Polevoi, entusiasmandose con su tema- Basta de revoluciones turbulentas, basta de sangrientas guerras de guerrilla. Nos infiltraremos en sus gobiernos y los corroeremos sutilmente desde dentro, cuidando de no provocar la hostilidad de los Estados Unidos. Cuando estos despierten al fin, sera demasiado tarde. Las Americas del Sur y Central seran solidas extensiones de la Union Sovietica.
– ?Y no del Partido? -pregunto Antonov, en tono de reproche-. ?Olvida usted la gloria de nuestra herencia comunista, Polevoi?
– El Partido es la base sobre la que hay que construir. Pero no podemos continuar encadenados a una arcaica filosofia marxista que ha tardado cien anos en demostrar que es irrealizable. Dentro de una decada estaremos en el siglo veintiuno. Ha llegado la hora del frio realismo. Citare sus propias palabras, camarada presidente, cuando dijo: «Preveo una nueva era de socialismo que barrera del mundo el odiado azote del capitalismo.» Cuba es el primer paso para realizar su sueno de una sociedad mundial dominada por el Kremlin.
– Y Fidel Castro es la barrera en nuestro camino.
– Si -dijo Polevoi, con una siniestra sonrisa-, pero solo durante otras cuarenta y ocho horas.
El Air Force One despego de la base de la Fuerza Aerea en Andrews y giro hacia el sur sobre los historicos montes de Virginia. Temprano por la manana, el cielo era claro y azul, con solo unas pocas y desparramadas nubes de tormenta. El coronel de aviacion que habia pilotado el reactor Boeing bajo tres presidentes, se elevo a once mil metros y dio la hora de llegada a Cabo Canaveral por el intercomunicador de la cabina.
– ?Vamos a desayunar, caballeros? -pregunto el presidente, senalando hacia un pequeno comedor recientemente instalado en el avion. Su esposa habia colgado una lampara Tiffany
– Yo preferiria una taza de cafe bien caliente -dijo Martin Brogan.
Se sento y saco una carpeta de su cartera antes de deslizar esta debajo de la mesa.
Dan Fawcett arrimo una silla a su lado, mientras Douglas Oates se sentaba enfrente, junto al presidente. Un sargento de la Fuerza Aerea con chaqueta blanca sirvio zumo de guayaba, bebida predilecta del presidente, y cafe. Cada cual pidio su desayuno y todos esperaron a que el presidente iniciase la conversacion.
– Bueno -dijo este, sonriendo-, tenemos que hablar de muchas cosas antes de aterrizar en el Cabo y felicitar a todo el mundo. Por consiguiente, empecemos. Dan, informenos sobre el estado del
– He estado toda la manana hablando por telefono con oficiales de la NASA -dijo Fawcett, con evidente excitacion en el tono de su voz-: Como todos sabemos, Dave Jurgens pudo aterrizar en Key West por la punta de los pelos. Una notable hazana. La estacion aeronaval ha sido cerrada a todo trafico aereo o de tierra. Las puertas y las vallas estan fuertemente custodiadas por guardias de Marina. El presidente ha ordenado una reserva temporal absoluta sobre la situacion hasta que podamos anunciar la existencia de nuestra nueva base lunar.
– Los reporteros deben de estar chillando como buitres heridos -dijo Oates-, queriendo saber por que aterrizo el vehiculo espacial tan lejos del lugar previsto.
– Por supuesto.
– ?Cuando piensa usted dar la noticia? -pregunto Brogan.
– Dentro de dos dias -respondio el presidente-. Necesitamos tiempo para estudiar las enormes implicaciones e interrogar a Steinmetz y a los suyos, antes de entregarlos a los medios de comunicacion.
– Si nos demoramos mas -anadio Fawcett-, alguien del cuerpo de prensa de la Casa Blanca se ira de la lengua.
– ?Donde estan ahora los colonos de la Luna?
– Sometidos a pruebas medicas en el Centro Espacial Kennedy - respondio Fawcett-. Fueron sacados en avion de Key West junto con la tripulacion de Jurgens poco despues de que aterrizase el
Brogan miro a Oates.
– ?Ha dicho algo el Kremlin?
– Hasta ahora ha guardado silencio.
– Sera interesante, para variar, ver como reaccionan cuando las victimas son compatriotas suyos.
– Antonov es un perro viejo astuto -dijo el presidente-. Renunciara a una furiosa propaganda acusandonos de asesinar a sus cosmonautas, a cambio de mantener conversaciones secretas en las que pedira una indemnizacion consistente en compartir datos cientificos.
– ?Se los dara?
– El presidente esta moralmente obligado a acceder -dijo Oates.
Brogan parecio horrorizado, lo mismo que Fawcett.
– Esta no es una cuestion politica -dijo Brogan con voz grave-. No hay ninguna regla que diga que hemos de revelar secretos vitales para nuestra defensa nacional.
– En esta ocasion, somos nosotros y no los rusos los malos de la pelicula -protesto Oates-. Estamos a punto de llegar al acuerdo SALT IV para prohibir toda futura instalacion de misiles nucleares. Si el presidente hiciese caso omiso de las reclamaciones de Antonov, los negociadores sovieticos harian una de sus famosas escapadas solo horas antes de firmar el tratado.
– Puede que tenga razon -dijo Fawcett-. Pero ninguno de los relacionados con la Jersey Colony ha estado luchando durante dos decenios para entregarlo todo al Kremlin.
El presidente habia seguido la discusion sin interrumpir. Ahora levanto una mano.
– Caballeros, no estoy dispuesto a vender todas las existencias. Pero hay un enorme caudal de informacion que podemos compartir con los rusos y con el resto del mundo en interes de la humanidad. Descubrimientos medicos y datos geologicos y astronomicos pueden ser difundidos libremente. Pero no se alarmen. No voy a comprometer nuestros programas espaciales y de defensa. Esto permanecera firmemente en nuestras manos. ?He hablado claro?
Se hizo un silencio en el pequeno comedor mientras el camarero traia tres humeantes platos de huevos, jamon y pastelillos calientes. Volvio a llenar las tazas de cafe. En cuanto volvio a la cocina, el presidente suspiro profundamente y miro la mesa delante de Brogan.
– ?No come usted, Martin?
– Generalmente prescindo del desayuno. El almuerzo es mi comida principal.
– No sabe lo que se pierde. Estos pastelillos calientes son ligeros como plumas.
– No, gracias. Seguire con el cafe.
– Mientras los demas comemos, ?por que no nos informa sobre la operacion de Cayo Santa Maria?
Brogan tomo un sorbo de su taza, abrio la carpeta y resumio su contenido en unas pocas declaraciones concisas.
– Un equipo especial de combate, al mando del coronel Ramon Kleist y dirigido por el comandante Angelo Quintana, desembarco en la isla a las dos de esta madrugada. A las cuatro y media, las instalaciones de interferencia y escucha por radio, incluida la antena, fueron destruidas, y eliminado todo el personal. La hora no pudo ser mas oportuna, pues la ultima transmision por radio puso sobre aviso al
– ?Quien dio el aviso? -le interrumpio Fawcett.
Brogan miro por encima de la mesa y sonrio.