El motor olia a quemado, le puse aceite cuando reposte en una estacion de servicio abierta las veinticuatro horas. Poco antes del amanecer llegue al puerto.
Fui paseando hasta el embarcadero. Soplaba un viento fresco. Pese a que el mar estaba helado, el olor a sal llegaba a tierra desde alta mar. Varias luces aqui y alla iluminaban el puerto, donde algunos pesqueros abandonados rozaban los neumaticos que protegian las paredes.
Aguarde hasta el alba para que la luz me ayudase a llegar a casa cruzando el hielo. No tenia la menor idea de como iba a administrar mi vida despues de todo lo ocurrido.
Alla en el embarcadero, con el viento azotandome la cara, empece a llorar. Todas las puertas de mi fuero interno golpeteaban al viento, cuya intensidad parecia aumentar a cada minuto.
Tercera parte. El mar
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El hielo no empezo a resquebrajarse hasta primeros de abril. En todos los anos que llevaba en la isla, no lo habia visto durar tanto. Ese ano pude llegar a tierra a pie, sobre los caladeros, hasta finales de marzo.
Jansson venia con su hidrocoptero cada tres dias y me informaba sobre el estado del hielo. Segun decia, recordaba un invierno de la decada de los sesenta tan largo como aquel, que trajo ademas islotes de hielo flotando por entre los atolones mas remotos.
Aquel fue un largo invierno.
El blanco paisaje me cegaba mientras escalaba la montana que se erguia detras de la casa para contemplar el horizonte. A veces me colgaba al cuello los crampones del abuelo, tomaba un viejo baston e iba atracando por las playas de los islotes y arrecifes proximos a los antiguos bancos de arenque, donde mi abuelo, como su padre, obtenia capturas hoy imposibles de sonar siquiera. Recorria los atolones en los que nada crece recordando como solia remar hasta ellos de nino. En las grietas podian ocultarse extranos vestigios de algun naufragio. En una ocasion encontre la maltrecha cabeza de una muneca; en otra, una caja sellada que contenia discos de vinilo de setenta y ocho revoluciones. Mi abuelo le pregunto a una persona entendida en aquello y supo que se trataba de exitos alemanes de la gran guerra que habia terminado cuando yo era nino. No sabia adonde habrian ido a parar aquellos discos. Pero en uno de los islotes encontre tambien un gran diario de bitacora que algun capitan desesperado habia arrojado al mar. Se trataba de un carguero que transportaba madera entre las serrerias y los puertos de carga de la costa norte de Irlanda, hambrienta de madera para sus casas. Era una embarcacion llamada
Aquel largo invierno pense a menudo en el diario y sus lagunas. Pense que mi vida, despues de la gran catastrofe, habia transcurrido como si yo hubiese arrojado por la borda mi inconcluso diario de bitacora para despues seguir navegando y arribando a distintos puertos sin dejar rastro. El insignificante diario que yo de hecho escribia, cuyo contenido versaba principalmente sobre una avecilla, el ampelis europeo, y los achaques de mis animales domesticos, carecia de interes incluso para mi mismo. Lo escribia porque constituia un recordatorio cotidiano de que yo vivia una vida vacia de sentido. Hablaba de ampelis para confirmar la existencia del vacio.
Fue tambien un invierno de retrospectivas. De repente empece a sonar con mis padres. Me despertaba a menudo a medianoche a causa de extranos recuerdos, perdidos hacia tiempo, pero que ahora recuperaba en mis suenos. Veia a mi padre en la estrecha sala de estar, arrodillado, colocando en fila sus soldaditos de plomo e ilustrando los desplazamientos de la batalla de Waterloo o la de Narva. Mi madre, que desde su silla lo contemplaba dulcemente, sin moverse del asiento, sin hablar, pues siempre reinaba el silencio cuando el jugaba con sus soldaditos de plomo.
La marcha de los soldados de plomo garantizaba una gran paz momentanea en nuestro hogar. En mis suenos, yo rastreaba mi miedo por las discusiones que estallaban a veces. Mi madre lloraba y mi padre hacia un patetico intento de mostrarse iracundo maldiciendo al propietario del restaurante que lo tuviese contratado en ese momento. Y, sonando, evoque poco a poco mis raices. De algun modo, intui que andaba como con una azada en la mano, removiendo la tierra en busca de lo que me habia perdido.
Pese a todo, fue aquel un invierno marcado por cuanto habia recuperado. Harriet me habia dado una hija y Agnes no me odiaba.
Fue tambien un invierno de cartas. Yo escribia cartas y recibia respuestas. Por primera vez en los doce anos que vivi en la isla, las constantes visitas de Jansson adquirieron sentido. El seguia considerandome como su medico y me hacia constantes consultas sobre sus dolencias imaginarias. Pero ahora me traia correspondencia y yo solia darle un par de cartas para enviar.
La primera carta la escribi el mismo dia en que regrese. A la grisacea luz de la manana, llegue a mi casa cruzando el hielo. Mis mascotas parecian hambrientas, pese a que les habia dejado comida mas que suficiente. Cuando vi que ya habian saciado su hambre, me sente a la mesa de la cocina y le escribi una carta a Agnes:
«Disculpa mi precipitada partida. Puede que me sobrepasara el hecho de verte sabiendo que te habia causado tanto sufrimiento. Yo querria haber hablado contigo de muchas cosas y puede que tu hubieras querido preguntarme sobre muchas otras. Pero ya estoy de vuelta en mi isla. La banquisa sigue cubriendo las bahias y se mantiene firme en las playas. Espero que mi subita desaparicion no nos lleve a perder el contacto».
No modifique una sola palabra. Al dia siguiente se la envie a traves de Jansson, que no parecia haber notado mi ausencia. Naturalmente, le intrigo la carta. Pero no me hizo ningun comentario. Aquel dia, ni siquiera le dolia nada.
Por la noche empece a redactar una carta para Harriet y Louise conjuntamente, pese a que no habia recibido respuesta a la anterior. Resulto una misiva demasiado larga. Ademas, comprendi que no era adecuada. No podia enviar una unica carta para las dos, puesto que yo solo intuia lo que la una pensaba o sabia de la otra. Rompi la carta y comence de nuevo. El gato estaba dormido en el sofa de la cocina mientras el perro suspiraba en el suelo, junto a los fogones. Intente ver si le dolian las articulaciones. El animal no viviria mas alla del otono. Y tampoco el gato.
Le escribi a Harriet, le pregunte como estaba. Era una pregunta absurda, puesto que, naturalmente, estaba mal. Pese a todo, le pregunte. La pregunta que habria sido natural fue la imposible de formular. Despues, le hable de nuestro viaje:
«Visitamos la laguna. Estuve a punto de ahogarme y tu me salvaste. Ahora que me encuentro de nuevo en mi isla, he tomado conciencia de lo cerca que estuve de morir. Me habria congelado enseguida. Un minuto mas en el agua, y todo habria acabado. Lo mas extraordinario es, pese a todo, que me dio la sensacion de que me perdonabas mientras me salvabas».
El solo recuerdo me erizo la piel. Aunque no por ello deje de cavar mi hoyo en el hielo por las mananas. Despues de transcurridos varios dias, comprendi, no obstante, que ya no necesitaba mis banos tanto como antes. Tras mi encuentro con Harriet y Louise, no me resultaba imprescindible exponerme a ese frio extremo. Mis banos