– ?Pueden realmente los sovieticos hacer una cosa asi y salirse con la suya? -dijo.

Kleist no les escuchaba. Volvio a contemplar la carta y trazo una fina linea en lapiz que marcaba el rumbo hacia la costa sur de Cayo Santa Maria.

– ?Donde situa usted aproximadamente la antena?

Pitt tomo el lapiz y marco un pequeno punto en la base de la cola de la isla.

– Una suposicion, en el mejor de los casos.

– Esta bien. Le proveeremos de un pequeno aparato de radio impermeable. Cambiare la posicion en la carta y la programare en el ordenador Navstar; despues les mantendre localizados con su senal y les guiare.

– Usted no sera el unico que podra localizarnos.

– Un pequeno riesgo, pero que nos ahorrara un tiempo valioso. Podrian volar la antena, interrumpiendo asi las ordenes dirigidas por radio al Gettysburg con mucha mas rapidez que si tuviesen que entrar por la fuerza en el recinto y destruir la instalacion principal.

– Muy sensato.

– Ya que esta de acuerdo -dijo pausadamente Kleist-, sugiero, caballeros, que vayan alla.

El transporte subacuatico para fines especiales no se parecia a ningun submarino que Pitt hubiese visto. Tenia un poco mas de cien metros de eslora y la forma de un cincel vuelto de lado. La proa horizontal parecida a una cuna estaba unida a un casco casi cuadrado que terminaba bruscamente en una popa en forma de caja. La cubierta era absolutamente lisa, sin salientes.

No habia nadie al timon. Era totalmente automatico, impulsado por una fuerza nuclear que hacia girar las helices gemelas o, en caso necesario, accionaba unas bombas que tomaban agua en el impulso hacia delante y la arrojaban sin ruido por aberturas en los costados.

El TSE habia sido especialmente disenado para la CIA, para operaciones secretas de contrabando de armas, infiltracion de agentes camuflados e incursiones de ataque y retirada. Podia navegar hasta seiscientos metros de profundidad a una velocidad de cincuenta nudos, pero tambien podia remontar una playa, abrir sus puertas y desembarcar una fuerza de doscientos hombres con varios vehiculos.

El submarino emergio, con su cubierta plana a solo medio metro por encima del agua negra. El equipo de exiliados cubanos de Quintana salio por las escotillas y todos empezaron a levantar los Dashers acuaticos que les entregaban desde abajo.

Pitt habia conducido un Dasher en un lugar de veraneo de Mexico. Era un vehiculo acuatico a propulsion, fabricado en Francia para recreo en el mar. Llamada coche deportivo marino, la pequena y brillante maquina tenia el aspecto de dos torpedos sujetos por los lados. El conductor yacia boca arriba, con una pierna introducida en cada uno de los dos cascos gemelos, y controlaba el movimiento por medio de un volante parecido al de los automoviles. La fuerza procedia de una bateria muy potente que podia impulsar la embarcacion por medio de chorros de agua a una velocidad de veinte nudos en aguas tranquilas, durante tres horas antes de tener que recargarla.

Cuando Pitt propuso emplearlos para cruzar la red cubana de radar, Kleist se apresuro a negociar un pedido especial con la fabrica y dispuso que fuesen enviados por un transporte de la Fuerza Aerea a San Salvador en quince horas.

El aire de la manana temprana era calido y descargo un ligero chaparron. Cada hombre monto en su Dasher y fue empujado sobre la mojada cubierta hasta el mar. Se habian montado unas luces azules veladas en las popas, de manera que cada hombre pudiese seguir al que iba delante.

Pitt espero unos momentos y miro en la oscuridad hacia Cayo Santa Maria, esperando ansiosamente no llegar demasiado tarde para salvar a sus amigos. Una gaviota madrugadora paso chillando sobre su cabeza, invisible en el turbio cielo.

Quintana le agarro de un brazo.

– Ahora le toca a usted. -Hizo una pausa y miro a traves de la penumbra-. ?Que diablos es eso?

Pitt levanto un palo en una mano.

– Un bate de beisbol.

– ?Para que lo necesita? Le dieron un AK-74.

– Es un regalo para un amigo.

Quintana sacudio asombrado la cabeza.

– Partamos. Usted ira delante. Yo ire en retaguardia por si alguien se despista.

Pitt asintio con la cabeza, subio a su Dasher y ajusto un pequeno receptor a uno de sus oidos. Un momento antes de que la tripulacion le empujase sobre el lado del TSE, el coronel Kleist se inclino y le estrecho la mano.

– Conduzcales hasta el objetivo -dijo gravemente.

Pitt le dirigio una ligera sonrisa.

– Es lo que pretendo hacer.

Entonces su Dasher entro en el agua. El ajusto la palanca a media velocidad y se aparto del submarino. Era inutil que se volviese a comprobar si los otros le seguian. No habria podido verles. La unica luz era la de las estrellas, y estas eran demasiado opacas para resplandecer en el agua.

Aumento la velocidad y estudio el disco fluorescente de la brujula sujeta a una de sus munecas. Mantuvo el rumbo hacia el este hasta que oyo la voz de Kleist en su auricular:

– Tuerza a 270 grados.

Pitt hizo la correccion y mantuvo el rumbo durante diez millas, a una velocidad de unos pocos nudos por debajo de la maxima, para permitir que los hombres que iban detras se acercasen si se desviaban. Estaba seguro de que los delicados sensores subacuaticos captarian el acercamiento de! comando, pero confiaba en que los rusos harian caso omiso de las senales en sus instrumentos, atribuyendolas a una bandada de peces.

Muy lejos, hacia el sur en direccion a Cuba, tal vez a mas de cuatro millas de distancia, el faro de una lancha patrullera brillo y barrio el agua como una guadana, cortando la noche, buscando embarcaciones ilegales. El lejano resplandor les ilumino, pero eran demasiado pequenos y estaban tan cerca del agua que no podian ser vistos a aquella distancia.

Pitt recibio una nueva orden de Kleist y altero el curso hacia el norte. La noche era oscura como boca de lobo, y solo podia esperar que los otros treinta hombres se mantuviesen cerca de su popa. Las proas gemelas del Dasher tropezaron con una serie de olas mas altas, que le arrojaron espuma a la cara, y sintio el fuerte sabor salino del mar.

La ligera turbulencia producida por el paso del Dasher por el agua hizo que centelleasen brevemente unas motas fosforescentes, como un ejercito de luciernagas, antes de extinguirse en la estela. Pitt empezo al fin a tranquilizarse un poco cuando volvio a oir la voz de Kleist:

– Esta a unos doscientos metros de la costa.

Pitt redujo la marcha de su pequena embarcacion y siguio avanzando cautelosamente. Despues se detuvo y se dejo llevar por la corriente. Espero, aguzando la mirada en la oscuridad y escuchando con los nervios en tension. Transcurrieron cinco minutos y vio vagamente el perfil de Cayo Santa Maria ante el, negro y ominoso. Casi no habia rompientes en aquel lado de la isla y el suave susurro del agua sobre la playa era el unico sonido que podia oir.

Apreto suavemente el pedal y avanzo muy despacio, dispuesto a dar media vuelta y tornar a toda velocidad a alta mar si eran descubiertos. Segundos mas tarde, el Dasher choco sin ruido contra la arena. Inmediatamente, Pitt salto y arrastro la ligera embarcacion sobre la playa hasta unos

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