degollado en algun callejon de la capital. El presidente hablo, con voz firme y el tono de rigor exacto, de aplicar mano dura. Habia que poner coto a la violencia. La gente debia sentirse segura en sus casas, o en sus mansiones en este caso particular. Era una escena impresionante. Un presidente atento y considerado.
Los reporteros se lo tragaban todo y formulaban las preguntas correctas.
La television mostro a la jefa de gabinete Gloria Russell, vestida de negro, que asentia satisfecha cada vez que el presidente mencionaba sus opiniones sobre el crimen y el castigo. Los votos de la policia y de la asociacion de jubilados y pensionistas estadounidenses estaban asegurados para las proximas elecciones. Cuarenta millones de votos bien valian una excursion matinal.
La jefa de gabinete no habria estado tan feliz de haber sabido quien les miraba en aquel instante. Los ojos clavados en el rostro de ella y del presidente, mientras el recuerdo de aquella noche, nunca lejos de la mente, se inflamaba como un volcan dispuesto a sembrar la destruccion.
El vuelo a Barbados habia transcurrido con toda normalidad. El Airbus era un aparato inmenso cuyos motores gigantescos habian levantado al avion sin ningun esfuerzo de la pista de San Juan de Puerto Rico, y en unos minutos habia alcanzado la altitud de vuelo necesaria, doce mil metros. El avion iba lleno. San Juan era el punto de embarque de los miles de turistas con destino a las islas del Caribe. Los pasajeros de Oregon, Nueva York y de todas las ciudades entre ellas contemplaron los nubarrones negros cuando el avion viro a la izquierda y dejo atras los restos de una tormenta tropical.
Una escalera metalica les recibio al salir del avion. Un coche, pequeno en comparacion con los americanos, llevo a cinco de ellos por el lado equivocado de la carretera cuando dejaron el aeropuerto en direccion a Bridgetown. La capital de la antigua colonia britanica conservaba muchos rasgos de la larga colonizacion en el habla, los vestidos y las costumbres. El conductor, con una voz melodiosa, les informo de las muchas maravillas de la pequena isla. Les hizo hincapie del barco pirata, con el pabellon de la calavera y las tibias cruzadas, que hacia una excursion por un mar bastante agitado. En la cubierta, los camareros atiborraban a los turistas. de piel enrojecida por el sol con tal cantidad de ponche de ron que todos acabarian muy borrachos y/o muy mareados cuando regresaran al muelle al caer la tarde.
En el asiento trasero, dos parejas de Des Moines comentaban entusiasmados todo lo que pensaban hacer. El hombre mayor sentado junto al chofer miraba a traves del parabrisas pero sus pensamientos estaban puestos en otro lugar a mas de tres mil kilometros de alli. Un par de veces comprobo la direccion que seguian, en una actitud instintiva para orientarse. Los puntos de referencia eran pocos; la isla tenia unos treinta y cuatro kilometros de longitud y veintidos en el punto mas ancho. La temperatura media de treinta grados resultaba tolerable gracias a la brisa constante, cuyo sonido acaba por fundirse en el subconsciente, aunque siempre estaba alli como un sueno que se resiste a desaparecer.
El hotel era el Hilton americano de costumbre construido en una playa artificial que sobresalia en un extremo de la isla. El personal estaba bien preparado, cortes y muy dispuesto a dejar en paz al cliente que lo deseara. A diferencia de la mayoria de los huespedes dispuestos a dejarse mimar, uno de ellos rehuia cualquier contacto, solo salia de su habitacion para pasear por las zonas solitarias de la playa de arena blanca, o por la banda montanosa de la isla que miraba al Atlantico. El resto del tiempo lo pasaba en la habitacion, a media luz, la television encendida, con las bandejas del restaurante desparramadas por la alfombra y los muebles de mimbre.
El primer dia, Luther cogio un taxi en la puerta del hotel para ir a recorrer la parte norte, casi al borde del oceano donde, en lo alto de una de las muchas colinas de la isla, se alzaba la mansion Sullivan. Luther no habia escogido Barbados porque si.
– ?Conoce al senor Sullivan? No esta aqui. Regreso a America. -La voz cantarina del taxista saco a Luther del trance. Los solidos portones de hierro al pie de la colina cubierta de hierba ocultaban un largo y sinuoso camino hasta la mansion, que, con sus paredes estucadas color salmon y las columnas de marmol de seis metros de altura, parecia muy apropiada en medio de tanto verde, como una enorme rosa sobresaliendo entre los arbustos.
