina, con el negro cabello suelto. En el lado mas proximo, acurrucada y con el pulgar en la boca, con un brazo abandonado sobre su madre, esta Matryona. Tiene la inmediata impresion de que esta despierta, de que lo observa a la vez que custodia a su madre, pero cuando se inclina sobre ella descubre que respira profunda y regularmente.

Susurra su nombre:

– ?Anna!

Ella no se mueve.

Vuelve a su cuarto intentando calmarse. Existen razones muy solidas, se dice, por las cuales esta noche tal vez prefiera dormir sola. Pero el se encuentra mas alla de donde alcanza su propio poder de persuasion.

Por segunda vez llega de puntillas hasta la alcoba. Ninguna de las dos se ha desperezado. Tiene de nuevo la curiosa sensacion de que Matryona lo esta observando. Se acerca mas.

No se equivocaba: fija la vista en dos ojos abiertos, que no parpadean. Le recorre un escalofrio. Duerme con los ojos abiertos, se dice. Pero no es verdad. Esta despierta, y lo ha estado en todo momento, con el pulgar en la boca, ha estado observando cada uno de sus movimientos vigilante, sin tregua. Mientras el la mira conteniendo la respiracion, a ella parecen doblarsele levemente hacia arriba las comisuras de los labios en una sonrisa victoriosa, una sonrisa de murcielago. Ademas, tiene el brazo extendido, no abandonado, sobre la cadera de su madre. Tambien le recuerda un ala.

Pasan juntos una noche mas, despues de la cual se cierra el porton. Es ella la que se acerca a su cuarto cuando ya es tarde y sin previo aviso. Una vez mas, a traves de ella, ingresa en las tinieblas y se adentra en las aguas donde flota a la deriva su hijo entre otros ahogados. «No tengas miedo», eso desea murmurarle. «Yo estare contigo, yo hendire contigo la amargura.»

Despierta abierto de piernas y de brazos sobre ella, con los labios cerca de su oido.

– ?Sabes donde he estado? susurra. Ella se sale de debajo de el-. ?Sabes adonde me has llevado?

En el existe el apremio incontenible de mostrarle al muchacho, de ensenarselo en plena primavera de su poderio, con sus ojos centelleantes y su menton preciso, con su boca deliciosa. Desea vestirlo de nuevo con el

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