matutinos eran cada vez mas breves.
Aquella misma noche le escribi tambien a Louise. En una vieja enciclopedia de la Uggleserien, del ano 1909, lei la entrada sobre Caravaggio. Comence mi carta con una cita de la enciclopedia: «Su poderoso, aunque lugubre colorido y su osada reproduccion de la naturaleza desperto un enorme y justificado interes». Rompi el folio. Me sentia incapaz de fingir que aquella era mi opinion. Tampoco queria desvelar que estaba copiando las palabras de un texto de casi un siglo de antiguedad, aunque atenuase lo pulido de la expresion.
Empece desde el principio. Quedo una carta bastante breve:
«Me fui de tu caravana dando un portazo. No deberia haberlo hecho. No logre controlar mi desconcierto. Y te pido perdon por ello. Espero que no sigamos viviendo como si ninguno de los dos supiese de la existencia del otro».
No era una maravilla de carta. Y, dos dias despues, comprendi que no habia sido bien recibida. De repente, a medianoche, sono el telefono. Medio dormido, fui tambaleandome entre las patas de mis mascotas hasta que pude descolgar el auricular. Era Louise. Estaba fuera de si y gritaba tan alto que me heria el timpano.
– Estoy indignada contigo. ?Como eres capaz de enviar una carta asi? Cierras de un portazo porque la cosa se puso un tanto incomoda e intima para ti.
Oi que hablaba atropelladamente. Eran las tres de la madrugada. Intente calmarla, pero solo consegui empeorarlo; de modo que guarde silencio y la deje que se desahogara.
«Esa es mi hija», salmodiaba yo para mi. «Dice lo que tiene que decir. Y ya sabia yo desde el principio que aquella carta que le di a Jansson era un error.»
No recuerdo cuanto tiempo estuvo gritandome al telefono. De repente, en medio de una frase, oi un clic y la conversacion se corto. El vacio retumbaba en mis oidos. Me levante y abri la puerta de la sala de estar. A la luz de la lampara vi que el hormiguero seguia creciendo. Al menos, eso me parecia a mi. Pero ?es posible que crezcan los hormigueros en invierno, cuando las hormigas estan aletargadas? Lo ignoraba tanto como ignoraba el modo en que debia dirigirme a Louise. Comprendi que estaba enojada. Pero y ella, ?me comprendia a mi? ?Acaso habia algo que comprender? ?Puede uno ver a su hija como a una mujer adulta cuya existencia ni siquiera ha sospechado? Y ademas, ?quien era yo para ella?
Aquella noche no logre conciliar el sueno. Me sobrevino un temor del que no supe defenderme. Me sente a la mesa de la cocina agarrado al hule azul que la cubria desde los dias de mi abuela. El vacio y la impotencia me engullian. Louise se habia aferrado a lo mas hondo de mi ser con unas y dientes.
Al alba sali afuera. Pense que lo mejor habria sido que Harriet no hubiese aparecido nunca en medio del hielo. Yo habria podido vivir mi vida sin mi hija, del mismo modo en que Louise habria podido arreglarselas sin padre.
En el embarcadero me envolvi en el viejo abrigo de piel de mi abuelo y me sente en el banco. No se veia ni al perro ni al gato. Ellos tenian sus propios caminos, como testimoniaban las huellas que dejaban en la nieve. Rara vez iban juntos. Me pregunte si tambien ellos se mentian sobre sus intenciones.
Me levante del banco y lance un grito al aire brumoso. El retumbar del eco fue atenuandose hasta morir del todo en la luz grisacea. El orden se habia alterado. Harriet habia llegado a poner mi vida patas arriba. Louise me habia gritado al oido una verdad de la que no pude defenderme. Tal vez incluso Agnes desatase contra mi su ira inesperada.
Volvi a desplomarme sobre el banco. Las palabras de mi abuela, su miedo, me invadieron. Si uno se adentraba a pie o a remo en la niebla, podia desaparecer para siempre jamas.
