– La amistad es algo afeminado. No nos hace ninguna falta la amistad.

Afeminado: ?extrana palabra en labios de una mujer! Ya empieza a tener la sensacion de que sabe mas de lo que desea saber. El pie sigue apoyado contra el suyo, pero ahora hay algo inerte en su presion, inerte y pesado, amenazador incluso. Deja de ser un pie para ser una bota. Pavel no se prestaria a estos juegos. La vision de Pavel vuelve en toda su intensidad: Pavel caminando hacia el, con la joven al lado, su novia, que queda sin embargo ocluida. Pavel sonrie, y su sonrisa dimana una especie de gloria. ?Mi amigo!, piensa. Un feroz amor le retuerce el corazon. Y esto, piensa, ?es esto lo que he de aceptar en vez de ti, y encima conformarme?

– Si no les hace ninguna falta la amistad, Dios les asista -murmura.

Se levanta de la mesa y da la espalda a las dos mujeres. ?Que aspecto tendre?, se pregunta. No hay espejos a su alcance. Cuando vuelve a sentarse, las lagrimas que lo amenazaban han desaparecido.

– ?Que hicieron con mi hijo? -pregunta con voz apagada.

La mujer se apoya con los codos sobre la mesa y lo traspasa con su mirada azul. A traves de la capa de maquillaje, en los crateres del menton, descubre canones que la cuchilla no ha llegado a afeitar. Y la espesura de las cejas unidas sobre el puente de la nariz es excesiva. Cualquier mujer habria optado por depilarselas, cualquier mujer le habria dicho que lo hiciera. ?Sera la finesa tambien un muchacho, un chaval regordete? De golpe se siente asqueado por los dos.

Ella, o el, le habla. Es Nechaev en persona, de eso no le cabe la menor duda. El disfraz se le hace de improviso transparente. El recuerdo le llega con subita claridad: en el vestibulo del salon en que se celebraba el Congreso por la Paz, durante un intermedio entre dos sesiones, Nechaev a solas en una esquina, comiendose como un lobo los bocadillos, fulminando a todos con la mirada, retador en aquella sala llena de adultos: Si, reiros si os atreveis, reiros del pequeno colegial. Su cara tenia el aire de un colegial sorprendido en el retrete con los pantalones bajados, vulnerable, pero desafiante. Reiros, que un buen dia me devolvereis lo que me pertenece.

Recuerda un comentario hecho por la princesa Obolenskaya, la amante de Mrockowski: «Puede que sea el enfant terrible del anarquismo, pero la verdad es que mas le valdria hacer algo para arreglarse la viruela».

– Teniendo en cuenta lo que la policia hizo a su hijo-dice ahora Nechaev, me sorprende que no este usted encolerizado. Ya lo dice el Evangelio: ojo por ojo, diente por diente.

– Maldito embustero, ?eso no esta en el Evangelio! ?Que me esta diciendo de Pavel? ?Por que va vestido con ese ridiculo atuendo?

– Espero que no haya creido usted la historia del suicido. Isaev no se quito la vida, eso no es mas que una patrana que la policia ha puesto en circulacion. No pueden aplicar la ley en contra de nosotros, y por eso perpetran esta clase de repugnante asesinato. Claro esta que usted debe de tener sus dudas. Si no, ?por que esta aqui?

Toda la afectada suavidad del hombre ha desaparecido: la voz es la suya. Mientras va de un lado a otro de la habitacion, el vestido azul susurra. ?Lleva pantalones debajo, o va con las piernas desnudas? ?Que se sentira al caminar con las piernas desnudas y sin embargo ocultas, rozandose una con otra?

– ?Cree usted que no estamos todos nosotros en peligro? ?Cree usted que lo que mas me apetece es tener que esconderme por ahi, circular disfrazado por mi propia ciudad, la que me vio nacer? ?Sabe que se siente al ser mujer y estar sola por las calles de Petersburgo? -Levanta la voz, la colera se aduena de el-. ?Sabe que cosas hay que oir? Los hombres no te dejan a sol ni a sombra, te susurran porquerias como no se podria imaginar, y nada puede hacer uno para defenderse. -Se domina. ?Quien sabe, tal vez lo imagine usted perfectamente! Tal vez lo que le describo le resulte perfectamente familiar.

La finesa ha tomado un cuenco de patatas que apoya en el regazo a la vez que las monda. Tiene la cara en paz; mas que nunca parece una abuelita.

– Empieza a hacer frio-dice.

?Locos, estan locos los dos! ?Que estoy haciendo aqui?, se dice. ?He de encontrar el camino que me lleve de vuelta a Pavel!

– Por favor, repita… Repita, si es tan amable, lo que estaba diciendo sobre mi hijo -dice.

