– No se puede. Deben tomar la ruta Sursudoeste y dirigirse a Georgetown. Obedezca, es una orden.
– De acuerdo.
Le digo a Cuic-Cuic que ice las velas y partimos en la direccion mandada por el torpedero.
Oimos un motor detras de nosotros. Es una chalupa que han botado del barco. No tarda en alcanzarnos. Un marino, con el fusil en banderola, esta en pie a proa. La chulapa viene por la derecha y nos roza literalmente, sin detenerse ni pedir que nos paremos. De un brinco, el marino salta a nuestra canoa. La chulapa continua y va a reunirse con la lancha.
– Good after noo [9] – dice el marino.
Avanza hacia mi, se sienta a mi lado y, luego, coloca la mano en la barra y dirige la embarcacion mas al Sur de lo que yo hacia. Le dejo la responsabilidad de gobernar, observando su modo de hacer. Sabe maniobrar muy bien; sobre eso, no cabe ninguna duda. Pese a todo, me quedo en mi sitio. Nunca se sabe.
– ?Cigarettes?
Saca tres paquetes de cigarrillos ingleses y nos da uno a cada uno.
– Seguro dice Cuic-Cuic- que le han dado los paquetes de cigarrillos justo cuando se ha embarcado, pues no debe pasear se con tres paquetes encima.
Me rio de la reflexion de Cuic-Cuic y, luego, me ocupo del marino ingles, que sabe manejar la embarcacion mejor que yo. Puedo pensar con toda tranquilidad. Esta vez, la fuga ha sido un exito definitivo. Soy un hombre libre, libre. Un sofoco me atenaza la garganta, y hasta creo que unas lagrimas asoman a mis ojos. Si, estoy definitivamente libre, puesto que, desde la guerra ningun pais devuelve a los fugados.
Antes de que termine la guerra, tendre tiempo de conseguir que me estimen y me conozcan en cualquier pais donde me establezca. El unico inconveniente es que, con la guerra, quiza no pueda elegir el pais donde quisiera quedarme. Me da lo mismo, pues, en cualquier lugar donde viva, en poco tiempo me habre ganado la estima y la confianza de la poblacion y de las autoridades por mi manera de vivir, que debe de ser y sera irreprochable. Mejor aun: ejemplar.
La sensacion de seguridad de haber salido victorioso al fin del camino de la podredumbre es tal, que no pienso en otra cosa. ?Por fin has ganado, Papillon! Al cabo de nueve anos, has salido definitivamente victorioso. Gracias, buen Dios; quizas hubieras podido hacerlo antes, pero tus caminos son misteriosos y no me quejo de Ti, pues gracias a tu ayuda aun soy joven, sano y libre.
Al pensar en el camino recorrido en estos nueve anos de presidio, mas los dos cumplidos antes en Francia, once en total, sigo el brazo del marino que me dice:
– Tierra.
A las cuatro de la tarde, tras haber contorneado un faro apagado, entramos en un rio enorme, Demerara River. Reaparece la chalupa, el marino me devuelve la barra y va a colocarse a proa. Agarra una gruesa cuerda al vuelo, que ata al banco de delante. El mismo arria las velas y, suavemente arrastrado por la chalupa, remontamos unos veinte kilometros este rio amarillo, seguidos a doscientos metros por el torpedero. Despues de un recodo, surge una gran ciudad:
– grita el marino ingles.
En efecto, entramos en la capital de la Guayana inglesa, suavemente remolcados por la chalupa. Muchos buques de carga guardacostas y barcos de guerra. Al borde del rio, estan emplazados canones en torretas. Hay todo un arsenal, tanto en las unidades navales como en tierra.
Es la guerra. Sin embargo, estan en guerra desde hace mas de dos anos y yo no lo habia notado. Georgetown, la capital de la Guayana inglesa, puerto importante sobre el Demerara River, esta ciento por ciento en pie de guerra. La impresion de una ciudad en armas me causa extraneza. Apenas atraca en un ponton militar, cuando el torpedero que nos sigue se acerca lentamente y, a su vez, atraca. Cuic-Cuic con su cerdo, Hue con un hatillo en la mano y yo sin nada subimos al muelle. En este ponton, reservado a la Marina, no hay ningun civil. Solo marinos y militares. llega un oficial; le reconozco. Es el que me ha hablado en frances desde el torpedero. Cortesmente, me tiende la mano, y me dice:
– ?Se encuentra usted bien? -si, capitan.
– Perfecto. Sin embargo, tendra que pasar por la enfermeria, donde le pondran varias inyecciones. Sus dos amigos tambien.
DUODECIMO CUADERNO. GEORGETOWN
La vida en Georgetown
Por la tarde, tras haber recibido diferentes vacunas, somos trasladados al puesto de Policia de la ciudad, una especie de Comisaria gigantesca donde centenares de policias entran y salen sin cesar. El superintendente de la Policia de Georgetown, primera autoridad policial responsable de la tranquilidad de este importante puerto, nos recibe inmediatamente en su despacho. A su alrededor, oficiales ingleses vestidos de caqui, impecables en sus shorts y sus calcetines blancos. El coronel nos hace sena de que nos sentemos ante el y, en perfecto frances, nos pregunta:
– ?De donde venian ustedes cuando les localizaron en el mar? -Del presidio de la guayana francesa.
