pies.

Harriet dormia casi todo el tiempo, sumida en un estado de semiconsciencia provocado por la gran ingesta de calmantes. Casi nunca queria comer, pero Louise la obligaba, con una paciencia infinita, a ingerir el alimento suficiente. Derrochaba con su madre una ternura que me emocionaba. Era una ternura que yo no habia visto antes. Yo me encontraba a su lado, pero jamas alcanzaria ese grado de intimidad.

Por las noches, nos sentabamos en la caravana de Louise o en mi cocina, y charlabamos. Ella se hacia cargo de la comida. Yo llamaba a la tienda para encargar el pedido que ella me indicaba y que luego nos traia el barco del correo. La semana anterior a la noche de San Juan intui que a Harriet no le quedaba mucho tiempo. En sus momentos de vigilia preguntaba que tiempo hacia, pero yo sabia que en lo que pensaba era en su fiesta estival. El siguiente dia de correo, cuando llovia casi a diario y soplaban vientos frios desde el lejano mar del Norte, invite a Jansson a la fiesta ese viernes.

– ?Es tu cumpleanos?

– Todas las navidades te lamentas porque no pongo velas ni adornos. Todos los dias de San Juan protestas porque ni siquiera accedo a tomarme un trago en el embarcadero. Asi que ahora te invito a una fiesta. ?Te cuesta tanto entenderlo? A las siete, si el tiempo lo permite.

– Siento en mis pulgares que el calor esta ya en camino.

Segun Jansson, el es capaz de encontrar manantiales con una varilla de rabdomante. Ademas, dice que tiene sensibilidad al clima justo en los pulgares.

No hice ningun comentario sobre sus pulgares. Ese mismo dia llame a Hans Lundman y lo invite a el y a su mujer.

– Me toca trabajar ese dia, pero seguro que puedo cambiar el turno con Edwin -me dijo-. ?Es tu cumpleanos?

– Siempre es mi cumpleanos -le respondi-. Os espero a las siete, si el tiempo lo permite.

Louise y yo planeamos la fiesta. Saque los viejos muebles de jardin de mis abuelos que llevaban mucho tiempo guardados. Los pinte y repare la mesa, en una de cuyas patas la madera ya estaba medio podrida.

La vispera de San Juan llovio a cantaros. Soplaba una gelida ventisca del noroeste y la temperatura bajo a doce grados. Louise y yo subimos con gran esfuerzo hasta la cima del monte, desde donde vislumbramos algunos barcos varados en el golfo, al socaire, al otro lado de Korsholmen, que es la isla mas proxima que tengo como vecina.

– ?Tu crees que manana hara este tiempo? -pregunto Louise.

– Segun los pulgares de Jansson, hara bueno -explique.

Al dia siguiente amaino el viento. Tambien la lluvia ceso, las nubes se dispersaron y subio la temperatura. Harriet habia pasado dos malas noches en las que los analgesicos no parecian surtir mucho efecto. Despues, subitamente, se hizo la calma. Preparamos, pues, nuestra fiesta. Louise parecia saber con exactitud lo que queria Harriet.

– Un exceso sencillo -aseguro-. Es una tarea desesperante la de compaginar lo sencillo y lo lujoso. Pero a veces uno debe desear lo imposible.

Resulto aquella una singular fiesta de verano que, segun creo, ninguno de los asistentes olvidara nunca, aunque nuestros recuerdos no coincidan. Hans Lundman llamo la misma manana y me pregunto si podia traer a su nieta, que estaba con ellos de visita, y a la que no podian dejar sola en casa. Se llamaba Andrea y tenia dieciseis anos. Yo sabia que la nieta de Lundman tenia una minusvalia psiquica que, entre otras manifestaciones, afloraba bajo la forma de una confianza infinita en cualquier persona extrana. Le costaba comprender ciertas cosas, o aprenderlas, igual que a otras personas con ese tipo de minusvalias. Lo mas caracteristico de Andrea era, no obstante, su forma de relacionarse con los desconocidos. A cualquiera le daba la mano y, de nina, se sentaba sin vacilar en el regazo del primer extrano que apareciese.

Le dije que por supuesto que podian traerla. De modo que pusimos la mesa para siete personas, en lugar de seis. Harriet, que casi nunca se levantaba de la cama, se sento en su sillon del jardin ya a las cinco de la tarde. Louise le habia puesto un vestido de verano de color claro y le habia arreglado el blanquisimo cabello en un hermoso rodete en la nuca. Y observe que incluso la habia maquillado. El rostro demacrado de Harriet habia recuperado parte de la fuerza que solia irradiar. Me sente a su lado, con una copa de vino en la mano. Ella me la arrebato y la dejo medio vacia de un trago.

