Al cabo de un rato, tambien ella bajo al embarcadero.

– Sientate -le dije-. Puedes quedarte unos dias.

Senti su desasosiego. Le temblaban las piernas. No podia echarla de mi casa. Ademas, necesitaba tiempo para pensar. Una cuarta mujer habia invadido mi vida y exigia una prestacion cuya naturaleza yo aun ignoraba.

Nos comimos la ultima liebre que tenia en el congelador. Sima apenas si rozaba la comida. No hablo mucho, pero parecia cada vez mas inquieta. No queria dormir entre las hormigas, asi que le prepare la cama en la cocina. No eran mas de las nueve cuando me dijo que queria acostarse.

El gato tuvo que quedarse fuera aquella noche. Yo subi a la primera planta y me tumbe a leer. No se oia ningun ruido procedente de la cocina, aunque se veia el haz de luz que atravesaba la ventana. Aun no la habia apagado. Cuando eche la cortina, vi que el gato se habia sentado a la luz.

Tambien el gato me dejaria en breve. Era como si ya se hubiese convertido en un ser transparente.

Lei uno de los libros de mi abuelo, de 1911, que trataba de aves zancudas insolitas. Debi de dormirme sin apagar la luz. Cuando abri los ojos, aun no habian dado las once. Habia dormido media hora, como maximo.

Me levante y entreabri la cortina. La luz de la cocina estaba apagada y el gato habia desaparecido. Estaba a punto de acostarme, cuando preste atencion. Oi un ruido procedente de la cocina que no fui capaz de identificar. Me acerque a la puerta y aguce el oido. Y entonces lo oi claramente. Sima estaba llorando. Me quede de pie. ?Debia bajar con ella o querria que la dejase en paz? Tras un instante, el llanto parecio apagarse, asi que volvi a cerrar la puerta con cuidado y me acoste. Ya sabia donde poner el pie para que el liston de madera del suelo no crujiese.

El libro de aves zancudas se habia deslizado hasta caer al suelo. No me moleste en recuperarlo, sino que intente tomar una decision sobre que hacer. Lo unico correcto era llamar a la guardia costera. Pero ?por que iba a hacer siempre lo correcto? Resolvi, pues, llamar a Agnes. Ella decidiria. Despues de todo, Agnes era lo mas parecido a un pariente para Sima, si no habia entendido mal la historia.

Como de costumbre, me desperte poco despues de las seis. El termometro exterior indicaba que estabamos a cuatro grados. Y habia niebla.

Me vesti y baje la escalera. Aun con paso cauteloso, puesto que supuse que Sima seguia durmiendo. Pense en llevarme la cafetera al cobertizo, donde tenia una vieja cocina electrica que lleva alli desde los tiempos de mi abuelo. El la usaba para cocer una mezcla de alquitran y resina que utilizaba para sellar el barco.

La puerta de la cocina estaba entreabierta. La abri con cuidado, pues sabia que chirriaba un poco. Sima estaba tumbada sobre la cama, en ropa interior. La lampara del rincon, junto al sofa, estaba encendida. El cuerpo y las sabanas estaban cubiertos de sangre.

Era como si un gran foco iluminase su cuerpo. Yo no daba credito a mis ojos. Sabia que era verdad y, aun asi, era como si no pudiese haber sucedido. Intente reanimarla al tiempo que buscaba el lugar donde se habia hecho las heridas mas profundas. No habia utilizado la espada, sino uno de los viejos cuchillos de pesca de mi abuelo. Por alguna razon, esto aumento mi desesperacion; como si Sima hubiese arrastrado al viejo pescador en su desgracia. Le grite para que despertara, pero su cuerpo estaba blando y tenia los ojos cerrados. Presentaba las heridas mas graves en el vientre y en los tobillos. Y, curiosamente, tambien tenia bastantes cortes en la nuca, aunque no lograba comprender como se las habia arreglado para danarse esa parte del cuerpo. La peor lesion era la que se habia infligido en el brazo derecho. El dia anterior me fije en que era zurda. De alli manaba la sangre a borbotones. Habia perdido muchisima. Improvise unas compresas con unos panos de cocina. Despues le tome el pulso. Era muy debil. No dejaba de intentar reanimarla, pero no sabia si habria ingerido alguna pastilla o si habria utilizado alguna droga. Desde luego, en la cocina habia un olor que no me resultaba familiar. Oli el cenicero, otro de los platos de porcelana de mi abuela, y pense que lo mas probable era que hubiese fumado hachis o marihuana. Lance una maldicion al recordar que todo mi instrumental medico estaba en el cobertizo. Eche a correr para ir a buscarlo, tropece con el gato, que estaba tumbado en el vestibulo, tome un tensiometro y regrese a la cocina. Tenia la tension muy baja. Su estado era grave.

