levantar el auricular antes de que entrara en funcionamiento el contestador automatico.

– Hola.

– ?Por que no estas todavia en la oficina?

– ?Jack?

– ?Como esta el tobillo?

– ?Sabes que hora es?

– Solo llamo a mi paciente. Los doctores nunca duermen.

– Tu paciente esta bien. Gracias por preguntar. -Ella sonrio a su pesar.

– Helado de caramelo, es una receta que nunca me ha fallado. -Ah, entonces ?ha habido otros pacientes?

– Por recomendacion de mi abogado no puedo responder a esa pregunta.

– Buen consejo.

Jack la vio en la imaginacion sentada alli, enrulando con un dedo las puntas del pelo, como habia hecho cuando estudiaban juntos. El las transmisiones patrimoniales, ella frances.

– El pelo ya se te curva bastante en las puntas sin que lo ayudes.

Ella aparto el dedo, sonrio, y despues fruncio el entrecejo. La afirmacion le habia hecho recordar muchas cosas, algunas no muy agradables.

– Es tarde, Jack. Manana tengo un juicio.

El se levanto y comenzo a pasear arriba y abajo con el telefono inalambrico, mientras pensaba a toda maquina. Necesitaba retenerla en el telefono. Se sentia culpable, como si le hubiesen pillado cometiendo un delito. Espio por encima del hombro en un acto reflejo. No habia nadie, al menos nadie que el pudiera ver.

– Lamento haber llamado tan tarde.

– No pasa nada.

– Y lamento haberte hecho dano en el tobillo.

– Ya te has disculpado antes.

– Si. ?Como estas? Quiero decir aparte del tobillo.

– Jack, tengo que dormir.

El esperaba esa respuesta.

– Entonces explicamelo mientras comemos.

– Tengo un juicio.

– Despues del juicio.

– Jack, no me parece una buena idea. De hecho, me parece fatal.

El se pregunto que habia querido decir con eso. Mirar con lupa cada una de las frases de ella siempre habia sido una de sus malas costumbres.

– Caray, Kate. Solo te estoy invitando a comer. No es una propuesta de matrimonio. -Se echo a reir, pero sabia que acababa de meter la pata.

Kate dejo de jugar con el pelo. Ella tambien se levanto. Vio su imagen reflejada en el espejo del vestibulo. Se arreglo el cuello del camison. Las arrugas de fruncir el entrecejo resaltaban en su frente.

– Perdona -anadio el en el acto-. Perdona, no queria decir eso. Escucha, invito yo. Tengo que gastar todo ese dinero en algo. -Recibio la callada por respuesta. En realidad, ni siquiera sabia si ella continuaba al aparato.

Jack habia ensayado esta conversacion durante dos horas. Todas las preguntas posibles, los intercambios, las desviaciones. El seria tan cortes, ella tan comprensiva. Todo iria sobre ruedas. Hasta ahora, nada habia salido bien. Paso al plan alternativo. Decidio suplicar.

– Por favor, Kate. Quiero hablar contigo. Por favor.

Ella volvio a sentarse, con las pantorillas debajo de las posaderas; se masajeo los dedos de los pies. Inspiro con fuerza. No habia cambiado tanto como pensaba a lo largo de estos anos. ?Eso era bueno o malo? Ahora mismo, no tenia respuesta a esa pregunta.

– ?Donde y cuando?

– ?Morton’s?

– ?A comer?

Jack se imagino la expresion de incredulidad de ella mientras pensaba en el restaurante de superlujo, y se preguntaba en que clase de mundo vivia el ahora.

– Bueno, ?que te parece la fonda en Old Town cerca de Founder’s Park? A las dos. Nos evitaremos la cola del mediodia.

– Mejor. Pero no te prometo nada. Te llamare si no puedo ir.

– Gracias, Kate.