– Sirveme mas -me pidio-. Para evitar dormirme he reducido la dosis de todo aquello que mantiene a raya el dolor. Asi que ahora me duele bastante, y mas que me va a doler. Pero ahora quiero mas vino blanco en lugar de todas esas pastillas blancas. ?Dame vino!

Fui a la cocina, donde estaban las botellas ya descorchadas. Louise trajinaba con algo que iba a poner en el horno.

– Harriet quiere vino -dije.

– Pues ?daselo! Esta fiesta es para ella. Es la ultima vez en la vida que podra beber hasta la euforia. Debemos alegrarnos si se emborracha.

Me lleve una botella al jardin. La mesa estaba puesta con buen gusto. Louise la habia adornado con flores y ramas verdes y, con los desgastados panos de la abuela, habia cubierto los platos frios, que ya estaban servidos.

Brindamos y Harriet me tomo la mano.

– ?Te disgusta que quiera morir en tu casa?

– ?Por que me iba a disgustar?

– Tu no querias vivir conmigo. Tal vez tampoco me quieras en tu casa ahora que estoy moribunda.

– No me extranaria nada que nos sobrevivieras a todos.

– Pronto habre muerto. Ya noto como tira de mi. La tierra tira de mi. A veces, por las noches, cuando me despierta el dolor, justo antes de que me duela tanto que me veo obligada a gritar, me pregunto si temo lo que me espera. Y tengo miedo, pero como si no lo tuviera. Es mas bien un vago desasosiego, estar a punto de abrir una puerta que no sabemos a ciencia cierta que oculta. Despues viene el dolor intenso y, entonces, es el dolor lo que temo. Y nada mas.

Louise salio y se sento con nosotros, provista tambien de su copa de vino.

– Aqui tenemos a la familia -anuncio-. No se si quiero apellidarme Welin o Hornfeldt. Tal vez sea Louise Hornfeldt-Welin. De profesion, epistolografa.

Se habia traido una camara y nos fotografio a Harriet y a mi con las copas en la mano. Despues tomo una instantanea donde tambien apareceria ella misma.

– Esta camara que tengo es antigua -explico-. He de revelar los carretes. Pero, de cualquier modo, ya tengo la foto con la que siempre sone.

Brindamos por la noche de estio. Pense que Harriet tenia que llevar panales bajo su veraniego vestido de color claro y que la hermosa Louise era, de hecho, mi hija.

Louise fue a cambiarse a la caravana. El gato se planto en la mesa de un salto y yo lo espante. El animal se aparto ofendido. Ambos guardabamos silencio y escuchabamos el leve murmullo del mar.

– Tu y yo -dijo Harriet de improviso-. Tu y yo. Y, de pronto, todo habra pasado.

Cuando dieron las siete, no soplaba nada de viento y estabamos a diecisiete grados.

Jansson y la familia Lundman llegaron al mismo tiempo. Los barcos iban uno tras otro como formando un pequeno convoy amistoso. Ambos llevaban banderas en la popa. Louise esperaba radiante en el embarcadero. Lucia un vestido tan corto que casi resultaba provocador, pero sus piernas eran preciosas y reconoci enseguida los zapatos rojos que tenia la primera vez que la vi salir de la caravana. Jansson se habia puesto un viejo traje de chaqueta que le quedaba de lo mas estrecho, Romana relumbraba de negro y rojo y Hans vestia de blanco e iba tocado con su gorra de marino. Andrea llevaba un vestido azul y una cinta amarilla en el pelo. Amarramos los botes y nos quedamos un rato en el embarcadero, un tanto apretujados, charlando sobre el verano, que se habia dignado llegar por fin, antes de encaminarnos hacia la casa. Jansson tenia los ojos acuosos y daba algun que otro paso en falso, pero nadie parecio notarlo y, menos que nadie, Harriet, que se levanto por si misma de la silla para estrecharle la mano.

Habiamos decidido decirles la verdad. Harriet era la madre de Louise, y yo su padre. Y que hubo un tiempo en que Harriet y yo estuvimos casi casados. Que ahora Harriet estaba enferma, pero no tanto como para que no pudiesemos pasar una noche cenando en el jardin bajo los robles.

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