– Director, honradamente no podemos tratar a estos hombres como a los otros prisioneros. Sugiero que, en espera de que Caracas sea puesto al corriente de esta situacion particular, se encuentre el medio de emplearlos en otra cosa que no sea el trabajo de la carretera.

– Son hombres peligrosos, han amenazado con matar al preso cabo si les pegaba. ?No es verdad?

– No solo lo hemos amenazado, senor director, sino que cualquiera que se divierta pegando a uno de nosotros sera asesinado.

– ?Y si es un soldado?

– Lo mismo. Nosotros no hemos hecho nada para soportar un regimen semejante. Nuestras leyes y nuestros regimenes penitenciarios son, tal vez, mas horribles e inhumanos que los de ustedes, pero no consentiremos que se nos golpee como animales.

El director, volviendose triunfante hacia los oficiales, dice:

– ?Ven lo muy peligrosos que son esos hombres!

El comandante de mas edad duda unos instantes. Luego, con gran sorpresa de todos, concluye diciendo:

– Estos fugitivos franceses tienen razon. Nada en Venezuela justifica que se les obligue a sufrir una pena y las reglas de esta colonia. Les doy la razon. Asi, dos cosas, director: o usted les encuentra un trabajo aparte de los demas prisioneros, o no saldran al trabajo. Mezclados con todo el mundo, algun dia serian golpeados por un soldado.

– Ya lo veremos. Por el momento, dejelos en el campamento. Manana, os dire lo que debeis hacer.

Y el director, acompanado por su cunado, se retira.

Les doy las gracias a los oficiales. Nos dan cigarrillos y nos prometen leer, en el informe de la noche, una nota a los oficiales y soldados, en la que se les hara saber que no deben pegarnos por ningun motivo. Hace ya ocho dias que estamos aqui. No trabajamos. Ayer domingo, sucedio una cosa terrible. Los colombianos se han echado a suertes quien debia matar al cabo de vara Negro Blanco. Ha perdido un colombiano de unos treinta anos.

Le han dado una cuchara de hierro con el mango afilado sobre el cemento, en forma de lanza muy puntiaguda, cortante por los dos filos. Valientemente, el hombre ha cumplido su pacto con sus amigos. Acaba de asestar tres punaladas cerca del corazon de Negro Blanco. El cabo de vara es llevado urgentemente al hospital, y el asesino, atado a un poste en medio del campamento. Como locos, los soldados buscan por todas partes otras armas. Los golpes llueven de todos lados. En su rabia loca, uno de ellos, como yo no me daba demasiada prisa en quitarme los pantalones, me ha dado un latigazo en el muslo con su nervio de buey. Barriere agarra un banco y lo levanta por encima de la cabeza del soldado. Otro soldado le da un bayonetazo que le atraviesa el brazo cuando, al mismo tiempo, yo le largo al centinela que me ha golpeado un puntapie en el vientre. Ya he tomado el fusil del suelo, cuando repentinamente una orden dada en voz alta llega hasta el grupo:

– ?Deteneos! ?No toqueis a los franceses! ?Frances, deja el fusil!

Es el capitan Flores, el que nos recibio el primer dia, quien acaba de gritar esa orden.

Su intervencion ha llegado en el segundo mismo en que iba a disparar. Sin el, quiza habriamos matado a uno o dos, pero seguro que hubieramos dejado la piel, perdida estupidamente en un rincon de Venezuela, en un rincon del mundo, en este presidio donde nada teniamos que hacer.