Llevaba doce anos viviendo solo en la isla. Ahora me sentia como si la hubiesen invadido tres mujeres.
En realidad, deberia invitarlas para el verano. Asi podrian atacarme por turno en una hermosa noche estival. Finalmente, cuando apenas quedase algo de mi, Louise podria ponerse los guantes de boxeo y darme el golpe de gracia antes de la cuenta atras.
Podrian contar hasta mil. Y yo no volveria a levantarme nunca mas.
Pocas horas despues cave mi agujero y me hundi en las frias aguas. Note que, en esa ocasion, me obligaba a mi mismo a permanecer alli mas tiempo del habitual.
Jansson aparecio con su hidrocoptero, puntual como de costumbre. Aquel dia no traia ninguna carta para mi y yo tampoco tenia ninguna que entregarle. Justo cuando estaba a punto de marcharse, recorde que hacia ya tiempo que no se quejaba de dolor de muelas.
– ?Que tal van las muelas?
Jansson me miro inquisitivo.
– ?Que muelas?
No insisti. El hidrocoptero se esfumo en la niebla.
De camino a casa, desde el embarcadero, me detuve una vez mas ante mi barco y, una vez mas, alce la lona. La mal cuidada superficie del casco lanzo un destello. Si lo dejaba apuntalado un ano mas, lo perderia para siempre.
Aquel dia le escribi otra carta a Louise. Le pedia disculpas por todo lo imaginable y tambien por lo que tal vez se me escapase y por las molestias que pudiera causarle en el futuro. Y termine la carta hablandole del barco:
«Tengo un viejo barco de madera que herede de mi abuelo y que tengo estribado sobre unos tocones y cubierto por una lona. Es una verguenza que lo haya descuidado tanto. Simplemente, no me he puesto a repararlo y aparejarlo. Como el barco, yo mismo he estado apuntalado sobre unos maderos, bajo una lona desde que vine para instalarme a vivir en esta isla. Jamas lograre aparejar el barco antes de haberme aparejado a mi mismo».
Pocos dias despues le di la carta a Jansson y, la semana siguiente, me trajo la respuesta de Louise. Tras varios dias de deshielo habia vuelto el frio. El invierno rehusaba ceder. Me sente a leer la carta en la cocina. El gato y el perro tuvieron que quedarse fuera. A veces, no los soportaba.
Louise me decia en su carta:
«En ocasiones me siento como si hubiese vivido una vida de labios secos y resquebrajados. Es algo que se me ocurrio una manana en que la vida me parecia peor que de costumbre. No es preciso que te cuente que tipo de vida he llevado, pues ya te lo deje entrever suficientemente. Rellenar los huecos con detalles no cambia nada. Ahora estoy intentando encontrar el modo de vivir contigo, el
Firmaba con una hermosa y elaborada ele mayuscula.
«Vaya, no es una historia bonita que digamos», pense. «Harriet, Louise y yo. Louise tiene, en verdad, toda la razon de este mundo para dirigir su colera contra nosotros.»
Paso el invierno, salpicado de cartas que iban y venian entre la isla y la caravana. De vez en cuando tambien recibia una carta de Harriet, que ya estaba de vuelta en Estocolmo. Ni ella ni Louise me explicaron quien la llevo alli. Me escribio que se sentia muy cansada, pero que el recuerdo de la laguna y la idea de que Louise y yo nos hubiesemos conocido por fin le mantenian el animo. Yo le preguntaba por su estado fisico, pero ella nunca me respondia.
Sus cartas emanaban una suerte de resignacion sosegada, casi respetuosa. Lo contrario de lo que sucedia con las de Louise, que siempre ocultaban entre lineas la amenaza de un acceso de colera.
Cada manana, al despertar, me proponia en serio ponerme a ordenar mi vida. Ya no podia seguir permitiendo que los dias se esfumasen inutilmente.
Pero no conseguia llegar a nada. No tomaba ninguna decision. De vez en cuando levantaba la lona que