Ademas, pensaba que iriamos a vivir a tu casa.
– No es adecuada para un matrimonio.
– ?No es adecuada? Es un maldito palacio. -Camino hasta un banco pintado de verde y se sento.
Ella se planto delante de el, con los brazos cruzados, y una expresion decidida en el rostro. Comenzaba a perder el moreno del verano. Llevaba un sombrero marron claro, debajo del cual el pelo largo le caia sobre los hombros. Los pantalones a medida realzaban la elegancia de su figura. Calzaba botas de cuero con las canas ocultas por las perneras.
– No pagaremos ninguna hipoteca, Jack.
– ?De veras? ?Que, nos regalan la casa porque somos una pareja tan encantadora?
Jennifer vacilo por un instante.
– Papa la pagara en efectivo, y nosotros se lo devolveremos.
Jack se esperaba algo asi.
– ?Devolverselo? ?Como diablas vamos a devolverselo, Jenn?
– Nos propone un plan de pagos muy generoso, que toma en cuenta las futuras ganancias. Por amor de Dios, Jack, podria pagar esta casa con los intereses acumulados de cualquiera de mis fondos de inversiones, pero se que no lo aceptarias. -Se sento a su lado-.Pense que si lo haciamos asi no te sentirias tan mal respecto a todo el asunto. Se lo que piensas del dinero de los Baldwin. Se lo devolveremos a papa. No es un regalo. Es un prestamo con intereses. Vendere mi casa. Me daran unos ochocientos. Tu tambien tendras que aportar algun dinero. Esto no es una bicoca. -Ella le apoyo un dedo en el pecho y apreto, para dejar aclarado el punto. Miro hacia la casa-. Es preciosa, ?verdad, Jack? Aqui seremos muy felices. Estabamos destinados a vivir aqui.
Jack miro la fachada de la casa sin verla en realidad. Solo veia a Kate Whitney en cada una de las ventanas del monolito.
Jennifer le apreto el brazo, se apoyo contra el. Jack se sintio dominado por el panico. Su mente se negaba a funcionar. Tenia la garganta seca y los miembros rigidos. Aparto con suavidad el brazo de su prometida, se levanto y camino en silencio hacia el coche.
Jennifer permanecio sentada unos segundos, la incredulidad dominaba entre las emociones reflejadas en su rostro. Despues fue tras el, furiosa.
La agente inmobiliaria, que no habia perdido detalle de la discusion, dejo de escribir el contrato y fruncio los labios en un gesto de disgusto.
Luther salio del pequeno hotel escondido en los superpoblados barrios residenciales de la parte noroeste de Washington a primera hora de la manana. Cogio un taxi para ir al centro, pero le pidio al chofer que siguiera otra ruta con el pretexto de ver algunos de los monumentos de la ciudad. La peticion no sorprendio al taxista, que automaticamente siguio el circuito que realizaba mil veces mientras duraba la temporada turistica, aunque nunca se podia decir que se habia acabado de verdad.
El cielo amenazaba lluvia, pero nunca se sabia si acabaria por llover. Los frentes de tormenta que atravesaban la region algunas veces pasaban de largo o descargaban tremendos aguaceros sobre la ciudad antes de continuar el viaje hacia el Atlantico. Luther contemplo la oscuridad, que el sol no acababa de disipar.
?Estaria vivo dentro de seis meses? Quiza no. Ellos acabarian por encontrarle, a pesar de sus precauciones. Pero pensaba disfrutar a fondo del tiempo que le quedaba.
El metro le llevo hasta el aeropuerto nacional de Washington, donde tomo el autobus hasta la terminal central. Ya habia facturado el equipaje en el vuelo de American Airlines que le transportaria hasta Dallas/Fort Worth. Alli haria transbordo para seguir hasta Miami. Pasaria la noche en aquella ciudad, viajaria en otro vuelo hasta Puerto Rico, y finalmente, cogeria un avion hasta Barbados. Todo lo habia pagado al contado; su pasaporte decia que era Arthur Lanis, de sesenta y cinco anos de edad, procedente de Michigan. Tenia otros seis pasaportes, todos hechos por expertos y todos absolutamente falsos. El pasaporte tenia una validez de ocho anos y mostraba que era un viajero asiduo.
Se instalo en la sala de espera y simulo leer un periodico. El lugar estaba a rebosar y el ruido era ensordecedor, un tipico dia de semana en un aeropuerto muy activo. De vez en cuando, Luther espiaba por encima del periodico para ver si alguien se interesaba por el un poco mas de la cuenta, pero no vio nada extrano. Llevaba haciendo esto tanto tiempo que si hubiese habido algo anormal se hubiera dado cuenta. Anunciaron su vuelo, le entregaron la tarjeta de embarque y recorrio la rampa hasta el gracil proyectil que al cabo de tres horas le depositaria en el corazon de Texas.
