porque me he puesto aceite? “

El jefe pasa delante de nosotros con dos indias. Estas llevan un enorme lagarto verde de unos cuatro o cinco kilos, y el, arco y flechas. Acaba de cazarlo y me invita a ir a comerlo mas tarde. Lali le habla y el me toca el hombro y me indica el mar. Comprendo que puedo ir con Lali si quiero. Nos vamos los tres, Lali, su companero de pesca habitual y yo. Una pequena embarcacion muy ligera, hecha con una madera que parece corcho, es botada al agua con facilidad. Se meten en el agua llevando la canoa sobre los hombros y avanzan. La botadura es curiosa: el indio es el primero en subir a popa, con una enorme pagaya en la mano. Lali, con el agua hasta el busto, aguanta la canoa en equilibrio e impide que retroceda hacia la playa, yo subo y me situo en medio y, luego, de repente, Lali ya esta a bordo, en el momento mismo que, con una estrepada, el indio nos hace avanzar mar adentro. Las olas se levantan en forma de rodillos, rodillos cada vez mas altos a medida que nos adentramos en la mar. A quinientos o seiscientos metros de la orilla, encontramos una especie de canal donde ya estan pescando dos embarcaciones. Lali se ha recogido el pelo con cinco tiras de cuero rojo, tres de traves, dos a lo largo, que se ha atado al cuello. Empunando un gran cuchillo, Lali sigue la gruesa barra de hierro de unos quince kilos que sirve de ancla, mandada al fondo por el hombre. La embarcacion permanece ancorada, pero no quieta; a cada embate, sube y baja.

Durante mas de tres horas, Lali se sumerge y remonta del fondo de la mar. El fondo no se ve, pero por el tiempo que invierte en ello, debe de haber de quince a dieciocho metros. Cada vez sube ostras en el saco y el indio las vuelca en la canoa. Durante esas tres horas Lali nunca sube a la canoa. Para descansar, se esta de cinco a diez minutos agarrada a la borda. Hemos cambiado dos veces de sitio sin que Lali suba. En el segundo sitio el saco vuelve con mas ostras, mayores aun. Volvemos a tierra Lali ha subido a la canoa y la marejada no tarda en empujarnos hacia la orilla. La vieja india aguarda. Lali y yo dejamos que el indio transporte las ostras hasta la arena seca. Cuando todas las ostras estan alli, Lali impide que la vieja las abra, pues quiere empezar ella. Con la punta de su cuchillo, abre rapidamente unas treinta antes de encontrar una perla. Huelga decir que me zampe por lo menos dos docenas. El agua del fondo debe ser muy fria, pues aquella carne es fresca. Despacio, Lali saca la perla, gorda como un garbanzo. Esta perla es mas bien de las de gran tamano que de las medianas. ?Como brilla esa perla! La Naturaleza le ha dado los tonos mas cambiantes sin por eso ser demasiado chillones. Lali coge la perla con los dedos, se la mete en la boca, la guarda un momento y, luego, se la quita y la pone en la mia. Con una serie de gestos de la mandibula me da a entender que quiere que la triture con los dientes, y me la trague. Su suplica ante mi primera negativa es tan hermosa que paso por donde ella quiere: trituro la perla con los dientes y engullo los restos. Ella abre cuatro o cinco ostras mas y me las hace comer, para que la perla penetre bien dentro de mi. Como un chiquillo, tras haberme tumbado en la arena, me abre la boca y mira si me han quedado granitos entre los dientes. Nos vamos, dejando que los otros continuen con el trabajo.

Hace un mes que estoy aqui. No puedo equivocarme, pues cada dia marco en un papel dia y fecha. Las agujas hace tiempo que han llegado, con la tinta china roja, azul y morada. En la casa del jefe, he descubierto tres navajas de afeitar “Solingen”. Nunca las usa para la barba, pues los indios son barbilampinos. Una de las navajas sirve para cortar el pelo bien gradualmente. He tatuado a Zato, el jefe, en el brazo. Le he hecho un indio tocado con plumas multicolores. Esta encantado y me ha dado a entender que no haga tatuajes a nadie antes de hacerle uno grande a el en el pecho. Quiere la misma cabeza de tigre que llevo yo, con sus grandes dientes. Me rio, no se dibujar lo suficiente para hacer unas hermosas fauces. Lali me ha depilado todo el cuerpo. Tan pronto ve un pelo, lo arranca y me frota con algas marinas previamente machacadas, mezcladas con ceniza. Despues, me parece que los pelos crecen con mas dificultad.