– Haga el favor de decirme los puntos exactos de donde se han evadido ustedes.
– Yo, de la isla del Diablo. Los otros, de un campo semipolitico de Inini, cerca de Kourou, Guayana francesa.
– ?A cuanto le condenaron?
– A perpetuidad.
– ?Motivo?
– Asesinato.
– ?Y los chinos?
– Asesinato tambien.
– ?Condena?
– Perpetuidad.
– ?Profesion?
– Electricista.
– ?Y ellos?
– ?Es usted partidario de De Gaulle o de Petain?
– Nosotros no sabemos nada de eso. Somos prisioneros que tratamos de volver a vivir honradamente en libertad.
– Les asignaremos una celda que esta abierta dia y noche. Les pondremos en libertad cuando hayamos examinado sus declaraciones. Si han dicho ustedes la verdad, no tienen nada que temer. Comprendan que estamos en guerra y, por lo tanto, obligados a tomar aun mas precauciones que en tiempo normal.
En suma, que al cabo de ocho dias estamos en libertad. Nos hemos aprovechado de esos ocho dias en el puesto de Policia para procurarnos efectos decentes. Correctamente vestidos, mis dos chinos y yo nos encontramos a las nueve de la manana en la calle, provistos de una tarjeta de identidad con nuestras fotografias.
La ciudad, de 250 000 habitantes, es casi toda de madera, edificada a la inglesa: la planta baja, de cemento, y el resto, de madera. Las calles y avenidas bullen de publico de todas las razas: blancos, achocolatados, negros, hindues, coolies, marinos ingleses y americanos y nordicos. Estamos un poco abrumados por encontrarnos ante esta muchedumbre abigarrada. Nos invade un gozo desbordante tan grande en nuestros corazones, que hasta debe de verse en nuestras caras, incluso en las de los indochinos, pues muchas personas nos miran y nos sonrien amablemente.
– ?Adonde vamos? -pregunta Cuic.
– Tengo una direccion aproximada. Un policia negro me ha dado las senas de dos franceses en Penitence River's.
Una vez informados, resulta ser un barrio donde viven exclusivamente hindues. Me dirijo a un policia vestido de blanco, impecable. Le muestro la direccion. Antes de responder, nos pide nuestras tarjetas de identidad. Orgullosamente, se la doy.
– Muy bien; gracias.
Entonces, se toma la molestia de meternos en un tranvia, despues de haber hablado con el conductor. Salimos del centro de la ciudad y, veinte minutos despues, el conductor nos hace bajar. Debe ser aqui. Por la calle, preguntamos:
– ?Frencbmen?
Un joven nos hace senal de que le sigamos. Todo derecho, nos conduce a una casita baja. Apenas me aproximo, cuando tres hombres salen de ella haciendo ademanes acogedores.
– ?Como? ?Estas aqui, Papi?
– ?No es posible! dice el mayor, de cabellos completamente blancos-. Entra. Esta es mi casa. ?Van contigo los chinos?
– Si.
– Entrad y sed bien venidos.
Este viejo forzado se llama Guittou Auguste, llamado el Guittou. Es un marselles de pura cepa que vino en el mismo convoy que yo, en el La Martiniere, en 1933, hace nueve anos. Tras una fuga malograda, fue liberado de su pena principal y, en calidad de liberado, se evadio hace tres anos, me dice. Los otros dos son Petit- Louis, un tipo de Arles, y un tolones, Julot. Tambien ellos partieron despues de haber concluido su condena, pero hubieran debido quedarse en la Guayana francesa el mismo numero de anos a que habian sido condenados: diez y quince respectivamente (esta segunda condena se llama doblaje).
La casa tiene cuatro piezas: dos habitaciones, una cocina-comedor y un taller. Hacen calzado de balata, especie de caucho natural que se recoge en la selva y que se puede, con agua caliente, trabajar y modelar muy bien. El unico inconveniente es que si se expone mucho al sol, se funde, pues ese caucho no esta vulcanizado. Esto se remedia intercalando laminas de tejido entre – las capas de balata.
Maravillosamente recibidos, con el corazon ennoblecido por el sufrimiento, Guittou nos prepara una habitacion para nosotros tres y nos instala en su casa sin dudarlo. Solo hay un problema: el cerdo de Cuic, pero Cuic pretende que no ensuciara la casa, que es seguro que ira a hacer sus necesidades el solo afuera.
Guitou dice:
– Bueno, ya veremos; por el momento, quedatelo.
Provisionalmente, hemos preparado tres camas en el suelo con viejos capotes de soldado.
Sentados ante la puerta, fumando los seis algunos cigarrillos, le cuento a Guittou todas mis aventuras de nueve anos. Sus dos amigos y el escuchan todo oidos, y