momento, seria peligroso en extremo no obedecer. Despues, ya veremos.

Llegados al lugar donde trabajan los prisioneros, nos ordenan abrir una trinchera al lado de la carretera que estan construyendo en plena selva virgen. Obedecemos sin decir palabra y trabajamos cada cual segun sus fuerzas, sin levantar la cabeza. Esto no nos impide sentir los insultos y los golpes salvajes que, sin cesar, reciben los prisioneros. Ninguno de nosotros recibe un solo golpe con el nervio de buey. Esta sesion de trabajo, apenas llegados, estaba destinada, sobre todo, a hacernos ver como se trataba a los prisioneros. Era un sabado. Despues del trabajo, llenos de sudor y polvo, se nos incorpora a ese campo de prisioneros, siempre sin ninguna formalidad.

– cinco cayeneses, por aqui.

Es el preso cabo (el cabo de vara) quien habla.

Es un mestizo de un metro noventa de estatura. Tiene un nervio de buey en la mano. Este inmundo bruto esta encargado de la disciplina en el interior del campo.

Se nos ha indicado el lugar donde debemos instalar las hamacas, cerca de la puerta de entrada al campamento, al aire libre. Pero alli hay una techumbre de planchas de cinc, lo que significa que, al menos, estaremos al abrigo de la lluvia y del sol.

La gran mayoria de los prisioneros son colombianos y el resto venezolanos. Ninguno de los campos disciplinarios del presidio puede compararse con el horror de esta colonia de trabajo. Un asno moriria si fuese tratado como se trata a estos hombres. Sin embargo, casi todos se portan bien, pues resulta que la comida es muy abundante y apetitosa.

Formamos un pequeno Consejo de Guerra. Si un soldado cualquiera pega a uno de nosotros, lo mejor que podemos hacer es detener el trabajo, tumbarnos al sol y, cualquiera que sea el trato que nos inflijan, no nos levantamos. ?Vendra un jefe a quien podamos preguntarle como y por que estamos en este presidio de condenados a trabajos forzados sin haber cometido un delito? Los dos liberados, Guittou y Barriere, hablan de pedir que los devuelvan a Francia. Luego, decidimos llamar al preso cabo. Yo soy el encargado de hablarle. Le dan el sobrenombre de Negro Blanco. Guittou debe ir en su busca. Llega ese verdugo, siempre con su nervio de buey en la mano. Los cinco le rodeamos.

– ?Que me quereis?

Soy yo quien habla:

– Queremos decirte una sola cosa: nunca cometeremos una falta contra el reglamento, asi que no tendras motivo para pegarle a ninguno de nosotros. Pero como hemos notado que pegas a cualquiera sin la menor razon, te hemos llamado para decirte que el dia que le pegues a uno de nosotros, eres hombre muerto ?Has comprendido bien?

– Si-dice Negro Blanco.

– Un ultimo aviso.

– ?Que? -pregunta sordamente.

– Si lo que acabo de decirte debe ser repetido, que sea a un oficial, pero no a un soldado.

– Comprendido.

Y se va.

Esta escena se desarrolla el domingo, dia en que los prisioneros no trabajan. Llega un oficial.

– ?Como te llamas?

– Papillon.

– ?Eres tu el jefe de los cayeneses?

– Somos cinco y todos son jefes.

– ?Porque has sido tu quien ha tomado la palabra para hablarle al cabo de vara?

– Porque yo soy quien mejor habla espanol.

Me habla un capitan de la guardia nacional. No es, Me dice, el comandante encargado de la vigilancia. Hay dos jefes mas importantes que el, pero que no estan aqui. Desde nuestra llegada, es el quien manda. Los dos comandantes llegaran el martes.

– Has amenazado en tu nombre y en el de tus camaradas Con matar al cabo de vara si pegaba a cualquiera de vosotros. ?Es eso verdad?

– Si, y la amenaza va muy en serio. Ahora, le dire que he anadido que no dariamos ningun motivo que justifique un castigo corporal. Usted sabe, capitan, que ningun tribunal nos ha condenado, pues no hemos cometido ningun delito en Venezuela.

– Yo no se nada. Vosotros habeis llegado al campo sin ningun papel, solo con una nota del director, que esta en el pueblo: “Hagan trabajar a estos hombres inmediatamente despues de su llegada. “

– Pues bien, capitan, sea justo, puesto que es usted militar, para que, en espera de que lleguen sus jefes, sus soldados sean advertidos por usted de que nos traten de manera distinta a los otros prisioneros. Le afirmo de nuevo que no somos ni podemos ser unos condenados, dado que no hemos cometido ningun delito en Venezuela.

– Esta bien, dare ordenes en ese sentido. Espero que no me hayan enganado.

Tengo tiempo de estudiar a los prisioneros toda la tarde de este primer domingo. Lo primero que me llama la atencion es que todos se encuentran bien fisicamente. En segundo lugar, los latigazos son tan corrientes` que han aprendido a soportarlos hasta el punto de que, incluso el dia de reposo, el domingo, en que podrian con bastante facilidad evitarlos comportandose bien, se diria que encuentran un sadico placer jugando con fuego. No dejan de hacer cosas prohibidas: jugar a los dados, besar a un joven en las letrinas, robar a un camarada, decir palabras obscenas a las mujeres que vienen del pueblo a traer dulces o cigarrillos a los prisioneros. Estas mujeres tambien hacen cambios. Una cesta trenzada o un objeto esculpido por algunas monedas o paquetes de cigarrillos. Pues bien, hay prisioneros que encuentran la manera de atrapar, a traves de los alambres espinosos, lo que la mujer ofrece, y echar a correr sin entregarle el objeto acordado, para perderse a continuacion entre los demas. Conclusion: los castigos corporales se aplican tan desigualmente y por cualquier cosa, y sus carnes estan tan senaladas por los latigos, que el terror reina en este campamento sin ningun beneficio para la sociedad ni para el orden, y no corrige en lo mas minimo a esos desdichados.

