hasta la mitad de la frente, penden tres hilos adornados de piedras de todos los colores. Hermosa fantasia, por supuesto, que cuando se balancea deja ver el tatuaje demasiado azul de su frente.

Toda la familia hindu y la mia, representada por Cuic y el manco, nos contempla partir a los dos con caras felices por vernos exteriorizar nuestra felicidad. Todos parecen saber que volveremos del cine siendo novios.

Bien sentada en el cojin del portaequipajes de mi bicicleta, rodamos hacia el centro. En un largo trecho en que avanzo con el pinon libre, en un trecho de una avenida mal iluminada, esta muchacha esplendida, por su propia iniciativa, me roza la boca con un ligero y furtivo beso. Ha sido tan inesperado que tomara ella la iniciativa, que he estado a punto de caerme de la bicicleta.

Con las manos entrelazadas, sentados al fondo de la sala, le hablo con los dedos y ella me responde. Nuestro primer duo de amor en esta sala de cine, donde se proyectaba una pelicula que ni -siquiera hemos mirado, ha sido completamente mudo. Sus dedos, sus unas largas, tan bien cuidadas y barnizadas, las presiones de los huecos de la mano cantan y me comunican mucho mejor que si hablara todo el amor que siente por mi y su deseo de ser mia. Ha apoyado su cabeza en mi hombro, lo que me permite besar su rostro.

Este amor tan timido, tan dificil de manifestarse plenamente, no tarda en convertirse en una verdadera pasion. Antes de que sea mia, le he explicado que no podia casarme con ella porque ya estaba casado en Francia. Eso apenas si la ha contrariado un dia. Una noche, se ha quedado en mi casa. Por sus hermanos, me dice, y por ciertos vecinos y vecinas hindues, preferiria que yo me fuera a vivir con ella a casa de su padre. He aceptado, y nos hemos instalado en la casa de su padre, quien vive solo con una joven hindu, pariente lejana, que le sirve y le hace todos los trabajos domesticos. No esta muy lejos de donde vive Cuic; unos quinientos metros aproximadamente. Y, asi, mis dos amigos vienen cada dia a verme por la noche y pasan no menos de una hora con nosotros. Muy a menudo, comen en casa.

Continuamos vendiendo legumbres en el puerto. Me voy a las seis y media y, casi siempre, me acompana mi pequena hindu. Un gran termo lleno de te, un bote de confitura y pan tostado en un gran saco de cuero aguardan a Cuic y al manco para que bebamos te juntos. Ella misma prepara este desayuno, y observa minuciosamente el rito de tomar los cuatro la primera comida del dia. En su saco hay de todo cuanto hace falta: una pequenisima estera bordada de encaje que, muy ceremoniosamente, extiende sobre la acera que ha barrido antes con una rama, y las cuatro tazas de porcelana con sus platillos. Y, sentados en la acera, con gran seriedad, nos desayunamos.

Resulta chocante estar en una acera bebiendo te como si estuvieramos en una sala, pero ella encuentra esto natural y Cuic, tambien. Por otra parte, no hacen ningun caso de la gente que pasa, y encuentran normal actuar asi. Yo no quiero contrariarla. Esta tan contenta de servirnos y de extender la mermelada encima de las tostadas, que si yo no quisiera, le produciria una gran pena.

El sabado pasado sucedio una cosa que me ha dado la clave de un misterio. En efecto, hace dos meses que vivimos juntos, y, muy a menudo, ella me entrega pequenas cantidades de oro.

Son siempre trozos de joyas rotas: la mitad de un anillo de oro, un solo pendiente, un extremo de cadena, un cuarto o la mitad de una medalla o de una moneda. Como no tengo necesidad de ello para vivir, aunque ella me dice que lo venda, lo voy guardando en una caja. Tengo casi cuatrocientos gramos cuando le pregunto de donde procede todo eso, me agarra, me abraza, se rie, pero nunca me da ninguna explicacion.

Asi, pues, el sabado, hacia las diez de la manana, mi pequena hindu me pide que lleve a su padre en mi bicicleta no se donde.

– Mi papa -me dice- te indicara el camino. Yo me quedare en casa cosiendo.

Intrigado, pienso que el viejo quiere hacer una visita bastante lejos, y, de buen grado, acepto llevarlo.

