– No, claro que no. -Lin continuaba sin mirarlo a la cara; luego, siguio hablando en voz baja-: Eres tu el que ha querido que rompieramos.

– ?Pienso mucho en ti, de verdad, no paro de pensar en ti!

Hablo en voz alta, pero se sintio debil y desesperado.

– Dejalo, es imposible… -susurro Lin, sin mirarlo a los ojos. Volvio la cara y se dispuso a continuar su camino.

El extendio el brazo para agarrar el manillar de la bicicleta de Lin y busco su mirada, pero esta bajo todavia mas la cabeza.

– No hagas eso, dejame marchar; solo te he prevenido de que tu padre puede tener problemas por su pasado…

– ?Quien te lo ha dicho? ?Los del departamento politico? ?O Danian? -pregunto, sin conseguir frenar su furia.

Lin se irguio y se puso a mirar hacia los vehiculos y las bicicletas que pasaban sin cesar. No dijo nada.

– Mi padre no ha sido acusado de derechista.

Todavia intentaba justificarse, debia olvidar esas cosas. Recordaba que cuando su madre estaba viva dijo: «Por fin todo eso se ha acabado». Su madre pronuncio esa frase cuando el todavia estaba estudiando en la universidad y habia ido a casa a pasar la fiesta de la Primavera.

– No, el problema no es ese… -Lin volvio el manillar y puso un pie en el pedal.

– ?Cual es el problema? -continuaba aferrandose a la bicicleta de Lin.

– Tenencia de armas… -Lin se mordio los labios, se subio a la bicicleta y se alejo de un fuerte pedaleo.

Le hervia la cabeza, le parecio ver lagrimas en los ojos de Lin, pero quiza fuera solo una impresion, puede que solamente se compadeciera de si mismo, de su suerte. La silueta de Lin sobre la bicicleta, con la cabeza envuelta en el panuelo, se confundio con las otras siluetas de la calle. Los trozos de dazibaos arrancados y el polvo volaban bajo las farolas. Pronto desaparecio. Fue probablemente en ese momento cuando se rozo con los esloganes que acababan de pintar, manchandose de tinta y cola. Esa escena de ruptura con Lin quedo de este modo profundamente marcada en su memoria.

Distintos sentimientos se mezclaban en su interior. Se sentia completamente desconcertado; por eso no se subio de inmediato a la bicicleta. La acusacion de «tenencia de armas» era muy grave y no paraba de darle vueltas en la cabeza. Cuando se dio cuenta de lo que significaba, decidio que no tenia mas opcion que rebelarse hasta el final.

Su banda, compuesta por una veintena de personas, irrumpio en la callejuela que hay junto al Zhongnanhai, y, tras cruzar el umbral de la gran puerta purpura, fuertemente vigilada, exigieron que el dirigente que afirmaba representar al Comite Central fuera a su institucion para constatar las faltas cometidas y rehabilitar a los funcionarios y a los miembros de masas que habian sido tachados de elementos antipartido. Cuando entraron en la oficina, los recibio un viejo revolucionario que desde hacia tiempo tenia el rango de coronel y que estaba al mando del lugar. Comparado con los dirigentes de su institucion, tan pusilanimes y frios en sus palabras, tenia un aspecto imponente, sentado firme en su sillon de cuero tras una mesa enorme. No se levanto.

– No puedo complaceros. Vi a muchos jovenes como vosotros cuando hacia la revolucion y me ocupaba de los movimientos de masas, ?quien sabe donde estabais vosotros en aquella epoca? Sin embargo, no soy de esos que se pasan todo el tiempo vanagloriandose de lo que han hecho.

El dirigente tomo la palabra con una voz firme y clara. Tenia el mismo tono y la misma actitud que debia de adoptar cuando hablaba en las asambleas.

– ?Es bueno que los jovenes quieran rebelarse! Yo tambien me rebele, hice la revolucion, e hicieron la revolucion contra mi, yo tambien he cometido errores. De todos modos, tengo mas experiencia que vosotros. Os pido perdon en este momento si he dicho algo incorrecto o herido los sentimientos de algunos camaradas que se han sentido justamente indignados. ?Que mas quereis que haga? ?Acaso vosotros creeis que nunca os equivocareis? ?Pensais que siempre tendreis razon? Yo no me atreveria a afirmarlo de forma categorica. Aparte del Presidente Mao, que siempre sera correcto y no podemos dudar de el, ?quien de entre nosotros puede realmente afirmar que nunca comete errores?

