una piel muy fina sobre mis quemaduras, he podido arriesgarme a afeitarme. A causa de mi barba, las mujeres tenian solo una idea vaga sobre mi edad. Estan encantadas, y me lo dicen ingenuamente, de saberme joven. Sin embargo, tengo treinta y cinco anos, pero represento veintiocho o treinta. Si, todos estos hombres y mujeres hospitalarios estan preocupados por nosotros, lo presiento.

– ?Que puede suceder? Habla, Tibisay, ?que ocurre?

– Esperamos a las autoridades de Guiria, un pueblo al lado de Irapa. Aqui no habia jefe civil, y, no se sabe como, pero la Policia esta al corriente de que estan aqui. Va a venir.

Una negra alta y hermosa se me acerca acompanada por un joven con el torso desnudo, con pantalones arremangados hasta las rodillas. La negrita -es la manera carinosa de llamar a las mujeres de color, muy utilizada, en Venezuela, donde no hay en absoluto discriminacion racial o religiosa- me interpela.

– Senor Enrique, la Policia va a venir. No se si es para hacerle bien o mal. ?Quieren ustedes esconderse durante un tiempo en la montana? Mi hermano puede conducirles a una casita donde nadie podra encontrarles. Entre Tibisay, Nenita y yo, todos los dias les llevaremos de comer y les informaremos sobre los acontecimientos.

Emocionado hasta lo inimaginable, quiero besar la mano de esa noble muchacha, pero ella la retira y, gentil y puramente, me da un beso en la mejilla.

Unos jinetes llegan a escape. Todos llevan un machete, arma que sirve para cortar la cana de azucar y que pende como una espada del lado izquierdo, un ancho cinturon lleno de balas y un enorme revolver en una funda a la derecha, en la cadera. Echan pie a tierra. Un hombre de rasgos mongolicos, con los ojos rasgados de indio, piel cobriza, alto y delgado, de unos cuarenta anos, tocado con un inmenso sombrero de paja de arroz, avanza hacia nosotros.

– Buenos dias. Soy el jefe civil, el prefecto de Policia.

– Buenos dias, senor.

– ?Por que no nos han avisado de que tenian aqui a cinco cayeneses evadidos? Me han dicho que hace ocho dias que estan aqui. Contesten.

– Es que esperabamos que fueran capaces de caminar y estuvieran curados de sus quemaduras.

– Venimos a buscarlos para llevarlos a Guiria. Un camion vendra mas tarde.

– ?Cafe?

– Si, gracias.

Sentados en circulo, todo el mundo bebe cafe. Miro al prefecto de Policia y a los agentes. No tienen aspecto de malvados. Me dan la impresion de obedecer ordenes superiores, sin que por eso esten de acuerdo con ellas.

– ?Se han evadido ustedes de la isla del Diablo?

– No. Venimos de Georgetown, de la Guayana inglesa.

– ?Por que no se han quedado?

– Resulta duro ganarse la vida alli.

– ?Piensan ustedes que aqui estaran mejor que con los ingleses? -pregunta sonriendo.

– Si, porque somos latinos como ustedes.

Un grupo de siete u ocho hombres avanza hacia nuestro circulo. A su cabeza, uno de unos cincuenta anos, con los cabellos blancos, de mas de un metro setenta y cinco, un color de piel chocolate muy claro. Unos ojos inmensos, negros, que denotan una inteligencia y una fuerza de animo poco comunes. Su mano derecha esta apoyada en el mango de un machete que pende a lo largo de su muslo.

– Prefecto, ?que va usted a hacer con esos hombres?

– Voy a conducirlos a la prision de Guiria.

– ?Por que no los deja vivir con nosotros, con nuestras familias? Cada uno se encargara de uno de ellos.

– No es posible, es orden del gobernador.

– Pero ellos no han cometido ningun delito en territorio venezolano.

– Lo reconozco. Pese a todo, son hombres muy peligrosos, pues para haber sido condenados al presidio frances, han tenido que cometer delitos muy graves. Ademas, se han evadido sin documentos de identidad, y la Policia de su pais seguramente los reclamara cuando sepa que estan en Venezuela.

– Queremos quedarnos con ellos.

– No es posible, es orden del gobernador.

– Todo es posible. ?Que sabe el gobernador de los seres miseros? Un hombre jamas esta perdido. Pese a lo que haya podido cometer, en un momento dado de su vida, siempre hay una oportunidad de recuperarlo y hacer de el un hombre bueno y util a la comunidad. ?No es asi, vosotros?

– Si dicen a coro hombres y mujeres-. Dejadnoslos, les ayudaremos a rehacer su vida. En ocho dias los conocemos ya lo bastante, y son de veras buenas personas.

– Gentes mas civilizadas que nosotros los han encerrado en calabozos para que no hagan mas dano -dice el prefecto.

– ?A que llama usted civilizacion, jefe? -pregunto-. ?Usted se cree que porque tenemos ascensores, aviones y un tren que va bajo tierra, eso demuestra que los franceses son mas civilizados que estas gentes que nos han recibido y cuidado? Sepa que, en mi humilde opinion, hay mas civilizacion humana, mayor superioridad de alma, mas comprension en cada ser de esta comunidad que vive sencillamente en la Naturaleza, aunque le falten, es verdad, todos los beneficios de las ventajas del progreso, su sentido de la caridad cristiana es mucho mas elevado que todos los que, en el mundo, se consideran civilizados. Prefiero a un iletrado de esta aldea que a un licenciado en Letras de la Sorbona de Paris, si este, un dia, ha de tener el alma del fiscal que hizo que me condenaran. El uno siempre es un hombre, el otro se ha olvidado de serlo.

