para buscar algun dulce.

– Es una mujer muy elegante -opino Jansson-. ?Como la has encontrado?

– No fui yo quien la encontro a ella: ella me encontro a mi.

– No habras puesto un anuncio, ?verdad? Yo he pensado en hacerlo.

Jansson no es demasiado espabilado. No se le puede acusar de actividad mental innecesaria, la verdad. Pero el que fuese capaz de creer que Louise era una dama a la que yo habia conquistado, con caravana y todo, incluida una vieja moribunda…, me resultaba incomprensible.

– Es mi hija -le revele-. ?No te habia contado que tengo una hija? Pues yo juraria que lo habia hecho. Estabamos sentados en el banco. A ti te dolia el oido. Fue en otono. Te conte que tenia una hija ya mayor. ?Lo has olvidado?

Ni que decir tiene que Jansson ignoraba por completo de que le estaba hablando. Pero no se atrevio a protestar. No es capaz de correr el riesgo de perderme como su siempre dispuesto facultativo.

Louise volvio con una bandeja de bollos. Jansson y mi hija parecieron caerse bien enseguida. Pensaba explicarle a Louise que ella podia ser senora en su caravana pero que, en mi isla, era yo y nadie mas quien imponia las reglas, una de las cuales era precisamente que no habia que invitar a Jansson a tomar cafe en mi cocina.

Jansson arrastro al mar el transporte para ganado y, bordeando el cabo, desaparecio. No le pregunte a Louise cuanto le habia pagado. Dimos un paseo por la isla, pues Harriet aun dormia. Le mostre donde habia enterrado al perro y despues trepamos por los riscos en direccion sur para seguir la orilla.

Por un instante me senti como si tuviese una nina pequena. Louise hacia preguntas sobre todo lo que veia, las plantas, las algas, las islas que se vislumbraban a traves de la neblina, los peces que habria en el fondo, aunque no se veian… Yo pude contestar a algo asi como la mitad de sus preguntas. Pero a ella no le importaba, lo mas importante era, al parecer, que yo la escuchase.

Habia en el cabo de Norrudden unos bloques de piedra que la erosion del hielo habia modelado hacia ya tiempo hasta convertirlos en una especie de altos tronos. Y alli nos sentamos.

– ?De quien fue la idea? -pregunte.

– Creo que se nos ocurrio a las dos al mismo tiempo. Ya era hora de venir a visitarte y de reunir a la familia antes de que fuese demasiado tarde.

– ?Que opinan tus amigos, los que viven en el bosque?

– Saben que un dia volvere.

– ?Y por que te has traido la caravana?

– Es mi cascara. Nunca la dejo.

Me hablo de Harriet. Uno de los boxeadores, un hombre llamado Sture que se ganaba la vida cavando pozos, la habia llevado de vuelta a Estocolmo.

A partir de ahi empeoro muy rapido. Louise viajo hasta la capital para cuidarla, pues no queria ir a ninguna residencia. Y Louise peleo por el derecho a administrarle a Harriet los analgesicos que necesitaba. Lo unico que podia hacerse ya era paliar su dolor. Ya habian renunciado a todo intento de impedir que el cancer se propagara. Habia empezado la cuenta atras definitiva. Louise mantenia contacto diario con el hospital de Estocolmo.

Hablabamos sentados en nuestros tronos, mientras contemplabamos el mar.

– No creo que viva ni un mes mas -dijo Louise-. Ya tengo que hacerle tomar grandes dosis de analgesicos. Morira aqui. Sera mejor que te hagas a la idea. Eres medico o, al menos, lo has sido. Asi que estas mas habituado que yo a la muerte. Aunque una cosa si que he comprendido: que uno siempre esta solo ante la muerte. De todos modos, podemos estar a su lado y prestarle ayuda.

– ?Le duele mucho?

– A veces llega a gritar.