– Estuve en su casa -contesto Luther-. En Estados Unidos. El taxista le miro con respeto.
– ?Hay alguien en la casa? ?Alguien del personal? -pregunto Luther.-No, se fueron todos. Esta manana.
Luther se recosto en el asiento. La razon era obvia. Habian encontrado a la duena de la casa.
Luther paso varios de los dias siguientes en la playa entretenido en mirar a los turistas que desembarcaban de los barcos de crucero y se lanzaban sobre las tiendas libres de impuestos que habia en el centro de la ciudad. Los buscavidas de la isla hacian sus rondas cargados con sus maletines astrosos donde llevaban relojes, perfumes y demas baratijas falsificadas.
Por cinco dolares americanos, un isleno cortaba una hoja de aloe y volcaba el liquido espeso en una botellita de vidrio para ser utilizado cuando el sol comenzara a picar sobre la tierna piel blanca que permanecia dormida y sin macula debajo de chaquetas y blusas. Un sombrero de paja hecho a mano costaba cuarenta dolares. Tardaban una hora en confeccionarlo, y habia muchas mujeres con los brazos fofos y los tobillos hinchados que esperaban pacientemente sentadas en la arena a recibir el suyo.
La belleza de la isla tenia que haber servido para liberar a Luther, hasta cierto punto, de su melancolia. Y, por fin, el sol, la brisa suave y el ritmo tranquilo de la vida acabaron por apaciguar sus nervios hasta que llego un momento en que sonreia a algun paseante, respondia con monosilabos a la charla del camarero y se bebia sus combinados tendido en la playa, escuchando el ruido de las olas en la oscuridad que, poco a poco, le arrancaban de la pesadilla. Pensaba marcharse dentro de unos dias. Todavia no tenia muy claro a donde.
Y entonces el cambio de canales se habia detenido en la cnn y Luther, como un pez cansado sujeto a un sedal irrompible, fue arrastrado de vuelta, despues de gastar varios miles de dolares y viajado miles de kilometros, al lugar del que pretendia escapar.
Russell dejo la cama y fue hasta el buro a buscar los cigarrillos.
– Te quitaran diez anos de vida. -Collin se dio la vuelta en la cama y contemplo sus movimientos nerviosos con una expresion divertida.
– Ya me los ha quitado el trabajo. -Encendio un cigarrillo, le dio varias chupadas rapidas, lo apago y volvio a acostarse sobre el vientre de Collin. Sonrio complacida cuando el la sujeto entre sus brazos largos y musculosos.
– La conferencia de prensa estuvo bien ?verdad? -Ella casi le oia pensar. Era bastante transparente. Sin las gafas oscuras todos lo eran.
– Siempre que no descubran lo que paso en realidad.
Ella se volvio para mirarle, paso un dedo a lo largo de su cuello marcando una uve sobre el pecho suave. El pecho de Richmond era peludo; algunos de los mechones eran grises y enrulados en las puntas. El de Collin era como el culo de un bebe, pero se notaban los musculos fuertes debajo de la piel. El podia partirle el cuello con la facilidad con que se parte un palillo. Por un segundo se pregunto que se sentiria.
– Sabes que tenemos un problema.
Collin estuvo a punto de soltar una carcajada pero se contuvo.
– Si, tenemos a un tipo que corre por ahi con las huellas del presidente y las huellas y la sangre de una mujer muerta en un cuchillo. Sin ninguna duda es un problema muy gordo.
– ?Por que crees que no ha dicho nada?
Collin encogio los hombros. El en su lugar habria desaparecido. Hubiera cogido la pasta y adios. Millones de dolares. Collin era muy leal, pero si hubiese tenido ese dinero eso era lo que hubiese hecho. Largarse. Por un tiempo. Miro a la mujer. ?Con esa cantidad ella aceptaria irse con el? Entonces volvio a la realidad. Quizas el tipo pertenecia al partido del presidente, quiza le habia votado. En cualquier caso para que buscarse problemas.
– Quizas esta asustado -respondio.
– Hay muchas maneras de hacerlo de forma anonima.
– Puede que el tipo no sea muy listo. O quiza no ve ningun beneficio. O a lo mejor le importa una mierda. Tu eliges. Si hubiera tenido la intencion de decir algo ya lo habria hecho. En cualquier caso, no tardaremos en saberlo.
Ella se sento en la cama.
– Tim, todo esto me preocupa. -El tono de su voz hizo que Tim tambien se sentara-. Yo tome la decision de guardar aquel abrecartas sin limpiarlo. Si el presidente descubre… -Ella le miro. El agente interpreto el mensaje