Esta comunidad india se llama guajira. Viven en la costa y en el interior de la llanura, hasta la falda de las montanas. En las montanas, viven otras comunidades que se denominan motilones. Anos despues, tendre tratos con ellos. Los guajiros tienen contacto, indirectamente, como he explicado, con la civilizacion, por medio de trueques. Los indios de la costa entregan al indio blanco sus perlas y tambien tortugas. Las tortugas las llevan vivas y llegan a pesar aproximadamente ciento cincuenta kilos. Nunca alcanzan el peso ni el tamano de las tortugas del Orinoco o del Maroni, que llegan a pesar cuatrocientos kilos y cuyo caparazon, a veces tiene dos metros de largo por uno en su maxima anchura. Puestas patas arriba, las tortugas no consiguen dar la vuelta. He visto como se las llevaban al cabo de tres semanas de estar de espaldas, sin comer ni beber, pero bien vivas. Los grandes lagartos verdes son muy buenos para comer. Su carne es deliciosa, blanca y tierna, y los huevos cocidos en la arena al sol resultan tambien sabrosisimos. Solo su aspecto los hace poco apetitosos.

Cada vez que Lali pesca, trae a casa las perlas que le corresponden y me las da. Las meto en una vasija de madera sin escogerlas, grandes, medianas y pequenas todas juntas. Aparte, en una caja de fosforos vacia, solo tengo dos perlas rosas, tres negras y siete de un gris metalico, extraordinariamente hermosas. Tambien tengo una perla estrambotica en forma de alubia, casi del tamano de una alubia blanca o colorada de nuestro pais, Esa perla tiene tres colores superpuestos y, segun el tiempo, uno resalta mas que los otros, ora la capa negra, ora la capa acero brunido, ora la capa plateada de reflejos rosa. Gracias a las perlas y a algunas tortugas, la tribu no carece de nada. Solo que tienen cosas que no les sirven en absoluto, en tanto que les faltan otras que si podrian serles utiles. Por ejemplo, en toda la tribu no hay ni un solo espejo. Ha sido menester que yo recupere de una embarcacion, que sin duda habia zozobrado, una chapa cuadrada de cuarenta centimetros de lado, niquelada en una cara, para que pueda afeitarme y mirarme.

Mi politica respecto a mis amigos es facil: no hago nada que pueda menoscabar la autoridad y la sabiduria del jefe, y menos aun la de un indio muy anciano que vive solo a cuatro kilometros tierra adentro, rodeado de serpientes, dos cabras y una docena de ovejas y carneros. Es el brujo de los diferentes poblados guajiros. Esa actitud hace que nadie me tenga envidia ni ojeriza. Al cabo de dos meses, me siento totalmente aceptado por todos. El brujo tiene tambien una veintena de gallinas. Dado que en los dos poblados que conozco no hay cabras, ni gallinas, ni ovejas, ni carneros, tener animales domesticos debe ser privilegio del brujo. Todas las mananas, por turno, una india le lleva sobre la cabeza una canasta llena de pescado y mariscos recien capturados. Tambien le llevan tortas de maiz hechas por la manana y tostadas sobre piedras rodeadas de fuego. Algunas veces, no siempre, regresan con huevos y leche cuajada. Cuando el brujo quiere que vaya a verle, me manda personalmente tres huevos y un cuchillo de palo bien pulimentado. Lali me acompana a mitad de camino y me espera a la sombra de enormes cactos. La primera vez, me puso el cuchillo de palo en la mano y me hizo signo de ir en direccion de su brazo.

