– Puedes ponerte en pie -dijo en voz baja.

Hubo una pausa momentanea; despues, Jessie dijo con voz cansada:

– Gracias a Dios. Los brazos me pesaban como el plomo.

– En cuanto lleguemos cerca de la orilla, tiendete y no te muevas. Yo explorare los alrededores.

– Ten cuidado, por favor.

– No te preocupes -dijo el, con una amplia sonrisa-. Estoy empezando a pillarle el truco a esto. Es la segunda playa enemiga en la que he desembarcado esta noche.

– ?Es que nunca hablaras en serio?

– Cuando la ocasion lo exija, si. Como ahora, por ejemplo. Dame la pistola.

Ella vacilo.

– Creo que la he perdido.

– ?Lo crees?

– Cuando nos metimos en el agua…

– La tiraste.

– La tire -repitio inocentemente ella, contra su voluntad.

– No sabes lo divertido que es trabajar contigo -dijo Pitt, desesperado.

Nadaron en silencio el poco trecho que les quedaba, hasta que las pequenas olas acabaron de romper y la profundidad del agua fue de unos pocos centimetros. Pitt indico a Jessie, con un ademan, que no se levantase. Permanecio tendido e inmovil durante un minuto, y despues se levanto subitamente sin decir palabra, corrio sobre la arena y desaparecio en las sombras.

Jessie se esforzo en no adormilarse. Tenia todo el cuerpo entumecido por el cansancio, y se dio cuenta, con alivio, de que el dolor de las magulladuras causadas por las manos de Foss Gly se estaba mitigando. El suave chapoteo del agua contra su cuerpo ligeramente vestido la relajaba como un sedante.

Y entonces se quedo helada, clavando los dedos en la arena mojada y sintiendo el corazon en la garganta.

Uno de los arbustos se habia movido. Despues, tal vez a unos doce metros de distancia, una forma oscura se destaco de las sombras circundantes y avanzo a lo largo de la playa, exactamente por encima de la linea marcada por el mar.

No era Pitt.

La palida luz de la luna revelo una figura uniformada y armada de un fusil. Jessie yacio paralizada, claramente consciente de su absoluta impotencia. Apreto el cuerpo contra la arena y se deslizo lentamente hacia atras, entrando en aguas mas profundas, centimetro a centimetro.

Se encogio en un vano intento de hacerse mas pequena cuando de pronto la luz de una linterna brillo en la oscuridad y resiguio la playa sobre la rompiente. El centinela cubano dirigia la luz hacia atras y hacia delante, mientras andaba en su direccion, examinando atentamente el suelo. Con aterrorizada certidumbre, se dio cuenta Jessie de que estaba siguiendo huellas de pisadas. Subitamente, sintio colera contra Pitt por dejarla sola y por dejar unas huellas que conducian directamente a ella.

El cubano se acerco a diez metros y habria visto el perfil superior de su cuerpo si se hubiese vuelto un poco en su direccion. El rayo de luz se detuvo y se mantuvo fijo, enfocando las huellas dejadas por Pitt en su carrera a traves de la playa. Ei guardia giro hacia la derecha y se agacho, apuntando con la linterna a los matorrales aledanos. Entonces, inexplicablemente, dio media vuelta a la izquierda y el rayo de luz alcanzo de lleno a Jessie, cegandola.

Durante un segundo, el cubano se quedo como pasmado; despues asio con la mano libre el canon del fusil ametrallador que llevaba colgado del hombro y apunto directamente a Jessie. Demasiado aterrorizada para hablar, ella cerro los ojos, como si con esta sencilla accion pudiese librarse del horror y del impacto de las balas.

Oyo un golpe sordo, seguido de un gemido convulsivo. No hubo disparos. Solamente un extrano silencio. Entonces tuvo la impresion de que la luz se habia apagado. Abrio los ojos y vio vagamente un par de piernas hundidas hasta el tobillo en el agua, y entre ellas percibio el cuerpo del cubano, tendido sobre la arena.

Pitt alargo los brazos y puso a Jessie suavemente en pie. Le aliso los chorreantes cabellos y dijo:

– Parece que no puedo volver la espalda un minuto sin que te encuentres en dificultades.

– Me crei muerta -dijo ella, y los latidos de su corazon empezaron a calmarse.

– Debes de haber pensado lo mismo al menos una docena de veces desde que salimos de Key West.

– Se tarda un poco en acostumbrarse al miedo a la muerte.

Pitt levanto la linterna del cubano, la encendio haciendo pantalla con la mano y empezo a despojarle de su uniforme.

– Afortunadamente, es un tunante bajito, aproximadamente de tu estatura. Tus pies nadaran probablemente en sus botas, pero es mejor que pequen de grandes que de pequenas.

– ?Esta muerto?

– Solo tiene un pequeno chichon en la cabeza, producido por una piedra. Volvera en si dentro de unas horas.

Ella fruncio la nariz al tomar el uniforme de campana que le arrojo Pitt.

– Creo que no se ha banado nunca.

– Lavalo en el mar y pontelo mojado -dijo vivamente el-. Y de prisa. No es momento de andarse con remilgos. El centinela del puesto siguiente se estara preguntando por que no se ha presentado. Su relevo y el sargento de guardia no tardaran en llegar.

Cinco minutos despues, Jessie llevaba un empapado uniforme de patrullero cubano. Pitt tenia razon; las botas le estaban dos numeros grandes. Se recogio los mojados cabellos y los cubrio con la gorra. Se volvio y miro a Pitt que salia de entre los arboles y arbustos, llevando el fusil del cubano y una hoja de palmera.

– ?Que has hecho de el?

– Le he metido entre unos matorrales -dijo Pitt, en tono apremiante.

Senalo a un rayito de luz a un cuarto de milla playa abajo.

– Vienen. No es hora de juegos. Marchemonos de aqui.

La empujo rudamente hacia los arboles y la siguio, caminando de espaldas y borrando las pisadas con la hoja de palmera. Despues de casi setenta metros, tiro la hoja y corrieron a traves de la jungla, apartandose lo mas posible de los guardias y de la playa antes de que amaneciese.

Habian recorrido siete u ocho kilometros cuando el cielo oriental empezo a pasar del negro al naranja. Aparecio un campo de cana de azucar en la decreciente oscuridad, y pasaron por su borde hasta salir a una carretera pavimentada de dos carriles. No habia faros sobre el asfalto en ninguna de ambas direcciones. Caminaron por la orilla, metiendose en la espesura cada vez que se acercaba un coche o un camion. Pitt advirtio que los pasos de Jessie empezaban a flaquear y que respiraba en rapidos jadeos. Se detuvo, cubrio la linterna con un panuelo y le ilumino la cara. No necesitaba tener ei titulo de medico para saber que estaba agotada. La asio de la cintura y la empujo hasta que llegaron a un pequeno y escabroso barranco.

– Recobra el aliento. Volvere en seguida.

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