– Como quiera; permitame que le hable de su hijo. El veredicto oficial es que se suicido. Si usted se lo cree, es verdaderamente un alma candida, por no decir que es un alma criminalmente candida. ?No fue usted un revolucionario en los viejos tiempos, o me equivoco? No me cabe duda de que sabe usted perfectamente que la lucha nunca ha terminado. ?O es que ha firmado usted la paz por su cuenta y riesgo? Los que estamos en el frente somos acosados, apresados, torturados y asesinados. Siempre hubiese dicho que usted lo sabria, y que habria escrito algo al respecto, especialmente si se piensa que la gente nunca sabra la verdad sobre su hijo y sobre tantos otros que han sido asesinados como el, menos aun por nuestros vergonzosos periodicos rusos.

La voz de Nechaev se torna mas baja, mas intensa.

– Lo que le ocurrio a su hijo puede ocurrirnos cualquier dia a mi o a cualquiera de nuestros camaradas. Usted dice no saber nada de esto. Pero le bastara con ir a las calles, ir a los mercados y tabernas en donde se reune el pueblo, para descubrir que el pueblo si lo sabe. ?No se como, pero lo sabe! Y cuando llegue el dia del juicio, aqui nadie olvidara quien sufrio y quien murio por ellos, y quien no movio ni un dedo.

Cristo encolerizado, piensa: ese es el modelo en que quiere verse. El Cristo del Antiguo Testamento, el Cristo que expulso a correazos a los usureros del templo. Hasta el disfraz resulta adecuado: no es un vestido, sino una tunica. Es un imitador, un impostor, un blasfemo.

– ?A mi no me venga con amenazas! -le replica-. ?Con que derecho habla usted en nombre del pueblo? El pueblo no es vengativo. El pueblo no pasa su tiempo tramando conjuras.

– El pueblo sabe quienes son sus enemigos, el pueblo no gasta las lagrimas en llorar a sus enemigos cada vez que estos terminan como se merecen. En cuanto a nosotros, ?al menos sabemos que hay que hacer! ?Al menos lo estamos haciendo! Es posible que usted tambien lo supiera, pero de eso hace ya tiempo, y ahora no puede mas que balbucear, menear la cabeza, llorar. Eso es una blandura. Nosotros no somos blandos, no lloramos, no perdemos el tiempo en conversaciones inteligentes. Hay cosas de las que se puede hablar y cosas de las que no se puede hablar, cosas que solo pueden hacerse cuanto antes. Nosotros no hablamos, no lloramos, no pensamos sin cesar en que por una parte tal, por otra parte cual. ?Nosotros lo hacemos, y punto!

– ?Excelente! Ustedes lo hacen, y punto. ?Y de donde obtienen sus instrucciones, me pregunto yo? ?Obedecen acaso a la voz del pueblo, u obedecen a su propia voz, tenuemente disfrazada, eso si, para que no sea obligatorio reconocerla?

– ?Otra pregunta inteligente! ?Otra perdida de tiempo! Estamos hartos, asqueados de la inteligencia. Estan contados los dias que le restan a la inteligencia. La inteligencia es una de las cosas de las que hay que deshacerse. Llega el dia de la gente de a pie, y la gente de a pie no se distingue por ser inteligente. La gente de a pie lo que quiere es que se hagan las cosas. Y en cuanto esten hechas las cosas, sera la gente de a pie la que decida que sera cada cosa, y tambien decidira si va a estar permitida esa inteligencia.

– ?Y decidiremos si los libros inteligentes y todas esas cosas van a estar permitidas! -La finesa se suma a la conversacion bastante enardecida, excitada incluso.

?Sera posible, piensa con profundo disgusto, que Pavel haya sido amigo de personas como estas, capaces de darse esas infulas, siempre ansiosas de azotarse hasta alcanzar ese frenesi de superioridad moral? Ese lugar es como un convento en Espana en tiempos de Loyola: muchachas de buena familia que se autoflagelan, que se echan a rodar por el suelo presas del extasis, que babean sin contenerse, o que ayunan, que rezan durante un sinfin de horas, que aspiran a ser llevadas a los brazos del Salvador. Extremistas todos ellos, sensualistas hambrientos del extasis de la muerte, matar o morir, lo mismo da una cosa que otra. ?Y Pavel entre ellos!

Le estalla de pronto en las manos la idea del ultimo momento de Pavel, del cuerpo de un joven de sangre caliente, de un ser en lo mejor de la vida, al chocar contra la tierra; la idea del aliento contenido en los pulmones, del quebrarse de los huesos, la sorpresa, sobre todo la sorpresa ante el hecho de que el final fuese real, de que no hubiese una segunda oportunidad. Por debajo de la mesa se retuerce las manos presa de esa agonia. Un cuerpo que golpea la tierra: ?la muerte, la medida de todas las cosas!

– Demuestreme… -dice-. Demuestreme lo que dice sobre Pavel.

Nechaev se acerca mas a el.

– Lo llevare si quiere al lugar de los hechos. Le ofrece, y separa cada palabra con nitidez-. Le llevare al lugar de los hechos y alli le abrire los ojos.

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