Con el viejo sentado en el portaequipajes delantero, sin hablar, pues solo conoce el hindu, tomo las direcciones que el me indica con el brazo. Es lejos. Hace casi una hora que pedaleo. Llegamos a un barrio rico, a orillas del mar. Tan solo hay hermosas villas. A una senal de mi “suegro”, me detengo y observo. Saca una piedra redonda y blanca de debajo de su tunica y se arrodilla en el primer peldano de una casa. Mientras hace rodar la piedra por el escalon, cuenta. Pasan algunos minutos, y una mujer vestida de hindu sale de la villa, se le acerca y le entrega algo sin decir palabra.

De casa en casa, repite la escena hasta las cuatro de la tarde. La cosa es larga y yo no acabo de entenderla. En la ultima villa, se le acerca un hombre vestido de blanco. Le hace levantarse y, pasandole un brazo bajo el suyo, le conduce a su casa. Permanece alli mas de un cuarto de hora y sale, siempre acompanado del senor, quien, antes de dejarlo, le besa la frente o, mas bien, sus cabellos blancos. Regresamos a casa. Pedaleo cuanto puedo para llegar pronto, pues son mas de las cuatro y media.

Antes de la noche, por suerte, estamos de regreso. Mi linda hindu, Indara, acompana primero a su padre y, luego me salta al cuello y me cubre de besos mientras me arrastra hacia la ducha para que me bane. Me espera ropa limpia y fresca y, una vez lavado, afeitado y mudado, me siento a la mesa. Ella misma me sirve, como de costumbre. Deseo interrogarla, pero ella va y viene, haciendo como que esta ocupada, para eludir el mayor tiempo posible el momento de las preguntas. Ardo en curiosidad. Lo unico que se es que nunca hay que forzar a un hindu o a un chino a que diga algo. Se debe aguardar siempre un tiempo antes de interrogar. Entonces, hablan solos porque adivinan y saben que se espera de ellos una confidencia y, si te consideran digno de ella, te la hacen. Esto es, por supuesto, lo que ha sucedido con Indara.

Una vez que, acostados, hemos hecho el amor largo rato y ella, saciada, ha apoyado en el hueco de mi axila desnuda su mejilla aun ardiente, me habla sin mirarme.

Carino, cuando mi papa va en busca de oro no hace ningun mal, al contrario. Invoca a los espiritus para que protejan la casa por la que hace rodar su piedra. Para darle las gracias, le dan un pedazo de oro. Es una costumbre muy antigua de nuestro pais, de Java.

Eso me cuenta mi princesa. Pero, un dia, una de sus amigas conversa conmigo en el mercado. Esta manana, ni ella ni los chinos han llegado aun. Asi que la linda muchacha, tambien de Java, me cuenta otra cosa.

– ?Por que trabajas, viviendo con la hija del hechicero? ?No le da verguenza hacerte levantar tan temprano hasta cuando llueve? Con el oro que gana su padre, podrias vivir sin trabajar. Ella no sabe amarte, pues no deberia dejarte madrugar tanto.

– ?Y que hace su padre? Explicamelo, porque yo no se nada.

– Su padre es un hechicero de Java. Si quiere, atrae la muerte sobre ti o tu familia. La unica manera de escapar al sortilegio que te hace con su piedra magica es darle el oro suficiente para que la haga rodar en sentido contrario del que invoca la muerte. Entonces, deshace todos los maleficios y por el contrario, invoca la salud y la vida para ti y todos los tuyos que vivan en la casa.

– Eso no es lo mismo que me ha contado Indara.

Me prometo estudiar la cuestion a fondo para ver quien de las dos tiene razon. Algunos dias despues, estaba yo con mi “suegro” de larga barba blanca al borde de un riachuelo que atraviesa Penitence River's y desemboca en el Demerara. La actitud de los pescadores hindues me ilustro ampliamente. Cada uno de ellos le ofrecia un pescado y se apartaba de la orilla lo mas de prisa posible. Comprendi. Ya no habia necesidad de preguntarle nada a nadie mas.

A mi, un suegro hechicero no me molesta para nada. No me habla mas que en hindu y supone que lo comprendo un poco. Nunca llego a captar lo que quiere decir. Eso tiene su lado bueno, porque no podemos dejar de estar de acuerdo. Pese a todo, me ha encontrado trabajo: tatuo la frente de todas las muchachas de trece a quince anos. Algunas veces, el mismo me descubre los senos de las muchachas y yo los tatuo con hojas o petalos de flores de color verde, rosa o azul, dejando surgir el pezon como el pistilo de una flor. Las valientes, pues es muy doloroso, se hacen tatuar de amarillo canario la aureola y algunas, incluso, aunque mas raramente, el pezon de amarillo.