Gracias a la energica intervencion del capitan, los soldados se retiran de nuestro grupo y se van afuera a satisfacer su sed de sangre. Y es entonces cuando asistimos a la escena mas abyecta que pueda concebirse. El colombiano, atado al poste en el centro del campamento, es molido a golpes sin cesar por tres hombres a la vez, un preso cabo y dos soldados. El suplicio dura desde las cinco de la tarde hasta la manana siguiente a las seis, al hacerse de dia. ?Se tarda mucho en matar a un hombre sin nada mas que golpes dirigidos contra su cuerpo! Las tres cortas pausas de esta carniceria se hacen para preguntarle quienes eran sus complices, quien le habia dado la cuchara y quien la habia afilado. Este hombre no denuncia a nadie, ni siquiera ante la promesa de detener el suplicio si habla. Pierde el conocimiento muchas veces. Lo reaniman arrojandole cubos de agua. Se llega al colmo a las cuatro de la madrugada. Dandose cuenta de que, bajo los golpes, la piel ya no reacciona, ni siquiera mediante contracciones, los verdugos se detienen.

– ?Esta muerto? -pregunta un oficial.

– No lo sabemos.

– Desatadlo y ponedlo a cuatro patas.

Sostenido por cuatro hombres esta, mas o menos, a cuatro patas. Entonces, uno de los verdugos le asesta un latigazo con el nervio de buey entre las nalgas, y la punta ha ido a parar seguramente, mucho mas adelante de las partes sexuales. Este golpe magistral de un maestro de la tortura arranca al condenado, al fin, un grito de dolor.

– Continuad -dice el oficial-, no esta muerto.

Hasta que se hizo de dia, le siguieron pegando. Esta paliza, digna de la Edad Media, que hubiera matado a un caballo, no habia conseguido hacer expirar al condenado. Despues de haberlo dejado una hora sin pegarle, y tras haberle arrojado muchos cubos de agua, tuvo fuerzas, ayudado por unos soldados, para levantarse. Llego a sostenerse un momento en pie, solo. Entonces, se presenta el enfermero con un vaso en la mano.

– Bebete esta purga -manda un oficial-, te reanimara.

El condenado duda y, luego, se bebe la purga de un solo trago. Unos minutos despues, se desploma para siempre. Agonizante, sale una frase de su boca:

– Imbecil, te has dejado envenenar.

Inutil sera deciros que ninguno de los prisioneros, incluidos nosotros, tenia intencion de mover un solo dedo. Todo el mundo, sin excepcion, estaba aterrorizado. Es la segunda vez en mi vida que he sentido deseos de morir. Durante muchos minutos, me sentia atraido por el fusil que un soldado sostenia descuidadamente no lejos de mi. Lo que me contuvo fue el pensamiento de que tal vez seria muerto antes de haber tenido tiempo de maniobrar la culata y disparar. Un mes mas tarde, Negro Blanco estaba de nuevo entre nosotros y, mas que nunca, era el terror del campo. Sin embargo, su destino de espicharla en El Dorado estaba escrito. Un soldado de guardia, una noche, le dio el alto cuando pasaba cerca de el.

– Ponte de rodillas -ordena el soldado.

Negro Blanco obedece.

– Reza, que vas a morir.

Le dejo rezar una corta oracion y, luego, lo abatio de tres disparos de fusil. Los prisioneros decian que el soldado lo habia matado, indignado como estaba de ver a aquel verdugo pegar como un salvaje a los pobres prisioneros. Otros contaban que Negro Blanco habia denunciado a ese soldado a sus superiores, diciendoles que lo habia conocido en Caracas y que, antes de su servicio militar, era un ladron. Ha tenido que ser enterrado junto al condenado, ladron seguramente, pero un hombre de una audacia y de un valor poco comunes.

Todos estos acontecimientos han impedido que se tome una decision respecto a nosotros. Por otra parte, los otros prisioneros han permanecido quince dias sin salir a trabajar. Barriere ha sido muy bien cuidado de su bayonetazo por un doctor del pueblo.

Por el momento, somos respetados. Chapar salio ayer como cocinero del director, en el pueblo. Guittou y Barriere han sido liberados, pues han llegado de Francia los informes sobre todos nosotros. Como de ellos resultaba que ya habian concluido su condena, se les ha puesto en libertad. Yo habia dado un nombre italiano. Pero remiten mi verdadero nombre con mis huellas y mi condena a perpetuidad; lo mismo para Deplanque, que tenia veinte anos, y para Chapar. Muy orgulloso, el director nos da la noticia recibida de Francia.

