– ?Crees que vendran los americanos de ayer?
– Asi lo espero, pero si no vienen, ya venderemos a otros la mercancia.
– ?Y los precios? ?Como te las arreglas?
– Yo no les digo: “esto vale tanto”, sino: “ ?Cuanto ofreces? “
– Pero tu no sabes hablar ingles.
– Es verdad, pero se mover los dedos y las manos. Asi, es facil… -Y Cuic, despues de una pequena pausa, anade sonriente-: Pero tu si hablas lo bastante como para vender y comprar.
– Si, pero antes quisiera verte hacerlo solo.
La espera no es larga, pues llega una especie de jeep enorme llamado commandcar. El chofer, un suboficial y dos marinos descienden de el. El suboficial monta en la carreta y lo examina todo: ensaladas, berenjenas, etc. Cada bulto es inspeccionado. Tambien tienta los pollos.
– ?Cuanto es todo?
Y la discusion empieza.
El marino americano habla con la nariz. No comprendo nada de lo que dice, y Cuic chapurrea en chino y en frances. En vista de que no llegan a entenderse, llamo aparte a Cuic.
– ?Cuanto has gastado en total?
Registra sus bolsillos y encuentra diecisiete dolares.
– Ciento veinticuatro dolares -me dice Cuic.
– ?Cuanto te ofrece?
– Creo que doscientos diez. No es bastante.
Me adelanto hacia el oficial. Me pregunta si hablo ingles. Un poquito.
– Hable despacio.
– O.K.
– ?Cuanto paga usted? No, doscientos diez dolares es poco. Doscientos cuarenta.
No quiere.
Hace como que se va y, luego, vuelve; se marcha de nuevo y monta en su jeep, pero me parece una comedia. En el momento en que se apea otra vez, llegan mis dos bellas vecinas, las hindues, medio veladas. Sin duda, han observado la escena, pues hacen ver que no nos conocen. Una de ellas monta en la carreta, examina la mercancia y se dirige a nosotros:
– ?Cuanto es todo?
– Doscientos cuarenta dolares -le respondo.
– De acuerdo -dice.
Pero el americano saca doscientos cuarenta dolares y se los da a Cuic, diciendoles a las hindues que el lo habia comprado antes. Mis vecinas no se retiran y miran a los americanos descargar la carreta y cargar, a continuacion, el commandcar. En el ultimo momento, un marino toma el cerdo pensando que forma parte de la mercancia adquirida. Por supuesto, Cuic no quiere que se lleven el cerdo, y empieza una discusion en la que no conseguimos explicar que el animal no estaba incluido en la operacion.
Trato de hacer comprender a las hindues, pero es muy dificil. Ellas tampoco comprenden. Los marinos americanos no quieren soltar el cerdo, Cuic no quiere devolver el dinero, y la cosa va a degenerar en pelea. El manco ha agarrado ya una madera de la carreta, cuando pasa un jeep de la Policia militar americana. El suboficial silba. La Military Police se acerca. Le digo a Cuic que devuelva el dinero, pero el no se atiene a razones. Los marinos tienen el cerdo y tampoco quieren devolverlo. Cuic se ha plantado delante del jeep, impidiendo que se vayan. Un grupo bastante numeroso de curiosos se ha formado alrededor de la bulliciosa escena. La Policia Militar da la razon a los americanos y, por supuesto, tampoco comprende nada nuestra jerga. Cree, sinceramente, que hemos querido enganar a los marinos.
Yo no se que hacer, cuando recuerdo que tengo un numero de telefono del “Mariner Club” con el nombre del martiniques. Se lo doy al oficial de Policia diciendole:
– Interprete.
Me lleva a un telefono. Llamo y tengo la suerte de encontrar a mi amigo gauWsta. Le digo que explique al policia que el cochino no entraba en el negocio, que esta amaestrado, que es como un perro para Cuic y que nos habiamos olvidado de decir a los marinos que no entraba en el trato. Luego, le paso el telefono al policia. Tres minutos bastan para que lo comprenda todo. El mismo toma el cerdo y se lo devuelve a Cuic quien, muy feliz, lo coge en sus brazos y lo pone rapidamente en la carreta. El incidente termina bien, y los yanquis se rien como ninos. Todo el mundo se va y todo ha terminado bien.
Por la noche, en casa, damos las gracias a las hindues, que rien a mas y mejor con esa historia.
Hace ya tres meses que estamos en Georgetown. Hoy, nos instalamos en la mitad de la casa de nuestros amigos hindues. Dos habitaciones claras y espaciosas, un comedor, una cocinita de carbon vegetal y un patio inmenso con un rincon cubierto de chapa a guisa de establo. La carreta y el asno estan al abrigo. Voy a dormir solo en una gran cama comprada de ocasion, con un buen colchon. En la habitacion de al lado, cada cual en su lecho, mis dos amigos chinos. Tambien tenemos una mesa y seis sillas, mas cuatro taburetes. En la cocina, todos los utensilios necesarios para guisar. Despues de haber dado las gracias a Guittou y a sus amigos por su hospitalidad, tomamos posesion de nuestra casa, como dice Cuic.
Delante de la ventana del comedor, que da a la calle, hay un sillon de junco, en forma de trono, regalo de las hindues. En la mesa del comedor, en un recipiente de cristal, algunas flores traidas por Cuic.
Esta impresion de mi primer hogar, humilde, pero limpio, esta casa clara y pulcra que me rodea, primer resultado de tres meses de trabajo en equipo, me da confianza en mi y en el porvenir.
Manana es domingo y no hay mercado, asi que tenemos todo el dia libre. Los tres hemos decidido invitar a comer en nuestra casa a Guitou y a sus amigos, asi como a las hindues y sus hermanos. El invitado de honor sera el chino que ayudo a Cuic y al manco, el que les regalo el asno y la carreta y nos presto los doscientos dolares para poner en marcha nuestra primera operacion. En su sitio, encontrara un envoltorio con doscientos dolares y una nota dandole las gracias escrita en chino.
Despues del cochino, al que adora, es a mi a quien Cuic estima mas. Me prodiga atenciones constantemente, y, asi soy el que va mejor vestido de los tres, y, a menudo, llega a casa con una camisa, una corbata o un pantalon para mi. Todo eso lo compra de su peculio. Cuic no fuma, casi no bebe y su unico vicio es el juego. Solo suena con tener los ahorros suficientes como para ir a jugar al club de los chinos.
Para vender nuestros productos comprados por la manana, no tenemos ninguna seria dificultad. Hablo ya suficientemente el ingles para comprar y vender. Cada dia, ganamos de veinticinco a treinta y cinco dolares entre los tres. Es poco, pero estamos muy satisfechos de haber encontrado con tanta rapidez un medio de ganarnos la vida. Yo no les acompano todos los dias a comprar, a pesar de que obtenga mejores precios que ellos, pero ahora soy yo siempre quien vende. Muchos marinos americanos e ingleses que han desembarcado para comprar provisiones para su barco me conocen. Discutimos cortesmente la venta, sin poner en ello mucho ardor. Hay un diablo de cantinero de un comedor de oficiales americano, un italoamericano, que me habla siempre en italiano. Se siente muy feliz de que yo le responda en su lengua, y solo discute para divertirse. Al final, compra al precio que le he pedido al principio de la discusion.
De las ocho y media a las nueve de la manana, estamos en casa. El manco y Cuic se acuestan despues de que hayamos comido los tres una ligera colacion. Yo me voy a ver a Guittou, cuando mis vecinas no vienen a casa. No hay gran trabajo domestico que hacer: barrer, lavar la ropa, hacer las camas, conservar limpia la casa. Las dos hermanas nos hacen muy bien todo eso casi por nada: dos dolares diarios. Aprecio plenamente lo que significa ser libre y no temer por el porvenir.
Mi familia hindu
El medio de locomocion mas empleado en esta ciudad es la bicicleta. Asi, pues, me he comprado una para ir a cualquier parte sin dificultades. Como la ciudad es llana, y tambien los alrededores, pueden hacerse sin esfuerzo grandes distancias. En la bicicleta hay dos portaequipajes muy solidos, uno delante y otro detras, asi que puedo, como muchos nativos, llevar facilmente a dos personas.
Al menos dos veces por semana, damos un paseo de una hora o dos con mis amigas hindues. Estan locas de alegria y comienzo a comprender que una de ellas, la mas joven, esta a punto de enamorarse de mi.
Su padre, a quien nunca habia visto, vino ayer. No vive lejos de mi casa, pero jamas habia venido a vernos, y yo solo conocia a los hermanos. Es un anciano alto, con una barba muy larga, blanca como la nieve. Tambien sus cabellos estan plateados y descubren una frente inteligente y noble. Solo habla hindu, y su hija traduce. Me invita a ir a verle a su casa. En bicicleta no esta lejos, me hace decir por medio de la princesita, como llamo yo a su hija. Le prometo visitarle dentro de poco.
Despues de haber comido algunos pasteles con el te, se va, no sin que yo haya notado que ha examinado los menores detalles de la casa. La princesita esta muy feliz de ver a su padre marcharse satisfecho por su vida y de nosotros.
Tengo treinta y seis anos y muy buena salud; me siento joven aun y todo el mundo, por suerte, me considera asi: no represento mas de treinta anos, me dicen todos mis amigos. Y esta pequena tiene diecinueve anos y la belleza de su raza, serena y llena de fatalismo en su manera de pensar. Seria para mi un regalo del cielo amar y ser amado por esta esplendida criatura.
Cuando salimos los tres, ella monta siempre en el portaequipajes de delante, y sabe muy bien que, cuando se mantiene bien sentada, con el busto erguido y, para hacer fuerza en los pedales, adelanto un poco la cabeza, estoy muy cerca de su cara. Si echa su cabeza hacia atras veo, mejor que si no estuvieran cubiertos de gasa, toda la belleza de sus senos desnudos bajo el velo. Sus grandes ojos negros arden con todos sus fuegos cuando se producen esos semicontactos, y su boca roja oscura, en contraste con su piel de te, se abre de deseo de dejarse abrazar. Unos dientes admirables y de una esplendorosa belleza adornan esa boca maravillosa. Tiene una manera de pronunciar ciertas palabras y de hacer aparecer una puntita de lengua rosada en su boca entreabierta, que convertiria en libertino al santo mas santo.
Esta noche, debemos ir al cine los dos solos, pues su hermano sufre, al parecer, una jaqueca, jaqueca que creo simulada para dejarnos solos. Se presenta con una tunica de muselina blanca que le llega hasta los tobillos y que, cuando camina, aparecen desnudos, rodeados por tres brazaletes de plata. Va calzada con sandalias cuyas tiras doradas le pasan por el dedo gordo. Eso le hace un pie muy elegante. En la aleta derecha de la nariz ha incrustado una pequenisima concha de oro. El velo de muselina que lleva en la cabeza es corto y le cae un poco mas abajo de los hombros. Una cinta dorada lo mantiene ajustado alrededor de la cabeza. Desde la cinta