Despues, cuando todo paso, pense que nuestra fiesta fue, en un principio, como una pequena orquesta cuyos miembros afinaban sus instrumentos. Poco a poco, fuimos hablando hasta dar con el tono adecuado. Entre tanto, ibamos comiendo y bebiendo y llevando adentro bandejas vacias mientras el eco de nuestras risas sobrevolaba las rocas. Harriet estuvo, en aquellos momentos, totalmente sana. Hablo de bengalas de emergencia con Hans, con Romana, de los precios de la cesta de la compra y a Jansson le pidio que le hablase de todos los envios extranos que debia de haber entregado durante todos los anos que llevaba ejerciendo de cartero. Era su fiesta, ella era quien dominaba, quien dirigia y armonizaba todos los tonos para conseguir un todo. Andrea no decia nada, pero no tardo en pegarse a Louise, que la dejaba hacer. Ni que decir tiene que nos emborrachamos todos, Jansson el primero, pero no perdio el control en ningun momento. Le ayudo a Louise a retirar los platos y no se le cayo ni uno. El fue, ademas, quien encendio las velas y las bengalas de jardin que Louise habia comprado para mantener alejados a los mosquitos. Andrea observaba a los adultos con ojos escudrinadores. Harriet, que estaba sentada enfrente de ella, extendia a veces la mano para rozar las yemas de los dedos de Andrea. Cada vez que veia como sus dedos se encontraban me invadia una honda pesadumbre. Una de las dos mujeres no tardaria en morir, la otra jamas llegaria a comprender que significa vivir. Harriet capto mi mirada y alzo su copa. La hizo tintinear contra la mia y bebimos en silencio.

Despues, yo pronuncie un discurso. Nada que hubiese preparado de antemano, no. Al menos, yo no era consciente de haber formulado aquellas palabras cuando me levante para que todos las oyesen. Hable de la sencillez y del exceso. Sobre la perfeccion, que tal vez no existiese, pero que tal vez pudiese intuirse durante una noche de verano en compania de buenos amigos. El verano sueco es caprichoso, nunca demasiado largo. Pero su belleza podia llegar a ser ensordecedora, como la de aquella noche.

– Vosotros sois mis amigos -declare-. Sois mis amigos y mi familia y yo me he comportado como un principe mezquino al no permitiros entrar en mis dominios. Os agradezco la paciencia que me habeis mostrado, temo lo que hayais podido pensar de mi y deseo que esta no sea la ultima vez que nos veamos en estas circunstancias.

Bebimos. Una leve brisa nocturna se fundio con el follaje de los robles y rozo las llamas de las velas llevandose el humo que ascendia de las bengalas.

Jansson se puso en pie, despues de dar unos toquecitos sonoros en su copa. Vacilo, pero se mantuvo erguido. No dijo nada. Y, de pronto, empezo a cantar. Con la voz de baritono mas limpia que imaginarse pueda, entono el Ave Maria de un modo que me hizo estremecer. Creo que todos experimentaron la misma sensacion. Hans y Romana se mostraron tan perplejos como yo. Nadie parecia saber que Jansson tuviese una voz tan poderosa. Y los ojos se me anegaron de lagrimas. Alli estaba Jansson, con todas aquellas dolencias suyas imaginarias y su traje, que tan estrecho le quedaba, cantando como si un dios hubiese venido a sentarse entre nosotros en la noche estival. Solo el podia explicar por que habia ocultado su talento.

De tal modo canto, que hasta los pajaros callaron. Andrea escuchaba boquiabierta. Fue un momento grandioso, casi como un hechizo. Cuando Jansson termino y volvio a sentarse, todos quedamos mudos. Hasta que Hans rompio el silencio con las unicas palabras que cabia pronunciar.

– ?Ha sido increible!

Jansson recibio un aluvion de preguntas. Que bien cantaba. ?Como no lo habia hecho nunca antes? Pero Jansson no contesto. Y tampoco quiso volver a cantar.

– Ha sido mi discurso de agradecimiento -nos explico-. Con un canto. Desearia que esta noche no terminase nunca.

Seguimos bebiendo y comiendo. Harriet habia dejado su batuta y ahora la conversacion iba a trompicones. Todos estabamos ebrios; Louise y Andrea se retiraron discretamente hacia el cobertizo y la caravana. A Hans se le ocurrio que Romana y el tenian que bailar, y se apartaron tambien, saltando y trotando en un baile que, segun Jansson, pretendia ser un Rheinlander, para luego aparecer por la esquina, desde detras de la casa, en algo que mas se asemejaba a un hambo.

