pagado un precio tan alto.
— Ya. ?Y si te casas? ?Por que me miras asi? ?Acaso no puedes casarte? Claro que puedes.
Te lo digo yo: puedes casarte. Y tener hijos. Y entonces los llevaras con alegria a que sean betrizados. ?O no…?
— Con alegria, no. Pero ?que otra cosa podria hacer? No voy a luchar contra el mundo entero…
— Muy bien. Entonces, que todos los cielos te sean benignos — replico —. Y ahora, cuando quieras, podemos ir a la ciudad.
— Estupendo — accedi —. Dentro de dos horas y media serviran el almuerzo, asi que podemos estar de vuelta a la hora oportuna.
— Y si no llegamos a la hora oportuna, ?no nos dan de comer?
— Si, pero…
Enrojeci mientras me miraba. El parecio no advertirlo, ocupado en sacudirse la arena de los pies. Subimos al piso de arriba, nos cambiamos y fuimos a Klavestra en el coche. El trafico de la carretera era bastante intenso. Por primera vez vi gliders de colores: rosados y de color limon. Encontramos un taller de coches. Me parecio leer el asombro en los ojos de cristal del robot que examino mi coche averiado. Dejamos alli el coche y volvimos a pie. Resulto que habia dos Klavestras: la vieja y la nueva:
era en la vieja donde habia estado la vispera con Marger, en el centro industrial. La barriada moderna, o ciudad de verano, estaba repleta de gente, casi exclusivamente joven, entre quince y veinte anos. Con sus trajes luminosos, de vivos colores, la juventud parecia ir disfrazada de soldados romanos: el material de las prendas brillaba al sol como armaduras muy cortas.
Habia gran numero de muchachas, en su mayoria bonitas, muchas con traje de bano, mas atrevidos que los que habia visto hasta ahora. Durante el paseo con Olaf senti las miradas de toda la calle. Grupos policromos se detenian bajo las palmeras, contemplandonos. Eramos mas altos que todos ellos; la gente se paraba, se volvia a mirarnos; era una sensacion penosa y ridicula.
Cuando por fin llegamos a la carretera y alcanzamos los campos en direccion al sur y a nuestra villa, Olaf se seco la frente con el panuelo. Yo tambien estaba algo sudado.
— Que se les lleve el diablo — dijo.
— Reserva este deseo para mejor ocasion.
Sonrio sin ganas.
— ?Hal!
— ?Que?
— ?Sabes a que se parecia? A una escena de un plato: romanos antiguos, cortesanas y gladiadores.
— ?Los gladiadores eramos nosotros?
— Exactamente.
— ?Echamos a correr? — pregunte.
— Ahora mismo.
Corrimos a traves de los campos. Eran unos ocho kilometros. Pero nos desviamos un poco hacia la derecha y tuvimos que volver atras. De todos modos, aun nos sobro tiempo para banarnos antes del almuerzo.
Llame a la puerta de Olaf.
— Si no es un extrano, ?adelante!
Estaba desnudo en medio de la habitacion y se rociaba el cuerpo con un liquido amarillo que se convertia inmediatamente en algo esponjoso al salir de la botella.
— ?Usas esta ropa liquida? — pregunte —. ?No se como puedes!
— No me he traido una camisa de quita y pon — rezongo —. ?A ti no te gusta esto?
— No. ?Y a ti?
— Es que me han roto la camisa.
Ante mi mirada inquisitiva, anadio con una mueca simpatica:
— Ese tipo sonriente, ?sabes?
No dije nada mas. Se puso sus viejos pantalones, que yo ya conocia del Prometeo, y bajamos. En la mesa solo habia tres cubiertos y el comedor estaba vacio.
— Seremos cuatro — indique al robot blanco.
— No, senor. El senor Marger se ha marchado. La senora, usted y el senor Staave estaran solos. ?Puedo servir o hemos de esperar a la senora?
— Esperaremos — se apresuro a contestar Olaf.
