y como lentamente. Cuando he terminado el delicioso pescado, la mujer me coge de la mano y me lleva a la playa, donde me lavo las manos y la boca con agua del mar. Luego, regresamos. Sentados en corro, con la joven india a mi lado y su mano sobre mi muslo, intentamos, por gestos y palabras, cambiar algunos datos sobre nosotros.

De repente, el jefe se levanta, va hacia el fondo de la choza, vuelve con un trozo de piedra blanca y hace unos dibujos sobre la mesa. Primero, indios desnudos y su poblado; luego, el mar. A la derecha del poblado indio, casas con ventanas, hombres y mujeres vestidos. Los hombres empunan un fusil o un garrote. A la izquierda, otra aldea: los hombres, de cara hosca, con fusiles y sombreros, las mujeres vestidas. Cuando he mirado bien los dibujos, el se percata de que ha olvidado algo y traza un camino que va del poblado indio al pueblecito de la derecha, y otro camino a la izquierda, hacia la otra aldea. Para indicarme cual es su situacion con relacion a su poblado, dibuja, del lado venezolano, a la derecha, un sol representado por un circulo y rayas que salen de todos lados y, del lado de la aldea colombiana, un sol cortado en el horizonte por una linea sinuosa. No es posible equivocarse: a un lado, sale el sol; en el otro, se pone. El joven jefe contempla su obra con orgullo y todo el mundo mira sucesivamente. Cuando ve que he comprendido bien lo que queria decir, coge la tiza y cubre de trazos las dos aldeas, solo su poblado queda intacto. Comprendo que quiere decir que las gentes de las aldeas son malas, que el no quiere saber nada de ellas y que solo su poblado es bueno. ?A quien se lo dice!

Limpian la mesa con un trapo de lana mojado. Cuando esta seca, me pone en la mano el trozo de tiza, entonces, me toca a mi contar mi historia en dibujos. Resulta mas complicado que la suya. Dibujo un hombre con las manos atadas junto a dos hombres armados que le miran; luego, el mismo hombre que corre y los dos hombres que le persiguen apuntandole con el fusil.

Dibujo tres veces la misma escena, pero cada vez me pongo mas lejos de los perseguidores y, en la ultima, los policias estan parados mientras yo sigo corriendo hacia su aldea, que dibujo con los indios y el perro y, delante de todos, al jefe con los brazos tendidos hacia mi.

Mi dibujo no debia ser malo, pues, tras extensos parloteos entre los hombres, el jefe abrio los brazos como en mi dibujo. Habia comprendido.

Aquella misma noche, la india me llevo a su choza, donde vivian seis indias y cuatro indios. Dispuso una magnifica hamaca de lana multicolor, muy amplia, y en la que podian acostarse holgadamente dos personas de traves. Me habia acostado en la hamaca, pero en sentido longitudinal, cuando ella se acomodo en otra hamaca y se acosto a lo ancho. Yo hice lo mismo y, entonces, ella vino a acostarse a mi lado. Me toco el cuerpo, las orejas, los ojos, la boca con sus dedos largos y delgados, pero muy rugosos, llenos de heridas cicatrizadas, pequenas, pero estriadas. Eran los cortes que se hacen con el coral cuando se zambullen para capturar ostras perliferas. Cuando, a mi vez, le acaricio el rostro, me coge la mano, muy extranada de encontrarla fina, sin callosidades. Tras pasar una hora en la hamaca, nos levantamos para ir a la gran choza del jefe. Me dan a examinar las escopetas, calibres 12 y 16 de Saint-Etienne. Poseen tambien seis cajas llenas de cartuchos de perdigones doble cero.

La india es de estatura media, tiene los ojos color gris hierro como el jefe, su perfil es muy puro, el pelo, trenzado, con raya en medio, le llega hasta las caderas. Tiene los senos admirablemente bien formados, altos y en forma de pera. Los pezones son mas oscuros que la piel y muy largos. Para besar, mordisquea; no sabe besar. No tardo mucho en ensenarle a besar a la civilizada. Cuando caminamos, no quiere hacerlo a mi lado; por mucho que insista es inutil, camina detras de mi. Una de las chozas esta deshabitada y en mal estado. Ayudada por las otras mujeres, arregla el techo de hojas de cocotero y remienda la pared con emplastos de tierra roja muy arcillosa. Los indios poseen toda suerte de herramientas cortantes. cuchillos, punales, machetes, hachas, escardillos y una horca con puas de hierro. Hay marmitas de cobre, de aluminio, regaderas, cacerolas, una muela de afilar, un horno, toneles de hierro y de madera. Hamacas desmesuradamente grandes y de dibujos coloreados muy chillones, color rojo sangre, azul de prusia, negro betun, amarillo canario. La casa no tarda en estar terminada y la muchacha empieza a traer cosas que recibe de los otros indios (hasta un arnes de burro), un trebede para el fuego, una hamaca en la que podrian acostarse cuatro adultos de traves, vasos, botes de hojalata, cacerolas, etc…

