abogada de altos vuelos en una ciudad de patanes. Hacia semanas que no comia un tiramisu decente; no podia encontrar un buen restaurante egipcio que me salvara la vida. Me subi las gafas con el indice y me acerque al mostrador para firmar y sin prestar la mas minima atencion a los presentes.
– -?Su despacho esta en el piso 32? --preguntaba uno de los agentes a Dave Ricklin, el guardia de seguridad que habia conocido el primer dia.
– Eso es lo que dice en el directorio -dijo Ricklin verificando esos datos-. El senor Sam Freminet. Trabaja en Grun; es uno de los socios. Lo veo casi cada manana. Siempre llega temprano.
Sam. Estaban buscando a Sam. El corazon me dio un vuelco, pero firme con la mayor naturalidad posible.
– Acaso la senorita Frost les pueda llevar alli -dijo Ricklin a los policias-. Se necesita una tarjeta de seguridad para entrar, pero ella la tiene porque tambien trabaja aqui.
?Que? Trague saliva, pero segui escribiendo, ajena a cualquier necesidad que no fuera la mia. Una verdadera abogada de Nueva York.
– -?Senorita? --pregunto uno de los policias--. ?Senorita?
Levante la mirada. Tenia que hacerlo.
– -?Si?
– -?Le importaria llevarnos arriba? --El policia tendria unos cuarenta anos, ojos azules, frondosas cejas rubias y unos abultados bigotes tambien rubios. Un autentico bombon, pero no era mi tipo. Le habria presentado una demanda.
– -Es un asunto policial -dijo el otro agente, alto, delgado y negro. Ambos llevaban chapas cromadas con sus nombres, pero estaba demasiado atemorizada para leer sus apellidos.
– Se lo agradeceriamos mucho -anadio el rubio, expectante.
Tierra, tragame.
– De acuerdo. -Me gire como un automata y me fui hacia el ascensor con los dos policias detras de mi. Luchaba por controlar el panico. Se me hizo un nudo en la garganta. Queria salir corriendo, pero en cambio aprete el boton y me recorde que no era culpable de tres asesinatos, sino que iba a preparar un caso complicado.
– Es una verguenza tener que trabajar en un domingo como este --dijo el rubio. Se quito la gorra con el aplomo de un jugador de beisbol de la liga nacional.
– -No tengo otra alternativa. Debo preparar un juicio.
Escrute sus facciones atractivas desde detras de mis gafas oscuras y vi que no lo conocia de ninguno de mis casos anteriores. Tuve la sensacion de que aprobaba lo que le decia y un sexto sentido me dijo que le caia muy bien. POLICIA SE ENAMORA DE FUGITIVA.
Entre en el ascensor en cuanto llego, ellos detras de mi, con las esposas colgando de sus gruesos cinturones de cuero. Cada uno portaba un receptor con una gruesa antena de cobre sujeta al cinturon, y pistolas de servicio con gastadas empunaduras de madera. Me aleje un poco de las armas cuando se cerraron las puertas del ascensor.
– -Debemos ir al 35 --dijo el rubio.
– De acuerdo. -Aprete el boton y comprobe, aliviada, que no me temblaba la mano.
– -?Conoce a Sam Freminet, senorita Frost?
– -No, no soy de la oficina de Filadelfia. --Mentia con la vista fija en los brillantes numeros anaranjados del ascensor. Tercer piso, cuarto piso. Hacia calor porque el aire acondicionado no funcionaba los fines de semana-. ?Tiene algun problema el senor Freminet, agente?
– Llameme Bob. Bob Hall.
– De acuerdo, Bob. -Mierda-. ?Decia?
– Ah, si. Encontramos su coche abandonado. No le han dejado nada.
Octavo piso, noveno piso.
– -Mala suerte.
– -Peor que eso. Es un coche de ochenta mil dolares.
– Diablos. -Con razon Sam habia llorado.
– -Tambien encontramos un portafolios con papeles del senor Freminet. Pero la matricula habia desaparecido y no pudimos encontrar su registro ni ninguna otra identificacion. Usted no le conoce personalmente, pero ?sabe donde vive? No figura en el listin de telefonos y nuestro servicio de identificacion no nos puede dar una respuesta hasta manana lunes.
– No, no tengo la menor idea. -13.° piso, 14.° piso. Vamos, vamos, mas rapido. Estos malditos ascensores subian mas rapido cuando yo trabajaba alli.
– En la oficina tienen un listado, ?no es asi? Debemos ponernos en contacto con el.
– No lo se. Yo soy de la oficina de Nueva York.
– Nueva York, ?no me diga! -Al rubio se le ilumino la cara-. Yo creci en Nueva York.
– -Estupendo. --Que maravilla. 21.° piso, 22.° piso.
– Asi es. Soy de Queens. Richmond Hill, pero eso fue hace mucho tiempo. -Me miro con un nuevo interes, como preguntandose si habiamos ido juntos a la escuela.
– ?De Queens, eh? -Vi que me repasaba el cuerpo con los ojos y escrutaba mis gafas de sol. Rece para que no me reconociera ahora que mi foto era sin duda la de la primera mujer en la galeria de BUSCADOS POR asesinato. Las mujeres progresaban en todos los frentes.
– Apuesto a que puedo adivinar de donde es -dijo-. ?Larchmont o Mamaroneck? ?He acertado?
Mama ?que?
– -No. --23.° piso, 24.° piso.
– Entonces, ?de donde es?
– -Oh, no soy oriunda de Nueva York. Solo trabajo alli.
Dejo caer sus anchos hombros.
– -?Y de donde es?
Y dale. La peor mentirosa del colegio de abogados. Mire al agente negro. ?De donde era el?
– -De Iowa. Grinnell, Iowa --dije.
El negro se encogio de hombros y yo le sonrei. 30.° piso.
– ?No se va a quitar las gafas? -pregunto el rubio.
– No puedo. -31.° piso, 32.° piso. Busque aire y una respuesta decente-. Resaca. Una inmensa resaca. Una resaca de muerte.
– Ya veo. -Su rostro se distendio en una amplia sonrisa-. De fiesta anoche, ?eh?
– Ha acertado -dije con otra sonrisa.
– ?Aunque tenga que trabajar al dia siguiente?
33.° piso, 34.° piso. ?Venga! ?Mas deprisa!
– Ya sabe como son esas cosas.
Sonrio con malicia.
– No, ?como son?
35.° piso.
– Ya hemos llegado. -Las puertas del ascensor se abrieron con su caracteristico swoosh y nos encontramos en la zona de recepcion. Me alegre tanto de estar en la Costa Dorada que podria haber besado su fina alfombra persa. El frio del aire acondicionado me dio en plena cara recibiendome con su inconfundible aroma de poder y dinero.
– -Debe estar bien --dijo el agente negro. El tambien lo habia captado.
A ambos lados de la recepcion habia puertas de hierro que bloqueaban el paso al otro lado. Busque en la cartera la tarjeta de seguridad y la inserte en la ranura que habia junto a la puerta. Se oyo un sonoro clic y la puerta empezo a subir. Casi aplaudo.
– Entren, caballeros -dije-. Veran los nombres en las puertas. Hoy dia, todo el mundo tiene una placa con su nombre. Yo estare en el despacho de arriba tomando un cafe horrible y trabajando como una esclava -me oi decir alborotada, de modo que me calle la boca.
El negro asintio con la cabeza y el rubio extendio la mano.
– -Zumo de naranja --dijo con aires de sabio.