Un hombre educado. La muchacha entraba en aquel momento. Llevaba el mismo vestido de la vispera y sus cabellos estaban un poco humedos, como si acabara de salir del agua. Le presente a Olaf, que se porto con gravedad y expresion solemne. Yo nunca he sabido expresar tal solemnidad. Iniciamos una conversacion. Ella dijo que su marido tenia que marcharse tres dias a la semana a causa de su trabajo, y que, a pesar del sol, el agua de la piscina no estaba tan caliente como debiera. Esta conversacion no tardo en languidecer, y aunque hice los mayores esfuerzos, no pude encontrar otro tema. Me limite a comer, sentado frente a los otros dos. Observe que Olaf la miraba, pero solo cuando yo hablaba y ella estaba pendiente de mi.
El rostro de Olaf era inexpresivo, como si todo el rato estuviera pensando en otra cosa.
Al final de la comida se acerco el robot blanco y dijo que el agua de la piscina seria calentada para la tarde, tal como deseaba la senora Marger. Esta le dio las gracias y se fue arriba. Olaf y yo nos quedamos solos. Me miro, y de nuevo enrojeci violentamente.
— Como es posible — comento Olaf mientras se colocaba entre los labios el cigarrillo que yo le habia ofrecido — que un tipo que fue capaz de meterse en aquel maloliente agujero de Kerenea, un viejo alazan como el…, ?oh, no, no, no un alazan! sino mas bien un rinoceronte de ciento cincuenta anos, empiece de repente…
— Dejalo, por favor — gruni —. Si quieres saberlo, volveria a bajar a aquel agujero, pero… — no termine la frase.
— Muy bien, no dire nada mas. Te doy mi palabra. Pero ?sabes una cosa? puedo comprenderte. Y apostaria algo a que no sabes por que…
Volvio la cabeza hacia la direccion por la que ella habia desaparecido.
— ?Por que?
— ?Lo sabes?
— No. Pero tu tampoco.
— Yo si. ?Te lo digo?
— Si, pero sin vulgaridades.
— Estas completamente chiflado — se indigno Olaf —. El asunto esta muy claro. Siempre has te nido este defecto: no ves lo que tienes delante de la nariz, solo ves lo lejano, todas esas Cantoris, Korybasileas…
— No hagas teatro.
— Ya se que es un estilo de estudiante, pero es que nuestro desarrollo se atasco cuando apretaron a nuestras espaldas aquellos seiscientos ochenta tornillos. ?Lo sabias?
— Si. Continua.
— Es exactamente como una chica de nuestra epoca. No lleva esa porqueria roja en la nariz y ningun plato en las orejas, y tampoco mechones luminosos en la cabeza. Ademas, no va dorada de arriba abajo. Una chica que tambien podrias encontrar en Ceberto o en Apprenous.
Recuerda bien a algunas muy parecidas. Esto es todo.
— Por todos los diablos — murmure —, puede que sea cierto. Si. Pero hay una diferencia.
— ?Cual?
— Ya te lo he dicho al principio. Entonces no me lo tome tan a pecho. Si quieres que te diga la verdad, apenas me creia capaz de… Me tenia por un tipo frio y tranquilo.
— Ya, ya… Lastima que no te fotografie entonces, cuando saliste trepando de aquel agujero de Kerenea. Ahora no dirias eso del tipo frio. ?Muchacho, si pense…, oh!
— Olvidate del cucu de Kerenea y de todos sus agujeros — aconseje —. Mira, Olaf, antes de venir aqui fui a ver a un medico. Se llama Juffon. Simpatico. Tiene mas de ochenta anos, pero…
— Es nuestro sino — comento Olaf, sereno. Expelio el humo, contemplo una flor lila, que recordaba un jacinto desarrollado, y continuo-: Con esos ancianos es con quien nos encontramos mejor. Ancianos de barbas largas. Cuando pienso en ello, me salgo de mis casillas. ?Sabes una cosa? Tendriamos que agenciarnos una gran