– Sin embargo -nos dice-, en razon de que no habeis hecho nada malo en Venezuela, vamos a reteneros durante cierto tiempo, y, luego, se os pondra en libertad. Pero para eso, es indispensable que trabajeis y os porteis bien. Estais en periodo de observacion.

Hablando conmigo, muchas veces los oficiales se han lamentado de la dificultad que hay de tener legumbres frescas en el pueblo. La colonia tiene un campo de cultivo, pero no legumbres. Se cultiva arroz, maiz, alubias negras y eso es todo. Me ofrezco a plantarles un huerto de legumbres si me procuran semillas. De acuerdo.

Primera ventaja: nos sacan del campamento, a Deplanque y a mi, y como han llegado dos relegados detenidos en Ciudad Bolivar, son anadidos a nosotros. Uno es un parisiense, Toto, y el otro, un corso. Nos construyen para los cuatro unas bonitas casitas de madera y hojas de palmera. En una nos instalamos Deplanque y yo; en la otra, nuestros dos camaradas.

Toto y yo hacemos unas mesas altas cuyas patas estan metidas en botes llenos de petroleo, para que las hormigas no se coman las simientes. Muy pronto, tenemos matas robustas de tomates, berenjenas, melones y alubias verdes. Comenzamos a trasplantarlas a cuadros de huerto, pues los brotes ya son lo bastante fuertes como para resistir a las hormigas. Para plantar los nuevos tomates, cavamos una especie de foso todo alrededor, que a menudo estara lleno de agua. Eso los mantendra siempre humedos e impedira a los parasitos, numerosos en esta tierra virgen que puedan llegar hasta nuestras matas.

– Caramba,?que es esto? -me dice Toto. Mira ese pedrusco como brilla.

– Lavalo, macho.

Me lo pasa. Es un cristalito del tamano de un garbanzo. Una vez lavado, brilla aun mas en la parte donde su ganga se ha roto, pues esta rodeado por una especie de corteza de arenisca dura.

– ?No sera un diamante?

– Cierra el pico, Toto. No es el momento de pregonarlo, si es un brillante. ?Te imaginas si hubieramos tenido la suerte de encontrar una mina de diamantes? Aguardemos la noche y esconde eso.

Por la noche, le doy lecciones de Matematicas a un cabo (hoy coronel) que prepara unas oposiciones para ascender a oficial. Este hombre, de una nobleza y una rectitud a toda prueba (me lo ha demostrado durante mas de veinticinco anos de intimidad. es ahora el coronel Francisco Bolagno Utrera.

– Francisco, ?que es esto? ?Cristal de roca?

– No dice tras haberlo examinado minuciosamente-. Es un diamante. Escondelo bien y no se lo dejes ver a nadie. ?Donde lo has encontrado?

– Bajo mis matas de tomates.

– Es extrano. ?No lo habras traido cuando subias agua del rio? ?Arrastras el cubo por el fondo y, con el agua, coges un poco de arena?

– Si, suelo hacerlo.

– Entonces, seguramente es eso. El brillante lo has subido del rio, el rio Caroni. Puedes buscar, pero toma precauciones para ver si has traido otros, pues nunca se encuentra una sola piedra preciosa. Donde se encuentra una, obligatoriamente hay otras.

Toto se pone a trabajar.

Nunca habia trabajado tanto en su vida, hasta el punto de que nuestros dos camaradas, a los que nada habiamos contado, decian:

– Deja de matarte, Toto, que vas a espicharla de tanto subir cubos de agua del rio. ?Y encima te traes hasta arena!

– Es para aligerar la tierra, companero -respondia Toto-. Mezclandola con arena, filtra mejor el agua.

Toto, a pesar de las bromas de todos nosotros, continua acarreando cubos sin parar. Un dia, en pleno mediodia, despues de un viaje, se rompe la crisma ante

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