domino una intensa furia. Su madre no habia tenido intencion de cumplir el trato, ni de pedirle a la senora Cooper que regresara.

Era una mentirosa y habia intentado enganarla. Nada de lo que pudiera hacer serviria para ganarse su afecto.

Esta vez lloro de rabia. Y por alguna razon se sintio mucho mas relajada.

Varias horas mas tarde se encontraba mirando la tarta de cumpleanos, sobre la que ardian ocho velitas. A su alrededor, todo el mundo cantaba el «cumpleanos feliz». Ano tras ano habia pedido el mismo deseo al soplar las velas: que su madre la amase. Pero aquel ano no lo hizo. A punto de llorar, decidio que no volveria a malgastar un deseo en su madre.

Respiro profundamente y soplo.

LIBRO 4

LA FAMILIA

Capitulo 14

Nueva Orleans 1980

Ya no lo soportaba por mas tiempo. Santos saco su bolsa de viaje del estante superior del armario. Ya se habia hartado de condescendencias, y esta vez no podrian encontrarlo. No podrian capturarlo de nuevo para ingresarlo en un reformatorio.

Habian pasado casi dos anos desde la muerte de su madre, y desde entonces se habia visto obligado a vivir con cuatro familias de «alquiler». Con todas ellas, sin embargo, habia aprendido algo importante.

La primera de todas le habia ensenado a no pensar, en ningun momento, que era su familia real. Para ellos solo era una manera de conseguir dinero, y lo habian dejado bastante.

La segunda familia le habia ensenado a no llorar, por mucho dolor que le infligieran. Habia aprendido que el dolor era algo intimo, algo que solo le concernia a el. Habia aprendido que cuando expresaba sus sentimientos solo conseguia que lo ridiculizaran.

La tercera familia le habia ensenado a no esperar nada de los demas, ni siquiera una minima decencia en el trato. Y cuando llego el turno de la cuarta familia ya no aprendio nada mas por la sencilla razon de que habia dejado de ser vulnerable. No tenia esperanzas, ni ilusiones, ni deseos de que lo amaran. Se limito a cerrarse al mundo.

Como consecuencia de su comportamiento, los asistentes sociales del estado habian llegado a la conclusion de que era un chico dificil e introvertido.

Durante su experiencia con las cuatro familias habia vivido en cuatro partes distintas de la misma ciudad, asistido a cuatro colegios diferentes, y perdido a todos sus amigos sin hacer ni uno solo nuevo. Habian destrozado su vida, y por si fuera poco se atrevian a decir que era dificil e introvertido. Tal y como decian a menudo sus viejos amigos, el sistema estaba podrido.

Pero esta vez no lo encontrarian.

Debia marcharse de Nueva Orleans. Si se quedaba, lo encontrarian. Y no podria soportar acabar en un reformatorio, o con otra familia de «alquiler». No soportaria otro colegio, otro barrio, mas rostros nuevos y desconocidos. Tenia dieciseis anos y era casi un hombre. Habia llegado el momento de que decidiera por su cuenta y riesgo.

Habia planeado su fuga con cuidado, ahorrando todo el dinero que podia hasta conseguir la suma de cincuenta y dos dolares. Despues de estudiar un mapa de Luisiana habia decidido marcharse a Baton Rouge, una ciudad bastante grande, con universidad, mucha gente joven y no demasiado lejos de Nueva Orleans. Apenas a doscientos kilometros.

No habia olvidado la promesa de encontrar al asesino de su madre. En cuanto fuera mayor de edad, regresaria para cumplirla.

Abrio un cajon y saco un pequeno joyero del que extrajo unos pendientes de cristal coloreado. De forma reverencial, los coloco sobre la palma de su mano. Eran simples baratijas, pero a su madre le gustaban mucho, y tan largos que casi llegaban a sus hombros. Podia imaginarla con aquellos pendientes, que brillaban como diamantes cuando se movia.

El recuerdo de su madre resultaba doloroso y dulce a la vez. Volvio a guardar los pendientes en el joyero y lo metio en la bolsa con el resto de sus cosas, exceptuados los libros del colegio, que no necesitaria. Pero cambio de opinion y prefirio guardar la pequena cajita en el bolsillo de sus vaqueros. Alli estarian mas a salvo.

Lucia no le habia dejado nada de valor, pero aquellos pendientes significaban mas para Victor que mil diamantes de verdad. No habria soportado perderlos.

Cerro la bolsa, miro a su alrededor y penso que no se arrepentia de abandonar a aquella familia sin siquiera despedirse, ni de huir en mitad de la noche, ni de haber tomado veinte dolares como prestamo. No sentirian su ausencia, y en cuanto al dinero, lo devolveria en cuanto pudiera.

Camino hacia la ventana y la abrio con sumo cuidado. Miro hacia el exterior, saco la bolsa, y se alejo en la oscuridad.

Media hora mas tarde, Santos se sentaba en el asiento delantero de un coche casi nuevo.

– Gracias -dijo al hombre que lo habia recogido mientras hacia autoestop-. Pense que iba a congelarme.

– Me alegra poder ayudar -sonrio-. Me llamo Rick, ?y tu?

Santos estrecho su mano, algo incomodo con la situacion.

– Victor.

– Me alegro de conocerte. ?Adonde te diriges, Victor?

– A Baton Rouge. Mi abuela esta en el hospital -mintio-. Se encuentra bastante mal.

– Vaya, lo siento. Pero tienes suerte -sonrio-. Precisamente voy a la universidad.

Santos sonrio.

– Magnifico. No me gustaria tener que volver a la carretera con el frio que hace.

– En la parte de atras llevo un termo con cafe caliente.

– No, gracias -dijo, mientras observaba el flamante interior del vehiculo-. ?Cuanto tiempo llevas en la universidad?

– Este ano termino la carrera de psicologia.

Santos penso que su madre siempre habia insistido en que siguiera estudiando y se sintio muy culpable. No habia podido mantener su promesa.

– Y que se supone que hace un licenciado en psicologia?

– Ayudar a la gente con problemas, ya sabes. Estudiamos todo tipo de problemas mentales. Y te aseguro que algunos son absolutamente increibles. No puedes ni imaginarios.

Victor recordo el rostro de su madre y se dijo que podia imaginarlo perfectamente. La habia asesinado un maldito psicopata.

– Estoy un poco cansado -dijo el chico-. ?Te importa si no hablamos durante un rato?

– No, claro que no -sonrio-. Pareces cansado. Si quieres echar una cabezadita, hazlo. Te aseguro que no me dormire al volante.

Santos lo miro. Habia algo inquietante en aquel individuo. Algo como aranar una pizarra.

– Gracias, pero estoy bien.

Rick se encogio de hombros.

– Como quieras. Aun nos quedan dos horas de viaje.

Rick encendio la radio y cambio de emisora hasta que encontro una cancion que le gustaba. Era Satisfaction, de los Rolling Stones.

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