El grupo de rebeldes, que habia llegado lleno de ira y con sed de justicia, en ese momento se calmo y escucho pacientemente las palabras de admonicion en silencio. El comprendio el mensaje subliminal que habia en ese discurso, la irritacion del viejo y el peligro que se escondia detras. Puesto que encabezaba al grupo, le pregunto:

– ?Usted sabe que, despues de que diera esa orden de movilizacion, nos obligaron a todos a hacer una autocritica de madrugada, que mas de cien personas han sido calificadas de elementos antipartido, y a muchos se les ha abierto un expediente? ?Puede dar la orden al comite del Partido de nuestra institucion de que proclame la rehabilitacion de todos y destruya esos documentos en publico?

– Cada uno sabe lo que hace. Es el problema de vuestro comite del Partido. ?Las masas nunca tienen problemas? Yo no puedo garantizaros nada, ya os lo he dicho, solo me puedo responsabilizar de lo que yo he dicho, lo que yo he dicho personalmente.

El dirigente se levanto con clara impaciencia.

– En ese caso, ?puede repetir lo que acaba de decir en las mismas condiciones que cuando dio su orden de movilizacion? -pregunto, ya que le era imposible echarse atras.

– Para eso, necesitaria la autorizacion del comite central del Partido. Trabajo para el Partido, tengo que respetar la disciplina; no puedo decir lo que me de la gana.

– Pero ?quien le autorizo a dar esa orden de movilizacion?

Habia sobrepasado los limites y media el peso de sus palabras. Bajo las espesas cejas grises, el dirigente clavo la mirada en el y declaro con frialdad:

– Yo soy responsable de las palabras que pronuncio; el Presidente Mao todavia cuenta conmigo, no me ha destituido. Lo que yo digo, lo asumo yo.

– En ese caso, ?podemos anotar lo que acaba de decir y pegar un dazibao para que llegue a conocimiento de las personas? Somos representantes de las masas, deberemos rendirles cuentas.

Cuando acabo de hablar, miro a los companeros que estaban a su lado, pero nadie solto ni una palabra. El dirigente lo miraba fijamente, comprendio que lo desafiaba en un combate desigual, pero no tenia otra escapatoria. Entonces dijo:

– Vamos a anotar las palabras que acaba de pronunciar y le pediremos que las verifique.

– Joven, admiro su valor.

Sin perder su prestancia, el dirigente se volvio y franqueo una pequena puerta, en la que nadie se habia fijado, situada detras de su escritorio. Esta se cerro de inmediato y frente a ellos solo quedo un sillon vacio. Durante mucho tiempo recordo aquella frase a la vez amenazadora e ironica.

El barrigudo secretario del comite del Partido estaba de pie en la gran sala haciendo su autocritica en una sesion de investigacion. Habia perdido la prestancia que tenia unos meses antes, cuando se sentaba al lado del dirigente del Comite Central. Farfullaba frase a frase, como si le costara descifrar las palabras, con unas gafas de presbita, sujetando con las dos manos un texto algo alejado del microfono que tenia delante.

– He interpretado mal el deseo del comite central del Partido. He aplicado… unas directivas inapropiadas. He perjudicado… el entusiasmo revolucionario de los camaradas, sinceramente…

En ese instante el camarada Wu Tao se aclaro la voz y hablo mas alto.

– … sinceramente, me disculpo ante mis camaradas aqui presentes…

Inclino ligeramente la cabeza en una actitud de total sinceridad.

– ?Que directivas son inapropiadas? ?Expliquese con mayor claridad!

Una voz le interpelo de entre los asistentes. Wu aparto la vista del texto y miro por encima de la montura de sus gafas. Las personas de la sala se miraron unas a otras. Wu volvio al texto y continuo leyendo frase a frase, todavia con mayor lentitud, separando cada palabra claramente.

– ?Nosotros, los viejos revolucionarios, tenemos muchos problemas nuevos, hemos actuado siguiendo nuestra antigua experiencia, segun los antiguos esquemas y, en la situacion actual, eso no podia… funcionar!

No dejaba de pronunciar palabras oficiales vacias, lo que hacia que los asistentes empezaran a impacientarse. Probablemente sintio que lo interrumpirian de nuevo. De pronto, dejo de mirar el texto y alzo la voz para afirmar:

– ?Yo mismo he dictado algunas directivas equivocadas, me he equivocado!

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