La Reclusion de San Jose, por su silencio, es mucho mas terrible que esto. Aqui, el miedo es momentaneo, y el hecho de poder hablar por la noche, fuera de las horas de trabajo, y el domingo, asi como la comida, rica y abundante, hacen que un hombre pueda muy bien cumplir su condena, que en ningun caso sobrepasa los cinco anos.

Pasamos el domingo fumando y bebiendo cafe, hablando entre nosotros. Algunos colombianos se nos han acercado – y los hemos apartado cortes, pero firmemente. Es preciso que se nos considere como prisioneros aparte, si no, la hemos jodido.

A la manana siguiente, lunes, a las seis, tras habernos desayunado copiosamente, desfilamos hacia el trabajo con los otros. He aqui la manera de poner en marcha el trabajo: dos filas de hombres, cara a cara: cincuenta prisioneros y cincuenta soldados. Un soldado por Prisionero. Entre las dos filas, cincuenta utiles: picos, palas o hachas. Las dos lineas de hombres se observan. La hilera de los prisioneros, angustiados, y la hilera de los soldados, nerviosos y sadicos.

El sargento grita:

– Fulano de Tal, ?pico!

El desdichado se precipita y, en el momento que toma el pico para echarselo al hombro y salir corriendo al trabajo el sargento grita: “Numero”, lo que equivale a “Soldado uno, dos, etc”. El soldado sale detras del pobre tipo y le pega con su nervio de buey. Esta terrible escena se repite dos veces al dia. En el recorrido que separa el campamento del lugar de trabajo, se tiene la impresion de ver guardianes de asnos que fustigan a sus borricos corriendo tras ellos.

Estabamos helados de aprension, esperando nuestro turno.

Por suerte, fue distinto.

– ?Los cinco cayeneses, por aqui! Los mas jovenes, tomad estos picos, y vosotros, los dos viejos, estas dos palas.

Por el camino, sin correr, pero a paso de cazador, vigilados por cuatro soldados y un cabo, nos dirigimos a la cantera comun.

Esta jornada fue mas larga y desesperante que la primera. Unos hombres particularmente maltratados, al extremo de sus fuerzas, gritaban como locos e imploraban de rodillas que no les pegaran mas. Por la tarde, debian hacer de una multitud de montones de madera que habian quemado mal, un solo monton grande. Otros debian limpiar atras. Y, asimismo, de ochenta a cien haces que estaban ya casi consumidos, debia quedar solo un gran brasero en medio del campo. A latigazos de nervio de buey, cada soldado golpeaba a su prisionero para que recogiera los restos y los transportara corriendo en medio del campamento. Esta carrera demoniaca provocaba en algunos una verdadera crisis de locura, y en su precipitacion, a veces agarraban ramas del lado donde aun habia brasas. Con las manos quemadas, flagelados salvajemente, caminando descalzos sobre una brasa o sobre una rama aun humeante en el suelo, esta fantastica escena duro tres horas.

Ni uno de nosotros fue invitado a participar en la limpieza de este campo nuevamente desbrozado. Afortunadamente, ya habiamos decidido, mediante cortas frases, sin levantar la cabeza, mientras picabamos, saltar cada uno sobre uno de los cinco soldados, cabo incluido, desarmarlos y disparar contra ese hatajo de salvajes.

Hoy martes, no hemos salido a trabajar. Nos llaman al despacho de los dos comandantes de la guardia nacional. Estos dos militares estan muy sorprendidos por el hecho de que estemos en El Dorado sin documentos que justifiquen que un tribunal nos haya enviado aqui. De todas formas, nos prometen pedir manana explicaciones al director del penal.

No hemos debido esperar mucho. Los dos comandantes encargados de la vigilancia de la penitenciaria son, sin duda, muy severos, incluso puede decirse que exageradamente represivos, pero son correctos, pues han exigido que el director de la colonia venga en persona a darnos explicaciones. Ahora, esta delante de nosotros, acompanado por su cunado, Russian, y por dos oficiales de la guardia nacional.

– Franceses, soy el director de La Colonia de El Dorado. Habeis querido hablarme. ?Que deseais?

– En primer lugar, saber que tribunal nos ha condenado sin escucharnos a una pena en esta colonia de trabajos forzados. ?Por cuanto tiempo y por que delito? Hemos llegado por mar a Irapa, Venezuela. No hemos cometido el menor delito. Entonces, ?que hacemos aqui? ?Y como justifica usted que se nos obligue a trabajar?

– En primer lugar, estamos en guerra. Asi que debemos saber quienes sois exactamente.

– Muy bien, pero eso no justifica nuestra incorporacion a su presidio.

– Vosotros sois evadidos de la justicia francesa, y debemos saber si estais reclamados por ella.

– Admito eso, pero vuelvo a insistir: ?por que tratarnos como si tuvieramos que purgar una condena?

– Por el momento, estais aqui a causa de una ley de vagos y maleantes en espera de que haya documentacion sobre vosotros para procesaros.

Esta discusion habria durado mucho rato si uno de los oficiales no hubiese zanjado la cuestion exponiendo su opinion.

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