– Si lo hubiese sabido, estariamos muertos.

Pitt iba a decir algo y, de pronto, senalo hacia adelante. Estaban en una curva y habia un coche aparcado en la carretera. Tenia levantado el capo y alguien estaba inclinado sobre el guardabarros, con la cabeza y los hombros invisibles encima del motor.

Jessie vacilo, pero Pitt la asio de una mano y tiro de ella.

– Ocupate tu de esto -dijo en voz baja-. No tengas miedo. Ambos llevamos uniforme militar y el mio corresponde a una fuerza de asalto distinguida.

– ?Que dire?

– Lo que te parezca mejor. Puede ser una oportunidad para viajar de balde.

Antes de que ella pudiese protestar, el conductor oyo sus pisadas sobre la grava y se volvio. Era un hombre bajito, cincuenton, de cabellos negros y piel morena. No llevaba camisa y si, solamente, unos shorts y unas sandalias. Los uniformes militares eran tan corrientes en Cuba que apenas les presto atencion. Les dirigio una amplia sonrisa.

– Hola.

– ?Alguna averia en el motor? -pregunto Jessie en espanol.

– La tercera en lo que va del mes. -Encogio los hombros en senal de impotencia-. Acaba de pararse.

– ?Sabe cual es el problema?

El hombre levanto un cable corto que se habia deteriorado en tres lugares diferentes y apenas se mantenia junto por la funda aislante-. Va de la bobina al delco.

– Tendria que haberlo cambiado por uno nuevo.

El la miro receloso.

– Los accesorios para coches viejos como este son imposibles de encontrar. Deberia usted saberlo.

Jessie se dio cuenta de su resbalon y, sonriendo dulcemente, decidio aprovecharse del machismo latino.

– No soy mas que una mujer. ?Que puede saber de mecanica una mujer?

– Ah -dijo sonriendo el-. Pero una mujer muy bonita.

Pitt prestaba poca atencion a la conversacion. Estaba dando una vuelta alrededor del coche, examinando su linea. Se inclino sobre la parte delantera y estudio durante un momento el motor. Despues se irguio y se echo atras.

– Un Chevy del cincuenta y siete -dijo en ingles, con admiracion-. Un automovil magnifico. Preguntale si tiene un cuchillo y un poco de cinta aislante.

Jessie se quedo boquiabierta.

El conductor miro a Pitt con incertidumbre, sin saber lo que tenia que hacer. Despues pregunto en mal ingles:

– ?No habla espanol?

– No, ?y que? -trono Pitt-. ?No habia visto nunca a un irlandes?

– ?Como puede un irlandes llevar uniforme cubano?

– Soy el comandante Paddy O'Hara, del Ejercito Republicano Irlandes, en funciones de consejero de sus milicias.

La cara del cubano se ilumino como bajo el resplandor de un flash y Pitt se alegro al ver que el hombre habia quedado impresionado.

– Herberto Figueroa -dijo este, tendiendole la mano-. Yo aprendi ingles hace muchos anos; cuando estaban aqui los americanos.

Pitt la estrecho y senalo con la cabeza a Jessie.

– La cabo Maria Lopez, mi ayudante y guia. Tambien interprete de mi deficiente espanol.

Figueroa bajo la cabeza y observo el anillo de casada de Jessie.

– Senora Lopez. -Se volvio a Pitt-. ?Comprende ella el ingles?

– Un poco -respondio Pitt-. Y ahora, si puede darme un cuchillo y cinta aislante, creo que podre reparar la averia.

– Claro, claro -dijo Figueroa.

Saco un cortaplumas de la guantera y encontro un pequeno rollo de cinta aislante en un estuche de herramientas que llevaba en el portaequipajes.

Pitt se inclino sobre el motor, corto unos trozos de cable sobrante de las bujias y junto los extremos, hasta que tuvo un alambre que llegaba desde la bobina hasta el delco.

– Bueno, pruebe ahora.

Figueroa hizo girar la llave del encendido y el gran V-8 de cuatro litros tosio una vez, dos veces y, despues, zumbo con regularidad.

– ?Magnifico! -grito Figueroa, entusiasmado-. ?Quieren que les lleve?

– ?Adonde va?

– A La Habana. Vivo alli. El marido de mi hermana murio en Nuevitas. Fui alli para ayudarla a disponer el entierro. Ahora vuelvo a mi casa.

Pitt asintio con la cabeza, mirando a Jessie. Era su dia de suerte. Trato de imaginarse la forma de Cuba y calculo, acertadamente, que La Habana debia estar a casi trescientos kilometros al nordeste a vuelo de pajaro, seguramente unos cuatrocientos por carretera.

Inclino el asiento delantero para que Jessie subiese al de atras.

– Le estamos muy agradecidos, Herberto. Mi coche oficial sufrio una perdida de aceite y el motor se paro unos cuatro kilometros atras. Nos dirigiamos a un campo de instruccion del este de La Habana. Si puede dejarnos en el Ministerio de Defensa, cuidare de que le paguen por la molestia.

Jessie abrio la boca y se quedo mirando a Pitt con una clasica expresion de disgusto. El comprendio que, mentalmente, le estaba llamando engreido bastardo.

– Su mala suerte ha sido buena para mi -dijo Figueroa, contento ante la perspectiva de ganar unos cuantos pesos extra.

Figueroa levanto gravilla del arcen al salir rapidamente al asfalto, y cambio las marchas hasta que el Chevrolet rodo a unos buenos cien kilometros por hora. El motor roncaba suavemente, pero la carroceria chirriaba en doce lugares distintos y el humo del tubo de escape se filtraba a traves del enmohecido suelo.

Pitt miro la cara de Jessie por el espejo retrovisor. Parecia incomoda y fuera de su elemento. Un coche moderno habria sido mas de su gusto. Pitt se estaba divirtiendo de veras. De momento, su aficion a los coches antiguos borraba de su mente toda idea de peligro.

– ?Cuantos kilometros ha hecho en el? -pregunto.

– Mas de seiscientos ochenta mil -respondio Figueroa.

– Todavia tiene mucha potencia.

– Si los yanquis levantasen su embargo, podria comprar accesorios nuevos y hacer que siguiese marchando. Pero no puede durar eternamente.

– ?Tiene dificultades en los puestos de control?

– Siempre me dejan pasar sin detenerme.

– Debe tener influencia. ?Que hace en La Habana?

Figueroa se echo a reir.

– Soy taxista.

Pitt no trato de disimular una sonrisa. Esto era aun mejor de lo que habia esperado. Se retrepo en su asiento y se relajo, disfrutando del paisaje como un turista. Trato de pensar en la vaga indicacion de LeBaron sobre el paradero del tesoro de La Dorada, pero su mente estaba nublada por el remordimiento.

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