El viejo indio vive en medio de una suciedad repugnante, bajo una tienda hecha con pieles de vaca tensadas, con la parte peluda hacia dentro. En medio hay tres piedras rodeando un fuego que, al parecer, debe estar siempre encendido. No duerme en hamaca, sino en una especie de cama hecha con ramas de arboles y a mas de un metro sobre el suelo. La tienda es bastante grande, debe tener unos veinte metros cuadrados. No tiene paredes, salvo algunas ramas del lado por donde sopla el viento. He visto dos serpientes, una de casi tres metros, gruesa como el brazo; la otra, de un metro aproximadamente con una V amarilla en la cabeza. Me digo: «?La de pollos y huevos que deben zamparse esas serpientes!» No comprendo como, bajo esta tienda, pueden cobijarse cabras, gallinas, ovejas y hasta el asno. El viejo indio me examina detenidamente, me hace quitar el pantalon transformado en short por obra y gracia de Lali y, cuando estoy desnudo como un gusano, me hace sentar en una piedra, junto al fuego. Sobre el fuego, pone unas hojas verdes que hacen mucho humo y huelen a menta. El humo me envuelve, asfixiante› pero apenas toso y espero a que termine la funcion durante casi diez minutos. Despues, quema mi pantalon y me da dos taparrabos de indio, uno de piel de carnero y otro de piel de serpiente, suave como un, guante. Me pone un brazalete de tiras trenzadas de piel de cabra, de carnero y de serpiente. Tiene diez centimetros de anchura y se sujeta con una tira de cuero de serpiente que se estira o distiende a voluntad.

En el tobillo izquierdo, el brujo tiene una ulcera grande como una moneda de dos francos, cubierta de moscones. De vez en vez los espanta, y cuando le atacan demasiado, espolvorea la llaga con ceniza. Aceptado por el brujo, me dispongo a marchar cuando me da un cuchillo de palo mas pequeno que el que me manda cuando quiere verme. Lali me explicara luego que, en caso de que quiera ver al brujo, debo enviarle ese cuchillito, y que, si el no tiene inconveniente en verme, me enviara el grande. Dejo al ancianisimo indio tras haber observado lo muy arrugado que tiene el enjuto rostro y el cuello. En la boca solo le quedan cinco dientes, tres abajo y dos arriba, los de delante. Sus ojos, almendrados como los de todos los indios, tienen los parpados tan cargados de piel que, cuando los cierra, forman dos bolas redondas. Ni cejas ni pestanas, solo cabellos hirsutos y negrisimos que le penden sobre los hombros, bien cortados en las puntas. Como todos los indios, lleva flequillo hasta las cejas.

Me voy, sintiendome cohibido con mis nalgas al aire. Me encuentro muy raro. Pero, ?que se le va a hacer: es la fuga! No hay que gastar bromas con los indios y ser libre bien vale algunos inconvenientes. Lali contempla el taparrabo y se rie ensenando todos los dientes, tan bellos como las perlas que pesca. Examina el brazalete y el otro slip de serpiente. Para ver si he sido ahumado, me olisquea. El olfato de los indios esta, sea dicho entre parentesis, muy desarrollado.

