El conductor sovietico abrio su portezuela, salto de detras del volante y empujo al guardia a un lado. Tenia la complexion de un bolo, grueso y fornido el cuerpo y pequena la cabeza. Sus galones indicaban que era sargento. Miro a Figueroa con ojos que brillaban de malicia.
– ?Idiota! -gruno-. ?Aparta ese cacharro!
Figueroa sacudio un puno delante de la cara del ruso.
– Me ire cuando ese paisano mio me lo diga.
– Por favor,
– La discrecion no es una virtud cubana -murmuro Pitt.
Tenia el fusil entre los brazos, apuntando el ruso, y abrio la portezuela.
Jessie se volvio y miro cautelosamente por la ventanilla de atras hacia la limusina, justo a tiempo de ver como un militar sovietico, seguido de dos guardaespaldas armados, se apeaba del asiento de atras y miraba, sonriendo divertido, la lucha verbal entablada junto al taxi. Jessie abrio la boca y lanzo un grito ahogado.
El general Velikov, con aire cansado y macilento, vistiendo un uniforme de prestado que le sentaba muy mal, se acerco desde detras del Chevrolet en el momento en que Pitt bajaba del taxi y pasaba por delante de este, sin que Jessie tuviese tiempo de avisarle.
Velikov tenia puesta toda su atencion en su conductor y en Figueroa, y no se fijo en el que parecia ser otro soldado cubano que salio del otro lado del coche. La discusion se estaba acalorando cuando el general se acerco a los contendientes.
– ?Cual es el problema? -pregunto, en fluido espanol.
La respuesta no vino de su chofer, sino de una fuente totalmente inesperada.
– Nada que no podamos arreglar como caballeros -dijo secamente Pitt, en ingles.
Velikov miro fijamente a Pitt durante un largo momento, extinguiendose la sonrisa divertida en sus labios, inexpresivo el semblante como siempre. La unica senal de asombro fue una subita dureza en sus ojos frios.
– Somos supervivientes, ?no es verdad, senor Pitt? -replico.
– Afortunadamente. Yo diria que tuvimos mucha suerte -respondio Pitt, con voz tranquila.
– Le felicito por su fuga de la isla. ?Como lo consiguio?
– Con una embarcacion improvisada. ?Y usted?
– Un helicoptero oculto cerca de la instalacion. Por fortuna, sus amigos no lo descubrieron.
– Un descuido.
Velikov miro por el rabillo del ojo, observando con irritacion el aire relajado de sus guardaespaldas.
– ?Por que ha venido a Cuba?
Pitt apreto el asa del fusil y apoyo el dedo en el gatillo, apuntando al cielo por encima de la cabeza de Velikov.
– ?Por que me lo pregunta, si tiene por sabido que soy un embustero habitual?
– Tambien se que solo miente cuando esto le sirve para algo. No ha venido a Cuba para beber ron y tomar el sol.
– ?Y ahora que, general?
– Mire a su alrededor, senor Pitt. No puede decirse que este en una posicion de fuerza. Los cubanos no tratan bien a los espias. Haria bien en bajar el arma y colocarse bajo mi proteccion.
– No, gracias. Ya he estado bajo su proteccion. Se llamaba Foss Gly. Supongo que le recuerda. Era magnifico golpeando carne con los punos. Me satisface informarle de que ya no ejerce su oficio de verdugo. Una de sus victimas le disparo donde mas duele.
– Mis hombres pueden matarle aqui mismo.
– Es evidente que no comprenden el ingles y no tienen la menor idea de lo que hemos dicho. No trate de alertarles. Esto es lo que los mexicanos llaman un empate. Si tuerce la nariz a un lado, le metere una bala en la ventana opuesta.
Pitt miro a su alrededor. Tanto el guardia cubano como el conductor sovietico estaban escuchando la conversacion en ingles sin entender palabra. Jessie estaba acurrucada en el asiento de atras del Chevrolet, y solo el gorro de campana podia verse por encima del borde inferior de la ventanilla. Los guardias de Velikov permanecian tranquilos, contemplando el paisaje, con las pistolas enfundadas.
– Suba al coche, general. Vendra con nosotros.
Velikov miro friamente a Pitt.
– ?Y si me niego?
Pitt le miro a su vez, con inflexible determinacion.
– Usted morira el primero. Despues, sus guardaespaldas. Y despues, los vigilantes cubanos. Estoy resuelto a matar. Y ellos no. Ahora, por favor…
Los guardaespaldas sovieticos siguieron en su sitio, contemplando con asombro como seguia Velikov en silencio la invitacion de Pitt y subia a la parte de delante del coche. Velikov se volvio un momento y miro con curiosidad a Jessie.
– ?Senora LeBaron?
– Si, general.
– ?Va usted con ese loco?
– Asi es.
– Pero, ?por que?
Figueroa abrio la boca para decir algo, pero Pitt empujo bruscamente a un lado al chofer sovietico, agarro fuertemente de un brazo al simpatico taxista y lo saco del coche.
– Usted se quedara aqui,
Jessie asintio con la cabeza y apoyo el canon sobre la base del craneo de Velikov.
Pitt arranco en primera y acelero suavemente, como en un paseo de domingo, observando por el espejo retrovisor a los que se habian quedado en el puesto de control. Se alegro al ver que iban confusos de un lado a otro, sin saber q.ue hacer. Entonces, el chofer y los guardaespaldas de Velikov parecieron darse cuenta al fin de lo que sucedia, corrieron al automovil negro y emprendieron la caza.
Pitt se detuvo y tomo el fusil de las manos de Jessie. Disparo unos cuantos tiros contra un par de cables de telefonos que pasaban por unos aisladores en la cima de un poste. El coche quemaba caucho sobre el asfalto antes de que los extremos de los cables rotos tocasen el suelo.
– Esto deberia darnos media hora -dijo.
– La limusina esta solamente a cien metros detras de nosotros y va ganando terreno -dijo Jessie, con voz estridente y temerosa.
– No podria quitarselos de encima -dijo tranquilamente Velikov-. Mi chofer es experto en altas velocidades y el motor tiene una potencia de 425 caballos.
A pesar de la desenvoltura de Pitt y de sus palabras casuales, tenia la fria competencia y el aire inconfundible de las personas que saben lo que se hacen.
Dirigio a Velikov una sonrisa descarada y dijo:
– Los rusos no han inventado ningun coche que pueda alcanzar a un