Jack colgo el telefono y se dejo caer sobre el sofa. Ahora que el plan habia funcionado, se pregunto que diablos estaba haciendo. ?Que diria? ?Que diria ella? No queria pelear. No mentia, solo queria hablar con ella y verla. Nada mas. Se lo repitio una y otra vez.

Fue al bano, metio la cabeza en el lavabo lleno de agua fria, cogio una cerveza, subio a la piscina de la azotea y se sento en la oscuridad a mirar el paso de los aviones que realizaban la maniobra de descenso sobre el Potomac para aterrizar en el National. Los guinos de las brillantes luces rojas gemelas del monumento a Washington le consolaron. Ocho pisos mas abajo, las calles estaban tranquilas excepto por el sonido ocasional de la sirena de un coche de la policia o una ambulancia.

Jack contemplo la superficie inmovil de la piscina, metio un pie en el agua y miro como se extendian las ondas. Se bebio la cerveza, volvio al apartamento y se quedo dormido en un sillon de la sala, delante del televisor. No oyo el telefono, no dejaron ningun mensaje. Casi a mil seiscientos kilometros de distancia, Luther Whitney colgo el telefono y se fumo el primer cigarrillo en mas de treinta anos.

La furgoneta de Correos circulo lentamente por el solitario camino rural. El conductor miraba los buzones oxidados en busca de la direccion correcta. Nunca habia hecho una entrega por aqui. La furgoneta parecia meterse en todos los baches del camino.

Se metio en la entrada de la ultima casa y dio marcha atras para volver por donde habia venido. Por casualidad se le ocurrio mirar y vio la direccion escrita en un pequeno trozo de madera junto a la puerta. Sacudio la cabeza y sonrio. Algunas veces solo era cuestion de suerte.

La casa era pequena, y necesitaba una reparacion. Las viejas persianas de aluminio, tan de moda veinte anos antes de que el naciera, colgaban de las bisagras, como si estuvieran cansadas y solo desearan descansar.

La mujer mayor que abrio la puerta llevaba un vestido floreado, y un sueter grueso sobre los hombros. Los tobillos hinchados y rojos revelaban sus problemas de circulacion y quizas otros cuantos achaques mas. Parecio sorprendida por la entrega, pero firmo el recibo.

El conductor miro la firma: Edwina Broome. Despues volvio a la furgoneta y se marcho. Ella le observo marcharse antes de cerrar la puerta.

Sono un ruido de estatica en el walkie-talkie.

Fred Barnes llevaba siete anos en este trabajo. Hacia la ronda por el vecindario de los ricos, veia las grandes mansiones, los jardines impecables, de vez en cuando un coche de lujo con los ocupantes como maniquies que atravesaba las verjas y desaparecia por el camino particular sin un bache. No habia estado nunca en el interior de las casas que le pagaban por vigilar, y no esperaba hacerlo.

Miro el edificio. Era impresionante, valdria unos cuatro o cinco millones de dolares. Ni trabajando quinientos anos ganaria tanto dinero. Algunas veces no parecia justo.

Se puso en comunicacion por radio. Echaria una ojeada al lugar. No sabia muy bien que pasaba. Solo que el propietario habia llamado para pedir que enviaran un coche a inspeccionar el lugar.

El aire frio en la cara le hizo sonar con una taza de cafe caliente y un suizo, y con poder dormir ocho horas antes de tener que volver a subirse al coche y pasar otra noche protegiendo las propiedades de los ricos. La paga no estaba mal, pero las prestaciones eran un asco. Su esposa tambien trabajaba, pero con tres hijos, los sueldos de los dos apenas alcanzaban. Claro que todos estaban con el mismo problema. Miro la piscina, la pista de tenis, el garaje para cinco coches. Bueno, quiza no todos.

Recorrio todo el frente de la casa y al dar la vuelta vio la soga colgando, y se olvido en el acto del cafe y el suizo. Se agacho al tiempo que empunaba la pistola. Apreto el boton del radiotransmisor y transmitio el informe

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