con voz quebrada. Los polis de verdad llegarian en cuestion de minutos. Podia esperarlos o investigar por su cuenta. Por lo que le pagaban decidio quedarse donde estaba.

El supervisor de Barnes llego primero en un todoterreno blanco con el escudo de la compania en las puertas. Treinta segundos mas tarde el primero de los cinco coches patrulla aparco en el camino particular y los demas se colocaron detras. Parecian un tren estacionado delante de la casa.

Dos agentes cubrieron la ventana. Era probable que los delincuentes se hubieran marchado hacia tiempo, pero las suposiciones siempre eran peligrosas en el trabajo de la policia.

Cuatro agentes se ocuparon del frente, y otros dos de la parte trasera. Divididos en parejas, los cuatro agentes entraron en la casa. Comprobaron que la puerta estaba sin llave y la alarma desconectada. Revisaron toda la planta baja y con mucha cautela comenzaron a subir por las escaleras, los ojos y oidos atentos a cualquier movimiento o sonido.

Cuando llegaron al rellano del segundo piso, el olfato del sargento al mando le aviso de que este no era un robo vulgar.

Cuatro minutos mas tarde estaban en circulo alrededor de una mujer que hasta hacia poco habia sido joven y hermosa. El color saludable de cada uno de los hombres se habia cambiado por otro blanco verdoso.

El sargento, cincuenton y padre de tres hijos, miro la ventana abierta. Incluso con el aire exterior la atmosfera en el interior de la habitacion era irrespirable. Miro una vez mas al cadaver y despues corrio hasta la ventana para respirar un poco de aire fresco.

Tenia una hija de esa edad. Por un momento, la vio tendida en el suelo, el rostro convertido en un recuerdo, su vida cortada de cuajo. El caso estaba ahora fuera de su jurisdiccion, pero deseo una cosa: estar presente cuando atraparan al tipo que habia hecho algo tan atroz.

7

Seth Frank masticaba un trozo de tostada al tiempo que intentaba atar el mono de su hija de seis anos, impaciente por ir a la escuela, cuando sono el telefono. La mirada de su esposa le dijo todo lo que necesitaba saber. Ella se encargo del mono. Seth sujeto el auricular entre el hombro y la barbilla mientras acababa de hacerse el nudo de la corbata, sin dejar de escuchar la voz tranquila del oficial de transmisiones. Dos minutos mas tarde estaba montado en el Ford de la jefatura y aceleraba a fondo, con las luces azules encendidas, por los caminos secundarios casi desiertos del condado.

A los cuarenta y un anos, el cuerpo alto y fornido de Frank habia comenzado el viaje inevitable hacia la madurez, y su pelo negro y rizado habia conocido tiempos mejores. Padre de tres hijas que cada dia eran personas mas complejas y sorprendentes, habia llegado a la conclusion de que no todo tenia sentido en la vida. Pero en el conjunto era un hombre feliz. La vida no le habia maltratado, al menos por ahora. Llevaba en la policia los anos suficientes para saber que eso podia ocurrir en cualquier momento.

Frank cogio un caramelo, le quito el papel y lo mastico sin prisa mientras veia desfilar los pinos a gran velocidad. Habia comenzado su carrera como policia en uno de los peores barrios de Nueva York, donde aquello que se decia sobre «el valor de la vida» era una soberana estupidez y donde habia visto a la gente asesinar de todas las maneras posibles. A su debido tiempo le habian ascendido a detective, algo que entusiasmo a su esposa. Al menos ahora llegaria al lugar del crimen despues de la marcha de los malos. Ella dormia mejor por las noches sabiendo que quiza nunca llegaria la llamada que destrozaria su vida. Era todo lo que podia desear al estar casada con un poli.

Por fin a Frank le habian destinado a homicidios, que era el ultimo desafio en su trabajo. Despues de unos anos llego a la conclusion de que le gustaba el trabajo y el desafio, pero no a un ritmo de siete cadaveres cada dia. Asi que puso rumbo al sur, hacia Virginia.