Nos acariciamos reciprocamente desde los quince dias que hace que estoy aqui, pero ella se ha negado violentamente a llegar hasta el fin. No lo comprendo, pues ella ha sido quien me provoco y, a la hora de la verdad, dice que no. Nunca se pone ni un pedazo de tela encima, de no ser el taparrabo, atado en torno de su fino talle con un cordelito muy delgado, con las nalgas al aire. Sin ceremonia alguna, nos hemos instalado en la casita, que tiene tres puertas, una en el centro del circulo, la principal, las otras dos, frente por frente. Esas tres puertas, en el circulo de la casa redonda, forman un triangulo isosceles. Todas tienen su razon de ser: yo, debo salir y entrar siempre por la puerta Norte. Ella, debe salir y volver siempre por la puerta Sur. Yo no debo entrar ni salir por la suya, ella no debe usar la mia. Por la puerta grande entran los amigos y, yo o ella, solo podemos entrar por la puerta grande si recibimos visitas.

Solo cuando nos hemos instalado en la casa ha sido mia. No' quiero entrar en detalles, pero fue una amante ardiente y consumada por intuicion que se enrosco a mi como un bejuco. A hurtadillas de todos, sin hacer excepciones, la peino y le trenzo el cabello. Es muy feliz cuando la peino, una dicha inefable se percibe en su semblante y, al mismo tiempo, temor de que nos sorprendan, pues comprende que un hombre no debe peinar a su mujer, ni frotarle las manos con piedra pomez, ni besarle de cierta manera boca y senos.

Lali, asi se llama ella, y yo estamos, pues, instalados en la casa. Una cosa me asombra, y es que jamas usa sartenes o cacerolas de hierro o de aluminio, nunca bebe en vaso, todo lo hace en cazuelas o vasijas de barro cocido hechas por ellos mismos.

La regadera sirve para lavarse la cara. Para hacer las necesidades, vamos al mar.

Presencio la abertura de las ostras para buscar perlas. Ese trabajo lo hacen las mujeres mayores. Cada mujer joven pescadora de perlas tiene su bolsa. Las perlas halladas en las ostras son repartidas de la manera siguiente: una parte para el jefe que representa a la comunidad, una parte para el pescador, media parte para la abridora de ostras y parte y media para la que se zambulle. Cuando vive con su familia, da las perlas a su tio, el hermano de su padre. Nunca he comprendido por que es tambien el tio el primero que entra en la casa de los novios que van a casarse, toma el brazo de la mujer, lo pasa en torno del talle del hombre y pone el brazo derecho del hombre en torno del talle de la mujer, con el indice en el ombligo de la novia. Una vez hecho eso, se va.

Asi es que presencio la abertura de las ostras, pero no la pesca, pues no me han invitado a subir en una canoa. Pescan bastante lejos de la costa, casi a quinientos metros. Algunos dias, Lali regresa llena de rasgunos en los muslos o en los costillares producidos por el coral. A veces, de los cortes mana sangre. Entonces, chafa algas marinas y se frota las heridas con ellas. No hago nada sin que me inviten por signos a hacerlo. Nunca entro en la casa del jefe si alguien o el mismo no me lleva alli de la mano. Lali sospecha que tres jovenes indias de su edad vienen a tumbarse en la hierba lo mas cerca posible de la puerta de casa, para tratar de ver u oir lo que hacemos cuando estamos solos.

Ayer, vi al indigena que sirve de enlace entre el poblado de los indios y la primera aglomeracion colombiana, a dos kilometros del puesto fronterizo. Esa aldea se llama La Vela. El indio tiene dos borricos y lleva una carabina “Winchester” de repeticion; sin embargo, no lleva ninguna prenda encima, de no ser, como todos, el taparrabo. No habla ni una palabra de espanol, asi, pues, ?como hace sus trueques? Con ayuda del diccionario pongo en un papel: Agujas, tinta china azul y roja e hilo de coser, porque el jefe me pide a menudo que le haga un tatuaje. Ese indio de enlace es bajito y enjuto. Tiene una tremenda herida en el torso que empieza en la costilla que esta bajo el bulto, atraviesa todo el cuerpo y termina en el hombro derecho. Esa herida se ha cicatrizado formando una protuberancia de un dedo de gordo. Meten las perlas en una caja de cigarros. La caja esta dividida en compartimentos y las perlas van en los compartimientos segun el tamano. Cuando el indio se va, recibo la autorizacion del jefe para acompanarle un trecho. De esta forma simplista. para obligarme a regresar, el jefe me ha prestado una escopeta de dos canones y seis cartuchos. Esta seguro de que asi me vere obligado a volver, convencido de que no me llevare algo que no me pertenece. Los asnos van sin carga, por lo que el indio monta en uno y yo en el otro. Viajamos todo el dia por la misma carretera que tome para venir, pero, a unos tres o cuatro kilometros del puesto fronterizo, el indio se pone de espaldas al mar y se adentra en aquellos parajes.

