Sabia que la relacion con su hija era muy extrana, pero Luther no podia aspirar a mas. Recordo a su esposa, una mujer que le habia querido y se habia mantenido a su lado durante tantos anos, ?para que? Para sufrir y ser desgraciada. Y despues habia muerto prematuramente cuando por fin habia hecho algo bien; divorciarse. Se pregunto, por enesima vez, por que habia continuado con sus actividades delictivas. No habia sido por el dinero. Siempre habia vivido con sencillez; gran parte de las ganancias ilicitas las habia repartido sin mas. Su eleccion en la vida habia trastornado a su esposa y le habia hecho perder a la hija. Y tambien por enesima vez no encontro la respuesta a la pregunta de por que habia continuado robando a los ricos siempre bien protegidos. Quiza solo para demostrar que podia.
Miro una vez mas la ventana. El no habia estado a su lado en su momento, ?por que ella iba estarlo con el? Pero era incapaz de cortar el vinculo del todo, aunque ella lo habia hecho. Estaba dispuesto a estar con ella si le aceptaba, pero sabia que eso no pasaria.
Luther se alejo a paso rapido; despues echo a correr para alcanzar el autobus que le dejaba en Union Station. Siempre habia sido una persona independiente que necesitaba muy poco a los demas. Era un solitario y le gustaba serlo. Ahora, Luther se sentia muy solo, y esta vez la sensacion no resultaba agradable.
Llovia, y Luther miro a traves de la ventanilla trasera mientras el autobus hacia el recorrido hacia la gran estacion de ferrocarril, que se habia salvado de la demolicion gracias a un ambicioso proyecto de reconversion en centro comercial. El agua chorreaba sobre la suave superficie del cristal y emborronaba la vision del lugar donde habia estado. Deseo volver alli, pero era pedir un imposible.
Se acomodo en el asiento, se encasqueto un poco mas el sombrero, se soplo la nariz. Recogio un periodico abandonado y miro los titulares. Se pregunto cuando la encontrarian. Cuando la encontraran, el lo sabria de inmediato; todo el mundo en la ciudad sabria que Christine Sullivan estaba muerta. Cuando mataban a los ricos, siempre eran noticia de primera plana. Los pobres y los don nadie aparecian en la seccion de sucesos. Christy Sullivan ocuparia la primera pagina, arriba y en el centro.
Tiro el periodico al suelo, se inclino en el asiento. Necesitaba ver a un abogado, y despues se marcharia. El autobus continuo el recorrido, y el por fin cerro los ojos, aunque no dormia. Ahora estaba sentado en la sala de su hija, y esta vez, Kate le hacia compania.
6
Luther se sento delante de la mesa en la pequena sala de conferencias amueblada con una sencillez franciscana. Las sillas y la mesas eran viejas y marcadas por el uso. La alfombra se veia raida y no muy limpia. Sobre la mesa solo habia un tarjetero, aparte de su expediente. Cogio una de las tarjetas: «Servicios Legales, S. A.». Estas personas no eran las mejores del negocio; estaban lejos de los centros de poder. Licenciados en escuelas de Derecho de tercera clase, sin posibilidades de acceder a las firmas tradicionales, vivian su existencia profesional esperando un golpe de fortuna. Pero sus suenos de grandes despachos, grandes clientes y, lo mas importante, grandes sumas de dinero se esfumaban con el paso de los anos. Aunque Luther no necesitaba lo mejor. Solo alguien con el titulo de abogado y los formularios correctos.
– Todo esta en orden, senor Whitney. -El chico parecia tener unos veinticinco anos, todavia lleno de energias y esperanzas. Este lugar no era su destino final. Era obvio que aun se lo creia. El rostro cansado, fofo y afligido del hombre mayor que tenia detras no compartia la misma esperanza-. Este es Jerry Burns, el abogado gerente. El sera el otro testigo del testamento. Tenemos una declaracion jurada, por lo cual no es necesaria nuestra presencia en el juzgado para declarar si fuimos o no testigos del testamento. -Una mujer cuarentona, de expresion severa, aparecio con el sello de la notaria-. Phyllis es nuestra notaria, senor Whitney. -Todos se sentaron-. ?Quiere que le lea las disposiciones del testamento?
Jerry Burns parecia estar a punto de morirse de aburrimiento. Miraba al vacio, sonando con todos los otros lugares donde le gustaria estar. Jerry Burns, abogado gerente. Tenia toda la pinta de preferir estar cargando estiercol en alguna granja del Medio Oeste. Miro desdenoso al joven colega.
