fuerza gigantesca nos empujaba fuera de la curva al coche y a mi. Pero esto aun me parecio poco. Otra curva. En Apprenous habia coches especiales para los pilotos. Con ellos realizabamos pruebas suicidas, a fin de comprobar nuestros reflejos. Un ejercicio excelente. Tambien para el sentido de equilibrio. Por ejemplo: en una curva inclinar el coche sobre las dos ruedas exteriores y conducir asi un buen rato. Entonces yo sabia hacerlo. Y ahora lo hice en la carretera vacia, lanzandome contra la oscuridad a la luz de los faros. No es que quisiera matarme; no tenia ninguna intencion determinada. Si puedo ser desconsiderado con los demas, debo serlo tambien conmigo mismo. Entre en una curva y levante mucho el coche, que avanzo un trecho de costado sobre neumaticos atronadores, y entonces lo enderece e incline hacia el lado opuesto, y al hacerlo choque contra algo oscuro — ?un arbol? — . Ahora ya no veia, solo seguia oyendose el ruido del motor y el silbido del viento; el cuadro de mandos se reflejaba palidamente en el parabrisas. De improviso vi un glider delante de mi, que intento sortearme arrimandose mucho a la cuneta. Yo gire el volante y pase como una flecha por su lado; el pesado vehiculo dio vueltas como una peonza, se oyo un impacto sordo, la plancha de ambos coches rechino al rozarse, y en seguida reino la oscuridad. Los faros estaban destrozados, el motor, parado.
Inspire profundamente. No me habia pasado nada; estaba apenas magullado. Trate de encender los faros: nada. Despues, las luces de posicion: la izquierda se encendio. Bajo este tenue resplandor, puse de nuevo el motor en marcha; jadeando y tambaleandose, el coche volvio a la carretera. Era realmente un buen coche, pues aun me obedecia, pese a los malos tratos a los que le habia sometido. Regrese a menor velocidad, pero el pie seguia pisando el acelerador; el diablo volvia a dominarme en cuanto veia una curva. Y nuevamente puse el motor a toda marcha, hasta que, entre chirridos de neumaticos y lanzado hacia delante por el frenazo, me detuve justo delante del seto. Conduje el coche entre los arboles, haciendo crujir la hierba seca, y lo pare junto a un tronco. No queria que vieran lo que habia hecho con el, asi que arranque algunas ramas y cubri con ellas el radiador y los faros; la parte delantera era la unica abollada. Detras, solo un pequeno hueco del encontronazo con un arbol, o lo que fuera, en la oscuridad.
Entonces aguce el oido. La casa estaba a oscuras y reinaba un silencio completo. La gran quietud de la noche se elevaba hacia las estrellas. No queria volver a la casa. Me aleje del destrozado coche, y cuando la hierba, una hierba alta y humeda, me rozo las rodillas, me tendi sobre ella y permaneci asi hasta que mis ojos se cerraron y me quede dormido.
Me desperto una carcajada. La conocia. Aun antes de abrir los ojos, desvelado inmediatamente, supe quien era. Yo estaba empapado, chorreando gotas de rocio; el sol aun estaba bajo. Un cielo con nubes de algodon. Y frente a mi, sentado sobre una pequena maleta, Olaf, riendo. Saltamos los dos al mismo tiempo. Su mano era como la mia, grande y dura.
— ?Cuando has llegado?
— Ahora mismo.
— ?Con un ulder?
— Si. Yo tambien dormi asi… las dos primeras noches, ?sabes?
— ?Ah, si?
Dejo de reir. Yo tambien. Algo se interpuso ahora entre nosotros. En silencio, nos estudiamos con la mirada.
Era de mi misma estatura, tal vez incluso un poco mas alto, pero mas delgado. Sus cabellos rojizos revelaban a plena luz su origen escandinavo; los pelos de la barba eran muy claros. Una nariz torcida y muy expresiva y un labio superior fino que en seguida dejaba ver los dientes. Sus ojos, muy azules y sonrientes, se oscurecian cuando se animaba; los labios delgados, siempre algo torcidos, expresaban cierto escepticismo; tal vez a esto se debia que al principio no habiamos congeniado. Olaf tenia dos anos mas que yo; su mejor amigo habia sido Arder. Nosotros no intimamos de verdad hasta que este murio. Y fuimos amigos hasta el final.
— Olaf-dije —, debes de tener hambre. Ven, vamos a comer algo.
— Espera un momento — objeto —. ?Que es esto?
Segui su mirada.
— ?Ah, esto! Nada… Un coche. Lo compre, ?sabes? solo para recordar…
— ?Has tenido un accidente?
— Si. Veras, conducia de noche…
— ?Tu has tenido un accidente? — repitio.
— Pues, si, pero no es importante. Ademas, no ha pasado nada. Ven…, no vas a ir con esa maleta…
La levanto y no anadio nada mas. Tampoco me miro. Tenia tensos los musculos de la mandibula.
«Ha observado algo — pense-: Ignora la causa de este accidente, pero la presiente, no cabe duda.» Arriba le dije que eligiera una de las cuatro habitaciones libres. Se quedo con la que daba a la montana.
— ?Por que no preferiste esta? Ah, ya se — sonrio —. Este oro, ?verdad?
— Si.
Toco la pared con la mano.
— Espero que sea una pared normal. ?Ni imagenes ni television?
— Puedes estar tranquilo sonrei a mi vez; es una pared de verdad.
Telefonee para pedir el desayuno. Queria tomarlo a solas con el. El robot blanco trajo cafe y una bandeja muy bien surtida; era un desayuno opiparo. Comimos en silencio. Le contemple con satisfaccion mientras masticaba; encima de la oreja se le movia un mechon de cabellos.
Entonces Olaf me pregunto:
— ?No fumas?
— Si. Me traje doscientos cigarrillos negros. No se que pasara cuando se terminen. Pero de momento sigo fumando. ?Quieres uno?
— Si.
Fumamos.
— ?Y que mas? ?Ponemos las cartas sobre la mesa? — pregunto despues de largo rato.
— Si. Te lo contare todo. ?Tu tambien?
— Siempre. Solo que, Hal, no se si vale la pena.
— Dime solo una cosa: ?sabes lo que es peor?
— Las mujeres.
— Si.
Callamos de nuevo.
— ?Asi que se trata de esto? — inquirio.
— Si. Lo veras a la hora de comer. Abajo. Ellos han alquilado la mitad de la villa.
— ?Ellos?
— Una pareja joven.
Bajo su piel pecosa volvieron a tensarse los musculos de las mandibulas.
— Eso es peor.
— Si. Estoy aqui desde anteayer. No se como ha empezado, pero… ya lo sentia cuando hablamos por telefono. Sin ningun motivo, sin nada…, nada. Absolutamente nada.
— Curioso — dijo.
— ?Por que?
— Porque a mi me ha pasado lo mismo.
— ?Conque por eso has venido?
— Hal, has hecho una buena accion, ?me comprendes?
— ?Que te beneficia a ti?
— No. A otra persona. Porque no habria tenido buen fin.
— ?Por que?
— Si no lo sabes, no podrias comprenderlo.
— Lo se, Olaf, pero ?de que se trata? ?Somos verdaderamente salvajes?
— No tengo idea. Pasamos diez anos sin mujeres. Es lo primero que has de tener en cuenta.
— Pero eso no lo explica todo. Hay en mi una desconsideracion tal, que no respetaria nadie, ?comprendes?
— Eso no es cierto del todo — replico —. No, no es cierto.
— De acuerdo, pero sabes a que me refiero, ?verdad?