Reanudamos el paseo por la orilla. Cuando llegamos al cabo que da a mar abierto, nos detuvimos de nuevo. Mi abuelo coloco alli una vez un banco que el habia fabricado con el esqueleto de un viejo carromato y unas planchas de roble bastante gruesas. Las contadas ocasiones en que el y mi abuela discutian y se enfadaban, el solia venir aqui a sentarse hasta que ella acudia a buscarlo para avisarle de que la cena estaba lista. Para entonces, ya se les habia pasado el enfado. Cuando yo tenia siete anos, grabe mi nombre en aquel banco. Seguro que a mi abuelo no le gusto que lo hiciera, pero nunca me dijo nada.

Habia un grupo de eider, de somormujos y algunos negrones que se balanceaban sobre las ondas.

– Ahi delante hay una fosa profunda -le explique-. Por lo general, el fondo suele estar por aqui a una profundidad de entre quince y veinte metros. Pero de repente se abre una grieta de hasta cincuenta y seis metros. Cuando yo era nino y echaba un cabo desde mi bote, sonaba con descubrir que la fosa no tenia fondo. Ha habido ya varias expediciones de geologos que pretendian averiguar por que existe pero, por lo que yo se, no han sabido dar ninguna explicacion plausible, hasta ahora. Eso me encanta. No tengo fe en un mundo en el que puedan descifrarse todos los misterios.

– Yo creo en un mundo en el que se ofrece resistencia -declaro Louise.

– ?Estas pensando en las cuevas francesas de las que me hablabas?

– Entre otras muchas cosas, si.

– ?Has escrito alguna carta?

– Las ultimas, tanto a Tony Blair como al presidente Chirac.

– ?Te han contestado?

– Por supuesto que no. Pero estoy preparando otras iniciativas.

– ?Como cuales?

Ella nego con un gesto, pues no queria responder.

Proseguimos nuestro deambular y nos detuvimos junto al cobertizo. El sol daba contra la pared al socaire.

– Cumpliste uno de los deseos de Harriet -dijo Louise-. Pero aun le queda uno.

– No pienso volver a la laguna.

– No, su deseo ha de realizarse aqui. Quiere celebrar una fiesta estival.

– ?Y eso que es?

Louise se impaciento.

– ?Puede significar otra cosa que aquello a lo que alude su nombre? Una fiesta que se celebra en verano, por supuesto.

– Yo no suelo dar fiestas en la isla. Ni en verano ni en invierno.

– Pues entonces, ya va siendo hora de que lo hagas. Harriet quiere sentarse fuera en una hermosa noche de verano, en compania de varias personas, disfrutar de una buena cena, de un buen vino y, despues, volver a su lecho para morir lo antes posible.

– Bueno, eso lo podemos arreglar. Tu, yo y ella. Colocamos una mesa en el cesped, ante la grosella.

– Pero Harriet quiere que haya invitados. Quiere ver gente.

– ?Y a quienes ibamos a invitar?

– Tu eres quien vive aqui. Invita a algunos de tus amigos. No tienen que ser tantos.

Louise se marcho en direccion a la casa. No espero mi respuesta. Comprendi que no me quedaria otro remedio que organizar la fiesta. Podia invitar a Jansson, a Hans Lundman y a su esposa Romana, que trabaja de carnicera en el mercado del pueblo.

Harriet celebraria su ultima cena aqui, en mi isla. Era lo minimo que podia hacer por ella.

4

Llovio casi sin cesar hasta la noche de San Juan. Fuimos adoptando sencillas medidas segun empeoraba el estado de Harriet. En un principio, Louise dormia en su caravana, pero despues de que Harriet se pasase dos noches consecutivas gritando de dolor se traslado a mi cocina. Me ofreci a turnarme con ella para administrarle a Harriet los analgesicos, pero ella queria seguir siendo la responsable de ese asunto. Extendio sobre el suelo un colchon que, por las mananas, enrollaba y colocaba en el vestibulo. Me conto que el gato solia tumbarse a sus

Вы читаете Zapatos italianos
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату