– Hemos ido a las tres de la madrugada al campo, acompanados por un paisano nuestro, para que nos adiestrara. Habia traido doscientos dolares. Con eso, hemos comprado tomates, ensaladas, berenjenas y, en fin, toda clase de legumbres verdes y frescas. Tambien algunas gallinas, huevos y leche de cabra. Nos hemos ido al mercado, cerca del puerto de la ciudad, y lo hemos vendido todo, primero un poco a gentes del pais, y, luego, a marinos americanos. Han quedado tan contentos de los precios, que manana no debo entrar en el mercado: me han dicho que los espere frente a la puerta del muelle. Me lo compraran todo. Toma, aqui esta el dinero. Tu, que sigues siendo el jefe, debes guardar el dinero.

– Sabes muy bien, Cuic, que tengo dinero y no preciso de el.

– Guarda el dinero o no trabajamos.

– Escucha: los franceses viven casi con cinco dolares. Nosotros vamos a tomar cinco dolares cada uno y a dar otros cinco a la casa para la manutencion. Los demas, los apartamos para devolver a tus paisanos los doscientos dolares que te han prestado.

– Comprendido.

– Manana quiero ir con vosotros.

– No, no, tu duerme. Si quieres, reunete con nosotros a las siete ante la puerta del muelle.

– De acuerdo.

Todo el mundo es feliz. En primer lugar, nosotros, por saber que podemos ganarnos la vida y no ser una carga para nuestros amigos. Por lo demas, Guittou y los otros dos, pese a su buen corazon, debian de preguntarse cuanto tiempo ibamos a tardar en ganarnos la vida.

– Para festejar este extraordinario esfuerzo de tus amigos, Papillon, vamos a por dos litros de pastis.

Julot se va y regresa con alcohol blanco de cana de azucar y los productos necesarios. Una hora despues, bebemos el pastis como en Marsella. Con la ayuda del alcohol, las voces suben de tono y las risas por la alegria de vivir son mas fuertes que de costumbre. Unos vecinos hindues, tres hombres y dos muchachas, al oir que en casa de los franceses hay fiesta, vienen sin cumplidos para que los invitemos. Traen espetones de carne de pollo y de cerdo muy sazonados. Las dos muchachas son de una belleza poco frecuente. Todas vestidas de blanco, descalzas, con brazaletes de plata en el tobillo izquierdo. Guittou me dice:

– No te vayas a creer, son verdaderas muchachas. Y que no se te escape ninguna palabra demasiado atrevida porque lleven los pechos descubiertos bajo su velo transparente. Para ellas, es algo natural. Yo soy demasiado viejo. Pero Julot y Petit-Louis probaron al principio de estar aqui y fracasaron. Las muchachas estuvieron mucho tiempo sin venir.

Estas dos hindues son de una belleza maravillosa. Un punto tatuado en mitad de la frente les da un aspecto extrano. Nos hablan cortesmente, y el poco ingles que se me permite comprender que nos desean la bienvenida a Georgetown.

Esta noche, Guittou y yo hemos ido al centro de la ciudad. Parece como si fuera otra civilizacion, completamente distinta de aquella en la que vivimos. Esta ciudad bulle de gentes. Blancos, negros, hindues, chinos, soldados y marinos de uniforme, y gran cantidad de marinos vestidos de civil. Numerosos bares, restaurantes, cabarets y boites iluminan las calles con sus luces que brillan como en pleno dia.

Despues de asistir por primera vez en mi vida a la proyeccion de una pelicula en color y hablada, aun completamente anonadado por esta nueva experiencia, sigo a Guittou, que me lleva a un bar enorme. Mas de veinte franceses ocupan un rincon de la sala. La bebida: cuba-libres.

Todos los hombres son evadidos, duros. Unos partieron despues de haber sido liberados, pues habian terminado su condena y debian cumplir el “doblaje” en libertad. Muertos de hambre, sin trabajo, mal vistos por la poblacion oficial y tambien por los civiles guayanos, prefirieron marcharse a un pais donde creian que iban a vivir mejor. Pero, segun me cuentan, es duro.

– Yo corto madera en la selva por dos dolares cincuenta al dia, en casa de John Fernandes. Bajo cada mes a Georgetown a pasar ocho dias. Estoy desesperado.

– ?Y tu?

– Hago colecciones de mariposas. Voy a cazar a la selva, y cuando tengo una buena cantidad de mariposas diversas, las dispongo en una caja con tapa de cristal y vendo la coleccion.

Otros hacen de descargadores de muelle. Todos trabajan, pero ganan lo justo para vivir.

– Es duro, pero se es libre -dicen-. ?Y es algo tan bueno la libertad!

Esta noche, viene a vernos un relegado, Faussard. Invita a todo el mundo. Estaba a bordo de un barco canadiense que, cargado de bauxita, fue torpedeado a la salida del rio Demerara. Es survivor (superviviente) y ha recibido dinero por haber naufragado. Casi toda la tripulacion se ahogo. El tuvo la suerte de poder embarcar en una chalupa de salvamento. Cuenta que el submarino aleman emergio y alguien les hablo. Les pregunto cuantos barcos habia en el puerto en espera de salir llenos de bauxita. Le contestaron que no lo sabian. El hombre que los interrogaba se echo a reir: “Ayer -dijo-, estuve en el cine tal de Georgetown. Mirad la mitad de mi entrada.” Y, abriendo su chaqueta, les dijo: “Este traje es de Georgetown.” Los incredulos dicen que es mentira, pero Faussard insiste y, seguramente, es verdad. Desde el submarino se les dijo, incluso, el barco que los iba a recoger. En efecto, fueron salvados por el barco indicado.

Cada cual cuenta su historia. Estoy sentado con Guittou al lado de un viejo parisiense de las Halles. Petit-Louis, de la rue des Lombards, nos dice:

– Mi buen Papillon, yo habia encontrado una combina para vivir sin dar golpe. Cuando aparecia en el periodico el nombre de un frances en la seccion “muerto por el rey o la reina”, no lo se a ciencia cierta, iba a casa de un marmolista y encargaba la foto de una lapida en la que habia pintado el nombre del barco, la fecha en que habia sido torpedeado y el nombre del frances. Luego, me presentaba en las ricas villas de los ingleses y les decia que debian contribuir a comprar una estela para el frances muerto por Inglaterra, a fin de que en el cementerio hubiera un recuerdo suyo. Eso duro hasta la semana pasada, en que un cochino, breton que habia sido dado por muerto en un torpedeamiento, aparecio tan fresco vivito y coleando. Visito a algunas buenas mujeres a las que yo, precisamente, habia pedido cinco dolares a cada una para la tumba de este muerto, que pregonaba por todas partes que estaba bien vivo y que nunca en mi vida habia comprado una tumba al marmolista. Sera preciso encontrar otra cosa para vivir, pues, a mi edad, ya no puedo trabajar.

Ayudado por los cuba-libres, cada cual exteriorizaba en voz alta, convencido de que solo nosotros entendemos el frances, las mas inesperadas historias.

– Yo hago munecas de balata -dice otro-, y punos de bicicleta. Por desgracia, cuando las ninas se olvidan las munecas al sol en el jardin, se funden o se deforman. Y no quieras saber lo que pasa, cuando me olvido de que he hecho ventas en tal o cual calle. Desde hace un mes, de dia no puedo pasar por mas de medio Georgetown. Con las bicicletas ocurre lo mismo. Al que deja la suya al sol, cuando vuelve a por ella, se le quedan pegadas las manos a los punos de balata que le he vendido.

– Yo -dice otro- hago fustas de montar con cabeza de negra, tambien de balata. A los marinos les digo que soy un evadido de Mers-elKebir y que estan obligados a comprarme algo, pues no es culpa suya si continuo viviendo. Ocho de cada diez caen en el lazo.

Esta “corte de los milagros” moderna me divierte y, al mismo tiempo, me demuestra que, en efecto, no es facil ganarse el pan.

Un tipo enciende la radio del bar. Se oye un llamamiento de De Gaulle. Todo el mundo escucha esa voz francesa que, desde Londres, arenga a los franceses de las colonias y de ultramar La llamada de De Gaulle es patetica, y nadie en absoluto abre la boca. De subito, uno de los presidiarios, que ha bebido demasiados cuba-libres, se levanta y dice:

– ?Mierda, companeros! ?No esta mal. ?De golpe, he aprendido ingles y comprendo todo lo que dice Churchill!

Todo el mundo estalla en risas, y nadie se toma la molestia de disuadirle de su error de borracho.

Si, tengo que hacer los primeros intentos de ganarme la vida y, segun veo por los demas, no va a ser facil. No soy demasiado cuidadoso. De 1930 a 1942, he perdido por completo la responsabilidad y el saber hacer para conducirme como es debido. Un ser que ha estado preso tanto tiempo sin tener que ocuparse de comer, de un piso, de vestirse; un hombre a quien han manejado, traido y llevado, a quien han acostumbrado a no hacer nada por si mismo y a ejecutar automaticamente las ordenes mas diversas sin analizarlas; ese hombre que, en unas semanas, se encuentra de golpe en una gran ciudad, que tiene que volver a aprender a andar por las aceras sin tropezar con nadie, a atravesar una calle sin que lo atropellen, a encontrar natural que, si lo manda, le sirvan de beber o de comer; ese hombre debe volver a aprender a vivir. Por ejemplo, hay reacciones inesperadas. En medio de todos esos presidiarios, liberados, relegados o fugados, que mezclan en su frances palabras inglesas o espanolas, escucho todo oidos sus historias, y he aqui que, de repente, en este rincon de un bar ingles, tengo necesidad de ir al retrete. Pues bien, casi no se puede creer, pero, durante un cuarto de segundo, he buscado al vigilante al que debia pedir autorizacion. Ha sido un sentimiento muy fugaz, pero tambien muy extrano, hasta que he tenido conciencia de la realidad. Papillon, ahora no tienes que pedir autorizacion a nadie si quieres mear o hacer otra cosa.

Tambien en el cine, en el momento en que la acomodadora nos buscaba una butaca desocupada, he sentido, como en un relampago, deseos de decirle: “Por favor, no se moleste por mi, no soy mas que un pobre condenado que no merece ninguna atencion.”

Mientras camino por la calle, me vuelvo muchas veces durante el trayecto del cine hasta el bar. Guittou, que se da cuenta de esta tendencia, me dice:

– ?Por que te vuelves tan a menudo para mirar atras? ?Miras si te sigue el guardian? Aqui no hay guardianes, amigo Papi, se los has dejado a los duros.

En el lenguaje rico en imagenes de los duros, se dice que es preciso despojarse de la casaca de los forzados. Pero es mas que eso, pues el uniforme de un presidiario solo es un simbolo. Es preciso no solo despojarse de la casaca, sino que tambien hay que arrancarse del alma y del cerebro la marca a fuego de una senal infamante.

Una patrulla de policias negros ingleses, impecables, acaba de entrar en el bar. Mesa por mesa, va exigiendo las tarjetas de identidad. Cuando llegan a nuestro rincon, el jefe escruta todos los rostros. Encuentra uno que no conoce, el mio.

– Su tarjeta de identidad, por favor, senor.

Se la doy, me echa una ojeada, me la devuelve y anade:

– Perdone, no le conocia. Bienvenido a Georgetown. Y se retira.

Cuando el policia se ha marchado, Paul el Saboyano observa:

– Estos rosbifs son maravillosos. A los unicos extranjeros a quienes tienen total confianza es a los presos evadidos. Poder demostrar a las autoridades inglesas que te has escapado del penal es obtener inmediatamente tu libertad.

Aunque hemos regresado tarde a casa, a las siete de la manana estoy en la puerta principal del muelle. Menos de media hora despues, Cuic y el manco llegan con la carreta llena de legumbres frescas, recogidas por la manana, huevos y algunos pollos. Van solos. Les pregunto donde esta su paisano, el que debia ensenarles como operar. Cuic responde:

– Nos enseno ayer. Ya es suficiente. Ahora, ya no necesitamos a nadie.

– ?Has ido muy lejos a buscar todo esto?

– Si, a mas de dos horas y media de distancia. Hemos partido a las tres de la madrugada y llegamos ahora.

Como si estuviera aqui desde hace veinte anos, Cuic encuentra te caliente y, luego, galletas.

Sentados en la acera, cerca de la carretera, bebemos y comemos en espera de los clientes.

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