matorrales, debajo de una hilera de palmeras. Entonces espero hasta que Quintana y sus hombres surgieron como fantasmas y se agruparon silenciosamente a su alrededor en un apretado nudo, indistintos en la oscuridad y satisfechos todos de pisar de nuevo tierra firme.

Por precaucion, Quintana invirtio un tiempo precioso en contar a sus hombres y examinar brevemente su equipo. Cuando quedo satisfecho, se volvio a Pitt y dijo:

– Usted primero, amigo.

Pitt examino la brujula y echo a andar hacia el interior de la isla, torciendo ligeramente hacia la izquierda. Sostenia el bate de beisbol delante de el, como el baston de un ciego. A menos de ochenta metros del lugar donde se habian reunido, el extremo del bate tropezo con la cerca electrificada. Se detuvo bruscamente y el hombre que le seguia choco contra el.

– ?Tranquilo! -susurro Pitt-. Haga correr la voz. Estamos en la alambrada.

Dos hombres provistos de palas se adelantaron y atacaron la blanda arena. En un santiamen habian excavado un hoyo lo bastante grande para que pudiese pasar por el un borrico.

Pitt fue el primero en arrastrarse por alli. Durante un momento, no supo la direccion que debia tomar. Vacilo, husmeando el aire. Despues, de pronto, supo exactamente donde estaba.

– No hemos tenido suerte -murmuro a Quintana-. El edificio esta solamente a pocos cientos de metros a nuestra izquierda. La antena esta por lo menos a un kilometro en direccion contraria.

– ?Como lo sabe?

– Emplee el olfato. Podra oler los vapores de escape de los motores Diesel que activan los generadores.

Quintana inhalo profundamente.

– Tienen razon. La brisa trae el olor desde el noroeste.

– ?Y quieren una solucion rapida! Sus hombres tardaran mas de media hora en llegar a la antena y colocar las cargas.

– Entonces atacaremos el recinto.

– Sera mejor hacer ambas cosas. Envie a sus mejores corredores a volar la antena y el resto de nosotros trataremos de alcanzar el centro de electronica.

Quintana tardo menos de un segundo en decidirse. Paso entre las filas y eligio rapidamente cinco hombres. Volvio con un personaje menudo, cuya cabeza llegaba apenas a los hombros de Pitt.

– Este es el sargento Lopez. Necesitara instrucciones para llegar a la antena.

Pitt se quito la brujula de la muneca y la tendio al sargento. Lopez no hablaba ingles y Quintana tuvo que actuar de interprete. El pequeno sargento era un buen entendedor. Repitio las instrucciones de Pitt perfectamente, en espanol. Despues Lopez sonrio ampliamente, dio una breve orden a sus hombres y desaparecio en la noche.

Pitt y el resto de las fuerzas de Quintana avanzaron a paso ligero. El tiempo empezo a deteriorarse. Las nubes cubrieron las estrellas, y las gotas de lluvia que caian sobre las hojas de las palmeras producian un extrano tamborileo. Los hombres serpenteaban entre los arboles graciosamente encorvados por la furia de los huracanados vientos. Cada pocos metros, alguien tropezaba y caia, pero era ayudado a levantarse por los otros. Pronto se hizo mas pesada su respiracion y el sudor resbalo por sus cuerpos y empapo sus trajes de campana. Pitt marcaba un paso rapido, impulsado por la desesperada ilusion de encontrar todavia con vida a Jessie, Giordino y Gunn. Su mente se mantenia al margen de las incomodidades y del creciente agotamiento, al imaginar los tormentos que Foss Gly les habria sin duda infligido. Sus tristes pensamientos se interrumpieron cuando salio de la maleza a la carretera.

Torcio a la izquierda en direccion al recinto, sin pretender avanzar a hurtadillas u ocultarse, empleando la lisa superficie para ganar tiempo. La sensacion de la tierra bajo sus pies le parecia ahora mas familiar. Aflojo el paso y llamo en voz baja a Quintana. Cuando sintio una mano sobre uno de sus hombros, senalo hacia una debil luz apenas visible entre los arboles.

– La casa del guarda junto a la verja.

Quintana dio una palmada en la espalda de Pitt, para decirle que habia comprendido, y dio instrucciones en espanol al hombre que le seguia en la fila. Este se alejo en direccion a la luz.

Pitt no tuvo que preguntar nada. Sabia que a los guardias de seguridad que vigilaban la verja solo les quedaban dos minutos de vida.

Se deslizo junto al muro y se metio en el canal de desague, sintiendose enormemente aliviado al descubrir que los barrotes estaban todavia doblados, tal como el los habia dejado. Los otros gatearon tambien por alli y continuaron hasta el respiradero de encima del garaje. Se presumia que Pitt no debia ir mas lejos. Las severas ordenes de Kleist habian sido que guiase a las fuerzas del comandante Quintana hasta el respiradero y no siguiese adelante. Tenia que apartarse de los otros, volver solo a la playa donde habian desembarcado y esperar a que los demas se batiesen en retirada.

Kleist hubiese debido sospechar que, al no discutir Pitt la orden, significaba que no estaba dispuesto a cumplirla; pero el coronel tenia demasiados problemas en su mente para mostrarse receloso. Y el bueno de Pitt, con absoluta naturalidad, habia sido modelo de cooperacion cuando habia trazado un diagrama de la entrada en el edificio.

Antes de que Quintana pudiese alargar una mano para detenerle, Pitt se dejo caer por el respiradero a la vigueta que estaba encima de los vehiculos aparcados y desaparecio como una sombra por la salida que conducia a las celdas inferiores.

54

Dave Jurgens, comandante de vuelo del Gettysburg, estaba ligeramente perplejo. Compartia el entusiasmo de todos los de la estacion espacial ante la inesperada llegada de Steinmetz y sus hombres de la Luna. Y no encontraba nada extrano en la subita orden de llevar a los colonos a la Tierra en cuanto pudiese ser cargado el material cientifico en el compartimiento correspondiente de la lanzadera.

Lo que le preocupaba era la brusca orden de Control de Houston de que aterrizase de noche en Cabo Canaveral. Su peticion de esperar unas pocas horas hasta que saliese el sol fue respondida con una fria negativa. No le dieron ninguna explicacion de los motivos que habian tenido las autoridades de la NASA para cambiar subitamente, y por primera vez en casi treinta anos, su estricta norma de hacer los aterrizajes de dia.

Miro a su copiloto, Cari Burkhart, con veinte anos de experiencia en el programa espacial.

– No podremos ver gran cosa de los pantanos de Florida en este aterrizaje.

– Cuando has visto un caiman, los has visto todos -fue la laconica respuesta de Burkhart.

– ?Estan comodos todos nuestros viajeros?

– Como sardinas en una lata.

– ?Programados los ordenadores para el regreso?

– Estan a punto.

Jurgens observo brevemente las tres pantallas de TV en el centro del panel principal. Una daba la condicion de todos los sistemas mecanicos, mientras que las otras dos daban datos

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