Harriet disfrutaba. Creo que hubo instantes de aquella noche en que no sintio ningun dolor, ni penso en que no tardaria en morir. Yo servi mas vino y un chupito para cada uno, salvo para Andrea. Jansson fue tambaleandose hasta los arbustos para orinar. Hans y Romana echaban un pulso con los dedos y, de mi aparato de radio, se oia una musica que yo crei identificar como alguna onirica pieza de piano de Schumann. Fui a sentarme junto a Harriet.

– Fue mejor asi -dijo ella de pronto.

– ?A que te refieres?

– Tu y yo no habriamos podido vivir juntos. Al final me habria cansado de tu constante espionaje y de tu hurgar en mis papeles. Era como tenerte dentro de mi propia piel. Me producias picazon. Como te amaba, no me molestaba demasiado. Creia que se pasaria. Y asi fue. Pero no antes de que te hubieses marchado.

Alzo la copa y me miro a los ojos.

– Tu nunca has sido una buena persona -me recrimino-. Siempre has rehuido las responsabilidades que te correspondia asumir. Y nunca seras una buena persona. Pero puede que llegues a ser mejor. Procura no perder a Louise. Cuidala y ella te cuidara a ti.

– Deberias habermelo dicho. Tantos anos teniendo una hija, sin saberlo…

– Por supuesto que debi habertelo dicho. Y tienes razon, de haberlo querido de verdad, te habria encontrado. Pero estaba tan enfadada. Fue mi modo de vengarme, quedarme con tu hija para mi sola. Ahora recibo el castigo por lo que hice.

– ?Que castigo?

– El arrepentimiento.

Jansson aparecio trastabillando y fue a sentarse frente a Harriet, sin importarle que estuviesemos manteniendo una conversacion privada.

– Creo que eres una mujer excepcional -dijo con la voz empanada-. Una mujer totalmente excepcional, por sentarte en mi hidrocoptero sin vacilar lo mas minimo y aventurarte a cruzar el hielo.

– Fue toda una experiencia -respondio Harriet-. Pero es una excursion que no me gustaria repetir.

Me levante y subi a la cima de la montana. Desde el otro lado de la casa las voces me llegaban como tintineos y gritos difusos. Me parecio poder ver a mi abuela abajo, en el banco, junto al manzano; y al abuelo, tal vez subiendo por el sendero desde el cobertizo.

Fue una noche en que los muertos y los vivos podian celebrar una fiesta juntos. Fue una noche para los que aun tenian mucha vida por delante y para quienes, como Harriet, se encontraban muy cerca del limite invisible, aguardando ya la embarcacion que los llevaria a la otra orilla.

Una embarcacion en la que ella habia viajado cuando vino con la caravana en el barco de Jansson. Ahora ya solo le quedaba el ultimo tramo.

Baje al embarcadero. La puerta de la caravana estaba abierta. La rodee y mire discretamente por la ventana. Andrea estaba probandose la ropa de Louise, haciendo equilibrio sobre sus altos tacones, un par de zapatos de color azul claro y luciendo un extrano vestido de brillantes lentejuelas.

Me sente en el banco. De pronto, recorde la noche del solsticio de invierno. Aquella noche, sentado en la cocina, pense que mi vida nunca cambiaria. Y ahora, seis meses despues, nada era como antes. Ahora, el solsticio de verano nos llevaba de nuevo a la oscuridad. En la distancia oi las voces que llenaban mi, por lo general, tan silenciosa isla. La risa chillona de Romana y, de repente, tambien la voz de Harriet sobreponiendose a la muerte y al dolor y pidiendo a gritos mas vino.

?Mas vino! Sonaba como un grito de guerra. Harriet habia movilizado sus ultimas fuerzas para afrontar la batalla final. Fui a la casa y descorche las dos botellas que nos quedaban. Cuando sali, Jansson abrazaba a Romana en una danza mimosa, semiinconsciente. Hans habia ido a sentarse al lado de Harriet. Le sostenia la mano, o tal vez fuese al reves, y ella escuchaba mientras el intentaba explicarle, con gran esfuerzo y menos exito, como alumbraban los faros de las vias maritimas para garantizar la navegacion incluso a velocidades muy altas. Louise y Andrea aparecieron de entre las sombras. Nadie, salvo Harriet, se percato de lo hermosa que estaba Andrea ataviada con las imaginativas creaciones de Louise. Aun llevaba los zapatos de color azul claro. Louise vio que me quedaba mirando los pies de Andrea.

– Me los hizo Giaconelli -me susurro al oido-. Pero se los he regalado a esta joven, que encierra en su alma tanto amor, que nadie se atreve a tomarlo. Un angel debe calzar zapatos de color azul claro creados por un maestro.

La noche se prolongaba y avanzo poco a poco hacia una fase onirica en la que ya no recuerdo con claridad

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