Sobre las cinco, llegamos a orillas de un riachuelo donde hay cinco casas de indios. Todos vienen a verme. El indio habla, habla y habla hasta que llega un tipo a quien todo ojos, pelo, nariz, etc.- delata como un indio, salvo el color. Es blanco y descolorido y tiene ojos rojos de albino. Lleva pantalon caqui. Entonces, alli, comprendo que el indio de mi poblado no ira mas lejos. El indio blanco dice:

– Buenos dias. ?Tu eres el matador que se fue con Antonio? Antonio es compadre mio de sangre.

Para ser compadres de sangre, dos hombres hacen lo siguiente: se atan los brazos uno al otro y, luego, cada cual hace una incision en el brazo del otro. Luego, embadurnan el brazo del otro con la propia sangre de uno y se lamen reciprocamente la mano empapada en su sangre.

– ?Que quieres?

– Agujas, tinta china roja y azul. Nada mas.

– Lo tendras de aqui a un cuarto de luna.

Habla el espanol mejor que yo y se nota que sabe establecer contacto con los civilizados y realizar los trueques defendiendo encarnizadamente los intereses de su raza. En el momento de marcharse, me da un collar hecho con monedas de plata colombiana montadas, en plata muy blanca. Me dice que es para Lali.

– Vuelve a verme -me dice el indio blanco.

Para estar seguro de que volvere, me da un arco.

Me marcho solo, y no he hecho aun la mitad del camino de regreso, cuando veo a Lali acompanada por una de sus hermanas, muy joven ella, quiza de doce o trece anos. Lali, seguramente, tendra dieciseis o diecisiete. Se abalanza sobre mi como una loca me arana el pecho, pues me tapo la cara con las manos, luego me muerde cruelmente en el cuello. Me cuesta contenerla aun empleando todas mis fuerzas. Subitamente, se calma. Subo a la chiquilla en el asno y yo sigo detras, abrazado a Lali. Regresamos despacio al poblado. En el camino, mato una lechuza. Le he disparado sin saber lo que era, solo porque he visto unos ojos que brillaban en la oscuridad. Lali quiere llevarsela a toda costa y la cuelga de la silla del borrico. Llegamos al amanecer. Estoy tan cansado que quiero lavarme. Pero es Lali quien me lava, y luego, delante de mi, quita el taparrabo a su hermana, la lava Y. despues, se lava ella.

Cuando ambas regresan, estoy sentado, esperando que hierva el agua que he puesto a calentar para beberla con limon y azucar. Entonces, ocurre algo que solo comprendi mucho mas tarde. Lali empuja a su hermana entre mis piernas y me coge los brazos para que rodee su talle. Entonces me doy cuenta de que la hermana de Lali no lleva taparrabo y luce el collar que he dado a esta. No se como salir de esta situacion tan particular. Suavemente, aparto a la pequena de mis piernas, la tomo en brazos y la acuesto en la hamaca. Le quito el collar y se lo pongo a Lali.

Mucho mas tarde, comprendi que Lali habia creido que me estaba informando para irme porque quiza no era feliz con ella y tal vez su hermanita sabria retenerme. A la manana siguiente, despierto con los ojos tapados por la mano de Lali. Es muy tarde, las once de la manana. La pequena ya no esta y Lali me mira amorosamente con sus grandes ojos grises y me muerde dulcemente la comisura de los labios. Es feliz de hacerme ver que ha comprendido que la quiero y que no me he ido porque ella no sabia retenerme.

Delante de la casa, esta sentado el indio que suele conducir la canoa de Lali. Comprendo que la espera. Me sonrie y cierra los ojos en una expresion muy bonita con la que me dice que sabe que Lali esta durmiendo. Me siento a su lado, habla de cosas que no comprendo. Es extraordinariamente musculoso, joven, fornido como un atleta. Mira detenidamente mis tatuajes, los examina y, luego, me indica con gestos y ademanes que le gustaria que le tatuase. Hago un signo afirmativo con la cabeza, pero se diria que el no cree que sepa hacerlo. Llega Lali. Se ha untado el cuerpo con aceite. Sabe que eso no me agrada, pero me hace comprender que el agua, con ese tiempo nuboso, debe de estar muy fria. Esas mimicas, hechas medio en broma y medio en serio, son tan bonitas, que se las hago repetir varias veces, simulando que no comprendo. Cuando le hago signo de que vuelva a hacerlo, ella hace un mohin que significa claramente: “?Es que eres tonto o me he vuelto torpe

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