– Dos pertenecen a la flota mercante de la Union Sovietica. El tercero navega con pabellon panameno y es propiedad de una corporacion dirigida por exiliados cubanos anticastristas.
– Esto ultimo es una pista falsa montada por la KGB -dijo Hagen-. Sostendran que los exiliados cubanos son un arma de la CIA, convirtiendonos asi en los villanos de la catastrofe. No habra una nacion en el mundo que crea que no estamos comprometidos.
– Un plan muy astuto -dijo Clark-. Dificilmente emplearian uno de sus propios barcos para transportar la bomba.
– Si, pero ?por que destruir dos barcos y sus cargamentos sin ningun objetivo? -pregunto Pitt.
– Confieso que esto no tiene sentido.
– ?Nombre y cargamento de los barcos?
Clark extrajo otra pagina del documento y leyo en ella:
– El
Pitt contemplo el techo como hipnotizado.
– ?Es el petrolero el que esta atracado en el otro lado de la bahia?
– Si, ante la refineria de petroleo.
– ?Ha sido descargado alguno de los mercantes?
Clark sacudio la cabeza.
– No se ha observado ninguna actividad alrededor de los dos cargueros, y el petrolero continua estando a un nivel muy bajo en el agua.
Pitt se sento de nuevo y dirigio a los otros dos que estaban en la habitacion una mirada fria y dura.
– Caballeros, les han tomado el pelo.
Clark miro a Pitt con expresion sombria.
– ?Que esta diciendo?
– Han sobrestimado ustedes la tactica espectacular de los rusos y menospreciado su astucia -dijo Pitt-. No hay ninguna bomba nuclear en ninguno de estos barcos. Para lo que proyectan hacer, no la necesitan.
66
El coronel general Viktor Kolchak, jefe de los quince mil soldados y consejeros en suelo cubano, salio de detras de su mesa y abrazo calurosamente a Velikov.
– General, no sabe usted cuanto me alegro de verle vivo.
– El sentimiento es mutuo, coronel general -dijo Velikov, correspondiendo al fuerte abrazo de Kolchak.
– Sientese, sientese; tenemos mucho de que hablar. Quienquiera que esta detras de la destruccion de nuestras instalaciones de vigilancia en la isla lo pagara caro. Un mensaje del presidente Antonov me asegura que no se tomara este ataque a la ligera.
– Estoy completamente de acuerdo -dijo Velikov-. Pero tenemos otro asunto urgente que discutir.
– ?Quiere un vaso de vodka?
– No -replico bruscamente Velikov-. Ron y Cola tendra lugar manana a las diez de la manana. ?Han terminado sus preparativos?
Kolchak se sirvio un vasito de vodka.
– Los funcionarios sovieticos y nuestros amigos cubanos estan saliendo discretamente de la ciudad en pequenos grupos. La mayoria de nuestras fuerzas militares la han abandonado ya para empezar unas maniobras simuladas a sesenta kilometros de distancia. Al amanecer, todo el personal, el equipo y los documentos importantes habran sido evacuados disimuladamente.
– Deje a algunos aqui -dijo tranquilamente Velikov.
Kolchak miro por encima de sus gafas sin montura como una abuela al oir una palabrota de boca de un chiquillo.
– ?Que deje que, general?
Velikov borro de su cara una sonrisa burlona.
– Cincuenta miembros del personal civil sovietico, y sus familias, y doscientos componentes de sus fuerzas militares.
– ?Sabe lo que me esta pidiendo?
– Perfectamente. No podemos culpar a la CIA de cien mil muertos sin sufrir nosotros baja alguna. Han de morir rusos junto a los cubanos. Sera una propaganda que allanara el camino a nuestro nuevo Gobierno.
– No puedo enviar a la muerte a doscientos cincuenta de mis paisanos.
– La conciencia nunca inquieto a su padre cuando despejo unos campos de minas alemanes haciendo marchar a sus hombres por ellos.
– Aquello era la guerra.
– Solo el enemigo ha cambiado -dijo friamente Velikov-. Hemos estado en guerra con los Estados Unidos desde 1945. El costo en vidas es pequeno en comparacion con el aumento de nuestro dominio en el hemisferio occidental. No hay tiempo para discusiones, general. Se espera que cumpla usted con su deber.
– No necesito que la KGB me de lecciones sobre mi deber para con la madre patria -dijo Kolchak, sin rencor.
Velikov se encogio de hombros con indiferencia.
– Todos hemos de representar nuestro papel. Volviendo a Ron y Cola; despues de la explosion, sus tropas regresaran a la ciudad y ayudaran en las operaciones medicas y de auxilio. Mi gente cuidara de que se produzca con orden el cambio de Gobierno. Tambien hare que la prensa internacional muestre a los abnegados soldados sovieticos cuidando a los supervivientes heridos.
– Como soldado debo decir que encuentro abominable toda esta operacion. No puedo creer que el camarada Antonov sea complice de ella.
– Sus motivos son validos y yo no los pongo en tela de juicio.
Kolchak se apoyo en el borde de su mesa con los hombros encogidos.
– Hare una lista de los que se tienen que quedar.
– Gracias, coronel general.
– Presumo que los preparativos estan terminados, ?no?
Velikov asintio con la cabeza.
– Usted y yo acompanaremos a los hermanos Castro a la tribuna para presenciar el desfile. Yo llevare un transmisor de bolsillo que hara estallar la carga en el barco principal. Cuando Castro inicie su acostumbrado discurso maratoniano, saldremos disimuladamente y tomaremos un coche que nos estara esperando. Cuando nos hayamos alejado lo bastante para estar a salvo, unos treinta quilometros que podremos recorrer en media hora, activare la senal y se producira la explosion.
– ?Como explicaremos nuestra milagrosa salvacion? -pregunto sarcasticamente Kolchak.