– Lo comprendo. Sin embargo, yo no soy mas que un instrumento. Ya llega el camion. Les ruego que me ayuden, con su actitud, para que las cosas transcurran sin incidentes.

Cada grupo de mujeres abraza a aquel de quien se han ocupado. Tibisay, Nenita y la negrita lloran ardientes lagrimas al abrazarme. Todos los hombres nos estrechan la mano expresando asi cuanto sufren al vernos partir hacia la prision.

Hasta la vista, gente de Irapa, raza extremadamente noble, por haber tenido la audacia de enfrentaros y reprobar a las mismas autoridades de vuestro pais para defender a unos pobres diablos que ayer no conociais. El pan que he comido en vuestras casas, ese pan que habeis tenido fuerzas para quitarlo de vuestra propia boca para darmelo, ese pan simbolo de la fraternidad humana ha sido, para mi, el sublime ejemplo de los tiempos pasados: “No mataras, haras el bien a los que sufren aunque tengas que sufrir privaciones por ello. Ayuda siempre al que es mas desdichado que tu.” Y si alguna vez soy libre, un dia, siempre que pueda, ayudare a los demas como me han ensenado a hacerlo los primeros hombres de Venezuela que he encontrado.

Y encontrare a muchos despues.

El presidio de El Dorado

Dos horas mas tarde, llegamos a un pueblo grande, puerto de mar que tiene la pretension de ser una ciudad, Guiria. El jefe civil nos lleva en persona a la Comandancia de Policia del distrito. En esa Comisaria somos tratados mas o menos bien, pero nos someten a interrogatorio, y el instructor, tozudo, no quiere admitir en absoluto que vengamos de la Guayana inglesa, donde eramos libres. Por anadidura, cuando nos pide que le expliquemos la razon de nuestra llegada a Venezuela en semejante estado de agotamiento y en el limite de nuestras fuerzas, tras un viaje tan corto de Georgetown al golfo de Paria, dice que nos burlamos de el con eso de la historia del tifon.

– Dos grandes plataneros se han hundido con hombres y carga por culpa de ese tornado, un buque de carga con mineral de bauxita se ha ido a pique con toda su tripulacion, y ustedes, con una embarcacion de cinco metros abierta a la intemperie, ?ustedes se han salvado? ?Quien puede creer semejante historia? Ni siquiera el mendigo del mercado que pide limosna. Mienten, hay algo turbio en lo que cuentan.

– Informese en Georgetown.

– No tengo ganas de que los ingleses me tomen el pelo.

Este secretario instructor, cretino y testarudo, incredulo y pretencioso, envia no se que informe, ni a quien. De todas maneras, una manana, nos despiertan a las cinco, nos encadenan y nos llevan en un camion a un destino desconocido.

El puerto de Guiria esta en el golfo de Paria, como ya he dicho' frente a Trinidad. Tiene tambien la ventaja de aprovechar la desembocadura de un enorme rio casi tan grande como el Amazonas: el Orinoco.

Encadenados en un camion, en el que somos cinco mas diez policias, rodamos hacia Ciudad Bolivar, la importante capital del Estado de Bolivar. El viaje, por carreteras de tierra, fue muy fatigoso. Policias y prisioneros, zarandeados y traqueteados como sacos de nueces en esta plataforma de camion que se movia a cada momento mas que una cabina en un tobogan, estuvimos cinco dias de viaje. Por la noche, dormiamos en el camion y, por la manana, reanudabamos el camino en una carrera loca hacia un destino desconocido.

Por fin, terminamos este viaje agotador a mas de mil kilometros del mar, en una selva virgen atravesada por una carretera de tierra, que va de Ciudad Bolivar hasta El Dorado.

Soldados y prisioneros nos hallamos en muy mal estado cuando llegamos a la ciudad de El Dorado.

Pero ?que es El Dorado? Al principio, fue la esperanza de los conquistadores espanoles que, viendo que los indios que llegaban de esta region tenian oro, creian firmemente que habia una montana de oro o, al menos, mitad tierra y mitad oro. Total, El Dorado es, primero, una aldea a la orilla de un rio lleno de caribes o piranas, peces carnivoros que en unos minutos devoran a un hombre o un animal, peces electricos, los tembladores, que, girando alrededor de su presa, hombre o bestia, lo electrocutan rapidamente y, luego, chupan a su victima en descomposicion. En mitad del rio, hay una isla, y en esta isla, un verdadero campo de concentracion. Es el presidio venezolano.

Esta colonia de trabajos forzados es lo mas duro que he visto en mi vida, y tambien lo mas salvaje e inhumano, *en razon de los golpes que reciben los prisioneros. Es un cuadrado de ciento cincuenta metros de lado, al aire libre, rodeado de alambres espinosos. Mas de cuatrocientos hombres duermen fuera, expuestos a la intemperie, pues no hay mas que algunas chapas de cinc para abrigarse, alrededor del campo.

Sin esperar una palabra de explicacion por nuestra parte, sin justificar esta decision, nos incorporan al presidio de El Dorado a las tres de la tarde, cuando llegamos muertos de fatiga despues del agotador viaje, encadenados en el camion. A las tres y media, sin anotar nuestros nombres, nos llaman, y dos de nosotros reciben una pala y los otros tres, un pico. Rodeados por cinco soldados, fusil y nervios de buey en mano, mandados por un cabo, nos obligan, so pena de ser azotados a ir al lugar de trabajo. No tardamos en comprender que se trata de una especie de demostracion de fuerza que quiere hacer la guardia de la penitenciaria. De

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