Me he acostumbrado a esa vida y me percato de que no conviene seguir viviendo asi mucho tiempo, pues podria ser que se me fueran las ganas de marcharme. Lali me observa constantemente, le gustaria verme tomar parte mas activa en la vida comun. Por ejemplo, me ha visto salir a pescar peces, sabe que remo muy bien y que manejo la pequena y ligera canoa con destreza. De ahi a desear que sea yo quien conduzca la canoa de pescar perlas no hay mas que un paso. Ahora bien, a mi eso no me conviene. Lali es la mejor buceadora de todas las chicas del poblado, su embarcacion siempre es la que trae las ostras mas gordas y en mayor numero, lo que significa que las pesca a mayor profundidad que las otras. Se tambien que el joven pescador que conduce su canoa es hermano del jefe. Si me fuera solo con Lali, le perjudicaria. Asi, pues, no debo hacerlo. Cuando Lali me ve pensativo, va de nuevo en busca de su hermana. Esta viene alegre, corriendo, y entra en la casa por mi puerta. Eso debe tener un significado importante. Por ejemplo, ambas llegan juntas frente a la gran puerta, del lado que da al mar. Alli, se separan. Lali da una vuelta, entra por su puerta y Zoraima, la pequena, pasa por la mia. Los pechos de Zoraima apenas son mayores que mandarinas y sus cabellos no son largos. Estan cortados en angulo recto a la altura de la barbilla, el flequillo le cubre las cejas y llega casi al inicio de los parpados. Cada vez que se presenta asi, llamada por su hermana, ambas se banan y, al entrar, se despojan de sus taparrabos, que cuelgan en la hamaca. La pequena siempre se va de casa muy triste porque no la he tomado. El otro dia, mientras estabamos acostados los tres, con Lali en medio, esta se levanto y, al tenderse de nuevo, me dejo pegado AL cuerpo de Zoraima.

El indio asociado a Lali para la pesca se ha herido en una rodilla, una cortadura profunda y ancha. Los hombres le han llevado al brujo. Ha vuelto con un emplasto de arcilla blanca. Esta manana he ido a pescar, pues, con Lali. La botadura, hecha exactamente de la misma forma que la otra, ha ido muy bien. La he llevado un poco mas lejos que de costumbre. Lali esta radiante de contento al verme con ella en la canoa. Antes de zambullirse, se unta con aceite. Pienso que en el fondo, que veo muy negro, el agua debe de estar muy fria. Tres aletas de tiburon pasan bastante cerca de nosotros, se lo indico, pero ella no les da ninguna importancia. Son las diez de la manana, el sol resplandece. Con el saco enrollado en el brazo izquierdo, el cuchillo en la vaina, bien sujeto al cinto, se zambulle sin apoyar los pies en la canoa,' como haria una persona corriente. Con inaudita rapidez, desaparece en el fondo del agua oscura. Su primera zambullida debe' haber sido de exploracion, pues el saco contiene pocas ostras. Se me ocurre una idea. A bordo, hay un grueso ovillo de tiras de cuero. Ato el saco, lo doy a Lali y lo desenrollo mientras ella se, sumerge. Arrastra la tira de cuero consigo. Ha debido comprender la maniobra, pues, al cabo de un largo rato, sube sin el saco. Aferrada a la embarcacion para descansar de la prolongada inmersion, me hace signo de que tire del saco. Tiro, tiro, pero el saco se queda enganchado, seguramente entre el coral. Se zambulle y lo desprende, el saco llega medio lleno, lo vuelco en la canoa. Esta manana, en ocho zambullidas de quince metros casi hemos llenado la canoa. Cuando ella sube a bordo, faltan dos dedos para que el agua penetre en la embarcacion. Cuando quiero levar el ancla, la canoa esta tan cargada de ostras que corremos el peligro de irnos a pique. Entonces, soltamos la soga del ancla y la atamos a una pagaya que flotara hasta que volvamos. Saltamos a tierra sin novedad.

La vieja nos espera y su indio esta en la arena seca en el sitio donde, cada vez que pescan, abren las ostras. De momento, el indio se alegra de que hayamos recogido tantas ostras. Lali parece explicarle lo que he hecho: atar el saco, lo cual la alivia para subir y le permite tambien poner mas ostras. El indio mira como he atado el saco y examina detenidamente el nudo. Lo deshace y, al primer intento, lo repite con toda perfeccion. Entonces, me mira muy orgulloso de si mismo.

Al abrir las ostras, la vieja encuentra trece perlas. Lali, que no suele quedarse nunca para esa operacion y aguarda en casa a que le lleven su parte, se ha quedado hasta que han abierto la ultima ostra. Me zampo unas tres docenas, Lali cinco o seis. La vieja hace las tres partes. Las perlas son mas o menos de igual tamano, como guisantes. Hace un montoncito de tres perlas para el jefe, luego de tres perlas para mi, de dos perlas para ella y de cinco perlas para Lali. Lali coge las tres perlas y

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