Asumio el cargo de detective en jefe de homicidios del condado de Middleton, algo que sonaba mucho mejor de lo que era en realidad, pues era el unico detective de homicidios empleado por el condado. Pero los relativamente inocuos confines del rustico condado de Virginia no le planteaban demasiado trabajo. Las rentas per capita en su jurisdiccion eran altisimas. Habia asesinatos, pero nada mas alla de una esposa que mataba al marido o viceversa, o chicos que desesperados por heredar se cargaban a los padres. En estos casos, los autores se descubrian solos, no habia que pensar mucho para dar con ellos, solo habia que ir a detenerles. La llamada del oficial de transmisiones prometia un cambio.

La carretera serpenteo por los bosques y despues salio a campo abierto donde, en los prados vallados, los pura sangre se enfrentaban al nuevo dia. Detras de los enormes portones y los largos caminos particulares se encontraban las residencias de los ricos que tanto abundaban en Middleton. Frank llego a la conclusion de que en este caso no averiguaria nada por los vecinos. Una vez en el interior de sus fortalezas, probablemente no oian ni veian nada de lo que ocurria en el exterior. Era lo que deseaban, y pagaban a gusto por el privilegio.

Poco antes de llegar a la mansion de los Sullivan, Frank se arreglo el nudo de la corbata y se paso la mano por el pelo. No sentia una afinidad especial por los ricos, ni tampoco le disgustaban. Eran partes del rompecabezas. Un acertijo que no se parecia en nada a un juego. Algo que le brindaba la parte mas satisfactoria de su trabajo. Porque entre todas las vueltas, revueltas, pistas falsas y simples errores, habia una verdad irrefutable: si alguien mataba a otro ser humano, ese alguien caia dentro de su dominio y acabaria por ser castigado. A Frank no le interesaba saber cual era el castigo. Lo que le interesaba era que alguien fuera llevado a juicio y, si lo condenaban, ese alguien recibiria el castigo merecido. Ricos, pobres y los que estaban en el medio. Sus habilidades quizas estaban un poco oxidadas, pero el instinto no habia desaparecido. Al final esto era lo mas importante.

Cuando entro en el camino privado se fijo en una maquina que trabajaba en el campo de maiz vecino; el conductor no se perdia detalle de la actividad de la policia. Sus informaciones no tardarian en divulgarse por toda la zona. El hombre no sabia que estaba destruyendo pruebas. Tampoco lo sabia Frank cuando se bajo del coche, se puso la chaqueta y entro en la casa.

Con las manos en los bolsillos, Frank observo sin prisa la habitacion. Se fijo en cada detalle del suelo, de las paredes e incluso del techo antes de volver a mirar la puerta espejo y el lugar donde la muerta habia permanecido los ultimos dias.

– Saca muchas fotos, Stu -dijo Frank-. Las vamos a necesitar.

El fotografo saco las fotos desde distintas distancias con el cadaver como punto de referencia para reproducir todos los aspectos de la habitacion, incluida la victima. Despues filmarian en video toda la escena del crimen acompanada por una grabacion. No era un testimonio valido en un juicio, pero era imprescindible para la investigacion. De la misma manera que los deportistas ven peliculas de competiciones, los detectives utilizan cada dia mas los videos para buscar pistas adicionales que muchas veces solo se descubren despues de diez, veinte o cien visionados.

La soga seguia en la posicion original: atada a la comoda colgaba por la ventana. Solo que ahora estaba cubierta con un polvo negro empleado para descubrir huellas digitales. No las habia, porque cualquiera que se descolgaba por una soga utilizaba guantes, aunque la soga tuviera nudos.

Sam Magruder, el oficial al mando, se acerco a Frank, despues de pasar dos minutos en la ventana respirando aire puro. Hacia todo lo posible para no vomitar el desayuno. Habian traido un ventilador portatil y abierto todas las ventanas. Los tecnicos de la unidad criminal llevaban mascarillas, pero el hedor era sofocante. La broma final de la naturaleza con los vivos: hermosa en un instante, putrefacta al siguiente.

Frank repaso las notas de Magruder. Al observar el tono verdoso en el rostro del sargento le comento:

– Sam, si te mantienes apartado de la ventana, perderas el sentido del olfato en cuatro minutos. Ahora solo lo empeoras.

– Lo se, Seth. Me lo dice el cerebro, pero mi nariz no le hace caso.

– ?Cuando llamo el marido?

– Esta manana, a las siete cuarenta y cinco hora local.

– ?Y donde esta? -pregunto Frank.

– En Barbados.

– ?Desde cuando? -Frank inclino la cabeza.

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