– Le hemos encontrado.

– ?Donde?

– En su retiro del campo. Ha roto todo contacto con el mundo exterior. Ni siquiera sus consejeros mas intimos ni los peces gordos sovieticos pueden comunicar con el.

– ?A quien tenemos en nuestro equipo que pueda encontrarse cara a cara con el?

Brogan lanzo un grunido.

– A nadie.

– Tiene que haber alguien a quien podamos enviar.

– Si Castro estuviese de un humor comunicativo, podria pensar al menos en diez personas que estan a nuestro sueldo y que podrian entrar a verle por la puerta principal. Pero no como estan ahora las cosas.

El presidente jugueteo con su cigarro, buscando a tientas una inspiracion.

– ?En cuantos cubanos puede confiar, en La Habana, que trabajen en los muelles y tengan experiencia maritima?

– Tendria que comprobarlo.

– Una suposicion.

– Calculandolo por encima, tal vez quince o veinte.

– Esta bien -dijo el presidente-. Reunales a todos. Haga que de alguna manera suban a bordo de aquellos barcos, y que descubran cual es el que lleva la bomba.

– Para desactivarla, necesitaremos alguien que sepa lo que se trae entre manos.

– Cruzaremos ese puente cuando sepamos donde esta oculta la bomba.

– Un dia y medio no es mucho tiempo -dijo lugubremente Brogan-. Sera mejor que concentremos nuestra atencion en deshacer el lio que se armara despues.

– Lo que tiene usted que hacer es empezar a mover los hilos. Mantengame informado cada dos horas. Haga que todos los agentes que tenemos en Cuba se dediquen a este asunto.

– ?Y si advirtiesemos a Castro?

– Esto me corresponde a mi. Yo cuidare de ello.

– Que tenga suerte, senor presidente.

– Lo mismo le deseo, Martin.

El presidente colgo el telefono. Su cigarro se habia apagado. Volvio a encenderlo y despues descolgo el telefono de nuevo y llamo a Ira Hagen.

64

El guardia era joven, no tendria mas de dieciseis anos, era abnegado y fiel servidor de Fidel Castro y entregado a la vigilancia revolucionaria. Dandose importancia y con arrogancia oficial se acerco a la ventanilla del coche, con el rifle colgado de un hombro, y pidio que le mostrasen los documentos de identidad.

– Tenia que ocurrir -murmuro Pitt en voz baja.

Los guardias de los tres primeros puestos de control habian hecho perezosamente sena a Figueroa de que siguiese su camino, en cuanto les hubo mostrado su permiso de taxista. Eran campesinos que habian elegido la rutina de una carrera militar en vez de un trabajo sin porvenir en los campos o en las fabricas. Y como todos los soldados de todos los paises del mundo, encontraban tedioso el servicio de vigilancia y con frecuencia prescindian de toda precaucion, salvo cuando se presentaban sus superiores en visita de inspeccion.

Figueroa tendio su permiso al joven.

– Esto solo es valido dentro de la ciudad de La Habana. ?Que esta haciendo en el campo?

– Mi cunado murio -dijo pacientemente Figueroa-. He ido a su entierro.

El guardia se agacho y miro a traves de la ventanilla abierta del conductor.

– ?Quienes son estos otros?

– ?Esta usted ciego? -replico Figueroa-. Son militares como usted.

– Tengo que buscar a un hombre que lleva un uniforme robado de la milicia. Se sospecha que es un espia imperialista que desembarco en una playa, a ciento cincuenta kilometros al este de aqui.

– Porque ella lleva uniforme militar -dijo Figueroa, senalando ajessie en el asiento de atras-, ?crees que los imperialistas yanquis estan enviando mujeres para invadirnos?

– Quiero ver sus documentos de identidad -insistio el guardia.

Jessie bajo el cristal de la ventanilla de atras y se asomo.

– Ese es el comandante O'Hara, del Ejercito Republicano Irlandes, que ha sido enviado como consejero. Yo soy la cabo Lopez, su ordenanza. Dejanos pasar.

El guardia mantuvo la mirada fija en Pitt.

– Si es comandante, ?por que no lleva las insignias de su graduacion?

Por primera vez, observo Figueroa que no habia insignias en el uniforme de Pitt. Miro fijamente a este, frunciendo recelosamente el entrecejo.

Pitt habia permanecido sentado, sin tomar parte en la conversacion. Entonces se volvio poco a poco, miro al guardia a los ojos y le dirigio una amistosa sonrisa. Cuando hablo, su voz era suave, pero revelaba una gran autoridad.

– Tome el nombre y la direccion de ese guardia. Deseo que sea recompensado por su exacto cumplimiento del deber. El general Raul Castro ha dicho muchas veces que Cuba necesita hombres como este.

Jessie tradujo estas palabras y espero, con alivio, mientras el guardia se cuadraba y sonreia.

Entonces, el tono de Pitt se volvio glacial, lo mismo que sus ojos.

– Ahora digale que nos deje pasar o hare que le envien como voluntario a Afganistan.

El joven guardia parecio encogerse visiblemente cuando Jessie repitio las palabras de Pitt en espanol. Estaba perplejo, sin saber lo que tenia que hacer, cuando un automovil iargo y negro llego y se detuvo detras del viejo taxi. Pitt lo reconocio como un Zil, automovil de lujo de siete asientos construido en Rusia para los funcionarios del Gobierno y los militares de alto rango.

El conductor del Zil toco el Claxon, con impaciencia, y parecio aumentar la indecision del guardia. Este volvio y miro suplicante a un companero, pero este estaba ocupado con el trafico que venia en direccion contraria. El chofer de la limusina toco de nuevo el claxon y grito por la ventanilla:

– ?Aparta ese coche a un lado y dejanos pasar!

Entonces intervino Figueroa y empezo a gritar a los rusos:

– ?Estupidos rusos, deteneos y tomad un bano! ?Puedo oleros desde aqui!

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