El vuelo Dallas/Fort Worth era uno de los que siempre iban llenos, pero por una de esas casualidades el asiento contiguo al de Luther estaba vacio. Se quito el abrigo y lo coloco sobre el asiento como desafiando a cualquiera que intentase ocuparlo. Se acomodo en la butaca y miro por la ventanilla.
Durante el carreteo hacia la pista, vio asomar la punta del monumento a Washington sobre el manto de niebla. A un kilometro y medio de aquel punto su hija se levantaria dentro de un rato para ir a trabajar mientras su padre ascendia entre las nubes para comenzar una nueva vida, un poco antes de hora y con remordimientos de conciencia.
El avion continuo el ascenso en busca de la altitud asignada y Luther contemplo el suelo alla abajo; siguio con la mirada los meandros del Potomac hasta que los dejaron atras. Por un momento penso en la esposa muerta y despues una vez mas en la hija. Miro el rostro sonriente y eficaz de la azafata y pidio cafe. Un minuto mas tarde acepto el sencillo desayuno. Bebio el liquido caliente y despues extendio la mano y toco el cristal de la ventanilla con las extranas estrias y surcos. Al quitarse las gafas para limpiarlas se dio cuenta de que lloraba. Echo una ojeada rapida a los demas; la mayoria de los pasajeros estaban acabando de desayunar o se disponian a echar una cabezada antes de aterrizar.
Levanto la bandeja, desabrocho el cinturon de seguridad y fue al lavabo. Se miro en el espejo. Tenia los ojos enrojecidos e hinchados. Las bolsas debajo de los ojos se veian enormes, habia envejecido diez anos en las ultimas treinta y seis horas.
Se mojo la cara, dejo que el agua le corriera por las mejillas y despues se mojo un poco mas. Se seco los ojos otra vez. Le dolian. Se apoyo en el lavabo diminuto, intento controlar los espasmos.
A pesar de toda su fuerza de voluntad, su mente volvio a aquella habitacion donde habia visto pegar con sana a una mujer. El presidente de Estados Unidos era un borracho, adultero y sadico. Sonreia a los periodistas, besaba bebes y flirteaba con las ancianas, mantenia reuniones importantes, volaba por todo el mundo como dirigente de su pais, y era un gilipollas que se follaba mujeres casadas, despues les pegaba y, por ultimo, las hacia matar.
Menudo ejemplar.
Era un conocimiento que una sola persona no podia soportar. Luther se sintio muy solo. Y muy furioso.
Lo peor de todo era que el cabron se saldria con la suya.
Luther se repitio una y otra vez que si tuviese treinta anos menos enfrentaria la batalla. Pero no los tenia. Sus nervios todavia eran mas fuertes que los de la mayoria, pero, como los cantos rodados, se habian erosionado con los anos; ya no eran como antes. A su edad, eran otros los que debian librar las batallas para ganarlas o perderlas. Habia llegado su hora. Ya no estaba a su altura. Incluso el debia entenderlo, aceptar la realidad.
Luther se miro en el pequeno espejo. Un sollozo desgarrador escapo de su garganta y resono en el lavabo.
Pero no tenia ninguna excusa para justificar lo que no habia hecho. No habia abierto la puerta espejo. No habia apartado a aquel hombre de Christine Sullivan. La verdad pura y llana era que habia estado en sus manos evitar la muerte de la mujer. Ella aun viviria si el hubiese actuado. Habia cambiado su libertad, quiza su vida, por otra. Por alguien que necesitaba su ayuda, que luchaba por salvar la vida mientras Luther miraba. Un ser humano que solo habia vivido la tercera parte de los anos de Luther. Habia sido un acto de cobardia, y este hecho le agobiaba como una losa.
Se inclino sobre el lavabo cuando le fallaron las piernas. Agradecio el colapso. No soportaba mas verse en el espejo. El avion se sacudio en un pozo de aire y Luther vomito.
Al cabo de un rato, Luther humedecio con agua fria una toalla de papel y se la paso por la cara y la nuca. A duras penas consiguio volver a su asiento. El avion continuaba el vuelo, y el sentimiento de culpa de Luther aumentaba con cada kilometro recorrido.
Sono el telefono. Kate miro la hora. Las once. Por lo general filtraba las llamadas. Pero algo la impulso a