Marque el numero de la guardia costera y me respondio Hans Lundman, con quien yo solia jugar de nino los veranos. Su padre, que era piloto, y mi abuelo eran buenos amigos.

– Soy Fredrik Welin. Tengo aqui a una joven que necesita ingresar en un hospital cuanto antes.

Hans es un hombre sensato. Sabia que nadie llamaba a la guardia costera por la manana temprano si el asunto no era grave.

– ?Que ha pasado?

No pude por menos de decirle la verdad.

– Ha intentado suicidarse. Se ha cortado y ha perdido mucha sangre. Tanto el pulso como la tension estan muy bajos. Tiene que ingresar de inmediato.

– Hay niebla -observo Hans Lundman-, pero estaremos ahi en media hora.

– ?Llamas tu a la ambulancia?

– Dalo por hecho.

Treinta y dos minutos tarde en oir los potentes motores de la embarcacion de la guardia costera. Fueron los minutos mas largos de mi vida. Mas que cuando me robaron en Roma y crei que iban a matarme, mas que en ninguna otra situacion de mi vida. No podia hacer nada. Sima estaba muriendose. No podia calcular cuanta sangre habria perdido. Ni podia ponerle nada, salvo las compresas caseras. Intente susurrarle al oido cuando comprendi que de nada servia gritarle. Acerque los labios a su oido y le susurre que debia vivir, que no podia morir asi, sin mas, que no era justo, no alli, en mi cocina, no ahora que era primavera, no en un dia como el que acababa de empezar. No sabia si estaria oyendome, pero segui murmurandole al oido. Le conte fragmentos de historias que aprendi de nino, le hable del perfume de las lilas y del cerezo aliso en flor. Le dije lo que cenariamos aquella noche y le hable de las extraordinarias aves que capturaban su presa como el rayo mientras se refrescaban en la orilla del mar. Le hable por su vida y por la mia; tal era el panico que sentia ante la idea de que muriera. Cuando por fin oi el paso apremiado de Hans Lundman y sus ayudantes, les grite que se apresurasen. Traian una camilla y no perdieron ni un segundo en trasladarla de la cama; acto seguido nos marchamos. Yo corri hacia el barco en calcetines, con las botas bajo el brazo y ni siquiera me preocupe de cerrar la puerta.

Navegamos atravesando la niebla. Hans Lundman iba al timon y me preguntaba por el estado de Sima.

– No lo se. Esta perdiendo tension.

Hans iba a toda velocidad, hendiendo la brumosa blancura. Su ayudante, al que yo no conocia, miraba nervioso a Sima, que yacia sujeta a la camilla. Me pregunte si el hombre no estaria a punto de desmayarse.

La ambulancia esperaba en el puerto. Todo seguia envuelto en la densa niebla.

– Esperemos que se salve -dijo Hans Lundman a modo de despedida.

Parecia preocupado. Probablemente, la experiencia le habria ensenado a contemplar a una persona acechada por la muerte.

Nos llevo cuarenta y tres minutos llegar al hospital. La mujer que iba sentada junto a la camilla en la ambulancia se llamaba Sonja y tenia unos cuarenta anos. Le puso un gotero, actuando despacio y sistematicamente, y de vez en cuando llamaba al hospital para informar del estado de Sima. Me pregunto un monton de detalles sobre la hora del suceso que yo no supe darle.

– ?Sabes si ha tomado algo? ?Alguna pastilla?

– No lo se. Puede que haya fumado marihuana.

– ?Es tu hija?

– No. Vino a visitarme inesperadamente.

– ?Has llamado a sus familiares?

– No se quienes son. Vive en un centro de acogida. Solo la habia visto una vez en mi vida. Y tampoco se por que vino a mi casa.

– Llama al centro.

La mujer me tendio un telefono que habia colgado de la pared de la ambulancia. Llame al servicio de informacion telefonica y me pusieron con la granja de Agnes. Cuando salto el contestador, dije la verdad, a que hospital nos dirigiamos y deje el numero de telefono que me indico Sonja.

– Vuelve a llamar -me dijo-. La gente suele despertarse si uno no se da por vencido.

– Puede que este en los establos.

– ?No tiene movil?

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