– Ya las lei -respondio Luther.
– Bien -dijo Jerry Burns-. ?Por que no empezamos?
Quince minutos mas tarde, Luther estaba en la calle con dos copias originales de su ultima voluntad y testamento guardadas en el bolsillo del abrigo.
Mierda de abogados, nadie podia mear, cagar o morirse sin ellos. Esto ocurria porque los abogados hacian todas las leyes. Tenian a los demas cogidos por los huevos. Entonces Luther penso en Jack y sonrio. Jack no era asi. Era diferente. Despues penso en la hija y dejo de sonreir. Kate tampoco era asi. Pero Kate le odiaba.
Entro en una casa de fotografia y compro una Polaroid y un carrete de fotos. No pensaba dejar que nadie revelara las fotos que iba a tomar. Regreso al hotel. Una hora mas tarde habia hecho diez fotos. Las envolvio en papel y las metio en un sobre que guardo en las profundidades de la mochila.
Se sento a mirar por la ventana. Transcurrio casi una hora. Al levantarse tropezo y se cayo sobre la cama. Si que era un tipo duro. No era tan curtido como para permanecer indiferente ante la muerte, a no sentirse horrorizado por un hecho que habia arrebatado la vida a alguien que debia haber vivido mucho mas. Para colmo, el presidente de Estados Unidos estaba involucrado. Un hombre al que Luther habia respetado, incluso habia votado. El hombre que dirigia al pais habia casi asesinado a una mujer con sus manos de borracho. Si hubiese visto a su pariente mas cercano asesinar a alguien a sangre fria, Luther no se hubiese sentido mas conmovido o asqueado. Tenia la sensacion de que el habia sido la victima, que aquellas manos asesinas le habian apretado el cuello a el.
Pero algo mas se apodero de Luther; algo que no podia afrontar. Apoyo la cabeza contra la almohada, y cerro los ojos en un esfuerzo inutil por dormir.
– Es fantastica, Jenn.
Jack miro la mansion con una fachada de casi setenta metros y mas dormitorios que una residencia de estudiantes, y se pregunto para que habian venido. El sinuoso camino particular acababa en un garaje para cuatro coches detras del caseron. El prado estaba tan bien cuidado que a Jack le parecia contemplar una enorme piscina de jade. Los terrenos de la parte trasera formaban tres terrazas, cada una con su piscina. Tenia todos los accesorios habituales de los muy ricos; canchas de tenis, establos y diez hectareas de terreno -un autentico latifundio para las normas de Virginia- para deambular.
La agente inmobiliaria esperaba junto a la entrada; habia aparcado su Mercedes ultimo modelo junto a la gran fuente de piedra cubierta con rosas talladas en granito del tamano de un puno. Calculaba una y otra vez los dolares de la comision. ?No formaban una pareja encantadora? Lo habia repetido tantas veces que a Jack le dolia la cabeza.
Jennifer Baldwin le cogio del brazo y comenzaron el recorrido, que acabo dos horas mas tarde. Jack camino hasta el borde de los jardines y admiro el bosque, donde los alamos, olmos, nogales, pinos y robles luchaban por ser los dominantes. Las hojas comenzaban a caer y Jack vio los reflejos rojos, amarillos y naranjas bailar sobre la fachada de la mansion.
– ?Cuanto? -Se sentia con derecho a preguntar. Pero esto estaba totalmente fuera de sus posibilidades. Al menos de las suyas. Debia admitir que estaba bien situada. A solo cuarenta y cinco minutos de trafico de hora punta de su oficina. Pero no podian tocar este lugar ni con pinzas. Miro a su prometida que, nerviosa, se retorcio un mechon de pelo.
– Tres millones ochocientos.
– ?Tres millones ochocientos mil? -repitio Jack con el rostro gris del susto-. ?Dolares?
– Jack, vale tres veces mas.
– Entonces, ?por que diablos la venden por tres millones ochocientos? No los podemos pagar, Jenn. Olvidalo.
Ella le respondio mirando al cielo. Le hizo una sena a la agente, que rellenaba el contrato sentada en el coche.
– Jenn, gano ciento veinte mil al ano. Tu ganas lo mismo, quiza un poco mas.
– Cuando te hagan socio…
– Vale. Me aumentaran el sueldo, pero no lo bastante para esto. No podemos pagar los plazos de la hipoteca.