Delante de la casa, ha colocado un letrero escrito en hindu en el que, al parecer, se anuncia: “Artista tatuador -Precio moderado- Trabajo garantizado.” Este trabajo esta bien pagado y, asi pues, tengo dos satisfacciones: admirar los hermosos pechos de las javanesas y ganar dinero.

Cuic ha encontrado cerca del puerto un restaurante en venta. Me trae muy orgulloso la noticia y me propone que lo compremos. El precio es aceptable: ochocientos dolares. Vendiendo el oro del hechicero, mas nuestros ahorros, podemos comprar el restaurante. Voy a verlo. Esta en una callejuela, pero muy cerca del puerto. Hierve de gente a todas horas. Una sala bastante grande embaldosada de blanco y negro, ocho mesas a la izquierda ocho a la derecha y, en medio, una mesa redonda donde puede exponerse los entremeses y la fruta. La cocina es grande, espaciosa, bien iluminada. Dos grandes hornos y dos fogones inmensos.

Restaurante y mariposas

Hemos cerrado el trato. La misma Indara se ha encargado de vender todo el oro que poseiamos. El papa, por otra parte, estaba sorprendido de que yo no hubiera tocado nunca los trozos de oro que entregaba a su hija para nosotros dos. Ha dicho:

– Os los he dado para que los disfrutarais. Son vuestros, no teneis que preguntarme si podeis disponer de ellos. Haced con ellos lo que querais.

No esta tan mal mi “suegro hechicero”. Y ella es algo fuera de serie como amante, como mujer y como amiga. No corremos peligro de reganar, pues ella siempre responde si a todo cuanto yo digo. Solo refunfuna un poco cuando les tatuo las tetas a sus compatriotas.

Asi pues, heme aqui dueno del restaurante “Victory”, en Water Street, en pleno centro del puerto de la ciudad de Georgetown. Cuic hace de cocinero y le gusta, pues es su oficio. El manco ira a la compra y guisara el Chow Mein, especie de spaghetti chino. Se hacen de la manera siguiente: la flor de la harina se mezcla y se amasa con varias yemas de huevo. Sin agua, esta masa se trabaja dura y largamente. Esta pasta es muy dura de amasar, hasta el punto de que la trabaja saltando encima de ella, con el muslo apoyado en un baston muy pulimentado fijado en el centro de la mesa. Con una pierna a caballo del baston y aguantandolo con su unica mano, gira saltando con un pie alrededor de la mesa, amasando asi la pasta que, trabajada con semejante fuerza, no tarda en convertirse en una masa ligera y deliciosa. Al final, un poco de manteca acaba de darle un gusto exquisito.

Este restaurante, que habia quebrado, pronto alcanza gran nombradia. Ayudada por una hindu joven y muy bonita, llamada Daya, Indara sirve a los numerosos clientes que acuden a nuestra casa a saborear la cocina china. Todos los presos fugados vienen. Los que tienen dinero pagan, y los otros comen gratuitamente.

– Proporciona felicidad dar de comer a los que tienen hambre -dice Cuic.

Hay un solo inconveniente: el atractivo de las dos camareras, una de las cuales es Indara. Las dos exhiben sus tetas desnudas bajo el ligero velo de la tunica. Ademas, las llevan abiertas por el costado desde el tobillo hasta la cadera. Al efectuar ciertos movimientos, descubren toda la pierna y el muslo, hasta muy arriba. Los marinos americanos, ingleses, suecos, canadienses y noruegos comen, en ocasiones, dos veces al dia para disfrutar del espectaculo. Mis amigos llaman a mi establecimiento el restaurante de los mirones. Yo hago el papel de dueno. Para todo el mundo, soy el boss. No hay caja registradora, y los sirvientes me traen el dinero, que me meto en el bolsillo, y devuelvo el cambio cuando es necesario.

El restaurante abre desde las ocho de la noche hasta las seis de la madrugada. Ni que decir tiene que, hacia las tres de la madrugada, todas las putas del barrio que han tenido una buena noche vienen a comer con su macarra o un cliente un Pollo al curry o una ensalada de germen de alubias. Tambien toman cerveza, sobre todo inglesa, y whisky, un ron de cana de azucar del pais, muy bueno, con soda o “Coca-Cola”. Como se ha convertido en el punto de cita de los profugos franceses, yo soy el refugio, el consejero, el juez y el confidente de toda la colonia de duros y de relegados.

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